Pedales



¿Sí o no? Sí, venga. Y ya está: fuimos. No era ir por ir pero era ir a ver qué nos encontrábamos. A menudo, esa actitud o esas circunstancias traen consigo sorpresas mayúsculas. Otras, decepciones o sin más, ya está. Esta vez, ni para un extremo ni para el otro, pero, en líneas generales, mereció la pena ir. Hasta aguantamos bajo la cornisa, que llovía, porque el concierto abrió sus puertas más tarde de lo previsto. No es de muy buena educación, pero ahí le dimos, a la paciencia, hasta que pudimos entrar dentro y echar un trago, que lo necesitábamos. Llegó más compañía, nos pusimos casi en primera fila y dale. Esta vez voy a decirlo desde el principio: concierto en el Shake! de Bilbao a cargo de dos bandas, una local, Las Selvas, y otra transoceánica, The Kitsch o Los Kitsch.  

Las Selvas trajo el público. No voy a esclarecerlo ahora, porque probablemente meta la pata, pero, siendo pocos como éramos, creo que podíamos contar con los dedos de la mano los que estábamos allí sin conocer a algún miembro de esta banda. Esa fue la sensación, que igual me equivoco, porque mirando témporas, yo no soy capaz de predecir nada, pero bueno. Se les notó, desde el principio, la lozanía y las influencias. Tenían dos guitarristas: uno con el instrumento sobre el esternón y otro con la cabeza gacha, dándole al shoegazing. El primero aclaraba las notas, las cincelaba. El otro las estrangulaba. Quedaba bien el contraste. Al segundo le presentaron como recién llegado, mientras que el más veterano se pasó gran parte del concierto mirando el mástil del bajista, muy serio. Al batería, no le veía, pero estaba allí y bien que le pegaba. El bajista, a veces, miraba al techo como si estuviera viendo compases en la pintura. Se le veía cómodo, más cómodo que a alguno de sus compañeros. En ocasiones, sonaron algo desordenados. La voz de la cantante, de por sí profunda y grave, se perdía, a veces, entre tanta electricidad, pero, al final del concierto, sobre todo, apareció con ganas y autoridad. No le entendía lo que decía, la verdad. Sonaron a Belako, sí, que no sé si será una comparación recurrente o complaciente, pero sonaron. A unos Belakos más graves, menos cristalinos, sin la habilidad de estos para dar el gran salto final y confirmar el apogeo. ¿Vulk? Tenían coros Pixies; algo así como postpunk rollo bailable y modernete, contemporáneo, si quieres, si te suena a falta de respeto lo anterior. ¿The XX? Es que no estoy puesto al día, tío, para qué nos vamos a engañar. Se marcaron, que yo alcanzara a reconocer, e igual me equivoco, dos versiones: el "Friday on My Mind" de David Bowie y el "House of the Rising Sun" de The Animals. En resumen: se ven maneras. Queda camino, pero lo recorrerán.

Los Kitsch, según contaron, venían de Bogotá, Cali y Medellín y no tenían dónde dormir. Colombia está allí, muy lejos. La lejanía en la música no es, a menudo, geográfica. Nos alejan más los mercados y los intereses económicos, los mismos que nos acercan siempre a los mismos sitios. Pero se puede. Hoy en día es, además, mucho más fácil. Más allá de esas cosas que llegaron sin que te quebraras a buscar, cosas como Aterciopelados, Café Tacvba o Chucho Merchán, por no hablar de los Juanes y Shakiras que pega casi urticaria si los mencionas aquí, para mí, por ahora, Colombia se reducía a bandas que me prestaron. Me topé con alguien que me dijo ven, acércate a mí, déjame que te ponga esto. Y yo siempre me acerco, me dejo camelar. Niquitown y Bestiärio me los prestaron sin pedir nada a cambio, por ejemplo. Aún recuerdo a los dos tipos que lo hicieron. De pasada, recuerdo algún otro nombre que éste o el otro me soltaron a botepronto: Pichurrias, I.R.A., Triple X, Los Sordos... Tendría hasta que ponerles signos de interrogación a todos, porque puede que haya escrito mal sus nombres o puede que ni sean colombianos, aunque creo que sí. Sí, por ahí me dio. O me dieron. Me los trajeron y yo no dije que no. Pero poco más entiendo yo de la escena en Colombia. Ya sea de garaje, ya sea de punk, ya sea de hardcore. Y no me preguntes por la cumbia porque me combo. Así que descubrir cosas nuevas, y hacerlo en directo, siempre es un ejercicio sano que reporta beneficios para la salud física y mental, y para los efectos secundarios consulte a su médico o farmacéutico. Puede que a The Kitsch se les vean trazas de cosas que llegan de California y de Tijuana para arriba, pero algo de su tierra y de su cultura ya se les verá por ahí, digo yo.

Salieron escopetados al escenario después de montar porque se les acababa el tiempo para tocar. De hecho, cuando terminaron, fue el batería el que les dio la mala noticia a los otros dos: "Una más... ¿Una más?... Sí, una más." Hasta Hershel Shmoikel Pinkus Yerocham Krustofsky, más conocido como Krusty el payaso, que reposaba sobre el bombo, puso cara de, no jodas, ¿solo una más?, y eso que era de peluche. Por lo demás, el set había dejado constancia de lo que hacen estos tres tíos: garaje y surf de los 60 y 80 con mucha influencia de lo que se hace ahora pegadito a la costa Oeste. Wavves, Thee O Shees, Black Lips, Ty Segall... cosas así. No solo Burguer Records, también Sub Pop, que el guitarrista llevaba impreso el sello en la camiseta. Gastaban mucha pedalera y la usaban: los efectos a la guitarra, acompañados también con juegos de voz, gritos, susurros, arrebatos, parecen marca de la casa. Combinaciones melódicas, mucho bajo y bien usado, guitarrista con la misma casi en la barbilla y un batería con el hombro derecho hundido para pegarle bien al ritmo, sobre todo al bombo. Fueron hablando, de vez en cuando, contando cosas, y recibieron aplausos tímidos y algún jolgorio final, a la peña le emocionó que uno de ellos eructara, ya ves tú. Triunfó "No sé", con el bajo bien alto y distorsiones, o "Quiero bailar con tu mamá", bien sustentada en dos trastes a mitad de mástil. "Tu uña encarnada", que presentaron como pop melódico para enamorados, acabó siendo, en realidad, una bacanal eléctrica. La última, "Lámeme todo", si no me confundo, la explicaron así: "Y esta es literalmente para follar", pero nosotros la usamos para bailar. Tímidamente, quizás, que yo no me separé de la barra y las chicas siguieron aguantando sus Morettis, pero azuzados, al fin y al cabo. Y como empezó se terminó. 

Era un viernes raro: con bolos en el extrarradio, mucha cena de empresa, una ligera lluvia persistente y solo habían pasado dos días tras la muerte de Pete Shelley. El mundo no para. Ya llueva, se cueza el jefe o te vuelvas a escuchar a los Buzzcocks. El mundo no para y cambia. Me llamó la atención salir fuera a fumar, después del concierto, y encontrarme a media docena de chavales jóvenes retuiteando el concierto, colgando fotos en el Facebook, buscando algo en la wikipedia. Todos en corro, unidos por el 2.0. Acababan de estar en un concierto de rock and roll y había que dejarlo impreso en la huella digital. Y yo allí fumando, pensando en analógico, tratando de que todo aquel sábado fuera analgésico. Saqué el mío y me uní. ¿Sigo? ¿Sí o no? No, venga. Y ya está: nos fuimos. 

Posdata: Igual que con el anterior, no hubo foto, ni mía ni de las acompañantes que generalmente me echan un cable para que luego ilustre esto, así que, me invento cualquier cosa, aunque no venga a cuento, y luego ya si eso, echamos cuentas. 

Comentarios