Una chica aparece de entre las sombras, coge una silla abandonada a mi lado, y se sienta en un rincón. El cansancio no le impide aplaudir. Irazoki se ha anillado el bottleneck. La batería percute con una cadencia al trote. Irazoki y Petti se retan. El primero engalana el final de "Eroriko naiz" hasta que la canción, finalmente, cae. Rozan el jazz en una inspirada "Nazkatuta" y el riff luminoso de arranque en "Hitz jarioa", a cargo de Joseba Irazoki, magnetiza. La caña, que ya ha aparecido en otros momentos, se encabrita en "Zeure begi haien zizare" y hasta los acoples lucen en el conjunto. El arrebato baja un poco en "Erramurik gabeko gauak".
No hay aspavientos ni alharacas innecesarias. Cuando terminan una canción, la emoción queda como en suspense. Petti se sube el puente de las gafas hasta que llega a la raíz de su nariz. La batería, quieta, aún retumba. Resuena el filo de las cuerdas mientras afinan. La música recorre libremente las expectativas de los géneros, sin detenerse en ninguno. Puedes hablar de blues, de rock and roll, mencionar Australia, volver a tiempos pretéritos, pero suena siempre inspirada y eficaz, capaz de convertir las canciones en pasajes emocionales.
Con algo de sorna, Petti dice que van a terminar con dos baladas. La electricidad, sin embargo, se apodera de la despedida. "Ez barkatzen" tiene intensidad y energía. Petti aprieta las manos sobre el micro para gritar el gerundio del verbo. Tiene esa rugosidad honda que, en ocasiones, hemos identificado con el rock australiano. El entusiasmo queda como suspendido hasta que arranca la segunda, "Sekula ez erortzea", que abre Petti con su guitarra como maltrecha.
La gente aplaude con ganas. Nadie se mueve. Ellos se reúnen en un costado. Algo hablan y lo deciden rápido. No tardan en subir el peldaño y volver a asomar en el escenario. Abren bis, antes de cantar, con referencia a Palestina. Luego retumba el bajo. Han elegido "Ziztak irauli" para terminar. Larga, expansiva, envolvente. Incluso, oscura pero luminosa, carnosa y profunda. Petti aúlla como Tom Waits y se bate en duelo con Irazoki mientras la sección rítmica sostiene una tensión salvaje que consiguen estirar hasta ponerle un cierre acorde.
Ahora, sí, han terminado.
El enorme telón negro de fondo parecía mantenernos en una burbuja. Ya oscurecía cuando entramos; es de noche cuando salimos. La música, sin embargo, atrona con luz en la memoria. Para ser un miércoles laborable, la tarde no acabó nada mal. En pettit comité o como fuera.
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