Hace unos días me pidieron que escribiera de esto. 590 caracteres con espacios: no hay espacio. Es un eufemismo mismamente. Lo intenté y me quedó el texto como si hubiera escrito las palabras con un hacha afilada, con un garrote carraspeño. Cuando me lo propusieron, dije, ¿jazz? ¿Ya te lo has pensado? Algo de jazz vocal, he escuchado. Me vi Treme con devoción, que no iba solo de eso, Whiplash, que sí iba solo de eso, y hasta aquella de Woody Allen que no va a ningún sitio sin su clarinete. He leído a Langston Hughes o, fíjate por donde voy a aprovechar y le voy a dorar la píldora a un amigo, el muy recomendable Fruta extraña. Casi un siglo de poesía española del jazz de Juan Ignacio Guijarro. Lo de fruta extraña, claro, lo eligió Nacho por la canción de Nina Simone que, todos los años, créeme, todos los años funciona en clase. Más, claro que sí, la novela corta de Julio Cortázar, por supuesto. Y John Coltrane. Algo de Chet Baker. Dexter Gordon, porque me fio de Ana. Pero nada más. Bueno, me he sentado a echar un cigarro antes de ir a la habitación del hotel en ese banco del parque de La Florida donde reposa Wynton Marsalis, sobre los nombres tallados de los músicos que han participado en el festival de jazz de Gasteiz. ¿Eso cuenta? Yo creo que es poco como para atreverme a hablar de jazz. Pero supongo que sería poco si quisiera hablar de jazz dando a entender que sé lo que digo, como sentando cátedra. Yo no siento ni la cabeza. Eso no lo hago ni cuando hago algo en lo que tengo cum laude, que no sé si me lo acabarán por retirar. Así que sí, al final, escribí. Me arrimé a ello con humildad y curiosidad, la cabeza gacha y la mente abierta, como creo que, en realidad, se requiere escuchar la música, para luego ya, aprovechar el respingo y las escarpias velludas. Y qué quieres que te diga, me vine arriba. Me ofrecí hasta a hacer una versión larga. Pero ya me he arrepentido. Eso sí, el disco, a machacamartillo, ahí estuvo de fondo todo el santo día en el trabajo y, porque es más fácil acceder, quizás, acabé succionado por esta:
"V." de Ander Unzaga. Y como era la quinta, aquí la he puesto la tercera.
Ya lo contaba en los 590 caracteres con espacio, pero lo repito, por si acaso: Ander Unzaga ha sido el teclista en los Travellin' Brothers, aunque con eso no se puede uno conformar para resumir con facilidad una larga carrera musical. Ahora, saca su primer disco en solitario, y encaja en ese género de la doble zeta, ese que he demostrado no conocer. Si tienes reparos, te lo perderás. Creo que esta canción es un ejemplo del poder emocional y narrativo de la música, de su naturaleza más pura, sin texto, se verbalice o se articule como sea que se articule o verbalice, siguiendo las convenciones, reglas o expectativas que sean o se deseen.
Ese bucle en equilibrio sobre las teclas de marfil (?) del Steinway es hipnótico y embaucador. Imbricado en el resto de la instrumentación, parece dibujar en el aire una historia tan tangible y afectiva como cualquier otra que se cuente con palabras: llena de tensión y augurio. Yo no puedo evitar escucharla y caminar por calles húmedas y oscuras que dan a parques cálidos y luminosos, en ciudades desconocidas con paisajes familiares. Es decir: nada y todo. Una amalgama de recuerdos y ficciones que parece tan tierna y sostenible como cualquier otra verdad relativa.
Ya me paso de extensión. El vídeo, por cierto, es de Hannot Mintegia, antes en Audience, hace poco en solitario, bajo el nombre de Moxal, y también editor de cine.
Aquí. Paro. Ya.
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