Ellos empezaron incluso antes de las 9:30 de la noche, creo. En la entrada, ponía que empezaba a esa hora. Por lo tanto, me siento habilitado para hacer lo mismo: vamos a empezar antes de que comenzara. 
De hecho, te destrozo el misterio, te revelo el intríngulis: esto va de una banda de rock que quiere tocar en Bilbao. Como en los viejos tiempos, se ponen a buscar y a llamar, pero no encuentran nada. En la Santana 27, les dicen que está todo petado en las salas pequeñas. 
¿Y la grande? 
Para que te sitúes: justo al día siguiente del bolo - justo, de verdad, no miento, fue como un guiño mordaz – en El Correo, al menos en su versión digital - que sigo ojeando igual que te asomas al Instagram de una influencer que no te interesa ni comprendes - publican una noticia en portada para celebrar los veinte años de la Sala Fever, que, por si no lo sabes, viene a ser ese mismo sitio – la Santana 27 - pero con un nombre más enfebrecido. En la noticia, quieren dejar claro la relevancia de la sala para con la ciudad y su oferta de música en directo, así que, a modo de ilustración fácil, recurren a unos pocos nombres de entre los muchos artistas que han actuado en la sala durante esos veinte años. En concreto, mencionan a Patti Smith, C Tangana, J Balvin, Paulina Rubio y Bad Bunny. Pues, pienso cuando lo leo, se les ha olvidado poner a Ririu-AR. 
Y es que básicamente fue eso. Preguntaron: “¿y la grande?” Y la grande se alquilaron. Una sala con capacidad para entre 400 y 1500 personas, para una banda de Tarrueza, Laredo, con un disco autopublicado y que se estrenaba por primera vez en Bilbao. 
¿Qué podía salir mal? Amén de las cuentas, por supuesto. 
                                                                                                 II
Yo estaba en la barra, intentando pedir algo fresco, cuando tengo que abandonar, y volver con quien estaba, porque empieza el sarao. Empiezan, eso sí, demediados. Solo salen dos: bajista y batería aparecen de la nada, como de entre las tinieblas. Sin prisa, aparentemente cómodos, alientan una instrumental tendida y cruda, hasta que aparece el tercero en discordia, vocalista desenvuelto y guitarrista ocasional, con, como me susurra Jon, “sus vitolas”, que debe ser una expresión suya. Supongo que se refiere al atuendo, que, para la ocasión, lo conforman una camiseta blanca con el nombre de la banda escorado sobre un hombro y los pantalones de cuero rojo, parcheados con múltiples cremalleras y dos tahalíes tachuelados a la cintura. El bajista, por cierto, ha elegido una camiseta que confiesa su edad, porque habrá alguna generación que no recuerde a los reptiloides del cuarto planeta de la estrella Sirio. 
Están cantando sobre una rueda que no deja de girar, cuando me giro yo mismo y miro hacia atrás. Oteo hasta el fondo y veo penumbra, en forma de hueco. Cuando vuelvo, me encuentro con Jon, que lo entiende. Le sonrío, así como resignado. Él, en respuesta, se encoge de hombros. Menos de cien, calculamos a ojo. Lo importante, sin embargo, es que la sensación imperante es otra: no parece que a nadie de los que estamos allí le preocupe una mierda el sitio o la gente que no ha venido. 
Por lo demás, además de disfrutar de la música en directo, que no es poco, la experiencia nos permitirá conocer, aunque sea de lejos, a gente como Fede, Curto, Gandín – o algo así - y Pepe Negrete, todos presentes, más los de ficción, como Maurilio y la Lore. Un espontáneo tomará el escenario en la tercera canción y será invitado a abandonar el local por la seguridad, volviendo a aparecer por la primera fila cuando nos acercamos al final. Sin soltar el kalimotxo, una chica bailarina se aproxima inconsciente y, aún de espaldas, me pisa la puntera de goma de las All-Star. Sonrisa, perdón, y vuelta a la jota. Cosas normales y gente normal, sin los ungüentos y decoraciones de la música efectista y del arte que se aparta de la vida corriente, la que tenemos tú y yo, pero igual Sabrina Carpenter no. 
El cantante nos instigará repetidamente, pidiendo que bailemos y cantemos, que nos “impliquemos”, como le gusta decir. Así, se currarán un repertorio largo, de veinticinco temas, que les llevará más de hora y media, con un par de minutillos para reflexionar en el camerino antes del bis. Se recorren todo el disco con el que les hemos conocido, alguna versión, y mucho tema nuevo o sin grabar que prometen. Mucho volumen también. Buen sonido, siendo, además, certeros y efectivos en la ejecución, sin aspavientos innecesarios pero ahuyentando el aburrimiento. En todo ese tiempo que estuvieron en el escenario, se les vio cómodos, casi repantingados, como si estuvieran en su local de ensayo, y eso que la intensa ración de rock and roll sin corsé, con guiños al punk y al garaje, nos hizo pensar que esta peña funcionaría mejor en las distancias cortas, a ras del suelo, con la gente encima. Sin miedo a los estribillos, con mucho riff cardinal, parte del repertorio sin guitarra – sin que se la echara en falta – y una puesta en escena sugerente consiguieron responder al aliento de un público que, en su mayoría, llegó en bus desde la terruca. 
En teletipo: los Ririu-AR se presentaron en Bilbao, dejando bien a las claras cuáles son sus virtudes, que son, en parte, las que siempre han primado en el punk-rock fresco e inmediato, el que no concede ni pretende. 
                                                                                            III
José Cuero, el cantante, sale pertrechado de guitarra y ya interactúa con el público antes de empezar con “Volando”. También en su disco, le sigue luego “Causas pendientes”, que la comienza de manera parecida. Con una voz expresiva y resonante, esta vez me recuerda, de alguna manera, al Robert de Niro de El cabo del miedo; en doblaje al castellano, por supuesto. Algo dice de los camareros, también a modo de prólogo, antes de compartir “Lore”. Suena grueso el bajo. Al bajista, precisamente, le roban el espacio, que, a menudo, su cantante se arrima para aprovechar el otro micrófono. Creo que la que cantan se titula “Siempre se te ha dado bien”, pero no la conozco. Tiene, de todas formas, ese cariz - llámalo nosequé - que te recuerda a Ririu-AR y la hace familiar. Como con “Francotirador”, que estaba en el disco del que ya he hablado. 
Primer quinto del concierto engullido y empiezan a subir el ritmo, cantándole a la lucha contra el sistema. En el cierre de “Tras esa sonrisa”, el cantante emula el grito del que habla acoplando su guitarra contra el ampli. Justo entonces, reconoce a Gandín – o algo así - entre el público de la primera fila y arranca “Monstruos cobardes” con el bajista plantado en el centro. Los movimientos erráticos del vocalista preocupan a Jon: “se va a cargar algo”, susurra. Saioa dice que sí con la cabeza. No lo hará. Es más, no sé si las lleva soldadas, pero no solo no las perderá, sino que, prácticamente, las gafas de sol que viste desde el principio no se le deslizarán ni un ápice por el tabique. Palique tienen, pero sin desmedirse, y lo usan para advertirnos del problema de las redes sociales: “Todos tenéis un gran monstruo dentro. Todos nos imaginamos un mundo bonito, un mundo perfecto y todo sabéis lo que pasa en este mundo”. El cogollo lo empieza canturreando el “Imagine” de John Lennon, que creo que también sirve de título para esta, pero pronto grita mierda y la música se espesa. Luego vuela la “Mariposa”. Cuando canta que “al borde del abismo, no quieres ser tú mismo”, el vocalista acaricia el mástil con la púa, de arriba abajo. Mientras tanto, yo me fijo en los emoticones robóticos que sonríen en la pantalla del fondo, como actores secundarios en Big Hero 6 que se asoman a ver qué pasa. 
Llega un momento climático. Se avanza: “Esta canción es muy vacilona”, dice ya sin guitarra, agarrando el micro como quien pilla el mapa para comenzar una expedición. La gente reconoce “Maurilio” y ellos lo agradecen: “¿Vais a cantar conmigo o qué?” Pone el micro al borde del abismo y recoge una respuesta comprometida, implicada. A la guitarra, no se la echa de menos, porque el bajo tiene un sonido grueso y contundente, probablemente, filtrado con algún efecto. Funciona. Toda la canción, narrativa, funciona y crece por dentro. Se refleja en una ejecución que termina extática, regresando al vibrato de Max Cady. De todas formas, y desde la pura subjetividad, diría que la ganadora de la noche viene justo después: “Sed de camello”, nos cuentan que se llama. En directo, nos quedamos con esa línea repetida: “gente sigilosa en los cimientos de tu casa”. Los nuestros se derrumban tras ver a José Cuero hacer la peonza por el escenario mientras repite una frase que cala hondo, hasta el hueso. Le gusta, por cierto, cantar agachado, como agazapado, como atisbando. Alguien del público le vacila con un piropo: “¡tío bueno!” 
Antes de la “Locura,” nos preguntan que quién se considera cuerdo, pero pocos contestan: “¡Os veo muy paraos!” Muy corta, muy punk, sirve de prolegómeno de la versión popular que viene luego: “No todo va a ser chapa Ririu-AR”. Es entonces cuando sube “nuestro amigo” Curto para ayudarles a completar el clásico de La Polla Records, “Txus”, que se vocifera y se baila abajo. Para contrastar, la siguiente es de ellos, “Vidas”, y el vocalista vuelve a hurtarle la esquina al bajista mientras se aplica con su riff. Tras “Culpable”, llega una nueva versión. Después de calificar el bolo como “esta santísima liada en la que nos hemos metido”, el bajista salta en el medio del escenario y “Kualkier día”, a pesar de ser de los Piperrak, les queda muy propia y auténtica, concluida, además, con frase lapidaria: “Esto siempre lo digo: cuidao que te mueres. Y te mueres.” 
No solo no nos hemos muerto, sino que les acompañamos a atracar un banco. Antes de empezar con “Lichi”, eso sí, cuentan, más o menos, como empezó el grupo, y nos presenta a Pepe Negrete, “el carranzano”, al que consideran el mejor conductor del mundo. Además, aprovechan para presentar a la banda. No hay descanso en este tirabuzón final: “Seguimos con más rock and roll; vamos a despertar o nos vamos a dormir”. Cantan “Despierta” que, al terminarla, nos dicen que, algún día, será su primer videoclip. Cuando murmuran que se acerca al final, se encienden las luces, pero volverán a apagarse, porque quedan “Chuchos” y “Slippery Floor”. Poco después, anuncian que sí, que ya se piran: “Bueno, un par de minutos de backstage y decidimos si volvemos”. 
Y deciden volver y dicen que lo hacen “porque, en parte, nos ha costado una pasta”. Sube a tocar con ellos Fede, de los Fucking Spoilers, quien, hasta entonces, estuvo haciendo labores de técnico. Cuentan cómo Fede intervino en un ensayo de la banda al oír el riff que proponían y salió algo parecido al “Salve” de La Polla Records pero como si lo hubieran tocado luego los Swans. El juego intertextual sigue después con “Blanca”, más poderosa y misteriosa así, expuesta en directo, a medio camino entre los Black Sabbath y el “Killing in the Name” de Rage Against the Machine. 
Ahora sí, estamos al borde de un final que rubrican con “Dominican Republic”, la canción que abre su disco, y que es coreada por el respetable. Desde ahí, viajan en el tiempo a décadas pasadas, cantando en inglés por primera vez. El “Breed” de Nirvana les queda convincente y el bajista toca prácticamente toda la canción de rodillas. 
Jon me enseña el reloj en el móvil. Son y 56. Rozan el tiempo convenido. 
Les queda, sin embargo, un final lírico que contrasta con lo anterior. El propio cantante, con algo de prisa, informa de que es una canción “moñas”, que no es “muy Ririu-AR”. Nos lo piden; pues, nos arrimamos hasta el escenario, que incluso las chicas del merchan abandonan la mesa y se acercan. Más melódica y grandiosa, “Seré yo capaz” acaba en una verbena a capela, porque nos instigan a seguir el coro sin ellos, mientras el cantante se despide con una exclamación ardorosa: “¡Sois capaces de brillar!” 
¿Y la grande? 
Ya lo sabes, desde el fin de semana pasado: Patti Smith, C Tangana, J Balvin, Paulina Rubio, Bad Bunny… y, sobre todo, Ririu-AR. 
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