¿Y si no lo repaso y le doy a publicar tal y como está? Total ya, reputación no tengo y pereza me sobra



¿No hay una peli mala de Kevin Spacey que habla de esto? Del efecto mariposa, digo. Todos estamos unidos por un fino hilo. Nuestros actos son las consecuencias de los demás. Como cuando en The Big Bang Theory alguien en un país asiático se puede meter en el ordenador de otro en Pasadena y controlar la electricidad. ¿De qué estaba hablando?
Ni puta idea. 
Son las 11:10 de la mañana. Acabo de desayunar. Acabamos de desayunar mientras escuchábamos a los Tiparrakers con esas guitarras de testura sónica (se me va el verbo, la pinza ya la perdí), voz clásica y ritmo trotón propio de una tradición musical que se remonta a los días en los que el carbón se extraía casi a mano de la montaña. 
Lo del efecto mariposa no es exactamente lo que quería contar. Quería hablar de una suerte de conexión invisible, pero no era física, sino temporal. Ayer el día parecía que no tenía espacios huecos. Todo iba unido como cuando sacas una banda de preservativos de la caja gigante, uno detrás del otro, ceñidos por una banda punteada y adhesiva. Vaya metáforas. Pero eso es lo que quería decir. No tiene otra explicación: empiezas el día viendo a unos veteranos como el Inquilino, comes, echas una siesta, ves el Tour, casi sin enterarte, abres la puerta de El Tubo y te encuentras al bajista de 4 Tragos sin camiseta taponando la entrada, termina el concierto, bajas la calle, ves a los chavales de Makabi en Makauen y Makanudo cuando te quieres dar cuenta casi cierras el Panorama, te has tumbado en la cama y son las 11:14 de la mañana, se ha acabado el disco de Tiparrakers (¡versión de The Angels incluída! ¡Vivan los australianos! ¡Hasta los que corren en San Fermines!), estás duchándote para ir a Bilbao a ver a El Columpio, luego volver a casa y ducharte por segunda vez y regresar al Tubo para ver a The Brand New Sinclairs y a la carrera a Putakaska en El Cuervo y Tupanca en el Rock eta Golak y no sé ya donde ponerle el punto a esta frase ni si aún tengo la oportunidad de parar, volver a atrás y recuperar mi ritmo gastrointenstinal sin necesidad de tomar activia plus. 
Aquí, lo confieso, me he parado, he leído lo que he escrito, lo ha leído también mi compañera de correrías y he buscado en la guía el teléfono del psiquiatra, pero no lo hemos encontrado. Sin embargo, sé que tengo razón, porque ahora mismo, tengo que parar en seco. Tengo (nombre propio, sí, Tengo) es uno de los personajes principales de la novela 1Q84 de Haruki Murakami, pero no quería decir eso (Aomame, te quiero), lo que quería decir es que ya tengo que meterme en la ducha y disfrazarme de tío sobrio que entiende que el día tiene 24 horas y todas ellas bien organizadas para comenzar con mi rutina y mi patético rol de ciudadano mediocre que pasa inadvertido. Y nadie me ha preguntado si me apetece, pero es lo que hay. Hay que comenzar el día en posición vertical, lavarte los dientes, respirar, y así tendré el premio inesperado de que esa concatenación de conciertos de la que os hablaba seguirá funcionando esta noche. Si no, se quiebra. Se parte en dos. Voy a parar. Me ducho. Aquí corremos un tupido velo. Le ponemos dos rombos a la entrada. Me ducho y espero que luego vuelva con más tranquilidad y os cuento con pausa, pero sin mucho detalle, qué pasó ayer y cómo pasó. 
Por cierto, una pareja repelente está enseñando su casa en la tele. Rima. El disco de los Tiparrakers se acabó. ¿Por qué he acabado escuchando a los Tiparrakers esta mañana? Porque tampoco desentona con mi noche, ni desmerece mis desayunos y porque sigue estando la tía en la tele diciendo que su salita es muy rústica e ideal para hacer cenas con los amigüitos superchachis y la música de los Tiparrakers podría ayudarme a despedazarla y olvidarme de que existen palabras como lujo, efecto, sauna y televisión.
Como decía, ayer empezamos forjándonos un futuro y hasta un pasado en la plaza del Arriaga. Los hermanos Real, los Ricardos y un Javi Letamendia que parecía que en lugar de tocarla se protegía de ella (la batería, digo, aunque estoy hablando de cómo gesticula, no de lo bien qué toca el cabrón) subidos al escenario y recuperando una música que empezó en 1993. Igual que Los Dalton, pero muy diferente a Los Dalton, el fin de semana que viene. El Inquilino Comunista sobrevivió al sol. Nosotros, no. Tuvimos que huír, buscar la sombra, la cerveza, y regresar solo para el bis. Si llegamos a permanecer ahí yo me derrito como un ninot. El calor, is fucking hot, así lo cantaron ellos, fue el protagonista, junto con ese revivalismo guitarrero tan de Boston y la presencia de muchos festivaleros que no sabían el diluvio que les acechaba horas después. 
Y horas después de este primer concierto, después de usar la barik, preparar una ensalada, observar como Saxo Bank le tapizaba el culotte a Sky, quedarme dormido, escuchar a Tengo y Aomame, ducharme (parece que me paso el día duchándome, lo que no queda muy rockero ni muy viril), mantener una conversación con nuestro enviado especial al BBK Live (promete crónica apostólica en unos días) y elegir la ropa más colorida (habemus jaiak) del armario, nos encontramos otra vez escuchando decibelios salir de robustos amplificadores. 
Aparecimos por el Tubo dispuestos a estrenar las fiestas como se merecen, celebrando la oferta musical alternativa de las fiestas. Horas antes, habíamos hecho una búsqueda en el youtube para ver qué significaba 4 Tragos. No defraudaron. Lo que vimos en casa es lo que nos encontramos en el bar, quizás más primitivo y urgente, pero lo mismo. Lo que no me esperaba era escuchar de nuevo a Los Flying Rebollos en directo. Fue como un viaje al centro de mi infancia apocalíptica. Me recordaron a los tiempos en los que mis colegas se alquilaban un local, soñaban con tocar en Donington y los que no teníamos ningún arte ni conocimiento los jaleábamos como si fueran (lo eran) estrellas del rock. No estoy diciendo que 4 Tragos no tengan ni arte ni conocimiento, solo decía que me invadió una nostalgia imberbe y patética al ver que había pogo en El Tubo, que sus colegas se sabían sus letras y que aún hay gente que sigue pensando que el secreto de la vida reside en el interior de una guitarra. Mucho calor. Mucho olor a sobaco masculino. Mucha cerveza. Y un buen comienzo de fiestas con rock and roll del de factura clásica.
Clásico. Ya me he cansado. No puedo seguir relatándoos cómo continuó la noche. No. Porque la vida es como las líneas de pintura blanca sobre una carretera comarcal. No para. Y ya estoy duchado (sí), calzado y capado, dispuesto a bajar al metro para ver a los navarros que asesinan en el parque infantil y disfrutar sin resistirme de la inercia musical de las fiestas patronales. Víctima y verdugo en un solo impulso.

Posdata: la foto la he encontrado en el google imágenes y las faltas de ortografía no tengo fuerzas de corregirlas. 

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