Subidón terrenal

Fotografía de Jorge Alejandro Skrainka Fabbiani: los cuatro protagonistas acurrucados en el encuadre.

 

Fue como un déjà vu. Mikel, en la puerta, repartía entradas: fotocopias en color, numeradas por detrás, en púrpura y a mano. Era difícil resistirse a viajar en el tiempo. 

El pueblo está muerto. En esto de la música en directo, el pueblo está muerto. Podrá parecerte exagerado, trágico, hasta rancio, lo que quieras, pero lo está. Lleva tiempo así. Volver a ver que la gente se congrega, que hay cartelera, que los bares acogen, que reverberan sus paredes, que te pisan los juanetes porque no cabe más gente dentro… emociona. Es una emoción tardía y mansa porque ya la conocíamos, pero emoción al fin y al cabo. 

Ahí presentaron los Solomillo Wellington su primer larga duración - así se le dice al formato elegido, aunque, aquí, la longitud sea relativa y el producto esté en 45 revoluciones - que han titulado Insulta y corre, como una de las nueve canciones que vienen dentro. Ha salido recientemente con Snap! Records y llegó a tiempo para el bolo. Se podía comprar dentro. ¿Dónde? En el Panorama Pub

Edurne, cantante de la banda, ya lo explicó al empezar. Se explaya en los agradecimientos, más locuaz de lo habitual, y califica al Panorama Pub de legendario, mientras comparte el reconocimiento con Raúl Luceño, agitador cultural de la localidad, quien se encontraba allí presente. Sus compañeros le sepultan la voz, echándole paladas de ruido retenido con la electricidad de sus instrumentos. Así que, sin más miramientos, arrancan a degüello, presentándose con “Demasiado poco bebo”, de su disco de estreno, que ya llevaba por bandera las credenciales de la banda: crudo-punk despiadado. 

Casi todas las canciones las desclava Ana, contando con rabia mientras magulla sus baquetas. Lleva el buzo de trabajo: camiseta amarilla con el rotulado habitual, paz y amor. No busca redobles ni poses carismáticas. Le pisa al bombo con ganas y escama los parches. Kañón, a la izquierda de Ana, casi solapándose con el público, agacha la cabeza para buscar el mástil porque le cuesta mirar a través de la máscara, que bien pudiera servirle para luchar contra El Santo o para atracar un banco. En la otra esquina, pegado a la pared, se esmera el bajista con los coros, adornado, en esta ocasión, con gafas de moldura clara y un sombrero glengarry de lana con pompón rojo. Terminamos el repaso regresando a la vocalista, en el medio, de rojo y negro, con botines plateados y un rayo al estilo David Bowie. Se aferra al micrófono como si fuera el puño de Scarlett O’Hara y utiliza como herramienta escapista su ya archifamoso abanico, con el que, de paso, y a falta de otro aparato para ventilarse, se daba aire a sí misma, a sus compañeros, e incluso a Gotzon Hermosilla en la primera fila. 

Con esta distribución, y ribeteados por la luz cálida de una guirnalda de bombillas coloridas y la tira LED de las molduras, proceden a completar un repaso exhaustivo del disco publicado, colocando “Thrombocid” y “Héroe”, al principio, por ejemplo, y dejando, para la traca final, otras como “Dealers a GoGo” o “Al punto”, pero las tocan todas, incluyendo una “K.G.B.” más dúctil, con los coros más histriónicos y sugerentes. Incluyen un par de temas nuevos, otro trío que no han dejado grabado, que yo sepa, y esa con la que cierran siempre. También, por supuesto, las cuatro que incluyeron en su primer epé: en total, dieciocho temas, si llevé bien la cuenta, para poco más de media hora, incluyendo un par de parones para beber agua, que no para afinar. Del primer trabajo, estratégicamente, colocan “Bajonazo sideral” en el medio, en el cogollo, junto con la coreada y explícita, casi mortífera y venenosa, “Insulta y corre”. Todo el repertorio lo recorren con actitud, mucho volumen - sobre todo en un bajo con protagonismo y frescura - y buen ritmo expectorado para una cruenta ración de punk y garaje que el público recogió con entusiasmo. 

También es verdad que veníamos ya ganados desde los prolegómenos. Hubo gente que probablemente llegara en metro o en vehículo privado, pero la mayoría eran capital humano habitual en los pogos – que no hubo – del pueblo. Alguien, antes de empezar, gritó: “¡Primero solomillo, luego chicharrillo!” Lo que hubo luego no lo sé, porque muchos, sin insultar, salieron corriendo, que, para ponerle la guinda al pastel autóctono, el Barakaldo había convocado a la afición en Lasesarre poco después. 

Puede que solo para celebrarlo, pero invocando aún con más fuerza a los poderes de la nostalgia, Javi, dueño, camarero y pinchadiscos del Panorama, tuvo a bien que la primera canción que sonó cuando Solomillo Wellington terminaron su presentación, fuera el “What I Like about You” de The Romantics, un clásico del bar, tan propio del lugar como el billar en el fondo, los cojines de los bancos, las fotos de Jim Morrison, o el poster de los Seeds. Bien podría haber sido esto, como digo, el hito melancólico final. 

Sin embargo, lo mejor de todo fue que, por encima del pasado y todas estas películas de miedo sobre los tiempos que no volverán, lo que triunfó fue el presente, que lustraron hasta dejarlo brillante los Solomillo Wellington. 

Y es más: en segunda posición, quedó el futuro. Porque, insisto, el pueblo está muerto, sí, pero, por fin, parece que han empezado a hacerle la reanimación cardíaca. Casi mejor – casi – que el bolo de los Solomillo, fue saber que va a haber más. El Panorama Pub anuncia que este no será un caso aislado. Javi se propone programar y está dispuesto a oír propuestas. Ya tiene alguna otra aventura cerrada, así que, preparémonos para que los déjà vu vuelvan a ser jamais vu. Buff, qué gran noticia. 

En lugar del "Bajonazo sideral", al día siguiente todavía duraba el subidón terrenal. 




Un par de fotos más: Julia e Isa ilustran el bolo y casi que el proceso de revelado fotográfico.


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