Más. Mucho más que dos.
Creo que ya lo dije antes, de otra manera, pero viene a ser lo mismo: lo peor de este disco es lo poco que dura. Lo sé, es un epé, tiene dos caras, y un corte en cada una de ellas. Es lo que hay. Lo mejor de este disco, también te digo, es precisamente eso si lo miras desde otra perspectiva: queda la promesa y esas ganas, casi ansias, de más.
Ansias son porque, y te lo voy a decir sin paños calientes, sin subterfugios, sin pretender mantener la objetividad (¿qué es eso?), dentro solo vienen dos, es verdad, pero son dos que multiplican por cien. Con alguno ya lo hemos hablado al rozarnos los codos en las primeras filas de sus conciertos, que cómo han crecido estos tíos. Aún recuerdo los tiempos de la pandemia, cuando todo parecía negro, y ahora mira las portadas de sus dos últimos discos. Todo es colorido. Pero es que ya se les veía en directo: han ganado poso, fondo, pulso. Tocan lo mismo que tocaban antes pero de otra manera. Suenan más contundentes y convincentes. Y estas dos canciones son como la rúbrica en el contrato. Había dicho que te lo iba a decir sin paños calientes, sin subterfugios, sin pretender mantener la objetividad: "Aitaren etxea", si no es su mejor canción, poco le falta. Hoy la he escuchado, preparándome para escribir esto, como una docena de veces. Y cada vez ganaba más.
Ahora digo más.
Antes, un par de cosillas que son fáciles de contar. El disco sale con Folc Records y con Discos Invertebrados. A cargo de la grabación ha estado Joseba Baleztena porque se acercaron hasta Durana para hacerlo. El estudio se llama Gakobeltz Hit Faktoria, y a fe que lo es. Hits a mansalva salen últimamente de la llanada, de la mano de Baleztena (Joseba B. Lenoir, si quieres) y de Miren Narbaiza. Y, en esta ocasión, no podía haber habido mejor conexión. La mano de Baleztena le ha quedado de encaje al sonido de los de Oion, que ganan, no ya pliegues o matices, si no profundidad y estratos, que con cada escucha parece que encuentras un filón, algo que pasó antes de refilón, una sima nueva por la que hundirte. Me imagino que también ha tenido mano en ello Mike Mariconda (que obliga a escribir luego los nombres de dos bandas, The Raunch Hands y The Devil Dogs), quien se encargó de la masterización.
Dicho esto, más cosas.
Dos canciones, decía. Primero, "No quiero salir", pero salen. Salen disparados. En la línea de lo que ya recogía Lo sabes bien, pero tan bien o mejor. Yo me quedo con el puente instrumental, casi al final, repleto de una tensión muy luminosa que termina explotando con la coda final, estribillo a gritos. La línea de bajo que aparece por debajo parece que imanta y usan bien los coros y unas guitarras que aprovechan los filtros para revolotear por toda la canción. Una canción que, por lo que yo llego a entender, podría ser una declaración, más que una historia, de amistad. Rima asonante para un estribillo de los que es fácil deglutir con rabia en un concierto.
Y luego llega el gran acierto: "Aitaren etxea". La guitarra arranca descabezada y ya se queda el eco y la velocidad impregnada en el resto. La hipnosis se produce desde el comienzo, con los platos percutiendo el vértigo. El bajo agranda la pulsión y las guitarras enredan en la emoción. Joder si encandila. Además, la voz de Ibai Landa parece nacer de la entraña misma de la canción, ser parte de un todo que parece orgánico. La letra mantiene un enigma de frases encadenadas por saltos al vacío que exigen tu participación. Acomete, hiere, rueda como un caudal. Ese poema tan traducido, tan remedado, tantas veces prestado, de Gabriel Aresti. Como esa reciente novela de Karmele Jaio que hablaba de tantas cosas. Dos palabras que resuenan con la posibilidad de más: entiende tú qué quieren destruir, dónde está la casa, quién es el padre. Hay tanta luz como misterio.
Y poco más.
Ah, sí, que no lo he dicho, joder. Esto es No quiero salir. Y le pertenece solo y exclusivamente a los Eh, Mertxe!
Más madera y pronto, por favor.
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