Ahora que lo pienso -- que no hace falta estar de resaca para pensar chorradas -- en la margen izquierda del Nervión, con tilde en la o, podrían hacer una confederación de repúblicas independientes. Una de ellas, todo el mundo lo sabe, podría ser Repélega, quítale la tilde si quieres. Allí había mucha gente con camisetas que lo celebraban explícitamente. Pero, el viernes, para la ocasión, más que en una república, Repelega, ponle la tilde si quieres, se convirtió en una rockpública.
Gracias al Repe Rock y a toda la gente que se involucra en la acción de barrio, me imagino. Lo llamo así, acción de barrio, porque no sé muy bien cómo llamarlo, aunque, probablemente, todo el mundo sabe de lo que hablo. En una plaza acorazada, con canastas de baloncesto abandonadas para la ocasión, repleta de peña, en lo alto de un cueto, con aire de modernidad pero taludes verdes donde acampar, se celebró otra edición de un festival, ya mencionado y puesto en negrita, que nos hace creer aún en que el formato se puede repetir sin tener que acabar con pulseras monetizadas y demás gárgaras veraniegas que ya todos conocemos.
La plaza estaba repleta, tú. Con gente de fiestas, me imagino, niños y niñas del barrio, familias que cenaban lomoconpi y curiosos varios. Sin embargo, a fe que también estaban muchos que luego puedes ver en otras primeras filas, ya sean primeras filas en tugurios mal insonorizados, en gaztetxes que solo cobran la voluntad o en salas de medio aforo que están en peligro de extinción. Gente asidua, vamos. No como cuando paseamos, ¿te acuerdas?, por las cercanías del BEC y vimos a tanta gente que iba al concierto de Maná -- "mah-na-mah-na-do-do-do-dodo" (The Muppets) -- como podrían ir a una cata de aromas de calcetín de lana gorda. En fin. Salto a un cuarto párrafo y empezamos:
Repe Rock 2024 en el barrio de Errepelega, con Ingot, Tiparrakers, Víctimas Club, John Dealer & the Coconuts, Josetxu Piperrak & The Riber Rock Band y Hermana Furia. En ese orden, que por culpa del mismo, hubo bandas a las que no vimos. Concretamente, a las dos últimas. Y no fue por falta de ganas o curiosidad. Por lo que fuera, que probablemente no os importe así que no lo explico, nos limitamos a disfrutar de los cuatro primeros del lote. Por eso, la crónica va truncada, demediada. Y, por eso, procede que nos excusamos con las dos últimas bandas. A Piperrak ya los vimos en su día en las Fiestas de Barakaldo, cuando las txoznas estaban a la vera de las históricas taquillas encaladas del viejo Lasesarre, pero no hemos visto este nuevo formato. A Hermana Furia los investigamos antes de ir, para saber a dónde íbamos. Después de perdérnoslos, puedo decir que son casi ansias más que ganas las que nos aprietan para que haya una nueva oportunidad de verlos. En cualquier caso, quedan cuatro, cuyas actuaciones en el barrio sí vimos y que ahora vamos a destrozar con nuestro mal tiento para la glosa y el desacato lingüístico. Vamos por orden y sin tino:
Ingot, los primeros. Por un lado, reivindicativos y comprometidos durante todo el bolo. Se adhirieron, en voz de su vocalista, a las reivindicaciones pro-palestinas que antecedieron a su actuación, y, luego, entre otras cosas, cantaron una canción titulada como la bandera de siete colores que representa a los pueblos indígenas y condenaron la contaminación del Amazonas por intereses económicos en "Wararu", una de las últimas canciones de su repertorio y que explicaron con detalle antes de cantarla. La de la bandera fue "Wi fala". Desde el principio, estuvieron dinámicos, deteniéndose a saludar, agradecer y contextualizar varias canciones, pero sin excederse. Sus canciones pueden encajar en la etiqueta aglutinadora del rock and roll, pero hay muchos matices que van desde el folklore vasco hasta sonidos de raíces latinas, un poco de reggae, algo de punk en el arrebato vocal, un tono hasta de cabaret bien llevado y ánimo pop para las melodías. Le dieron al blues también, así que ejercen ese rol transformador que no atiende a las fronteras formales de los géneros. Hablaron de "Zeugaz" como una de las primeras canciones que escribieron y parecía que bajaban un poco el ritmo pero no perdieron la orientación. "Zantiritu", compleja, intensa, con una atmósfera densa que parecía enredar en los poderes evocadores de la música. No conocíamos su repertorio ni su currículo, pero había gente por allí que vino a verlos y que disfrutó bailando y tarareando los estribillos que se sabían.
Con la banda ya arriba, aparece, último, como de entre las brumas del Txindoki, recién ungido por la gracia de Mari, como aburrido, eso sí, el cantante y corifeo -- la terminación de la palabra no tiene ningún doble sentido aunque haya elegido esa y no otra de la larga lista de sinónimos que manejaba -- de los Tiparrakers, Jon Ander -- Anderwayamawey, anderorebiwei, que cantaban Los Manolos --, quien se coloca un collar de sado como si acabaran de ponerle el collar explosivo de Arnold Schwarzenegger en Perseguido para dar comienzo a su participación en el programa de televisión El Corredor. Correr no corre, pero se despatarra, se tuerce, se curva, enrolla, arquea, estira, brinca, trisca, bracea y hasta solaza sobre la tarima de la batería como un niño feliz haciendo la croqueta en una playa de callaos y arena volcánica. Él es así. Usa el cable como balancín de seres imaginarios.
Desde abajo, se les ve raro. Son una banda de contacto, sin tacto, de ostia al mentón. No es que les siente mal las alturas, pero a ras quedan más guapos. Son cercanos y apacibles, salvajes e incontrolables cuando están en el escenario, lo haya o no. No escatimaron esfuerzos en un repertorio que recorrió lo viejo y lo más nuevo, repitiendo alguno de esos temas que esperan ver la luz en cualquier formato y que, por ahora, llamamos cosas como "Joven y muni", donde, además, se produce uno de esos momentos virales si alguien lo hubiera grabado en directo, porque Jon Ander, que antes lo lanzó de un puntapié, es capaz de recoger, sin mirar, sin alterarse, un botellín de agua que le lanza Javi Rubio. Aprovecha la caída de la parábola de la botella arrojadiza, la agarra como si nada, como si le pasaran la sal en una cena de etiqueta, quita el tapón a rosca, bebe y completa un círculo vital que a los tontos del lugar nos excita como una cola de vaca de Romário de Souza Faría a la galería futbolera. Era y fue el comienzo del final, que lo anuncian ellos mismos. Se sacuden la despedida de un tirón. Empiezan con "Leche de burra" y tras un lacónico agur de Senén, un silencio de Jero, un trago de birra de Kalbo y la desgana con taquicardia de Jon Ander, se despiden con versión en inglés del "Ain't Nothing to Do" de Green River o de The Dead Boys, depende cómo lo veas. Antes, claro, vino todo lo demás. El arranque fue mayúsculo con "Enemigos todos" y "No comprendo". "Anestesia", "Cardíaco" y "Ni animal ni dios" también esperan salida a la vida que hay más allá del directo, pero las queremos igual, como hijas pródigas ya, tanto o más que otras veteranas que también lucen, como "La puerta" o "Salvaje". De los últimos discos, llegan y también triunfan, por supuesto, "Noche trankila", "Triángulo, cuadrado, rombo" o "Buen Rollo", que la cantan cuando para Jon Ander llega "el momento de los bocadillos", como en buen festival que se precie, y en este también había un foodtruck, pero la gente no se mueve, porque queremos descontrolarnos, que luego vienen más truenos con "Controlo", "Se te ve" o "Su eco". Antes de una de ellas, Jon Ander nos avisa de que el rock and roll está lleno de "machistas, feministas y rockabillies" -- luego apuntará a uno, "¡ese que pasa por ahí es un rockero" -- y después de todas ellas celebrará por todo lo alto su estado de forma: "Venga, aprovechad, que hemos ensayado mucho para este festival: dos días". Como dos soles quedará "Buscando acción", que, si es lo que buscas, estos siempre te lo dan.
El comienzo nos deja a muchos como aturdidos: "Cortando encía", aunque, al verla la primera, me dieron ganas de escribirla con signos de interrogación. Yo, de primeras, esbozo una sonrisa, pero solo para mí, a mí me parece una genialidad: ¿sabéis cómo funciona?, pues vamos a hacerlo al revés. Además, Joseba B. Lenoir anda agachado con su pedalera y no podemos esperar. Antes de que entre con esa guitarra que encanta serpientes, en primera fila, unos cuantos ya nos hemos puesto a tararearlo. Si no sabes de qué te hablo, pero te interesa, lo acabarás averiguando: es como un mantra, como tirar de la manta y desvelar el secreto de la música, por qué hipnotiza, que la jodida hipnotiza. Eso sí, cuando se acaba, nos miramos entre nosotros: "y... ¿ahora qué? Pues "Tratando con desprecio a unos pocos", que aunque se diluyan un poco esos teclados que erizan la piel, aún se sienten. Se siente luego retumbar el suelo cuando Pela lanza-grita a un palmo de la tarima, con las piernas como un ángulo obtuso, el obús de "Farsantes contra Farsantes". Casi sin respirar cae "Somos tu nueva normalidad" y "Profesional". Después de saludar y dar las gracias al Repe Rock van a por "Cristo nacido en Judizmendi, muerto cerca de Lazkao". Van sin freno y como con prisa, como si tocaran desde una cornisa, y poco después repite Pela la dedicatoria que siempre abre "Chicas que", aunque esta vez se pone aún más poético - "a todas las madres que aprovechan para ponerse ciegas porque no tienen lactancia y aprovechan para tomar sustancias", con Osoron y su bajo a modo de mascarón de proa en el centro del escenario. Parece mentira, pero casi hemos llegado al final. Anuncia Pela que toca una "para bailar pegados" y es "Humillante speed" y esta vez el sustantivo inglés ha tenido solo la acepción del adjetivo. Se nos hizo corto, a ellos no se les vio del todo cómodos, pero el Club es el Club y es más que un Club. Sí, que no lo he dicho, hablaba de Víctimas Club.
Como dos hemisferios, el bolo de John Dealer & The Coconuts se parte por el medio. Comienzan contemplando con "Set on Fire", pero en esta primera tanda, revientan al concatenar "Phantoms", "Snake Charmer" y "Zauriak". Ya han cruzado guitarras, pedido palmas, calentado nuestras entrañas. Y entonces se jode el sonido. El otro hemisferio. Por el medio, disfrutamos del batería redoblando como un loco. Cuando vuelve la luz, después del roto: "Say No". El rock ya rueda por la cuesta, camino del infinito. Terminan los dos guitarristas postrados de rodillas enfrentándose los instrumentos en "Come On!" y tras dos o tres lecciones más de cómo hacer rock and roll de guitarras con un aire bluesero y caricias a otros géneros más contundentes, se cascan la versión sorprendente para los que no les hayan visto antes y que siempre les funciona por la margen izquierda donde, además, su público suele tener años suficientes para recordar cómo se bailaba esta canción a modo de espatadantza perturbada en aquellos tiempos. "A toda ostia" y todavía recordamos la letra entera. Algunos, seguro, volvieron a cantarla el día siguiente en el mismo sitio donde actuaban, casualidad, los Parabellum. No habían acabado, llegó "Bukatu da", pero aún quedaba el arrebato final con "Tell Me Why". Exquisitos en la ejecución, medidos en la representación, con una colección de canciones que consiguen el equilibrio justo entre rapto y clarividencia. Yo no me acuerdo ya de los títulos de muchas de las canciones que tocaron y tú puede que al día siguiente no te acuerdes del nombre, porque se te olvida el apellido de John o quizás no recuerdas si sus acompañantes se llamaban Coconuts o Satanás o lo que sea, del colocón que llevabas, pero la impresión se queda ahí grabada: pedigrí y fibra, mucha clase y, sobre todo, acierto para saber utilizarla en la confección de buenas canciones.
La Rockpública del Repe Rock.
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