Percusión y vulgarismos




No te importa, pero te lo cuento: tenía ya una docena o más de líneas escritas, con uno de esos largos prolegómenos en los que hablo de todo menos de música. Todo el mundo habrá pasado por ahí, pero ahora me toca a mí: estoy cansado de mí mismo y de mis neuras. Así que lo acabo de borrar todo. 

Voy al grano, pues. Hablamos de esto:

Concierto de Monday Potions y de Víctimas Club. En ese orden de aparición. Tiene lugar en Gorape Taberna, que se encuentra en una calle en cuesta que probablemente sea el centro de Ibarrangelu, o, al menos, del barrio de Elexalde. ¿Quién lo sabe? Yo, no, que era la primera vez que estaba allí.

Como llegamos pronto, nos dio tiempo a ver, aunque fuera de reojo, la media hora larga que se tiran probando los Monday Potions. No es extraño que tarden tanto tiempo en colocar y encajar todo, viendo la cacharrería que utilizarán luego. Teclados: ¿tres, cuatro?, sin contar sintetizadores o pads de percusión. Hablemos de la percusión: además de cajas, bombo y platos, vamos con cabasa, cencerro, bongos, pandereta, claves, guiros, shakers... No sé, alguno me lo estoy inventando, pero eran muchos, muchos aparatos, instrumentos, ingenios, llámalo como quieras. 

Y es que todos parecen multi-instrumentistas. Eneko Peña es la voz principal y compositor original. Con la primera, empieza sentado, dedicándose a los teclados, los sintes y las voces. A la segunda, ya está de pie, calzándose la Danelectro. Por detrás, quedan sus tres compañeros. Detrás del set de batería, Alba Granados, también en Moonshakers. Luego, se levantará para intercambiar rincón con el compañero que durante el resto del concierto tiene a su izquierda, Danel Marín, también en Sonic Trash, quien parece ocupar un laboratorio de investigación. Tiene la misión de abismar todos los ritmos. Toca teclados, pad, plato y todos esos aparatos, instrumentos, ingenios que he intentado mencionar antes. Y queda el último, que es Ekaitz Hernández, antes en Split 77, luego en Sonic Trash. Se dedica, sobre todo, al bajo, pero, en alguna ocasión, se da la vuelta y también tiene sintes y/o teclados, además de animarse con la percusión menor en algún tema. El tema es que tocan todo y todos. Y no es simplemente una demostración de habilidad, una exhibición gratuita, una fiesta privada en la que se dediquen al onanismo musical. Al final, todo ese repertorio de sonidos crepita dentro de unas canciones que parecen robustas, llenas de capas, pliegues, sorpresas, pero compactas y sugerentes. Pueden relajarse, ensimismarse, y pueden evocar, incitar más tarde, porque participan sin miedo en el juego de contrastes, tonalidades y ambigüedades. Pueden meter caña y pueden disolverla. La voz de Eneko Peña tiene una gravedad misteriosa, pero su entonación invita a arrimarse. 

Lo que hacen es difícil de categorizar. Hicieron un set corto en temas pero extenso en tiempo. Reconocemos "She Calls the Winds to Blow", cuando Eneko Peña coge la guitarra por primera vez. Cuando canta erguido, parece que su voz intriga aún más. Reconozco la profundidad de "Look after the Moon" y el pulmón de "Donovan and Proust", todas en su disco más reciente New Age Hokum. El piano que abre "Thunders" ya eleva el suspense. Por ahí o un poco más tarde, en euskera y con parquedad, nos recuerdan cómo se llaman, dan las gracias y anuncian la siguiente. A veces, parece que van a acercarse a la bossa nova, que pueden girar hacia el blues rock de los primeros Black Keys, al indie oscuro australiano o al efervescente y popero de la costa este americana. Yo me desoriento por completo y eso me gusta. Parece que la música te retiene, obliga a embelesarse en su universo. No puedo evitar pensar, lo siento, que me gustaría escucharlas en castellano o en euskera, que pagaría para que esos enigmas e inspiraciones fueran menos universales, que saliesen primero del pueblo para luego llevarte a otros mundos. Pero esa es mi neura, no la suya. Y las canciones no son mías. Todo eso lo pienso mientras me miro la punta de la bota, y rebotan las teclas por el ambiente. Veo que se me ha quedado pegada una colilla, y con la otra punta la quito, y es como si me quitara también la idea, que a nadie se la digo, porque para qué.

Vestían buzos negros con la mirada de los miembros encuadrada en un plano cinematográfico, a medio camino entre El bueno, el feo y el malo y Kill Bill. Alguno de ellos llevaba pañuelo, anudado al estilo de las corbatas de azafata. Eneko Peña viste txapela en un color irreverente para la tradición, y los dos percusionistas salen con gafas de sol. Ella, en un momento de arrebato, cuando andan tentándose el nervio en un ritmo sostenido, tendrá tiempo para levantárselas y así ser capaz de retar a su compañero con la mirada sin ahumar. Él, por el contrario, se las deja puestas cuando ella le presta el puesto para tocar la última, y de los guantazos que le pega a los parches, le saldrán volando las lentes sin que vuelve a recuperarlas. En el lado del público, una chica con la mirada triste se apoya en la columna para verlos. Otra pareja llega, se sienta en dos banquetas, beben tranquilamente cosechero sin atender el concierto, sin hablarse, sin mirarse. Cuando terminan la ronda, se van. Al fondo, junto a los baños, se agolpa la mayoría de la gente, que, a veces, se asoman con curiosidad, y, luego, se entretienen con otras cosas. Hay gente en la terraza, al calor de las estufas. A la banda, todo esto, les da igual. El cantante aprovecha que se levanta y agarra la cerveza que dejó en la barra. Al hacerlo, se acerca a mí para evitar a la pareja que alterna. Subiendo las cejas, me mira brevemente, como diciendo, "es lo que hay, muchacho". Y lo que hubo, fue mejor de lo que he contado: pociones musicales de viernes, y no sé cómo serán las de los lunes, pero mágicas parecen. 





"Todo en orden", dice Pela, "Todo en orden", repite. Esgrime y enseña como evidencia la portada del Mundo Deportivo. Sale ya con la camisa desabrochada y ganas de agarrar el micro. "Farsantes" les sale al punto, con sangre, cruda y rebosante. Víctimas Club, sí. Antes de salir, estuvieron brindando con chupitos. Sonaban Tiparrakers de fondo. Cuando van a saltar al ruedo, se paran. No saben muy bien cómo arrancar. Quieren probar algo pero parece que no lo han pensado bien. En círculo, apretados, sin agobios, discuten relajadamente: "Sal tú", "no, luego nosotros", "dile que cuando..." Se parten la caja. Al final, sale el batería, quien, con la baqueta, suelta un ligero golpe a la remanguillé y enciende la mecha. Del fondo de un pozo, emerge la voz enlatada de Jon Zubiaga en "Número 6". Luego, ya, sí, salen todos, con la daga entre los dientes, empieza el motín, ya no hay descanso hasta que llegue el fin, si llega. 

Porque habrá bis. Que yo me hacía pis, y decirlo así queda ridículo y escatológico, pero era una rima tan fácil que apetecía, y me tuve que quedar allí, viendo cómo volvían a salir porque la gente no se movía y gritaban que querían más. Pela se justifica: "Nunca hacemos bises, venga, hoy, sí, pero a ver qué hacemos". Y es que no saben qué hacer. Nunca hacen bises, es cierto. La última vez que les vi, en Repélega, en el final de la anterior encarnación de Víctimas Club, empezaron con "Cortando encía" en lugar de terminar. En esta nueva encarnación del proyecto, con temas nuevos y alguna otra innovación, han vuelto a colocarla de epílogo. La llaman "Relarga" y para nosotros es la del "pipiripi" -- esto último hay que saber cómo leerlo, justo como lo quieren los dedos de Baleztena. El caso es que después de tamaña epifanía, cuando regresa la lozanía a tus piernas, cuando te cautivan sin miramientos, ¿cómo vas a seguir luego? Te cortan la encía, ya no puedes morder fuerte. Es normal que acaben ahí. En el Gorape, por lo que fuera, les apeteció seguir. Pero no sabían qué hacer. Lenoir ponía la venda antes de la herida: "pero esto ya no es concierto, ¿vale?, esto es parranda". Pela decían que ya no eran Víctimas, que ahora eran "la conga santiaguera", y se mofa de Julen Postigo, el teclista, a quien le salía una risilla nerviosa: "Mira la preocupación de Julen, mira, que no se sabe las notas". Tampoco parece que se las sepa del todo Osoron, pero sube los hombros y sonríe, como diciendo lo que decían en aquellos concursos de la televisión: "Bueno, Mayra, hemos venido a jugar, pues vamos a jugar". Y con ese cachondeo, uno podía pensar que iban a tocar una versión de Betagarri, el "Gora eta Gora" o la "Retreta de San Prudencio" con letra adaptada de Iñaki Urbizu, pero nada de eso, lo que añadieron fue "¿Cuánto tiempo llevamos así?" y "Mamashima", dos canciones de El castigo es colectivo pero que, abandonadas fuera del setlist, se les habían quedado anquilosadas. La gente, al fondo, pedía "En un mundo mejor" y que nos devolvieran a Maroan. 

Pero antes de llegar ahí -- nunca debes empezar un párrafo con una conjunción adversativa, te lo dicen los libros de estilo, pero aquí hacemos lo que nos place y agradecemos la ventura de los vulgarismos, ¡arriba con los vulgarismos y con los dulces búlgaros! -- repito, pero antes de llegar ahí, hubo mucho más, que el viaje fue más largo del que Cristo tuvo que hacer para salir de Judizmendi y perecer en Lazkao, y es nuestro espacio común, sí, que se empeñaba Pela en dibujarlo, pero había ajetreo, gente que pasaba, venía, se quedaba, iba, bailaba, miraba, luego dejaba de hacerlo, a uno que pasó por el medio buscando a otro, Pela le acaricia la jeta cuando pasa. Está cantando "Somos tu nueva normalidad". A otro, le canta al morro; y a uno, le apunta a la nariz. Creo que agarra solapas y, sobre todo, troncha su pie de micro que, por suerte, tiene elasticidad. Y, el summum (sí, en latín), es cuando ve que Mikel saca el móvil para enseñarle algo a Jon, Javi y Kalbo, y él mismo mete la cabeza en la melé, coge por los hombros a Rubio y Bustinza y mira la pantalla mientras dice que sí con la cabeza. "Chicas que" la bailan las chicas en nuestra esquina, pero, esta vez, se la dedican a "esos chicos que se ponen braguitas cuando sus chicas se van de casa". Tienen nuevos matices en los teclados y nuevas canciones: tanto "El club de las víctimas" como "El día en que Eskorbuto murió" (o "El día que murió Eskorbuto", no me acuerdo) arrebatan y prometen. Dice Pela que ahora van a cantarle a "una de las cosas más bonitas del mundo, que más nos llenan en la vida" y yo no sé si se refiere al título, "Humillante speed", o al crescendo de intensidad que va creciendo desde dentro en esta canción. Con buena inspiración, nos deja otro gran momento, hablando de tatuajes e ideologías políticas y otra de esas frases para hacer camisetas: "me encantan los pueblos con gaviotas", entre comillas, y con su nombre al final de la cita. Ya estaban llegando a la encía. 

El final, ya lo he contado. 

Suenan fuerte, suenan rápido, suenan alto, suenan descarnados. Suenan juntos, suenan macizos, tupidos, busca un vulgarismo para terminar la frase. Como decíamos luego fuera, mientras esperábamos a que bajara la sacudida, "uno más", porque todos son parecidos, en todos te aúpan, te elevan hasta un infinito que puedes tocar fácilmente con los dedos. Luego estuvimos hablando mientras nos quedábamos congelados en el aparcamiento. Entre la niebla y la oscuridad, volvimos a serpentear las curvas de Mendialdua. Y el rastro que íbamos dejando, era casi musical. Viajar así es mejor que viajar sin más. 

Ya sabes que estoy en esa fase, no me aguanto a mí mismo, no puedo volver a leer mis frasecitas solemnes, mis memeces de literato, mis arrebatos con la rima interna. Así que, antes de que lo borre todo, sin repasar ni recapacitar, aprieto botón de publicar y a tomar por vulgo. 





Posdata: Todas las imágenes son por obra y gracia de Isa Karrask. 

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