Sí, shit guaranteed

Fotografía que nos ceden desde Rock Attitude Facezine


Los Paniks se hacen de rogar y más su saxofonista. Rioja reclama, varias veces, la presencia de Josu Urkidi. Usa su micrófono como lo harían en la caja del supermercado si se alarga la cola. Urkidi aparece con prisa, la chamarra puesta, disculpándose. Ya que pasa por allí, se queda en el micrófono del medio y se alarga en las explicaciones, los saludos y la ironía fresca. Le da, con sorna, las gracias sentidas a Rioja por esperarle y celebra, con supuesta ingenuidad, una oportunidad tan maravillosa como esa. Hace una lista de alegrías y empieza: “Ha venido Zala…”

Pues, ala, ni esperan a que termine y se cuelgue el saxo, sus compañeros arrancan ya con “Jony”, que, esta vez sí, la tocan. Otras veces, les hemos visto utilizarla para probar y darla ya por tocada. Son Los Paniks, son así. Son seis, además, que por primera vez les vemos con teclado. El teclista se queda a la izquierda de la batería, sentado, y se dedica a repujar las canciones, dándoles un aire más luminoso, hasta impetuoso, diría yo. Son Los Paniks. Ya lo he dicho. Son eso y son también el resto. Todo lo que viene luego: un concierto sólido y rotundo, en el que vuelven a demostrar que sin aspavientos y malabarismos también se puede hacer rock puro y duro, primitivo si quieres, pero refulgente y efectivo a más no poder. 

Yo, ya, por pedir, solo pediría alguna canción nueva. Pero soy feliz sin eso también. Viendo a Patxi feliz, como dice de mí mi suegro cuando me ve comer, yo ya soy feliz. Y es que hasta el batería de Los Paniks se quedó contento, que se esforzó: le vi levantarse para cerrar una canción a los platos. Sudó a tope la camisa que estrenaba y que confesó que traía como homenaje a su compañero de gremio en Cheap Trick; él es así, que hasta busca la foto de los Cheap Trick en el móvil para que lo entiendas bien. Le dije, cuando apareció por la platea, para chincharle, que corre demasiado con el bombo al final de la versión de Reigning Sound: “Pues a mí me parece que hemos sonado de puta madre”. No le borré la sonrisa. Y en la cornisa de Sotera de la Mier, cuando nos despedíamos una hora después, aún la tenía. Y en la mano un cacharro. Pues felicidad, eso es. Qué importa lo demás.

El bolo, sí. Pues el bolo, lo dicho, bien: repertorio sin grandes sorpresas y las canciones ejecutadas con lucidez y sin intervalos. Apenas un par de ellos para que un Josu Urkidi bilingüe celebrara de nuevo la ocasión y otra del Rioja que confiesa que no saben qué canción viene luego. Nadie se sorprende. Luego ya vendría el cantante de los Killer Kin con todos sus "motherfuckers". Estos le pusieron el contrapunto y se dedicaron a respirar cuando terminaban, antes de arrancar la próxima.

El comienzo, no por esperado fue menos contundente, con la ya mencionada “Jony”, “Shot Gun Blast” y “Avispa”. Cuando atacan “Maribel”, el saxofonista toca su instrumento como si fuera una guitarra imaginaria.  

Se explayan en las atmósferas con inspiraciones como “She’s My Witch” o “Blue Moon”. Para cuando tocan “Hurt me” ya nos suena como a embaucamiento peligroso. Vas moviendo la cadera como lo haría un Merry Prankster en una gasolinera mientras aguanta la manguera para llenarle el depósito a Further. Le dedican su versión de Dead Moon, “Sobre mi tumba”, a los Killer Kin; y el “Drowning” de Reigning Sound no lo hacen, pero como si se la dedicaran a ella, porque ya casi al fondo, que nos han ido retrasando, la baila ensimismada y con una sonrisa en la cara, mientras yo me limito a balbucear el "down in the River" con las manos en los bolsillos. Antes, vienen, entre otras, “Colecciono huesos” o “Los valientes andan solos”. Y, en el final, vuelta al tren de The Oblivians y el ya clásico – como cambien algún día igual implosionamos de la sorpresa - “Alvarez Kelly”. Kelly, también se apellidaba aquel australiano, Ned. Lo menciono solo para decirte que, aunque te pongas un chaleco antibalas casero como él, estos te acribillan de igual manera.

 

Tras un breve descanso a la fresca, volvemos al interior del antiguo colegio de El Carmen. Alguien me cuenta que esto era antes el gimnasio, y, bien pensado, tiene sentido, viendo lo que va a hacer Mattie Lea en unos minutos. Y es que los Killer Kin arrasan con una tormenta de decibelios y distorsión, exabruptos y gruñidos, contorsiones y sentadillas. A mí, que es solo cosa mía, me recordaron más a Motörhead que a The Dead Boys, por nombrar a dos que ellos mismos mencionan cuando se definen. El guitarrista de la derecha no deja de puntear en toda la canción - y en todas las canciones - mientras Chloe Rose genuflexiona para dramatizar la progresión y la base rítmica asfalta un camino que lleva directo contra un muro.Levantaron uno que se dedicaron a derribar a guitarrazos.

No tienen descanso ni término medio. Casi acaban de empezar y Mattie Lea ya ha bajado al suelo. Cuando sube, se queda sin pantalones, y lo que los sujetaba resulta ser una cadena que le sirve para tensar músculo y amenazar, creo, con guardarla en algún tipo de orificio, pero no sé de quién. No le entiendo. No le entiendo todo. Sé que nos pregunta si nos lo estamos pasando bien, si queremos más rock and roll, si tenemos hambre, si estamos vivos… Pocos responden. Los que responden lo hacen como se debe hacer, gritando y con el puño arriba, lo que parece que satisface a un Mattie Lea que no tiene ni que recuperar el resuello a pesar de sus exhibiciones gimnásticas y vocales.

Creo que es con “On the Chain” que Lea se acuerda de Shit (o SHIT, no sé cómo se debe escribir) y de Irola Irratia y celebra los treinta años del aniversario que nos ha traído a todos hasta allí. Si no fue ahí, fue antes o después, porque fue todo, como creo que ya he dicho, arrollador. La sensación de que la energía salpicaba más que la sangre cada vez que te atropellaba el camión. No tardaron mucho en salir a un bis que arrancó poco a poco y terminó como una espuela final de arrebato, en el mismo nivel extremado de brío físico y musical. 

Y todo esto, que no lo he dicho al principio, pasó en Sastraka, que viene a ser el antiguo colegio de El Carmen, en el barrio de Azeta, en la ladera de Sotera de la Mier, que bajas por las escaleras y la rampa, entre la fronda abandonada, como si estuvieras volviendo del Sacre Couer. Se ve desde allí la ría como una estela abandonada, el rincón de la Benedicta como si esperara a que te tiraras a su pozo mágico. Dan ganas de parar y respirar, disfrutar y volver a subir. Sastraka, queda. Hay algo que se pega en esa oscuridad. Es algo que, además, te hace recordar. Creo que pronto celebran ellos mismos aniversario. Lo que sí se recordaron en esta ocasión fueron los treinta años que lleva el programa SHIT en Irola Irratia. De eso iba la fiesta, de que hay que aplaudir que pase el tiempo cuando se resiste así.

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