Una acidez espantosamente reconfortante




El bar de enfrente está cerrado. Hay uno un poco antes, donde nos atienden sin ganas. Bebemos rápido, mientras fumo de pie. Fuera. Apenas hay tráfico y en una mesa de la terraza, tres hombres de mediana edad beben gintonics reposándose contra el respaldo de la silla, con las piernas estiradas, cruzadas, hablando de negocios y leyes y las maneras que hay de que los primeros esquiven a las segundas. "Igual vamos yendo, ¿no?", dice ella, cuando mira el reloj; "vamos", asiento. Es jueves. Cruzamos la carretera para llegar a la sala Rocket. Doble sesión con Los Ácidos y The Gruesomes. Ni amargo ni espantoso, más bien al contrario, que hasta habrá pastel de cumpleaños, que hasta el peso de los años se hará liviano. 


......


Empiezan Los Ácidos


Por supuesto, no nos preocupamos de saber quiénes eran. Cuando vemos salir a Iñigo Cabezafuego, ya, más o menos, entendemos por dónde va a ir la cosa. Para saludar, él mismo pregunta por "la barca esa". Esa puede que sea la próxima matraca: ¿hasta cuándo dará el asunto de la gabarra? 


Con Cabezafuego salen otros cuatro compañeros, uno de ellos ataviado como Erik, no el vikingo, sí el Fantasma de la Ópera, capa y sombrero de copa y todo. Es el cantante. Antes de ir, no nos preocupamos. Luego, sí nos acordamos, y hemos mirado, para averiguar, claro, que Los Ácidos son esos mismos Ácidos que ya estuvieron antes merodeando por los mejores tugurios navarros, pero remozados. Y atusados en la sección rítmica, que bajista y batería iban bien elegantes con camisas de chorreras. Volvemos a Cabezafuego, con esto del atuendo, porque había algo más sorprendente aún que su camiseta estampada con colillas de tabaco rubio. Sale con dos guantes de boxeo a modo de sombrero. Cuando le vi entrar, pensé que llevaba un dastar, como lo haría un sij bautizado, lo cual hubiera tenido sentido, porque el sijismo se da en la zona de Punyab y cualquiera sabe que una de las cosas que aprendió el Fantasma de la Ópera en sus viajes por el mundo fue cómo torturar con un lazo panyab, convirtiéndose en asesino profesional del Shah. 


Ya paro, que, lo sé, te sangran los ojos, y a ellos los oídos: “Me sangran los oídos” es lo primero que tocan y ya van apareciendo sus medidas: muchas voces, locura controlada, garage, mucho órgano, que reine el fuzz, las letras que hierven y entre los ismos podríamos decir que un poco de surrealismo o barroquismo o que lo mismo te dan un susto que un subidón. “Viviendo sin color” y “Coche morao” y se les ve disfrutar con “Chica Allright”, que al terminar de decorarla con las teclas, el propio Cabezafuego se viene arriba, con los brazos en alto, y grita que eso es un temazo. 


Aquí hay un parón que aprovecho para cambiar de párrafo. El cantante anuncia que es el cumpleaños de Cabezafuego y éste parece sinceramente sorprendido: “faltan cinco días, joder.” Mientras buscan, sin éxito, a alguien entre el público que los cumpla antes que el navarro, le da tiempo a la guitarrista a volver al escenario con una pequeña tarta que parece de queso - yo tenía hambre por entonces, joder, y no pude evitar fijarme - y una única vela, encendida, eso sí. Cabezafuego se lleva la mano a las llamas, pero acepta la tarta. Mientras el resto de la banda canta "Perdido", él pasea el pastel por entre el respetable para acabar dejándolo sobre su teclado, que luego tocará con la tarta encima, sin que peligre la tarta, ni tan siquiera cuando aprovecha que tiene la cabeza acolchada con los guantes para golpeársela contra la pared que tiene a mano derecha. La vela no se apaga. Parece un cirio pascual. 


Hacen coñas sobre la edad del respetable, pero es que tiene pinta de que su humor es como indica el nombre de la banda y no paran en lo que queda de repertorio, que no es poco, aunque al final nos expliquen que conocen su rol, no se van a propasar, saben que, como teloneros, les corresponde un perfil bajo, algo que, por cierto, si me lo permites, no lo tienen aunque lo quieran. Y es que cosas como “Estrato” o “Anaconda”, que no son cosas, son canciones redondas, atrapan nuestra atención igual que lo harán al final con “Monstruo” o con la que cierran bolo, que no sé si se titula “Poseídos por el Voodoo” o simplemente “Voodoo”, pero hechizados nos dejan. Y no fue por las chorreras ni los guantes ni las tartas ni el sombrero de copa y la capa. Fue más bien por el embrujo de la mano derecha de la guitarrista, la ristra de teclas, el vibrato y la expresión de la voz, la percusión menor y mayor, las líneas de bajo y, en resumen, sin menos ululato, las canciones efervescentes con las que consiguieron que nos preocupáramos de recordar su nombre al salir. 


Terminan Los Ácidos. 


En el intervalo, salimos a la calle para tomar el aire, aunque esto no le interese a nadie. 






Empiezan The Gruesomes. 


Confirmamos al verlos subir al escenario, que son los mismos que han pululado entre el público durante el bolo de Los Ácidos, atareados de un lado para otro, deteniéndose a observar de vez en cuando. Se suben ya con la sonrisa puesta, sobre todo en el caso de Bobby Beaton, que es Bobby Beaton, no Will Wheaton, como le dirá uno al lado mío a su amigo, haciéndose el interesante, sin percatarse de que está confundiendo a uno de los Gruesomes con aquel de Cuenta Conmigo. Y de Big Bang Theory, sí, lo sé. Lo que sé también es que estamos ante una de los grandes nombres del garaje revival, unos canadienses que llevan más de cuarenta años haciendo esta música y que se presentan por primera vez en Bilbao con aparentes ganas de tocar, que luego tendrán que contener cuando se ven obligados a recortar un repertorio larguísimo.


Empiezan con energía y con “Way Down Below” que marcan bien las tres letras en el estribillo. John Davis, el bajista, que hará luego las veces de traductor aunque Gerry Alvarez, guitarrista, también parece ducho en la lengua castellana, nos observa con tranquilidad y una sonrisa torcida. La segunda es un clásico que ellos llevan a su territorio. Tú y yo probablemente la recordamos por Joe Cocker, aunque alguno, ellos mismos, creo, se la recuerdan a Ray Charles y en algunas webs igual hasta te cuentan aún la historia de los cincuenta dólares por los que, dicen, se la vendió Bobby Sharp a Teddy Powell. Es “Unchain My Heart” y luego recuerdan su currículo para presentar “No More Lies".


Con esas tres, ya han dejado ver por dónde va a ir la cosa: caen las canciones como empiezan ya a caerles a ellos los goterones de sudor. Van del surf al garaje sin esperar que te queden ganas de más, puliéndose el repertorio sin parar a descansar, que parece que están haciendo la lista de obligatorias en un apéndice del manual del rock de los 60. Nos gusta, y mucho, una instrumental que tocan a la mitad, con bajo en primera fila, y que creo que se titula “Bikers from Hell”. Se celebra, y hasta se baila, una “Get Outta My Hair” que antecede a “That’s Using Your Head” y más o menos por ahí explican que acaban de sacar material nuevo después de más de treinta años -- se les aplaude -- y que lo puedes encontrar en el sello Calico Wally. Luego darán más detalles sobre esto, hablando de las caras del disco y de lo que contiene dentro. Pero antes presentan “No No No No” haciendo referencia a Señor No, aunque no encuentran a Xabi Garre, que sí que anda por allí. En otro intervalo antes de una canción, yo me pierdo un poco, porque creo que dicen que es música de Arizona, pero me parece que lo que hacen es una versión de Kit & The Outlaws, que yo creo que eran una banda de garaje de los 60 con sede en Dallas, Texas, pero ellos saben mejor que yo, seguro, que para mí podría haber sido la de Metallica, porque se trata de “Don’t Tread on Me”, y se la dedican a alguien que anda por allí y de quien dicen que toca en una banda estupenda de Costa Rica llamada Los Cuchillos, y sí, luego cuando llegamos a casa lo buscamos, igual que buscamos más información de Los Ácidos, igual que nos cercioramos de quiénes eran Kit & The Outlaws que de primeras no nos acordamos, tampoco vamos a ir ahora aquí flipando porque sepamos distinguir entre Will Wheaton y Bobby Beaton. 


Van llegando al final con más canciones de antes y de ahora, como “Girl in Time”, por ejemplo, y a la altura de “Fluctuation”, más o menos, se produce la intervención, porque se va echando el tiempo encima, y tienen que recortar el plan. Del final, algo atropellado porque se les nota que por ellos hubieran seguido tocando más, les reconozco la versión de Les Lutins que ya hacían en los ochenta, es decir, se despiden en francés con "Je Cherche". 


Terminan The Gruesomes


......


Volvemos por Alameda de Mazarredo hasta al aparcamiento. Ya no queda nadie fotografiándose a los pies del perro de las flores. Los dos tenemos hambre y hablamos de ello. También sueño, pero nos lo callamos. Tampoco digo que se me quedó como una acidez agradable en el estómago, que ahuyentó el espanto de un doloroso y largo día de trabajo. No lo cuento porque, en realidad, sé que no es verdad, solo es una licencia porque había que inventarse un título para encabezar y eso fue lo menos ingenioso que se me ocurrió. 


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