Dirá Hendrik Röver luego que es ésa una mañana "soleada y guggenheimiana". Hace sol, sí. Y se ve, por la ventana, antes de que alguien venga a correr las cortinas, una pizca del museo y el robusto contorno de la araña de Louise Bourgeois. Mamá, la llaman. Y desde allí se la ve eternamente preñada.
Estamos ahí, en el Crazy Horse. Y estamos porque toca ver a dos músicos serios acompañando a cantautor. Así empezaron, por lo menos, que nos lo recordarán ellos mismos. Ahora, los conocemos como Hendrik Röver y Los Míticos GTs. Acaban de sacar un disco que lleva por título La Noria y para subirnos a ella y verles defenderlo en directo, como cien personas más, nos presentamos allí, nos pusimos en una esquina, y hasta movimos la rodilla un poco cuando se pusieron con el powerpop.
Pero vamos a ir por orden, aunque te duela:
Arrancan, tras un breve saludo y a la hora acordada - más o menos - con una canción de su anterior trabajo: "B.L.U.E.S." En esta canción, creo, las siglas se corresponden con la primera y maciza línea que abre la letra: "Bastante les usamos estando sobrios", lo que, por una parte, ayuda, ya desde el principio, para que entiendas que, con Röver como compositor y letrista, hay que saber mirar bien y escuchar mejor. Pero esa palabra, sin funcionar como acrónimo, responde a la definición de un género musical que se impondrá por goleada en esta gala y que, además, como contaremos pronto, convertirán en fuente de ironías varias.
Siguen, en la segunda, con su anterior disco, y con la doblez en letra y composición. Creo que Hendrik Röver la presenta de otra manera, pero es "Hmm, hmm, hmm" y antes nos recibe caluroso como penitentes que somos, atendiendo a esta misa de una: "bueno, de una y cuarto", puntualizó el cantante de Muriedas, Cantabria. Con la tercera, se pasan al inglés, y acometen su primera versión del mediodía, el "Don't Keep Me Wonderin'" de The Allman Brothers Band. Por ahora todo va rodado, nadie está cansado, se pide más y ellos tienen de sobra. Ni se paran para coger aire, que Röver arranca tan rápido que pilla a su bajista con el paño en la mano, secando su mástil: "Luego (no es ninguna hora)". Es la hora del costumbrismo acerado, con una mirada punzante, porque eso es lo que hacen en "El STV". Hendrik Röver explica de qué van las siglas y asegura que seguro que también se puede hacer con B: "náuticos, banderita en la muñeca... pues eso, de Santander de toda la vida". De Springfield, de siempre, es Homer Simpson, y lo presentan como un modelo a seguir en "Homer", canción que estaba en su anterior disco. Y es que van intercalándolos, porque en la siguiente toca volver al nuevo y hablar de oficios. Se lanzan a por "El plan", después de que Hendrik Röver reconozca que "todos tenemos un ingeniero dentro". Ellos tienen la herramienta y tienen el talento, pero su cantante opina que aquello "se está yendo de las manos", así que encuentra una solución: "vamos a hacer un intermedio de blues clásico". Pasan a por su segunda versión de la noche, que es el "Just a Little Bit" de Rosco Gordon, aunque fueron otros los que la hicieron famosa. Con la siguiente, regresan a "los tiempos amables" cuando los GTs, Goyo Chiquito y Toño López Baños, se postulaban como músicos serios para acompañar al cantautor. Un cantautor que era capaz de escribir versos como los que inician "Déjalo", la siguiente en el repertorio, una canción que se pinta, que es capaz de iluminarse como si las imágenes de dentro se revelaran con cada línea.
Y ya llevamos diez, con esta próxima, y por eso cambio de párrafo. Por eso y porque se inicia la coña del blues: "A ver si nos oyen los del festival". Ahora, le toca a Lil Bob & The Lollipops, de quienes cantan "I Got Loaded", que los que no tenemos ni puta idea pensamos que era de Los Lobos. Si sumas todas las versiones que hacen, te salen los tres primeros temas de la oposición al blues. A estas alturas, ya van The Allman Brothers, Rosco Gordon y ahora Camille Bob. Les quedan por tocar canciones de Freddie King, Muddy Waters, NRBQ y Hacienda Brothers. Yo creo que después de esto quedan pocas dudas sobre si ellos serían capaces de pasar el examen de acceso. No sé si se lo toman como tal, porque cuando llega el "Texas Flyer" de King, muy aplaudida, por cierto, o luego con el "Can't Be Satisfied" de Muddy Waters, Hendrik Röver insistirá: "no hay dos sin tres, otra para el festival". Y volverá a acordarse de ellos, acompañándose de alguna risilla irónica. De postre, la que ya es un clásico en su repertorio, el "Howard Johnson's Got His Ho-Jo Working" de NRBQ.
He perdido el orden tan pulcro que llevaba, y eso que se preocuparon de que no nos desorientásemos: "¿Qué tal?, ¿seguís con nosotros?" También se preocupan de nuestros horarios: "Si os tenéis que ir a comer, nos decís". Pero, no, ni hambre ni ganas de irse. Seguimos. Incluso, cuando "La Noria" se pone a girar. Más sosegada, pero igual de eficiente, ésta es la que da nombre a su último disco. Eso sí, vuelven al pasado con la siguiente, "Rodar", que, después de brindar con el público, Hendrik Röver presenta con una chanza muy de sus estilo: "Aquí estamos después de rodar y rodar y rodar y vamos con esta canción que no tiene nada que ver con la mejicana del mismo título". Vuelven luego al nuevo disco con "La conspiración", y dice el cantante a modo de prólogo: "No tengo amigos terraplanistas, pero si los tuviera, se la dedicaría". Plana o redonda, la tierra gira porque el tiempo no se detiene, y Röver vuelve a sentar su telecaster tuneada mientras sus compañeros chocan los botellines con los que se refrescan. "Volverá" es la siguiente. Se detienen para recordar como, en 2019, se les ocurrió sacar un disco titulado Vamos a morir y poco después un ep que se tituló Blues, y todo eso lo hace antes de hillbillizar - verbo que no existe pero yo me entiendo - la voz para llevar a su terreno a Muddy Waters. Eso sí, luego vuelven al disco de 2019, que se lucen con "Vamos a morir", la canción que cedía el título a aquel disco. En medio de la misma, cuando se aproxima la repetición efervescente del final, el propio Röver nos amotina: "Vamos, con alegría, así, ¡vamos a morir!" y se repite a capela desde el respetable. "¿A que no ha parecido tan malo?", pregunta el bardo cántabro, quien luego regresa a la terruca para presentarnos "Vuelvo a Cantabria", otra canción rotunda que se encuentra en su último trabajo. Con su labia más sarcástica, nos explica que intentó vendérsela como himno a Revilla pero no coló y que ahora que gobierna el PP, lo ve difícil. Es el momento de recordar su famoso alegato por el castellano: "Seguimos pontificando que el rock se puede hacer en castellano", a pesar de la ristra de versiones angloparlantes que se cascan y que no consiguen desbancar la trascendencia del castellano en su repertorio. Aprovecha también este prolegómeno para lanzarle halagos a sus compañeros, en este caso, al batería: "el rey de la cumbia, vaya ritmo que se gasta para el poco culo que tiene". Ahí se queda eso. Y se va quedando también el calorcillo del fuego, que se avivan las llamas cuando recuperan el "Caviar, Champán" que también cantó con Los DelTonos: "es una canción mía y se fue con otro pero volvió a casa".
Su casa está en Muriedas, Cantabria. Nos lo recuerdan, igual que aquello del humilde servidor: guiños propios que ya son automatismos. Con un aire que a mí me recuerda al powerpop de quilates, arrancan una canción con brillo casi de himno. "Cambio de aires" suena más rápida y enérgica que en la original grabada. Antes, nos han avisado: que nos demos prisa para pedir el bis y nos saltemos los protocolos, porque se estaban despidiendo con ésta.
Nos debemos dar por aludidos, porque casi no han terminado, y ya estamos pidiendo más. Se hace en euskera, que esto lo entienden, y ellos responden rápido, después de explicar cierta coña sobre los camerinos. Aprovechan y, de la misma, nos explican el origen de la primera que han elegido para el añadido: "No hay torreznos". Al parecer, está basada en hechos reales, rememora una tragedia monumental que sufrieron en Soria, cuando tocaron en el Motorbeach. Röver lo narra con detalles. Cuenta cómo se presentaron ilusionados y hambrientos en un negocio local para pedir cuatro raciones de la joya regional, encontrándose, por sorpresa, con que los torreznos solo se servían en horario matinal. Röver lo califica de "experiencia terrorífica" y nos deja otro de esos latiguillos tan suyos: "en Soria, donde se vende que hasta los quitamiedos son torreznos". Superan esta tragedia y no les hace falta hacer la digestión, aunque ya llevan veintidós canciones, y no parece que estén por la labor de terminar.
Vuelven a La Noria para hacer "La fiebre", porque confiesan un error: "vamos con otra canción de La Noria que se me pasó antes. Entre la excitación por tocar aquí y que mi vista ya no es lo que era, se me pasó". En cualquier caso, Röver no tiene fiebre y, tras "La fiebre", aún le quedan energías para tocar una de los Hacienda Brothers - "¿os acordáis de los Hacienda Brothers?", nos preguntan -, aunque ellos no se acuerdan del título de la canción. "No Time to Waste" les queda como anillo al dedo. Vuelven por un momento al country alternativo y queda perfecta como anticipo de un colofón en el que se lucirán con la arrebatada y acelerada "Uh, Las Vegas", que se convierte en un cierre perfecto, con el ruido de los pistones y el olor a gasolina. Consiguen, además, que la rima que hacen con el motor de explosión nos toque en lo más íntimo. Y es que eso de "Tuve problemas en el túnel de Oriñón", al que escuchaba entonces y escribe ahora, casi le ahoga de la emoción, que en esa pedanía residen sus raíces familiares y gran parte de esos recuerdos estivales que guardamos en salmuera para cuando vengan los malos tiempos. Con este concierto, lo mismo te digo, por cierto.
La gente, en este cierre, muestra su oficio y experiencia: saben empezar a aplaudir en el puente instrumental, acompasando la intensidad para arrebatarse tras el final, cuando los músicos cuelgan ya los instrumentos. Es como si le pusieran la rúbrica al contrato. Aquí, todo el mundo ha estado en su sitio. El sonido fue nítido, a los músicos se les vio inspirados, la cerveza estaba fresca, y el público acompañó. No fue una misa, pero no sé si esto del rock and roll sí que puede ser una religión. En cualquier caso, las cortinas volvieron a descorrerse. Volvió a entrar la luz y tuvimos que regresar, poco a poco, a esa mañana "soleada y guggenheimiana" que seguía esperándonos ahí fuera.
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