La foto es propiedad exclusiva de Mikel Fer, su autor, quien estuvo atinado para inmortalizar el momento. Podéis seguirle en el facezine Rock Attitude. |
Con hueco todavía, aparecen por arriba los Eh, Mertxe! Arrancan con "Negociante" y "Lo sabes bien", igual que en el disco. Hay más de ese filón, porque luego llegarán "27" o "Jakingo bazenu", que Ibai tiene a bien dedicársela a Los Chicos, con quienes acaba de volver de Australia, y parece que han ligado bien porque hasta se permiten la ironía: "menos a Gerardo, que es un canso". A esas alturas, el cantante ya se ha desecho de su chaqueta y el bajista perdió la gorra. Se tiran la cerveza por encima. No hay descanso ni parece que necesiten coger impulso. "Ácido es tu ser" y ni la ostia sin querer que le pega con la pala de su bajo al micro retrasa el arranque impetuoso de "Phantom Mover". Moverse, se mueve la peña abajo, porque hay algo que consiguen hacer muy bien y es que la electricidad se desplace con naturalidad del escenario a toda la platea. Ibai vuelve a coger el micro para dar las gracias y decir que está siendo una noche magnífica y todo lo dice en euskera, por lo que le devuelven la ironía y la pulla desde abajo y él confirma que está hablando en "polaco" y no se arredra: "pues aprende". Contundente es "No quiero salir", de su último trabajo, y luego llegará la otra mitad de este, que la anuncian primero, pero se equivocan, y llegará más tarde: "Aitaren etxea", un pepinazo que demuestra además el desarrollo que han tenido como banda, creciendo en resolución y sutileza, y eso que es cañera, que viene con un cachetero entre los dientes. Y, desgraciadamente, estamos llegando al final, donde vuelven al inicio, cantan "200 Milatara" y tras escupir cerveza como un manneken pi(l)s se van desde lo alto con su habitual cierre en inglés, que me imagino que es la de Little Bob Story pero como si es la banda sonora de Toy Story porque para entonces ya estás como en el medio de la tormenta, dejándote llevar por el huracán, que es un huracán de rock and roll bien pulido, mucho más macerado, envejecido en barrica, música de la rica, sin aspiraciones divinas, con las manos (botas) sucias de barro, y no la tocaron, pero qué más da, insisto, tienen repertorio ya para ir jugando, juegan ya con su propia identidad, sin perderla, volviendo siempre al origen de las cosas.
The Peawees son de La Spezia y en esta ocasión salen de entremés, entre A y C. Beben también, porque hace calor, y ellos se acaloran más, y han salido en cuero prieto y con la cabeza cubierta, y luego irá sobrando todo. Porque salen con ganas, que ya se les veía arriba, en el balcón y "Ready to Go" lo deja claro, ellos lo están; por abajo, parece que también, que aunque no lo piden se dan palmas, y se baila y hasta se canturrean algunas. Si la electricidad de los Eh, Mertxe! se comunicaba a latigazos, esta pasa como una ola por encima del respetable. Los punteos se erizan, los estribillos se arrojan, y se van repasando su último disco One Ride y toda la colección de "pildorazos" - dicen en la radio - que han acumulado durante su extensa carrera. Las balas no son de plástico, que también la tocaron, y sí que son capaces de asfaltar una carretera bien ancha que lleva directamente al rock and roll. También hacen powerpop efervescente y lo dan todo, que hasta sangran: "Bleeding for You", quiero decir, por no terminar sin mencionar alguna más de las canciones del repertorio, aunque otras las he dejado caer sin mencionarlas. Como decían The Remains, y esto también viene a cuento, que no miren hacia atrás, porque, en realidad, parece, les queda mucho trecho por delante, aunque lleven ya la friolera de treinta años juntos. Mira que cuando hicieron veinte, ya te lo dijeron en aquel recopilatorio: "20 Years and You Still Don't Know Me". Lo de que no les conoces, también la cantaron, creo. Pues, oye, es ir a verlos, aunque sea la primera vez, y como si los conocieras de toda la vida. Todo bien bruñido, todo bien expuesto, todo puesto para que muevas las caderas.
Y finalmente llegaron Los Chicos. Trepó por una esquina, se tiró de espaldas, se bebió lo que tenía en la cantimplora, habló con este y con aquel, dedicó canciones y las cantó con rapto, mientras los Urchaga se pimplaban su botella de vino. Se vino la fiesta, de la mano del rock and roll de raíces, raíces arrancadas con ganas de jarana y desorden, caos y verbena. En un momento, se sumaron Ibai y Adrián, y en otra los Peawees. Le lanzaron gratitud al dueño del local y hasta al técnico de sonido y nos contaron lo que habían comido y los problemas gaseosos que eso podía acarrear. Algo de Prodigy y del licor café y de motes guapos y trifásicos y no sé qué. Probé a entenderlo todo y no pude. Probé a seguir el rastro que dejaban los Urchaga por el escenario y no fui capaz. Si se pudiera pintar, se parecería a un cuadro de Jackson Pollock. Y el elegante bajista que lo "gobierna" todo, en coalición con el batería, cimiento y pavimento de todo el recorrido. Todos hacen cosas del rock and roll que molan, como ellos mismos explicaron, cuando se adosaron de espaldas para el lucimiento. Todo el tiempo estuvieron al mismo nivel de energía derrochada. Terminan abrazados el cantante y los gemelos mientras Suñén murmura algo así como "formación original" y los otros se ríen. Suñén, por cierto, acabó bien dentro, en medio del océano, gritando con esmero y no precisamente para pedir auxilio. Ni esa te digo cuál fue. Del repertorio, por cambiar, no te digo nada. Hubo material nuevo, que lo anunciaron, y canciones que tocaron porque se pidieron, y buen género que nunca se desgasta, del country y western al rock and roll con aroma punkarra y querencia por la tradición negra. Qué puede salir mal con esa mezcla, ¿verdad? Hay candela pero sobre todo hay fondo y lo que hay es físico y arte para hacerlo todo plástico y envolvente y en relieve, como en tres d, como ponerle, por fin, cara y cuerpo al espíritu del rock and roll.
Llevan más de veinte años haciendo esto por todo el mundo, justo el doble que los Eh, Mertxe! y algo menos que los Peawees, pero entre todos le dieron futuro al género.
Y así quedaría fantástico. Yendo al grano y sin haberte contado más cosas baladíes y digresiones de las que suelo incorporar a mis textos para que no se note que huyo de lo que realmente es relevante. Sin embargo, creo que no puedo marcharme sin comentarte que esto fue en Helldorado, Gasteiz. Huele a rock y a sudor del bueno ahí dentro. El garito se petó y el estruendo tenía que escuchar hasta en la cima de Olarizu. Buen sonido, mejor ambiente, relente al salir fuera y muchas ganas de volver.
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