Los vecinos lo agradecerán



Todos de negro elegante, con Rasputín de testigo en el parche del bombo, se presentaron dejando claro que les perderá la boca pero lo prefieren a apagar su voz. Algo así cuentan en "Tantas veces me he jugado el corazón que lo he perdido," que fue la elegida para arrancar en cuanto terminó de palpitar el monitor cardíaco. 

Cuarenta años llevan ellos con el sístole y el diástole encima de un escenario, y el propio Jorge Ilegal, con su voz envolvente y firme y su verbo opulento y sustancioso, se encargó de recordárnoslo a modo de presentación, como prolegómeno de la segunda de la noche: "Si no luchas te matas." Después, fueron creciendo con las onomatopeyas del estribillo en "Ella saltó por la ventana" o la  arenga canalla de "Voy al bar", a la que siguió "Chicos pálidos para la máquina" y "Te prefiero lejos," donde aspiran a la decencia. 

Se mantenían firmes, esbeltos, fortalecidos por un sonido robusto y pulcro que enaltecía las canciones elegidas. "Agotados de esperar el fin" vino justo antes de que Jorge Ilegal presentara "Ángel exterminador," que dató en 1978. Luego cantó eso de "mi credo es el código penal" en "Nunca lo repitas en voz alta." Para compensar, aludió a la energía creativa más reciente antes de celebrar lo bien que les había quedado su "experimento en techno-punk," que no era otra que "Juventud, egolatría", la canción que sacaron hace un par de años, creo, donde confiesa algunas de sus influencias literarias. De dónde le vino la inspiración para escribir "Eres una puta", eso ya no lo sé, puede que también de Pío Baroja o puede que no, quién sabe, lo que sí sabemos es que saben elegir buenos títulos, y así fue con la siguiente del lote: "El norte está lleno de frío."

Y siguieron el recorrido con la zancada firme y buen ritmo hasta que se tiraron cuesta abajo buscando la línea de meta. En el sprint final, nos regalaron una colección llena de himnos confesionales que arrancaron con "Soy una macarra," para continuar con "Bestia, bestia." En "Todo lo que digáis que somos," que fue la siguiente, otra de esas frases como para releer: "nos harán una estatua en el parque donde caguen los pájaros." Y Jorge Ilegal anuncia que se acerca el final: "los vecinos lo agradecerán." Nos trata de usted para hilar muy fino y acabar uniendo su parlamento con el tema de su próxima canción: "Hacer mucho ruido." No será, eso sí, la última. El bolo lo cierran hablándonos del sulfato de dextroanfetamina en "Dextroanfetamina", y con el subidón terminan, levantan el puño, se despiden cuando les recogen los instrumentos, pero todos sabemos que volverán. 

Cuando vuelven, anuncian que se van a centrar, para el bis, en su disco homónimo de 1983. Y así es. Van cayendo todas, o casi todas, que no llevé la cuenta, aunque aún frecuentan mi memoria a corto plazo los acordes y los versos de canciones como "Yo soy quien espía los juegos de los niños", "Tiempos nuevos, tiempos salvajes", "Hola, mamoncete", "Caramelos podridos" y, sobre todo, ese "Problema sexual" que, en nuestro grupo reducido e íntimo, se ha convertido en banda sonora de las noches de farra más bizarras.  

Sonó una más, aunque enlatada, pero a Jorge Ilegal le podían las ganas de seguir y con el puño aún en alto y sobre su propia voz grabada, se despedía mientras cantaba una "Canción obscena." Como en escena, se despidieron apretujados, dejando como estela el rastro arrebatador que siempre ha dejado un buen concierto de rock. 

Todo esto, que no lo he dicho, es el resumen del concierto de Los Ilegales, tal y como yo lo viví, este pasado sábado en la Plaza de Los Fueros de Barakaldo, dentro de lo que han denominado, este año, como Festival Hiriko Soinuak. No sé si estos serán realmente los sonidos de la ciudad, pero sí que son el eco de lo que fueron los últimos treinta o cuarenta años de historia del rock por estos lares. Lo fue el día antes con Los Enemigos, y lo volvió a ser con Ilegales. Ambas bandas convivieron en esos terrenos de lo histórico sin quedarse en lo remoto, demostrando que los plazos son maleables y relativos, y que se le puede enseñar el colmillo al destino y a los muchos santorales. El sábado hubo más gente. Incluso hubo gente joven, con sus bolsas de plástico llenas de víveres, algunas de ellos hasta dejándose llevar por la música. Tampoco es tan raro. Al fin y al cabo, la música siempre ha pasado de todos nosotros y nuestras mierdas. Y ahí seguirá, enseñándole el dedo corazón tanto a la modernidad como a la caspa. 

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