Las trenzas de Bo Derek



Pues, el otro día, no sé cuándo, no me emborraché, pero me sentó mal beber. Así que me quedé sentado en un banco de un parque que no conocía. Hacía frío, pero me daba igual. Aún tenía un poco de dignidad, así que hasta crucé las piernas, como si estuviera esperando con tranquilidad a que me acercaran una copita de coñac. Para coña, la razón: no encontraba mi pensión. Todas las calles eran iguales, joder. No sabía distinguir una frutería cerrada de otra. Sabía que estaba cerca pero no sabía cerca de qué. Así que me senté, saqué el móvil, hice como que no iba conmigo la cosa. La cosa era que casi era medianoche de un miércoles laborable en una ciudad que me era extranjera y no me había emborrachado, no, que me acuerdo, pero me sentó mal beber. 

Me habían llevado a cenar a un restaurante alemán y había pasado tanta hambre a lo largo del día que hasta me comí el chucrut. Ahora, me estaba repitiendo todo, pero había algo peor aún y es que quería acordarme de algo pero no recordaba de qué. Qué. No sé qué. Pero algo había olvidado y sabía que tenía que acordarme. Aparte de que no encontraba la pensión, claro. 

Entonces, intenté recapitular, a ver si encontraba pistas en la trayectoria del día que tan mal estaba alargando. Me encendí un cigarro para degustarlo con cuidado. De Vigo, recordé de golpe. Me había tocado cenar con un tío de Vigo al lado. En frente, tenía a una chica de Matalascañas que había vivido toda su vida en Lucerna, Suiza, aunque no dejaba de recordarnos que su novio era de Calatayud. Creo que le gustaba decir Calatayud. Y cada vez que lo decía, yo, por dentro, empezaba a tararear el estribillo de "Hey Jude". Le gustaba decir Calatayud y repetir que tenía novio. A su derecha, comía un americano que solo miraba a su derecha, con lo que no interactuamos. A su izquierda, la chica tenía a su directora, una señora muy seria que solo asentía y en un momento que fue a hablar, vino el camarero a preguntarle por los postres y se calló. Creo que era suiza o de Madrid pero le gustaban los bollos brioches, pero igual tenía un marido de Calatayud y no me enteré yo. Junto al de Vigo, venía otro de Murcia que no callaba, lo que hacía más fácil comer, porque tú no tenías que participar de la conversación, solo asentir, y podías morder longaniza con buen ritmo y delectación. Que ahí estaba yo, a la izquierda del de Vigo, frente a la de Matalascañas, con una chica de Italia a la otra vera pero que igual que el americano solo miraba para el otro lado, donde debía estar la gente vip o el keynote speaker o alguien con una conversación más interesante que las que proponía el murciano. Es más, la italiana apartaba el codo con disimulo, como si solo la oportunidad de un contacto efímero y casual ya le diera grima. A mí, aquello, me parecía genial. 

Y el tío de Vigo también me lo pareció. Tenía mi edad. Tenía mi sentido del humor. Lo primero lo sé a ciencia cierta, lo otro es una estupidez, pero él se reía conmigo y yo me reía con él. La víctima de nuestras risas era casi siempre aquel tío de Murcia, y así aguantábamos el paisaje que teníamos enfrente. 

En un momento dado, me dijo, "¿te gusta el punk?"

Como sin que viniera a cuento. Yo estaba mordiendo el chucrut con toda la pesadumbre de la que era capaz. 

"¿El qué?"

"Que si te gusta el chucrut", repitió. 

"Ah, ostias, te había entendido que si me gusta el punk". 

Se echó a reír. Seguimos callados unos segundos y cuando le iba a contar que no me gustaba el chucrut pero que me moría de hambre, se adelantó él y me dijo:

"A mí me gusta el punk, de todas formas". 

Sin pensarlo y con la boca llena, le respondí: "Hombre, no me extraña, eres de Vigo". 

Me miró como sorprendido y dejó de jugar con la col fermentada igual que jugaba yo de pequeño con los garbanzos del cocido, ante la atenta mirada de mi madre que tenía la guantada preparada detrás de la espalda:

"Lo dices por Siniestro Total". 

Y al terminar de engullir la berza, le contesto:

"No, por las Voces de Ultratumba". 

Y ahí empezó todo. Cuando todos se pusieron a tomar café y la de Matalascañas hablaba de trabajo con su directora y el de Murcia les contaba a las dos aunque no le escucharan que una vez se tomó un té con Siri Hustvedt,  le dije al de Vigo que me iba a pedir un chupito en la barra y salimos a la terraza a fumar. Había un toldo, con una mesa en la esquina, recogida en la oscuridad, genial para fumar, beber, brindar, charlar, y que ni el de Murcia ni ningún otro nos viera al salir del local. Así que nos quedamos allí durante horas, hablando de música, meigas, furanchos, política, fútbol, trabajo, tíos de Murcia y novios de Calatayud, la y griega vasca, el sur de Madrid, Tachelles en Berlín y no sé qué más. Pero, sobre todo, de música y de fútbol. 

El resto ya se sabe: me puse a andar sin provecho y acabé en aquel parque, desorientado, recordando que tenía que acordarme de algo pero no sabía de qué. Miré a la izquierda porque oí un ruido, de una persiana que bajaba o de un contenedor que se cerraba, y no vi nada. Entrecerré los ojos, como cuando un miope quiere enfocar con desesperación. ¿Y eso? El salón de uñas, ostias. Ahí estaba, aún y con la persiana bajada, reconocible y definitivo: el salón de uñas de la esquina. Y, claro, justo al lado, el portal donde estaba mi pensión. Por fin. Había pasado por ahí antes, pero lo reconocía ahora. Cuando llegué del aeropuerto, me dejó el taxi ahí mismo. Al salir, me encontré con un hombre de unos doscientos kilos de peso, sonriente y aparentemente cansado, apoyándose en el quicio de la puerta del salón, mientras fumaba con ansia y se soplaba las uñas de la otra mano, al parecer, recién pintadas de un verde chillón. No fue nada de eso lo que me llamó la atención. Aunque de reojo, para no molestar, no podía dejar de mirar sus trenzas doradas, al estilo de las rastas, con cuentas de colores como decoración. 

Luego me enteré de que se llamaba Jon. Porque mientras le pagaba al taxista, alguien le llamó desde el interior. Jon Derek, pensé. Y por eso se me quedó. 

Y, ahora, en un frenesí de epifanías, encontrada la pensión, también recordé aquello de lo que no me acordaba. El recuerdo de Jon Derek me llevó de vuelta hasta la charla con el de Vigo porque me recordó a las otras trenzas famosas. En el restaurante alemán, me acordé, mientras lo recordaba con él - y el trabalenguas es a propio intento - de que, en su día, no me acordé de escribir la crónica del concierto de los Bo Derek's en Barakaldo. El de Vigo, en una de estas, me había dicho, así como si fuera algo importante, que un día estaba tomándose un carajillo en un bar y al girarse a la izquierda para disculparse con alguien por haberle dado con el codo sin querer, resultó que aquel era ni más ni menos que Óscar Avendaño. Lo dijo como emocionado. "¿El Pelda?", le pregunté, llevándome el chupito a los labios. "¿El quién?"

Y de ahí tiramos y tiramos para hacer conversación hasta que llegamos a aquel bolo de Barakaldo, que había ocurrido un mes antes, y del que yo nunca hablé aquí, cosa que, ya sabéis, siempre hago. Al de Vigo, al cobijo de aquel toldo, se lo conté así:

"Tocaron en mi pueblo hace poco. Estuve tomando unas birras con ellos antes. Es que Óscar presentaba el libro, también. Fuimos a verlo y estaban también los hermanos, y acabamos tomando unas cervezas en el 15 antes de ir al bolo. Empezaron fuerte, con la de "Encerrados", que ya te van tentando, sabes, y la de Godzilla, que no sé cómo se titula ahora. ¿Sabes lo que te digo? Como que ya entras caliente, que te dicen, mira, por aquí, déjate llevar que si no te vas a marear. Y se mantienen ahí arriba los jodidos todo el rato, con el traje blanco impoluto y Jorge con esa alegría que le imprime a todo, que te dan ganas de ser feliz por cojones. Lo decía mi chica: que le ves ahí bailar tan sonriente, con esa manera tan suya, que esconde el cuello y sube los brazos, riza los dedos como si le estuviera dando forma a las albóndigas y se pone a girar sobre si mismo... y eso, que te engatusa, que te da buen rollo, y que luego está el otro detrás, Martín, pegándole a los parches con un aire endemoniado, y ya... Ya no hay motivo para no dejarte camelar, no sé si me entiendes. Y yo creo que eso es el rock and roll, ¿no? Pasarán los años, se hará viejuno, pero si te mordió una vez, y viene alguien como estos a hacerlo así de bien, te morderá otras mil más, ¿me entiendes? Y no sé qué más decirte. Cayó "Fireball", por supuesto, y muchas del Porca Miseria, incluida "Sal el jueves", con ese rollo que se traen con el público porque no van con los vientos de la versión grabada. Volvieron al Hanoi y creo que dijo que la de Tina Turner era de Aretha Franklin y terminaron con el "Bama Lama Bama Loo", como siempre o casi siempre. Bien, muy bien, que nunca les había visto en un escenario grande y hasta se les quedó pequeño y luego tocaban Derby Motoreta Burrito's Kachimba (por supuesto, en aquellas circunstancias, no lo dije así y de carrerilla ni por asomo, pero transcribirlo ahora me parece de mal gusto) y por culpa de ellos tendré que volver a verlos algún día porque más allá del micrófono con forma de manillar de bicicleta no me acuerdo de nada, que ya iba con la visión partida y el demonio debajo de la capa."

Pocas veces habré hablado yo del tirón párrafos tan largos. Así que, cuando nos despedimos, y él dijo que iba a llamar a un Uber y yo pensé, mira con los de Vigo, qué modernos, me puse a caminar por las calles desalojadas, sin saber muy bien el rumbo que seguía. Y pensé, por no pensar en otras cosas, que no hice crónica de aquel bolo y que lo que le había contado al de Vigo, bien podría haber servido. Así que intenté memorizarlo, fui recordándolo, intenté transcribírmelo, tatuármelo en el hipotálamo. Mientras buscaba la pensión, y aunque acabé por perderme y con el susto casi lo olvido, intenté desesperadamente memorizarlo para luego ponerlo por escrito y hacer esto y que pareciera algo curioso, casi hasta ingenioso: una especie de crónica soterrada, sepultada bajo un pseudo ejercicio de ficción literaria. 

Porque... ahora que lo escribo, me pregunto: ¿fue de verdad así? ¿Existe ese tío de Vigo, esa pensión, este narrador? ¿Tendrá un novio en Calatayud, de verdad? ¿Seguirá Jon Derek con sus rastas en aquel salón de uñas? No gruñas, que lo importante es lo importante: seguimos aquí, aunque sea en un parque frío y húmedo y perdidos, salvando el rock and roll aunque no lo sepamos, que, ya luego, en un futuro no muy lejano, nos preguntaremos que qué fue de nosotros.  

Comentarios