Carbluesyón





Pues sí, ayer, por casualidad, estábamos a eso de las once y pico (bastante pico) de la noche, apostados en un costado de una sala de conciertos (y de más cosas, digo yo) en Oviedo, dispuestos a ver en directo a unos tíos que se llamaban Mota Blues y a otros que respondía al nombre de Disidentes.
¿Por qué? Las circunstancias, en este caso, no nos interesan. Digamos que el destino (sin mayúscula, no hablo de la editorial) nos llevó hasta Oviedo con una única misión: poner a prueba nuestros estómagos. De hecho, así llegamos al concierto: maltrechos; sin saber si la curva que nos abultaba el perfil era la de la felicidad o la de Sísifo, porque, cada día, ha sido lo mismo: subir el cubierto por la empinada ladera de nuestra barbilla para luego tener que volver a bajar.
Por la mañana, andábamos haciendo la digestión del día anterior por el casco antiguo, cuando en una tienda muy coqueta con ropa muy de importación, yo atendía más a los carteles de la puerta que a las playeras de diseño. Anunciaban un concierto en una sala de Oviedo y tenía pinta de que aquello iba de mods. El grupo tenía un nombre que sonaba más bien a folk con gaitas, pero la estética del cartel y del nombre rotulado de la sala y hasta el de la propia tienda que lo colgaba, con, ya sabes, círculos concéntricos de colores blanco, azul y rojo y referencias nominales a la discografía de Oasis, nos hizo pensar que, al no haber más, contigo Tomás: aquélla podía ser una buena opción para ponerle postre a la cena (pensando en comer… otra vez). El concierto costaba seis euros y la sala o el bar debían estar por allí cerca.
Y yo me pregunto: ¿para qué cuento todo esto si al final no fuimos a ese concierto? Pues supongo que porque aún necesito unos minutos para terminar de hacer la digestión, neno. Y sí: nos sentamos en la plaza de El Fontán a tomar una sidra, y entre lecciones del dueño sobre cómo cocinar bien las fabes y servir bien la sidra, nos dio tiempo a echarle un vistazo a la agenda digital de la ciudad de Oviedo y decidimos que, en la oferta del sábado, había otro concierto que, sobre el mapa, quedaba más cerca del hotel y encima era gratis. Por eso, abandonamos la primera opción y nos decidimos por los Mota Blues y los Disidentes. La información era mínima e inquietante: decían que los Mota Blues tenían un cantante carismático y los Disidentes hacían versiones de la Creedence Clearwater Revival. Nos pareció suficiente.
Nos tomamos un par de cervezas en la ruta del vino, por llevar la contraria, y cenamos en la Sidrería Leonés, donde ya había cenado a comienzos de semana con el mismo éxito. Empachados de sangría de sidra, cogimos camino hacia donde se suponía que estaba la sala Whirpoolwill, que aún hoy en día, no sé si lo he escrito bien. Y no sé si existe: te juro que durante la semana vi carteles con el nombre bien rotulado en el papel. Sin ir más lejos, la ciudad estaba empapelada con carteles anunciando el concierto de Sex Museum el fin de semana que viene (ya podían haberlo adelantado) y en todos rezaba el nombre de la sala aunque escrito de otra manera. Para alguien que viene de fuera, es dificil entenderlo. Y orientarse: la lógica aplastante del mapa nos engañó. Torcimos en la calle Asturias y la primera calle peatonal que la cruzaba debía llamarse Matemático Pedrayes, o algo así, y no se llamaba de esa manera. Dimos la vuelta a la manzana, nos aseguramos de que estábamos mirando bien el mapa y decidimos recorrer la calle con el nombre cambiado hasta que nos dimos cuenta de que, a determinada altura, ésta sí que tomaba el nombre del matemático. Ahora, de la sala Whirpoolwill no había rastro. En algún sitio, en la red de redes, leímos que también la llamaban Kandela antes, pero tampoco había rastro de ese nombre. Y, al fondo de aquella ancha y solitaria calle, sí que estaba iluminado un cartel muy colorido sobre una puerta muy blanca, al abrigo de la cual se libraban del orballo y fumaban en comanda un grupo de jóvenes. Rezaba en el cartel algo así como Equilicuá, nos pareció. Y el portal de al lado decía ser el 18 de la calle. Así que no había más dudas: la sala tenía más nombres que yo. Pero era ésa. 
Era una sala enorme que recordaba a una discoteca que había intentado librarse de su estética ochentera: una escalinata solemne para bajar, baños en mármol antes de entrar, paredes blancas, con la barra negra, poca gente, muchos huecos, escaleras, belvederes, rincones y un escenario más bien pequeño y escorado, cubierto por una sábana negra. A pesar de sentirnos como si estuviéramos en territorio ajeno, no nos movimos. Mientras tanto, calculábamos que había mucho chaval joven pero también alguno que nos doblaba la edad, todo para contar a unas cuarenta personas. 
Y frente a esas cuarenta personas, aparecieron los Disidentes: dos guitarras, batería y un bajista. Uno de los guitarras también cantaba, intentaba azuzar al público y sobrevivir, según decía, a los calambrazos que le estaba dando el micro. Abrieron el concierto con una canción propia, creo que se titulaba "Por mis venas" y que tenía ínfulas de himno o declaración de principios: la palabra rock and roll directamente en el estribillo. Un poco más tarde, tocaron otra que también les pertenece y que, según explicaron, formará parte de su próximo trabajo, el primero, creo que dijeron: "Prima de riesgo", puede que me confunda, se titulaba. La verdad es que la ocurrencia de la letra no hacía mucho efecto, y lo mejor de la canción, en mi modesta opinión, es cierto intervalo instrumental entre las estrofas que le da un toque original, un tanto "dance", a su rock and roll clásico de libro (curioso: mi compañera, ¡simbiosis!, opinaba lo mismo y en el mismo instante). El resto de las canciones de estos tíos de Gijón fueron versiones: homenaje por todo lo alto a John Fogerty y su Creedence, algo de Neil Young, clásicos de Otis Redding pasado por el túrmix de los Black Crowes y después debió de haber aún más porque prometieron volver cuando terminaran los Mota Blues.
Y estos subieron de seguido, dando tiempo justo para echarse un cigarrillo y pedirse otra Carlsberg. Había visto alguna foto por la red y creía que eran cuatro pero allí aparecieron solo tres: el cantante, que, como dije, calificaban de carismático en la publicidad digital del concierto, un bajista que sonaba muy alto y no desentonaría, por estética, al menos, en Delorean (o eso nos obligaron a imaginar nuestras mentes traviesas) y el batería al que apenas veía. Se soltaron, ya desde el principio, con la armónica y siguieron todo el concierto con su blues en asturiano, con un cantante que tocó dobro y guitarra, tomándose tiempo para sus solos, aunque lo que más destaca es la voz más rauca que he oído en directo. Espero que el tío no trabaje en publicidad telefónica, porque tiene que dar miedo encontrarse con esa voz en el auricular de tu teléfono. Parece que es su voz, quiero decir, que no la imposta, aunque, por momentos, sí que parecía que la forzaba o la inflaba. Mi compañera de concierto opinaba distinto: simplemente, pensaba que se le hacía difícil llegar a las notas más altas. El caso es que con la música que hacen su voz queda bien, aunque, también te digo, yo soy de los que cree que la voz de Miguel Ángel Blanca clava la música de Manos de Topo y eso, supongo, es para gustos. Se curraron una versión del clásico de The Box Tops, "The Letter" y el concierto se me hizo corto e inmediato. Casi tanto como el camino de vuelta al hotel bajo el orballo carbayón. 
Siempre es una experiencia llegar a una ciudad que no te espera y colarte entre la gente que no te reconoce. Descubrir nuevos nombres y cerrar la olimpiada gastronómica con una experiencia musical. A veces, descubres cosas que merecen la pena, otras menos, pero siempre aprendes algo nuevo. Siempre hay algo distinto y novedoso, autóctono, quizás, igual que siempre te topas con universales que parecen repetirse en todos los lugares. En esta ocasión, fue la reivindicación de la música en los bares que corrió a cargo del cantante de los Disidentes y que nos recordó al empeño demandante del cantante de los Porco Bravo, Manu el Gallego. De Galicia a Asturias no va nada y poco más queda hasta Euskadi, así que debe ser que el cantábrico es el eje de la música tabernaria.
El fin de semana que viene el rollo será distinto. Por cierto, que me volví sin probar los carbayones, tú. Para la próxima, prometo, me entero de cómo se llama de verdad la sala y los pruebo.

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