Chulería, joder! son Iratxe, a las voces; Alda, bajista; Myriam, baterista; y Antxon a la guitarra. A todos ellos, les conocíamos de antes. A la cantante por estar en aquel soplo de aire fresco que se llamó Desorden; al bajista porque se pluriemplea en Barre Ikara o Huracan Rose; ya habíamos visto a la baterista en TurboFvckers; y Antxon nos sonaba y sabíamos por qué, por cosas como El Volquete o Bat Bat Bi, que sigo sin saber si se escribe así o así: 112.
Han sacado recientemente La urbe, su primer larga duración. Sale a tredias, que se decía cuando yo era joven: esfuerzo compartido entre ellos, Kaset Ekoizpenak y DDT Banaketak. Lo han sacado en vinilo grueso con portada luminosa, aunque solo sea porque predomina el blanco. Lo grabaron de la mano de Haritz Harreguy, quien supo dar con la tecla para bruñir ese sonido crudo y con grijo que ya les conocíamos por el directo. Y es que los 21 minutos que recogen estas siete canciones los teníamos oídos en vivo y en directo porque los Chulería, joder! se han prodigado sobre los escenarios y se les reclamaba esto para poder tener la dosis cuando descansan y no se encaraman en un tablao.
“Hacer algo que destruya la moral popular” dice la primera frase del disco. No me jodas, no podían haber elegido mejor. Empiezan a saco y poniendo la cara. “Hacer algo” llega ya con las marcas del producto bien claras. Lo mejor, puedes imaginarte ya el subidón del directo, el efecto grabado invoca al espontáneo del escenario. “Infernua,” la primera en euskera, lleva un ritmo más reposado, pero con parecida intensidad. “Tus amigos,” a todos los efectos, podría haber sido la elegida para representar el disco como sencillo. Creo haberles oído contar que es de las primeras que escribieron. Empiezan las estrofas sibilantes, casi reptan, pero todo revienta cuando llega el momento y el estribillo se hace casi invocación. “Geltokia,” con su falta de esperanza - “ez geneukan esperanzarik" - casi llega a balada, pero hasta en la tragedia les sale arremetida la rabia. Es “Ez,” para mí, que sí, es subjetivo, pero para eso soy el que escribo, una de las joyas del disco, con esos parches bien nítidos y amenazantes en el comienzo. Tentadora en esencia, molan los parones medidos y ese grito acertado: “joder, berriro ere!” Hay cierta oscuridad en el solo de guitarra que conduce a la coda y que también aparece en “No profanación,” esta vez con una intro atmosférica, susurrante, intrigante. El estribillo se repite hasta que se despide la guitarra en otro soliloquio eficiente. Esa veta de oscurantismo se diluye, al final, en un rock and roll abrasivo. Finalmente, “Última hora,” con voz doblada, gana pliegues y matices, se acerca al fraseo impenitente de Sumisión City Blues y se convierte en otro acierto pleno con el furor alegado en el ritmo y esculpido en una letra cutánea y penetrante. Gana el misterio, la velocidad se mantiene con expectación: “no importa mucho el sitio, porque la mierda viaja.” Que el viaje no termine nunca es lo que parece sugerirte esa guitarra final que atrapa tanto como la que abría, volviendo a hacer de esta canción otra experiencia aquilatada.
Punk-rock, me imagino. Si quieres que le pongamos etiqueta, por ahí iría, pero aquí se ven más ingredientes y, sobre todo, se ve mucho nervio. Haritz Harreguy - y ellos mismos, que no todo se hace con botones - ha conseguido trasladar lo que ya habíamos apreciado en directo a un disco muy efectivo. Mantener intacta la identidad de una banda cuando se enclaustran en una sala alfombrada es siempre un acierto. La frescura, el ímpetu y toda esa vehemencia que les caracterizaba están aquí impregnados en cada uno de los cortes. Usan bien los coros, encomiendan con rasmia las emociones, tienen a una cantante que maneja el fraseo y la enunciación perfectamente, doblan bien las guitarras y tienen una base rítmica acorazada que repica por debajo con munición letal. Vamos, no sé como decírtelo, pero doblando la interjección que llevan ellos mismos en el nombre a modo de énfasis creo que te lo resumiría muy bien.
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