Danzar y cavar


Sin rodeos. Fue en el bar El Comercio. Esto está en Las Arenas, así que cruzamos los 180 metros por un túnel soterrado. Primero, actuaron Indy Tumbita & The Voodoo Bandits, con disco en la Family Spree durante este 2024, así que podríamos decir que venían a presentarlo. Luego salieron The Northagirres, quienes, no tienen nada nuevo desde Cavaré (2020), pero siempre es bueno volver a verles sobre un escenario, aunque esta vez sobre esa preposición, porque no hubo tarima, tocaron a ras del suelo, con la gente muy encima, que el bar se petó, quiero pensar que por la calidad de las bandas más que por la cualidad de gratuito que tenía el bolo. Algo de rodeo he dado. Así que vamos con el meollo:


Indy Tumbita viene a ser Israel Ruiz, creo, en otros momentos Joao Tomba, y siempre un guitarrista hiperactivo, con una extensa discografía, y aparente curiosidad por más de un género. Y con sus acompañantes, The Voodoo Bandits, lo deja claro en el disco que mencionábamos antes, A dança ritual da salamandra, y también lo dejaron en el concierto del que hemos venido a hablar.

El concierto, precisamente, lo abrió el vocalista y aparente líder de la banda con los brazos cruzados y larga exposición, más bien confesión de su extrañeza - y creo que indignación, me pareció - con cierto texto de prensa en el que se había anunciado el concierto. No dio detalles, pero se entendió - lo entendí del todo luego, cuando lo busqué y lo encontré, porque nosotros fuimos al concierto sin haber leído el artículo en cuestión -  que le sorprendía que se uniera su trabajo con referencias como Barricada y Koma. Quizás por eso terminó gritando con coña algo así como: "¡Venimos de la ribera del Lagares y somos la puta mejor banda de heavy metal!" 

Luego fue todo cumbia. Bueno, no, por supuesto. Fue cumbia con actitud punk, aroma a música surf, varios latigazos de rock and roll, y un resultado final que les permite sonar a ellos mismos, a un combinado de distintos géneros que funciona, anima las caderas y revive hasta a un vivo. Canciones como "La Marabunta" o "SatanaSSa" se bailaron con desparpajo tropical por la primera fila. Más tarde, triunfaron otras como "Misa negra" y "El Rey Sapo", y cerraron por todo lo alto con un éxito de Thee Tumbitas, otro de sus muchos proyectos. Anunciaron que lo que cantaban era un "hit" que pudo haberlos convertido en los próximos Beatles, y aunque fuera así, no dejaría de ser una canción cautivadora: "I Got a Gun". 

Creo que fue con su adaptación - más que versión, porque se la traen muy bien a su terreno y le cambian la lírica - del "Guns of Brixton" de The Clash que se les unió para colaborar Linda Lamarr. De hecho, ya fue mencionada antes, como coautora de una de las canciones, pero entonces pasó a ser también vocalista, entrando, además, con ganas: "Después de esta batucada vamos a tocar algo clase obrera." El título, si no me confundo, es "Hordas de Vigo," que de allí provienen estos. Hay más aficionados musicales del Celta que C. Tangana, tú, e Indy Tumbita es uno de ellos, dejándolo claro al presentar la segunda canción del repertorio, cuando dijo que Iago Aspas estaba a la misma altura de celebridad que Julen Guerrero y que eso de que las aficiones de Celta y Athletic se llevaran bien era cojonudo pero que los bilbaínos ya podían dejarles ganar algún partido. 2-1 ganaron este año los celestes en Balaídos, ¿no? No sé. Igual me acuerdo mal, pero qué más da, lo que sí recuerdo es que Ana Agirrebalzategi, de The Northagirres, se subió dos veces para lucir con sus teclados las canciones de los gallegos y también recuerdo cómo se despidieron: "Somos Azúcar Moreno, venimos de Las Malvinas, nos gusta el helado de coco y os dejamos con los Northagirres de Urretxu". Si no fue así fue algo parecido pero igual de inspirado, a tono con un concierto fresco y embriagador, donde triunfó, por encima de lo demás, la música que acaricia, la que espabila esa función que tienen las extremidades para mostrar su flexibilidad. Los ritmos son embaucadores y participan todos los músicos, engrasados y acompasados, con mención a la doble percusión que acrecenta aún más la cadencia. 

Hay que calcularlo todo y también confesarlo. Con Indy Tumbita & The Voodoo Bandits era nuestra primera vez. La sorpresa puede que venga de ahí. No pasa lo mismo con The Northagirres, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez y las ganas eran tantas que casi se podía hablar de virginidad recuperada. Y estos excitan y mucho, casi sin proponérselo. Siguen haciendo ese rock and roll de corte fino - sí, es un guiño - que aprovecha lo mismo el wah wah que los teclados que los estratos de guitarra que una base rítmica capaz de apretar el acelerador tanto como el freno. 

Hicieron un repertorio equilibrado, como un menú degustación de lo que ha sido su carrera hasta ahora. Digo esto porque de Cavaré se tocaron todas menos las dos últimas y de Corte Fino igual, todo menos "La boca rota". Además, volvieron al inglés y se remontaron hasta el Down the Highway con el que les conocimos - y aún nos entra frío al recordar la portada - tocando "You Shouldn't Understand" - y más atrás se fueron para recuperar tres de su primer disco, aquel que sacaron por 2014, si no me equivoco. 

Arrancaron fuerte con "Cavaré", que eleva ya las expectativas de la peña, y cerraron con aire granuja, que siempre les queda bien, el que se respira en "Anoche vendí mi coche". Por el medio, todo quedó bien prensado y ejecutado, incluso la versión que se hicieron del "Lentejuelas" de Barricada, que tuvo coña la cosa después de cómo abrió su concierto Indy Tumbita. Pero los círculos molan, y más si se mezclan con ironía. 

Menos gloria tuvo que por dos veces tuvieran que quejarse amargamente del parloteo de la gente. Y es que lo había. Pero también estaban los que agradecieron volver a disfrutar del rock and roll de los de Urretxu, que se echaba de menos, y que siempre funciona, porque lo acompañan de ese porte y fogosidad que consiguen que sus canciones hundan más profundo en la vena. 


Sin rodeos, que era todo recto hasta la boca del metro, regresamos hasta el túnel soterrado para hacer los 180 metros de regreso a la otra margen. Fuera de El Comercio quedaban los restos de lo que había pasado dentro. Casi llegando ya al Ajedrez, todavía se oía el murmullo de la gente en la puerta. No es mal eco. 

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