No sé realmente por qué unos se llaman los Quaaluders y otros The Oxys. Seguro que hay otras razones. Yo no pude evitarlo e hice la doble asociación barbitúrica. Con unos, recordé el mal viaje de Jordan Belfort en El Lobo de Wall Street, y qué te voy a contar del Oxycontin que no sepas ya. Pero, en fin, ya hagan referencia sus nombres a la metacualona y la oxicodona respectivamente, o no, el caso es que subidón tuvimos el jueves. Cogimos la salida a la derecha, nos metimos por los intestinos del Ballonti y encontramos la sala Groove sin problema para asistir al bolo de los Quaaluders, para empezar, y de los Oxys, para seguir.
Llegué tarde, eso sí, porque había que fichar al salir. Con el gorro de lana puesto y el chambergo abrochado hasta arriba, abro la puerta. La primera impresión es buena: está todo ahí, al alcance. Varias decenas de personas que no molestan, sin columnas que les molesten a ellas, un escenario quizás demasiado alto pero suficientemente amplio, una pequeña barra para refrigerarse y un sonido que nada más entrar sorprende por el volumen y la claridad. Saludo a Sergio Iglesias, pido algo de refresco, me coloco en un hueco como si fuera la pieza de la esquina en un puzzle y empezamos, que ellos ya lo habían hecho.
Los Quaaluders se presentan en formación alineada: dos guitarras, bajo, el cantante a la misma altura que ellos y en el medio y, como siempre, el batería rezagado al fondo. Cuando entro están cantando algo sobre vender humo, así que entiendo que es "Humo", la que cerraba su disco de 2020 Punk & Roll. Y eso es lo que hacen: punk y rock and roll. Punk del que podríamos llamar castizo, del que hemos convertido en proverbial aquí en la margen izquierda. Hacen una versión de Cicatriz, "Loco", y el cantante, en homenaje, me imagino, lleva camiseta de La Trapera. Así que ya lo tienes, por ahí va la cosa. En otras ocasiones, sin embargo, se acercarán más a los renglones del rock and roll y ganarán en dinamismo. Terminan con "45 grados", que también estaba en el epé de hace unos años, después de despedirse con un lacónico "bueno, peña" porque no habrá bestebat. El concierto, por lo tanto, fue corto pero intenso. Se les escuchó alto y aseados, manejando bien los contenidos obligatorios de la disciplina: coros, riffs, ritmo a piñón y estribillos repetibles. Una cosa más sí que te voy a contar, que así de paso me permite decirte que el autor de todas las fotos que ves aquí es el corresponsal, siempre en primera línea del frente, Javi Rubio. Él estaba conmigo cuando se acercó a saludarle el bajista de los Quaaluders y no pude evitar pegar la oreja y enterarme de que, por ejemplo, habían tocado varias canciones nuevas, lo que invita a pensar que pronto habrá noticias de esta banda. Al cantante de la otra, que se encontraba en la mesa del merchan, le gustó, que silbó, aplaudió y voceó vocales cuando terminaron.
Empezaron The Oxys sin el cantante, mientras suena enlatada "La cucaracha" con estilo Speedy Gonzales y con el bajista, protegido del frío con un gorro ushanka, saludando al público a la manera de las princesas, con gentil movimiento de muñeca. No tarda mucho en subirse a escena Phil Davis, hiperactivo cantante de la banda, histriónico y arrollador, con gafas, guantes, chaleco repleto de parches, quien luego nos dirá que le llamemos Felipe. Digo lo de hiperactivo porque, sin bajarse del escenario, hará kilómetros por el mismo, moviéndose y tambaleándose. Digo lo de histriónico porque usa sus manos, su cuello, su cuerpo entero como expresión física de las letras, y así lo mismo se ahorca con el cable del micro, que dibuja una pantalla de televisión de varias pulgadas con sus dedos índice, se pega un tiro en la boca o se coloca los guantes como si fuera a soltarte una ostia caballeresca. Digo arrollador porque la ostia te la suelta, consiguiendo que las canciones te pasen por encima como si las estuviera vomitando. Y digo Felipe porque lo dijo él mismo y porque nos contó que parte de su familia venía de las Islas Canarias.
Después de la primera canción, Felipe mira el monitor que tiene en frente y lee con mucho acento: "No pisar". Se encoje de hombros. No le impide, sin embargo, que tropiece con sus compañeros, que se adose a sus espaldas, que se cargue el micro del bombo, que parlamente con el respetable, que erice la actuación con una representación sudada y excitante. El arranque es como un desembarco en una playa normanda: "Ticking Time Bomb", "Mister Horrible" y "Generation Irrelevant". Los tímpanos ya han petado. El volumen de las guitarras es abrumador. Se crea como una atmósfera densa que se puede masticar. Ya sabes por dónde van a ir, de los New York Dolls a los Social Distortion, sin disfraces ni ungüentos, que suenan naturales y espontáneos. Llevan, además, lo que entendí que eran bases pregrabadas, que se oían teclados por detrás, en alguna canción, y, oye, de manera muy acertada porque le daban lustre al repertorio. Si no fue así, pues mira, me equivoco.
El bajista apunta a Javi Rubio y le aplaude la camiseta: "Eyyy, Radio Birdman!! ¡Puta madre!" con el mismo acento de gringo chingón (perdón, es broma), con el que nos hablará luego del castellano de frontera que se habla en Texas. Caen canciones de sus dos discos, ambos recientes y sacados con una distancia mínima, demostrando que tienen currículo, tablas y se saben las trampas del juego. Pero, sobre todo, que tienen buenas canciones de punk-rock. En "Isolation", el cantante se somete a sí mismo y luego le canta al rock and roll y nos pide que no vayamos mañana a trabajar, que llamemos para decir que estamos enfermos, que tosamos un poco para engañar al jefe. Cantan "Back on the Wire" y poco después felicitan a Quaaluders por su bolo antes de seguir azotándonos sin descanso, con actitud y mucho volumen. Al presentar a la banda, el bajista del gorro ushanka, que se llama Gabriel Von Asher, sí, ya lo sé, alza su botellín de cerveza: "¡Salud, motherfuckers! y en la otra esquina, Ginchy Kottwitz se muestra menos eufórico mientras afina su guitarra. Sin levantar la cabeza contesta al oír su nombre: "¿Dónde está el baño, por favor?" Lleva camiseta de la revista Creem, por cierto, que si lo piensas dice mucho. Ahí arrancan con "Vulgar Favors" y no terminan hasta que el cantante se sacude una leche en la barbilla al intentar sacar el micrófono del pie pero no le para nadie, que nos dice que les quedan un par más y así será. La última, esa "Idiot Box" que va de la televisión y de dejarse mesmerizar por ella. El calentón les sube a ellos también, que la guitarrista rítmica sacude con rabia las cuerdas y el batería termina azotando parches de pie. Es más, acaba tocando el plato a cabezazos.
La gente esperó tímidamente pero creo que todos sabíamos que no iba a haber bis. Y si lo hubo me lo perdí, porque después de un par de minutos de espera por precaución, me despedí de un par de presentes (poca gente, se podría decir, pero más que suficiente) y salí a la oscuridad del polígono, calzándome de nuevo el gorro de lana porque para proteger los oídos ya no podía hacer nada.
¿Os acordáis de aquella película de finales de los ochenta en la que una banda de glam se apodera de los jóvenes de una tranquila localidad americana, Mill Basin, y solo el profesor de literatura del instituto, Matthew Moorhouse, parece entender que el rock and roll está demonizando a los chavales del pueblo? ¿No os acordáis? Pues el bajista de los Oxys llevaba la camiseta de la película y sirve como colofón final: no nos demonizaron, pero a muchos allí dentro volvió a poseerlos el rock and roll.
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