En el día de...



... la música. Creo que fueron los franceses los que decidieron esto. La Fête de la Musique, que suena bien, como a disco de Les Chaussettes Noires o algo así. Sé también que debe tener algo que ver con los romanos y sus fiestas saturnales. Saturno queda lejos, pero el día europeo de la música se celebraba así, aquí, sin pompa ni solemnidades, como quien no quiere la cosa, en pleno corazón de Bilbao, en la plaza Corazón de María, lejos de la algarabía de las campas de los festivales y otras bacanales variadas. Fíjate que, justo cuando alguien dice que parece que empieza, y empezamos a recoger las latas de cerveza que compartíamos a la fresca, aparece un grupo de gente que se pone a bailar una jota en la plaza, al ritmo de música folclórica. Pues eso, en el día de la música había música para todo el mundo. 

La nuestra estaba dentro de Sarean

Doble concierto a ras del suelo con Los Paniks y los Monotonos, para seguir las órdenes de Joël Cohen y Jack Lang cuando llega el 21 de junio. Lo dijo el cantante-batería de los Monotonos en un descanso entre estrofas, entre dientes, que igual solo le escuché yo: "¡Mucho ilustre!" Y los había, entre un público que fue suficiente para encender la caldera de Sarean y reclamar el lustre que se espera de estas bandas. 

Y ya que los hemos mencionado, empezamos por ellos, que, además, fueron en ese orden, empezando los más jóvenes y morenos: Monotonos en concierto. 

Cuando llegamos a la plaza, están probando dentro. Al rato, aparece el bajista con un cigarro en la boca y cara de resaca. Bufa. Luego sudará su camiseta de Neu! y se le pasará todo. Colocado en el centro, de vez en cuando, se acerca al micrófono y berrea una línea, un coro. Alguna vez, hasta se le escapa una sonrisa a su batería, que le ve el trasero durante todo el bolo. Ahí sentado, hace un escorzo para ponerse de perfil y cantar sobre el micrófono. En las esquinas, quedan los dos guitarristas. Uno, que podríamos llamar el solista, se pasa gran parte del concierto en cuclillas, de espaldas, buscando monedas de un euro en el fondo de la Fontana di Trevi. Cada día le saca ruidos mejores a su guitarra, combinaciones más raras a su pedalera. Cualquier día empieza a raspar las cuerdas con baquetas como Thurston Moore o, peor, con un rallador de queso o cualquier cosa que te imagines. Más lejos, tan lejos que casi acaba tocando en los baños, se sitúa el otro guitarrista, el que se coloca el instrumento bien arriba, con camiseta de Rudi para compensar el rock experimental de su bajista. Tiene la mano derecha más rápida a este lado de los montes Sasiburu. Juntos forman la banda que tocará un repertorio de dieciséis canciones, largo, con dos versiones y cuatro temas nuevos. Bien. 

Los temas nuevos sonaron prometedores. Entiendo que ellos eligen como favorita "No quiero pensar" porque la dejaron para el final, pero yo me quedo con "Zer da Sëin?", que no sé lo que es, pero la cantaron al principio, la segunda, creo. Luego añadieron otras dos, "Gizaki Ahulak" y un blues que les dio para hacer chanzas sobre Asua (A-Fire, como dice uno de ellos), donde creo que ensayan y que acabaron relacionando con El cazador de Michael Cimino, ni más ni menos: "la gente matando ciervos y volviendo del Vietnam y esas cosas". En cualquier caso, creo que por ahora la denominan simplemente "Blues" y no deja de ser otro medio tiempo de esos tan suyos que se sostiene por la tensión que consiguen hincharle a la canción. Eso es, en parte, lo que tienen también las viejas, que cayeron todas o casi todas, como una electricidad que se desliza por dentro. Unos se quedan con "Who Needs a Politician", otros con "Dance It More", ella con "Le Club", y por eso se la dedicaron, y yo con "Dirty Old Man with Febricula in His Head", y en algún momento Mikel me comenta que una canción le parece que tiene "un aire a Los Brincos" y yo asiento. 

Por supuesto, cayó la colaboración, ya casi obligada, de Álvaro Brutus, cuando tocan la versión del "Sister Ray" de la Velvet Undergound vía lo que hacían en Hermana Raya. Esta vez, Brutus no trajo su micro de ventosa o lo que sea, eso que bautizamos como el brutófono, y en su lugar se dedicó a tocar una harmónica que, a veces, con la emoción, le costaba colocar derecha. La otra versión para la ocasión fue de los Pomeray. No, joder, es broma. Fue el "Nuevo Harlem" de Lagartija Nick. Pero casi. 

Y, eso, siempre decimos lo mismo, pero es así: van ganando nervio y poso y siguen a la suyo, a su estilo, que rebusca más en la tensión, las atmósferas, los ambientes, sea lo que sea eso, que en melodías coreables, que también las tienen. Ese espacio intermedio entre el pop y el garaje, entre el rock y el punk, donde campan a sus anchas porque acampan a su bola, les sienta muy bien. Podrán sonar mejor o peor, pero el caso es que suenan a ellos mismos. O, a mí, me lo parece. 

En el descanso, salimos a la luz. Fuera, la vida sigue explayándose en la plaza. Hay tahúres jugando a las cartas, municipales que pasean despacio, con las manos por la espalda, peña vestida con chandal que grita y bosteza, pero ya se han ido los de la jota. Mikel vuelve al colmado a por más latas. La señora estaba preocupada porque se le iban a agotar. Se comparten cigarrillos y se despacha a gusto sobre el regusto que ha dejado el concierto. Poco después, volvemos para dentro.

Los Paniks parece que traen galbana, pero las ganas van apareciendo poco a poco. Rioja se pone en el medio y, esta vez, su saxofonista se queda quieto en una esquina. Justo detrás, el teclista, en su banqueta. Y, al lado, Patxi a la batería, vigilando todo desde la retaguardia. El que más actividad tiene en las piernas es esta vez David, bajista, quien golpeará con ganas el mástil por debajo de la pala en "We Were Seven" y acabará varias veces de rodillas, dándole algo de algarabía a la función. Emulando al anterior guitarrista, Zala también se acercará a la puerta de los baños, escorado demasiado al costado de la izquierda. Así se disponen para tocar un repertorio que se hace más corto que el de Monotonos aunque probablemente tenga un surtido parecido en cuanto a duración. 

Parecido a lo que les hemos visto mil veces antes, pero vuelve a funcionar: "Jony", "Shot Gun Blast" y "Avispa" para empezar. La cuarta, la presenta Rioja: "Maribel", dice, y eso es todo. Es "Maribel", sí, que anda por allí. Luego llega el viaje al centro de la tierra, de expedición en la selva como en Un viejo que leía novelas de amor, la esquizofrenia que despega cuando unen "She's My Witch" con "Blue Moon" y la ya mencionada "We Were Seven". Rioja estira el silencio antes de golpear su guitarra para terminar. Poco después, hasta se quita la chamarra. Vamos avanzando sin darnos cuenta, como si los pasos fueran ligeros pero de plomo. La de Dead Moon ni se la ve venir, pero se disfruta. "Fire of Love" da un poco de descanso antes de disfrutar viendo sufrir a Patxeko con "Colecciono huesos" y cosida una "Los valientes andan solos" que luce aún más con los teclados añadidos. El teclista, de hecho, termina una coda loca con todo el codo estirado sobre las teclas. "Drowning" nos ahoga, Rioja se extrema con su canción de los Oblivians y el saxofonista recupera sus gafas de sol para terminar, como siempre, con "Alvarez Kelly".

Tengo la sensación de que ya te lo he contado antes, ¿no? Es una sensación parecida a la que se queda en el cuerpo después de sus bolos: un subidón en sordina que ya conoces. Y te la sopla, volverías mañana si fueran empezar de nuevo. A veces, parece que no, pero siempre acaba siendo que sí. No sé cómo lo hacen. Igual no son ellos. Igual somos nosotros. Puede que las canciones ya no les pertenezcan. Lo que sí está claro es que dejó de ser el día de la música, pero la música sigue resonando. 

Comentarios