Foto de Isa Karrask, que sí podía sacar las manos para apuntar. Se ve a Jerry Garcia y todo. |
Digo yo que la calle la cortaron por otra razón, pero al llegar a la rotonda y verla tapiada con dos barreras New Jersey, me hizo ilusión: ostias, tú, por fin, el rock and roll se apodera de la calle. No era el caso, claro, pero estábamos en Urduliz, buscando el Txiberri, donde tocaban Sonic Trash y los Paniks. Y hasta allí parecía haberse venido todo el mundo. Aquello estaba petado. Para sacar las manos del bolsillo, había que hacer malabarismos. Puedo decirte a qué olía el pelo de la de delante y no debía agacharme porque le podía clavar la visera de la gorra al que tenía al lado. Sabías que un paso atrás, era un callo pisado. Mucha gente. Gente del pueblo y gente que vino en metro. O en coche o en patinete eléctrico, no sé. Gente de la capital y gente de ambas márgenes. Gente de todas las edades. Gente de distintos géneros. Pero mucha gente. Y todos, en general, bien abrigados, abusando de los colores oscuros y con espesores crasos. Todos intentamos entrar dentro, al calor de las gruesas paredes de piedra del Txiberri Edantoki, que tiene, además, radiadores, pero, en esta ocasión, no hubo mejor estufa que la estopa que repartieron ambas bandas. Lo dijo el propio David Hono cuando le tocó: "Joder, han dejado esto calentito los Paniks". Decía que se desafinaban las guitarras con el bochorno, y me acordé de aquel bolo que dieron hace un par de años en el Bunker del Hiriko Soinuak, donde tuvieron que terminar antes de que se les petaran los amplis y se derritieran los instrumentos. En esta ocasión, la canícula fue menos caníbal.
Pues como introducción, ya vale. Lo importante es lo que resumo ahora y lo que pongo en negrita: Txiberri, en Urduliz, ofreciendo doble sesión de rock and roll con todos sus matices y tonalidades, gracias a dos invitados de km0 y con label: los Paniks y los Sonic Trash. Mucho público, mucha sed, muchas cosas que contar aunque... no te hagas ilusiones, que yo soy miope y te lo cuento como lo vi. Va:
Los Paniks salen desordenados, y se van colocando como por inercia, como si la IA jugara al Tetris. Esta vez, que suele escorarse y arrinconarse, le toca a Zala estar en el centro, junto a un Rioja parco y abstraído, con la corbata metida entre los botones, al que le cogerá el relevo David en alguna canción, abandonando los coros para ocupar sus turnos vocales. El vocalista principal cantó en riojano más que nunca. A las esquinas, el teclista, que ni se quita la gorra, y, en la contraria, un saxofonista casi expulsado, pegado al frigorífico de las cervezas, en función casi de voz de ultratumba, porque era el único que soltaba algún parlamento entre canción y canción y como muchos no le veíamos, no sabíamos si alguien estaba practicando la ventriloquía o existía de verdad. Por ejemplo, al comienzo, lanzó chanzas sobre la camiseta de su batería, amarilla, y con la estampa de Jerry Garcia de decoración. Luego, en algún momento, soltó una granada pero no explotó: "Para qué afináis, que estos son de pueblo". Y, al final, fue el único que se despidió. Los demás terminaron, como siempre, con "Alvarez Kelly" y c'est fini, o sefiní, vamos. No estallaron en ningún momento, y eso que tuvieron sortilegios, los habituales, desde "Blue Moon" hasta "We Were 7" pasando por "She's My Witch" o "Paiwoke". Y quizás es cosa mía, pero ya fuera porque le tenía tan cerca que le veía vocalizar y podía disfrutar hasta de las palabras masticadas, o por cualquier otra razón que fuera, pero esta última fue, de todas ellas, la que más disfruté en esta jornada. Por lo demás, más. Otro más al zurrón y otro más en las notas altas. Bien de velocidad, bien de intensidad, especialmente inspirados, en esta ocasión, la base rítmica. Y mención para las atizadas repentinas de Zala, que se lució, en mi opinión, en este concierto. Los Paniks, en general, asediaron con la munición habitual, incluyendo las de Reigning Sound, los Dead Moon y los Oblivians, "Maribel", "Avispa", y el comienzo de rigor con "Johnny" y "Shot Gun Blast", plas, en toda la cara. Esta vez, eso sí, hubo cambios, novedades, ¡material nuevo! A una que siempre está en el repertorio, la acompañaron de una intro instrumental que no les habíamos oído antes. Y, por sorpresa, tocaron un medio tiempo desconocido, que se arrastró sin mucho brillo, pero que nos hace tener esperanzas para el futuro: la fuente no está capada, igual algún día tenemos nuevas letanías. Porque pasa el tiempo, porque pasa, pero siguen siendo oscuros y al mismo tiempo luminosos, primitivos siempre, escurridizos, prácticamente inaprensibles, pero tan contundentes e inspiradores que casi es norma, pura esencia. Pasa el tiempo, que luego en el Basterra le dije a Patxi: "hoy me he dado cuenta de que sois la banda con más canas de la escena". Las peinan con gracia y estilo, eso sí. Al fin y al cabo, es la prueba irrefutable de lo que quería decir: pasa el tiempo, sí, pero es imposible pasar de ellos.
Bajo la atenta mirada de Andoni Zubizarreta, Andoni Cedrún y Carlos Meléndez; entre pósteres de hazañas de equipos de preferente en los años 70 y de la segunda delantera histórica; imágenes de algún campeonato de rally de Montaña, una litografía del "Gernika" de Zumeta y hasta una fotografía de un rayo que ilumina una escena nocturna en la costa... ahí se apelotonan los Sonic Trash. Aguanta la decoración navideña. De una viga aún cuelga el Olentzero, como despistado, aún con resaca, disfrutando de la mandanga del sábado, incapaz de terminar su reparto. La primera fila está tan cerca que cuando David Hono apunta con el dedo se lo podría meter en el ojo al tío que está delante de mí. Los teclados permanecen en la misma esquina pero delante se pone Juanjo Arias con su guitarra. La batería en el medio, donde estaba, y el bajista junto a Hono, que se coloca en el centro. Ya puestos, el batería termina por situar su pad y se acaba la paz. Saludan cariñosamente y atacan sin miramientos. "Algoritmos" es lo primero y ya van a degüello, con el cuello hasta arriba de niebla, con el ritmo como único auxilio. Se eternizan los ritmos, se contemplan las musas, se elevan los clímax. Cuando quieren vuelven a los noventa, cuando pasan se arriman al High energy, si quieren se encierran en el garaje, siempre andan dándole nuevas acepciones al manido término del rock. Por el medio, el dueto que forman "Gure Nights" y "Bilbao Speed City" sirve como arrebato antes de lanzarse a las profundidades de "Ginebra" y "Amnesia". Cuidan hasta el último detalle, pervierten las estructuras e invaden las melodías con detalles irreverentes, aunque a veces no se aprecien, aunque ellos mismos parezcan sorprenderse a veces. El baterista puede eternizar el ritmo con su mano derecha, mientras, con la otra, agarra un racimo de castañas, el herraje de un caballo y un cencerro de mimbre - es coña, son instrumentos percusivos cuyos nombres exactos no conozco - y carga la chepa de su hit-hat. Luego lo quita. Igual que coge y deja la pandereta el teclista. El bajista propone apogeos con los labios prietos y enarbolando su instrumento mientras Arias cierra los ojos cuando roza la cábala con los dedos en las cuerdas. Hono, a veces, tuerce el cuello y se ensimisma, luego despierta de golpe y mira al infinito, o "into the sunset", te diría, porque a veces, ya lo sabes, cantan en inglés. Rabia que medra en "Harma tiro punk" y la frase del estribillo como un latiguillo para quebrar resistencias. La nombraría vencedora del set, si no fuera porque podría serlo también cualquier otra, que no bajan el listón, y no dejan de subirlo continuamente, y si no atento al final, que vuelan hacia el pasado para quedarse en el futuro con "Cabronazo", "Acelerado" y el crespón final de "Hey chica!"
Hono respira a bocanadas y desenrosca la botella de agua: "Un poco de agua, que purifica, dicen". Alguien, desde la inmensidad del fondo, grita: "¡Fuego! ¡El fuego sí que purifica!" Pues también se lo bebieron.
A la salida, y sin miedo al frío, la gente platica, ya sea en el pórtico o en el asfalto ausentado. Nos vamos, por donde venimos, con el repiqueteo en los tímpanos. Somos cinco, como en las novelas juveniles, pero sin ganas de jugar a detectives. De vuelta en el pueblo - y esto es solo un epílogo, no me juzgues - nos recogemos al fondo del Basterra. Escuchamos música, brindamos con chupitos, hablamos lo mismo de la orografía de Morga que de poetas que venden sus libros en la calle que de lo que echamos de menos que cosas como las que acabamos de vivir, y que aún están tiernas, ya no pasen en nuestro pueblo. Porque también pasa el tiempo para nosotros, claro que sí, y las cosas que se pierden duelen más porque sabes que va a costar mucho recuperarlas. Pero yo pincho el "Never Coming Home" de Reigning Sound, e Itxaso elige a Vacazul, y Nuria tenía ya puesto a La Élite, e Isa decide que aquella de los Buzzcocks, y el aleatorio selecciona "Teenage Kicks" y antes estaban los Kids y horas antes, en directo y en distancia corta, fueron Paniks y Sonic Trash. Detrás de todo eso, al fondo de la música, va pasando la vida, pero se baila, se brinca, se suda, y, durante un rato, ni te enteras ni te duele ni te ves las canas. Siempre hay ganas para eso.
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