The Peawees
Aún no han terminado "Drive", la primera del repertorio, y Hervé Peroncini cuelga el instrumento, se pone ligeramente de perfil, y sube los brazos hasta la altura de su cabeza para aplaudir con un porte elegante. No será la única vez que el cantante nos pida que le acompañemos con palmas. Luego viene "Christine", a la que no conocemos, pero como si fuera de la familia. El aire, con solo dos canciones, ya está viciado, contaminado por el ciclón de rock and roll que han desatado.
Lo tienen todo estudiado, eso sí. Igual no es artificio, pero sí coreografía. Darío Persi y Fabio Clemente, cada uno en su esquina, se coordinan para alzar sus instrumentos hacia el techo. Lo hacen plástico. Todo está medido, como el ritmo resuelto de un concierto donde las canciones se adhieren entre ellas, ya sean propias, "Memories Are Gone", o de Love, "Everybody Gotta Live".
No les para ni el infortunio. "Shit happens", resume Peroncini. Dos veces, les sucede. Primero, es él quien rompe cuerda. Con un gesto relajado, le dice a su batería que siga, mientras él se agacha y aprovecha el cortador que le pasa su bajista. El sonido sigue apretado, pero hasta diría que les sube la fiebre garagera. Pasan "Ready to Go", "Wild about You" o "The Wolf", en la que aúllan, hasta que, segundo, ahora le toca a Persi romper una de sus seis. Estaban con "Plastic Bullets" y se resigna con humor. Hervé Peroncini - no sé si improvisando o no - se lanza en solitario a por "You'll Never Be Mine Again". Su batería aplaude.
No es su única demostración vocal. En "Don't Knock at My Door", se aleja del micro para cantar los versos al vacío. Nos preguntan que cómo vamos antes de "'Cause You Don't Know Me". Ya han cogido un ritmo imparable, que se acelera o se frena, según la necesidad de la canción. De "Banana Tree" a "Bleeding for You", llegamos a "Justify", donde baja la velocidad, y el comienzo se expone con precisión: Fabio Clemente se desliza con el bajo y Tommy Gonzalez palpita en el bombo. El pogo, en la primera fila, se altera con "Walking through My Hell". El propio Peroncini se fija en la algarabía y, al final del bolo, llega tarde a la fotografía de la banda porque se ha dedicado a agradecerlo de cerca, a saludar uno por uno a los excitados del frente.
Con "By My Side", el cantante de los Peawees descuelga la guitarra, pensando que ya han terminado. Se encuentra, sin embargo, con su bajista, diciéndole, con gestos, que no, que tienen tiempo para una más. Luego, Clemente pega un grito de alivio y nos lo explica en inglés: "Bilbao!, one more". Sin cambiar el rictus, Peroncini, con mucho oficio, vuelve a pasarse la guitarra por encima de la cabeza y rumia en el micrófono: "Guess you want some more rock and roll".
El bis de una más, como suponía Clemente, acaba obligándole a encogerse de hombros, cuando se convierte en un triplete desatado. Arrancan con "Road to Rock'n'roll", que la peña en primera fila aprovecha para electrizar sus extremidades. Ellos mismos se dejan llevar. El bajista baja a la platea, por las escaleras, mientras Peroncini se acerca al costado para celebrar con el capo de Folc Records. La primera ya se ha confundido con la siguiente, "Food for My Soul" y no hay descanso hasta que el "Da Doo Ron Ron" de The Crystals lo convierten en un subidón enérgico que sirve de colofón. No sin antes pedir, de nuevo, más aplausos.
| Foto de Isa Karrask, a Dave Shaw se le intuye detrás. |
The Chevelles
Una nueva gira lejos de casa para los australianos. Cuántas irán ya. Treinta años de carrera o más. Echa cuentas. Esta vez, traían detrás, al fondo, a Dave Shaw. Antiguo miembro de la banda, también toca la batería en The Stems. No han empezado, y ya han dejado un aroma a powerpop que invade la Santana.
Duane Smith y Adrian Allen se reparten las partes vocales y a veces se acompañan y se contrastan, igual que con cada una de las guitarras que tocan ambos. El primero se encarga de "Girl for Me" para empezar y el otro se acerca más al powerpop con "Every Moment". Hablan de chicas, "Girl God", de otras cosas, "Out of My Mind", y disfrutan en conjunto con "Valentine".
Nos explican que les place especialmente terminar gira en Bilbao y Smith se explaya al presentar a su bajista - quien aprovecha su momento en el puente de "Something about You" - hasta el punto de que nos pide que coreemos su nombre de pila. Jeff, fácil. Después, al final, nos pedirá lo mismo con el de su batería. Dave, también bien para corear. Precisamente éste, como ya he dicho, canta "The Beach" de The Stems, aunque no sería lo mismo sin los coros de Smith y Allen. Antes, explica que la canción habla de lo que significa vivir en Australia. Al parecer, de hacer surf, chicas, la playa. Estamos en un polígono gris donde algunos no se quitan ni la chamarra, pero Shaw ve analogías entre su país y el nuestro y así lo celebra, cerrando la canción con un sonoro: "¡Muchas gracias, Basque Country!"
Volvemos al powerpop con "She's Not Around" y se asilvestran con "Caveman". Por donde estamos, hay quien baila, hay quien habla despreocupado, y hay quien pasa más tiempo en el baño. También estos piden palmas con "C'mon Everybody" y me imagino que se aplaude. Hemos llegado al final casi sin darnos cuenta. Queda aún más claro cuando a Duane Smith le da por quitarse la camiseta y arrojarla al público. Presenta a la banda y, sin pensarlo dos veces, se despiden con el "Aloha Steve & Dano" de Radio Birdman y la gente enloquece, cerrando un concierto completo y colorido.
| Foto de Isa Karrask, a todos se les intuye por ahí. |
Wau y los Arrrghs!!!
Retranca y garage. Convulsiones y crudeza. Wau y Los Arrrghs!!!
Se colocan por todo el escenario, como un asalto frontal en táctica militar. El batería al fondo, claro, pertrechado. Bajista y teclista - con camiseta de Dead Moon, ya nos ganó sin empezar - se colocan a nuestra izquierda; el guitarrista, eléctrico y con llamativo look, se pone, solo, a la derecha. No es Molongui, es Luis Mostrosierra, y retumba como una eléctrica.
Juanito Wau aparece luego, atrayendo toda la atención. Elegantemente vestido con camisa verde de estampado negro, el chaleco lo acabará perdiendo, y hasta la propia camisa, pero nunca la energía y la plasticidad de sus manos. En un momento, se queda mirándolas, como si acabara de leer el futuro en las líneas de la palma o simplemente las viera por primera vez, asombrado. Muecas, espasmos, contorsiones, malabarismos y raptos definen su manera de estar en el escenario, cantar e impregnar todo de un brío que enfatiza aún más el ímpetu de sus canciones.
De "Delincuente" a "Bli, blu, bla" no pasa ni un suspiro y ya parece que nos hemos eternizado en un universo paralelo. Antes de empezar la tercera, Juanito Wau, incapaz de mantenerse quieto, pregunta por Aitor, de Bergara, y lo encuentra: "ven aquí". Se agacha y le da algo. Se gira bruscamente y busca el setlist. Lee: "La ciudad, correcto". Y mirando al suelo, se convence: "La ciudad no es para mí". Otra vuelta, otro surco, otro rumbo que trunco. Y ya la está cantando. Es así es todo el tiempo: lanza triples sin canasta ni balón. Se golpea con el micro en la cabeza. Y sin el micro. Las manos como aspas de un molinillo de café. Besa a Luis Mostrosierra y antes besa a su teclista y luego le besa uno del público que sube como un espontáneo, le agarra del cráneo, y le estampa un beso en los morros. De Barakaldo, por cierto.
El garage punk sigue escapando del coto de caza con "Carrera espacial" o "La cueva", aunque antes Juan Arlandis Guerra nos cuenta que tiene buena memoria porque no lee biografías de músicos: "joder, que es siempre lo mismo". Ya se quita el chaleco. Tiene calor. Le decepciona tenerlo en Bilbao: "Estáis cogiendo costumbres mediterráneas". Andan terminando "La cueva" y luego en "It's Great" nos cantan en cualquier idioma. Son los hijos del tecno, que lo recuerda, de pasada, el cantante. No sé qué más cuenta sobre alguien que se llama Leandro. Igual lo dijo por Leandro Fons, que a veces toca la armónica con ellos, pero cualquiera le sigue el ritmo a su parlamento.
Casi ni nos dimos cuenta de "Piedras" y no nos enteramos de lo de la novia holandesa que medía dos metros ni de lo que dice sobre que su madre no retira las fotos de cuando era niño. Eso sí, ya estamos ahí donde querían llegar muchos: "Copa, raya, paliza". La gente de la primera fila se vuelven oleaje y mecen a un Juanito Wau que flota sobre sus cabezas. Probablemente, alguno o alguna aprovecha y toquetea, porque a él se le oye gritar al final: "Yo también os quiero un huevo, ¡cabrones!" Acaba subiendo como puede al escenario. Desde arriba y con ganas, en bipedestación, disfrutamos a tope de una versión del "Demolición" de Los Saicos que arrebata como una onda expansiva letal. Hasta a él se le nota satisfecho, que hace una reverencia mientras dice: "Mirad, amigos, como saludan los heavies".
Estamos llegando al final con "Busco". De hecho, se despiden, pero vuelven enseguida. Juanito Wau ya sin camisa. Es el bis. "Viva Link Wray!!!" Suena maravillosa como dice el cantante que suena su música y vuelve a sobrevolar por encima de la multitud, mientras grita al micro que sobrevive una sola palabra repetida: viva, viva, viva.
Volverá, una vez más, pero solo él, y solo para aplaudirnos.
Fue un viaje bonito, del Mediterráneo a Oceanía pasando por el Mar de Liguria y sin salir de la ribera de un Nervión que por Bolueta pasa cerca y canalizado. Quedaba otro viaje más prosaico, el de regreso a casa. Incluía la recta en paralelo a las vías y unas cuantas paradas de metro. El efecto duraba, sin embargo. Al menos, lo suficiente como para recordar nuestro periplo por Perth, La Spezia y Valencia sin que empeorara nuestro humor con los apelotonamientos en Indautxu, Moyua y Casco Viejo. Incluso, por un momento, me pareció ver que uno sonreía al fondo del vagón. Quise ver cómo se ponía de perfil, subía las manos hasta la altura de su cabeza y aplaudía elegantemente. Oye, pensé que era una invitación, y yo también me puse a aplaudir, pero me miraron con cara de qué ostias hace, y se me pasó el subidón. Me bajé, ahí mismo, del avión.
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