Foto obra de Isa Karrask |
Lo eran, además, después de un bautismo especial. Los Porco Bravo se encargaron de que su bolo del pasado 15 de marzo en el Antzokia de Bilbao no fuera uno más. Pocos lo son, pero este menos. En lugar de los Goonies, apareció, por sorpresa, Manu el Gallego para hablar durante varios minutos de lo que suponía ese concierto para ellos. Se dijeron muchos nombres propios, de gente que falta, de gente que queda pero lo sufre, de gente que no se irá nunca. Recordaron dónde estaban hace siete años y explicó que se tomaban ese concierto como un fin de ciclo. La emoción ya estaba expuesta: siempre se desnudan, pero aquel día salían despojados. Si no era suficiente con esto, después, la tecnología les azuzaría un poco más. Los problemas con el sonido fueron como rejón en el lomo de un jabalí que enloqueció aún más. El bolo fue una explosión de sudor y pasiones. Hicieron un pase de hora y media con más de veinte temas, escoltados por una gran reproducción de Pulpo a la espalda y de Juan L. Vicario en el costado derecho. No hubo confeti, ni, por supuesto, bengalas ni repertorios en llamas. Eso es de un ciclo incluso anterior al que ahora cerraban. Eso pertenece a la pubertad del Porco. El Porco ha crecido y acaba de mutar hacia un nuevo ciclo. Los que asistimos a la ceremonia en un Antzokia petado, nos sentimos, al mismo tiempo, testigos y participantes de un rito, pagano y hasta herético si quieres, que explica de maravilla qué ostias es eso a lo que llevamos tanto tiempo llamando rock and roll sin saber muy bien qué implica.
Digamos que, a modo de homenaje, e imitando a Manuel Pulleiro, sirve este párrafo anterior como mi propio prolegómeno, un cambio de ciclo también, si quieres. Ahora, os cuento el concierto, tal y como creo que lo vi, tal y como puedo recordarlo:
También esta es de Isa Karrask, captando el cambio de Treshumantes a Cuatrohumantes |
Antes del ataque del jabalí, salieron a escena Treshumantes, quienes ejercieron eficazmente de teloneros, agradeciendo la invitación y soltándose un repertorio ajustado al tiempo que, además, mantuvo un grado enérgico continuo durante todo el concierto. Me voy a arriesgar porque no lo sé, pero diría que era la primera vez que actuaban en el Antzokia. Pudo parecer que el espacio les asombraba, pero, en ningún caso, les amedrentó. Uno de ellos, el bajista, en un momento dado, diría mirando hacia las bolas que cuelgan del techo: "Ostias, cómo mola, tío". El guitarrista, por su parte, pedirá tiempo para absorberlo y explicarse: "luego os contamos lo que significa esto para nosotros, cuando pase el... momentico". Probablemente, no fue solo por el sitio o porque, a esas horas tempranas, la sala ya está abarrotada; también, seguramente, les embargó la emoción por la compañía y el contexto. Al final del concierto, cuando agradecen la oportunidad, hablarán de los Porco Bravo como hermanos y, por si hiciera falta demostrarlo, el cantante se levanta la camiseta para enseñarnos a Asier Martínez Mintegi tatuado en su costado derecho: "al lado del hígado, donde él estaba más cómodo".
Su bolo se centra en Mojo, trabajo que publicaron el año pasado. Empiezan con "Miéntete" y el bajista se quita las gafas de sol para ver bien el solo de su compañero, al que apunta con el dedo. Creo que no lo he dicho: son un power trío. Batería al fondo, con camiseta de los Porco Bravo, y bajista y guitarrista, solista y rítmico, al frente, repartiéndose las voces, con más ración para el de las seis cuerdas. Tras "S.O.S" y "La primera" llega el primer cambio en la voz, ya que "Acerebral" la canta el bajista. También hay sorpresa en la próxima, porque pasan a ser cuatro, con la incorporación de Kapi Guarrotxena, quien aparece con camiseta de Catalina Grande Piñón Pequeño, esa en la que dejan claro cómo mola León, mucho más que Madrid. Es "Respuestas" y Kapi se luce en el solo, que, como dice su compañero de instrumento, "cada vez que lo toca, lo mejora". "De perfil" también está en el disco y no nos descubren el misterio: "podría tener una explicación, pero no la tiene. A ver si os gusta". Gusta mucho la siguiente, "El profeta", donde la peña termina coreando lo de "la máquina no afloja" aunque, para muchos, fuera la primera vez que lo escuchaban. El repaso a Mojo terminará con el colofón, ya que, de postre, atacan "Souvenir", justo antes de preguntar si hay asturianos y/o maragatos en la sala.
Tocaron más, lo sé. Una que no entró en el disco y que no puedo citar porque no la reconozco y otra en la que se mencionaban a sí mismos y donde nos pedían que hiciéramos oír nuestras voces, y cuyo título tampoco conozco. Desconozco también qué nombre tiene ese arrebato que les dio, cuando cantaron una canción interruptus, a penas unos segundos, y que dijeron haber escrito "antes de ayer". A lo que su compañero contestó: "sí, en el 96". Dijeron que iba sobre el cine, y todo lo que pudimos entender era la misma frase repetida hasta el paroxismo: "hay un hijoputa comiendo palomitas". O algo así. Y más, porque hubo versión, y dijeron que iba a ser de Café Quijano, pero fue de Siniestro Total, que el "Cuenca minera" les quedó dinamitera, como una regadera, perfecto para lo que fue un bolo compacto, de aroma a rock clásico, algún matiz metalero, sarcasmo punkarra y mucha caña en general.
En el interín, para salir fuera a respirar, qué te digo, como Henry Fleming en la novela de Stephen Crane. Lleno de barro no llegué a la trinchera, ni magullado, que estaría exagerando, pero fue toda una hazaña salir de allí dentro. Costó. Y también volver. Se colgó el cartel de no hay entradas. Además de la legión habitual de paisanos del pueblo (digresión doméstica: todo el mundo conoce la tradición fabril de seguir y perseguir a sus bandas. El pasado fin de semana fue en Portugalete con Putakaska, este sábado fue Porco Bravo en el Antzokia, y lo mismo le pasará a Los Monotonos algún día), se reunió allí dentro un buen montón de gente de todas las edades, procedencias y constituciones.
Porco Bravo trajeron, para la ocasión, un repertorio intenso que recorrió todos sus discos, con especial protagonismo del último, que, a la sazón, presentaban. Arrancaron intensos con "Contigo", "Lasciva" y "Mírame", que solo les hace falta una palabra para titular. Siguieron a la yugular, tentándonos la nuca, con la energía de "Al despertar", "Corre", "Dios" y "Nunca pasa nada". Llegó la intensidad con "De cristal", "Se quema", "En el mismo sitio", "Quiero creer" o "Me declaro culpable", alcanzando clímax con "Solamente por hoy" y "Brindaremos juntos". Caña de la de siempre con "Motel", "El cazador" y "Lemmy", con una nueva y reflexiva entre estas dos últimas: "Tic Tac". Y tras la versión del "Compadre" de Motociclón, arreón final con un borbotón de emociones, empezando con "No sé" y terminando, como no, con "Eléctrica actitud". Entre ambas, tiempo para "Puto amor" y "Somos". Más bien, son. Porque eso son ellos, lo mismo que todos, según cantan: canciones. Un total de veintitrés que dejan constancia de lo que han hecho en estos veinte años de historia. Canciones repletas de guitarrazos bien expuestos, con las entrañas reveladas por una base rítmica que es todo ímpetu e infección. A eso, hay que sumarle la contundencia de unas letras intensas y francas que Manuel sabe comunicar y declarar como exigen, elevadas, además, por su habilidad para significar unos estribillos que se pegan al paladar y a la memoria.
Manuel fue capaz, como hace siempre, de saltar al vacío sin temor porque encuentra el colchón de la piara. Se dejó transportar por encima de las cabezas mientras cantaba. Reconoció a alguno e invocó a otros. Nos interpeló a todos. Nos dio de beber, a morro, sin preguntar. Revivió a Pulpo para que pudiera cantar en un juego de sombras y fantasías. Se acordó de todos y hasta de los que no se acuerda nadie. Escenificó, en una palabra, la pasión y compromiso que han identificado a esta banda siempre, tanto en lo musical como en lo moral, desde en las letras que vociferan hasta por cómo las vociferan sobre el escenario. Por supuesto, completó el espectáculo sobre la tabla, volviendo de la calle con una caja de pizza después de haber salido del local a lomos de la misma y sin dejar de cantar "Eléctrica actitud". Como innovación, quizás, fue capaz de emular a Moisés en el Mar Rojo, pero en lugar de partir las aguas, dividió al público en dos mitades, dejando en el medio una falla como la de San Andrés en las películas apocalípticas, al grito de "os vais a cagar". Luego, él se tiró en medio y le engulleron sin piedad. Usó un micrófono que cuando se estropeó fue otro, y, en algún momento, hasta se quedó los dos. Nada le paró. Fue capaz, una vez más, de ponerle cara al monstruo que completan los cuatro jinetes que tiene detrás: Asier y Kapi en las esquinas, bajando las guitarras hasta las rodillas, levantándolas luego al infinito con los punteos; Gelo con los colores del pueblo, dejando que retumbe su bajo por encima y por debajo, como un pálpito enérgico que se une al ritmo imparable que imprime Montilla en la retaguardia, donde todo empieza. Es rock and roll, ni más ni menos, pero con todos sus elementos y con la inspiración debida, el compromiso exigido y en perfecta comunión con el público.
Es un ritual. No sé si de apareamiento, pero, después de esto, seguro que de empadronamiento definitivo para estos dos. A Julia, en un momento, la tragó el público, porque Isa, de la mano, se la llevó hasta la primera fila, arrojándola a las fauces de una experiencia que fuera finalmente climática. Jorge, a mi lado, se encogía de hombros, con confianza. Más tarde, miraba la tabla con la boca abierta y decía: "pero qué va a hacer con eso". No son nuevos ni novatos. Han visto mucha música en directo, en distintos países, con mejores anfitriones que nosotros, puede que hasta con mejores canciones y músicos. Sin embargo, a veces, la música es una experiencia que transciende lo artístico, ese "momentico", algo así como una ciudad en la que empadronarte de por vida. Según cuentan, a lo porco, se vive mejor.
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