Nueve canciones. Entre fauces y desde un fondo lóbrego; resplandecientes, sin embargo, bajo una intensa luz. Igual que en la portada, vamos. Algo así pasa, creo, en estas nueve canciones de una vehemencia refulgente, que ascienden por el escarpado, descienden hasta el abismo, se extienden por el páramo y se desploman en la espesura. Hay una belleza tan repleta en cada punzada; un dolor tan agudo en cada caricia. Son Ídolos del Extrarradio y han vuelto a hacerlo.
Entre el punk, el post-punk, el pop y todos los géneros que empiecen por pe, si es que hay más, ahí van con su manera de decir las cosas que es tan sigilosa, sinuosa, sibilina y cualquier otro adjetivo que empiece con ese, como lo es la poesía que encumbra, vislumbra, deslumbra, y todas las palabras que terminen en umbra. Un umbral, lo sé, al ejercicio mental, a la meditación activa, a que te leas las entrañas mientras descifras ese ardor sin lengua ni código que te sube por las piernas hasta la garganta. Cantan como si escupieran fuego, como si tragaran petróleo. Y luego mecen dulce, justo un instante antes de volver a la llaga, a hundir el cuchillo: "por cuchillitos que salieron de tus labios" y luego "cuchillos y abrazos," cantan.
"Mercurio en el mar".
Tienen frases así y mejores. Y no son solo las palabras, que caen, a veces, a plomo como la esperanza; otras, ligeras como la angustia. Son las palabras y como dicen las palabras. Como las dicen, con un rumor que las viste y las desviste, que las hace bestia y domador. Hablan de amor como hablan de castigo. Hablan de miedo como hablan de hambre como hablan de rabia como hablan de la mediocridad. La muerte y la pena se titula. Y también. Hablan de cosas que conoces pero como si no las conocieras. Eso, en el fondo, es la definición de lo que hacía Emily Dickinson, por nombrar a una.
Los primeros veinte segundos de "Tierra Z", que abren el disco, te lo dicen todo. Puedes notar la pulsión del ritmo, el riff que enerva y el fraseo que empieza a tentarte el nervio. Otro secreto, la fina ironía que manejan sin miedo, rompiendo el patrón y arrugando la enunciación: que me lo digan así, como en "María Magdalena". "Si se puede bailar, no es mi revolución": gran lección, juego con la tensión y la expectativa. Sin embargo, puedes bailar. Con "Ojitos de caracola" puedes bailar mientras te tiembla la conciencia. "No finjas que todo va bien" es casi punk-soul, si eso puede existir, donde cada redoble repica y la guitarra riza sin avisar. Velocidad de locura controlada en el minuto y veinte segundos de "Algo soviético", que a mí me suena como a banda de críos ansiosos y enfadados en un garaje cualquiera de una cuidad aburrida en el medio oeste americano, pero no hace falta esa mierda, ni irse hasta esos países del cliché, para disfrutar de la canción, salir en una mierda de blog como éste, en lugar de en Maximum Rocknroll, ya lo siento. El rugor de la rabia mantiene "Nada es posible" y el ritmo embaucador anima "Fuego amigo" y la fuerza aplaca "Bendita tu histeria" y a mí no me quedan más putas chorradas que decir.
"Cualquier puta chorrada que haga que esos iris rojos se arranquen por bulerías".
Frases así. Y cantadas así.
Siempre que me sale una entrada tan intensa y pretenciosa - al menos en lo expresivo - me gusta terminar por peteneras con un exabrupto a lo burro y sin medirlo: Ídolos del Extrarradio son puta gloria y les ha vuelto a salir un disco para celebrar que te revienten los oídos.
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