Cohetes, fugitivos y armas de fuego



Voy a empezar en primera persona y con cosas que no le importan a nadie y no deberían ir en una crónica, pero esto es así: llegué tarde. Es jueves, hay tarea; la tarea se alarga y el tráfico se espesa. Cuando llego ya están los Runaway Lovers en escena. Están cantando "Bilbao", lo que parece confirmarme que he llegado: ya estás, aquí es, relájate y a disfrutar. Y ese verbo en gerundio es lo que  percibo allí dentro, que veo a la gente en deleite, incluyendo a las que estaban esperándome. No sabes si la música de los Runaway Lovers produce esa alegría o solo la acompaña, pero se me empañan las gafas y al quitármelas, me pierdo. Sé que tocan boogaloo, sé que luego viene un boogie, sé que practican el twist. (Sé que he empezado a escribir y ya no paro y va todo en el mismo párrafo y así voy a seguir.) El twist lo conozco porque reconozco la palabra tabardillo, pero mi ingenio es sospechoso después de un árido día de trabajo y en lugar de tabardillo (twist) mi cabeza murmura Taravillo (twist). Hasta Davalillo (twist). Juan Manuel Lillo. ¡Quillo, para ya! Luego ellos harán "Link Wray lerele", que dedican a Miguel Vargas Jiménez, "Bambino" (sí, el cantante, no el sitio donde fuiste a comprarle la silla al niño). Suficiente guiño a la cultura andaluza hay ya ahí. Pero hubo  más: que Santiago Delgado coge manzana, come manzana, tira manzana, aunque, lo que realmente tira, recogiéndose la falda imaginaria con una coz flamenca, son los botellines de cerveza. "¡La Heineken voladora!", se ríe. Ya que estamos ahí, aunque no vayamos por orden, cuento más cosas que dijo Santiago Delgado, como recordarnos que tiene un pasado (y no hablo de los veinte años que rememora luego) porque nos cuenta que antes tuvo otro grupo con el mismo nombre que el título de su próxima canción, que a uno al lado mío le hace una gracia del horror: "Seis jerseiseis". Imagino que no se escribe así (el plural es jerséis, lo sé, gracias, señor inspector de la RAE) y que juegan con los dígitos, pero no me da el ingenio. Por el medio, en algún momento, cae "Flequillón", y ahí les da a todos un subidón: Carlos Beltrán se encarama al bombo abandonado porque su batería se ha robado la caja y pasa a nuestra vera camino de la barra, a donde trepa y ahí se queda dándole al parche, hasta que baja, pasa al fondo y luego se hace itinerante, tocando mientras pasea entre el público hasta volver a la ribera del escenario. Si recuerdo bien, la cosa termina cuando sube al bombo de donde ya se ha bajado Beltrán y termina repiqueteando sus baquetas sobre la cabeza de Santiago Delgado. Digresión innecesaria: en mis notas, por resumir, no me juzgues, Santiago Delgado es Dano, mientras Carlos Beltrán es Gretsch. Dano y Gretsch, Gretsch y Dano (igual que Starsky y Hutch, Hutch y Starsky). Solo porque uno calza eso, una Gretsch roja (como el Gran Torino de los detectives, fíjate), y el otro, una bonita Danelectro (lo de bonita es demasiado subjetivo, pero a mí me lo parece). Había más jarana preparada, porque quedaban los invitados. Cuando atajaron el que ya es casi un himno (por cómo reacciona la gente), "Soy un Runaway Lover", se subió para acompañarles un Tony DevilDog que, cuando no tenía coros, a falta de pandereta o mejor percusión, se golpeaba la cabeza. Tocan una balada en la que disculpan a la sección rítmica, aunque el bajista se queda e intenta hacer coros. Dan las gracias a los presentes y celebran que luego vienen Los Fusiles, "discípulos de Silvio". Si no me confundo, cierran con una pegadiza "Viva viva rock'n'roll", enmendándole la falta de reconocimiento a un Chuck Berry que, como siempre, pulula a sus anchas por el concierto, como un fantasma en una casa encantada a donde acaba de trasladarse una familia numerosa americana. América revisitan estos. Sus conciertos son, a veces, como una exhibición de los orígenes de la música popular americana, pero sin vitrinas. Llevan, lo dijeron ellos, veinte años en esto y siguen frescos y ágiles, acompañados de fieles seguidores que lo mismo les ponen el estéreo a las canciones declamando los estribillos a pulmón, que te bailan lindy hop y ya no hay stop.

Aquí sí hay stop. O punto y aparte, vamos, que ya vale la broma de los párrafos. Cambio y seguimos en el próximo con el pasacalles:

Los Fusiles se traen de Sevilla el calor, pero no a su batería. Para cubrir el hueco, contratan como sustituto a Ricky, que hace doblete, aunque, esta vez, se sienta y no se sube a ningún sitio. A Pablo Cuevas, cantante y guitarrista, parece notársele cierta añoranza por eso que le debieron contar en su día, que en el norte hace frío: hablará del cambio climático y dirá que aquí también, en Bilbao, hace "musha calor" (y solo estoy intentando representar por escrito la vernácula del sur). También te digo esto: da igual. Por mucho que se sequen la frente, que refresquen el gaznate, que resoplen el flequillo, que, en resumen, suden sus uniformes negros, no se les ve pasar a la reclamación (la cantarán) ni a la renuncia ni regatear un ápice del esfuerzo que se le supone de serie a alguien que se toma el oficio con respeto y termina las canciones brindándolas: "salud, va por ustedes". Así, terminan una "La llamada", que más o menos marca el meridiano del concierto. En esa canción, se me van los ojos a la órbita que hace el guitarrista solista con su mano derecha antes de caerla sobre las cuerdas con delicadeza y fuerza al mismo tiempo. No se mueve de la esquina de mi izquierda, y yo no puedo dejar de mirarle: no hay canción que no aquilate, ya sea con un riff acertado o con arreglos que lucen. Le sale el talento con naturalidad, ya lleve slide o no, igual que a la banda le salen redondas las canciones de rock and roll bien armadas. Para demostrarlo, antes de llegar aquí, ya se han soltado cuatro de su último disco, A mano armada, además, en el orden que están en el disco. Te dejas atracar mientras te apuntan con "A tumba abierta" (primera del bolo, para presentar la credencial), "El ritual" (más energía sin procesar), "Capitán" (un nuevo personaje en su universo, como la maestra, el olvidao o la floristera, que todos se quedaron en Sevilla) o "No pierdas el norte" (con las vocales bien redondas al final de la línea), todas en el primer tramo del bolo, que es cuando aprovechan para presentar lo nuevo. Para compensar, en ese primer trecho, también camina "Sadie", por ejemplo, o una "Reclamación" donde se paladea la línea de  bajo. En el segundo tercio, el rock and roll se hace más recio, llegan los éxitos de antaño que se corean a plazos, pero aún incluyen una del nuevo disco, la que definen como representante de su vena punkarra. Y les queda bien, sí, rápida y sin esculpir, una "No me tientes" que te tienta y no admite discusión la labor de lustre del guitarrista que sigue acicalando el cierre en su mástil aún cuando parece haber terminado la canción. Antes de esta, cantan la otra, la de la frase que abre y muchos se saben de memoria: "No salen artistas como los de antes, decía su madre con triste semblante".  De "Bala errante" a "El parque", sin saber aún quién le escribe al coronel, pero disfrutando de lo que ellos definen como "una de amor" y que dedican a Tonino, de Toni Metralla y los Antibalas, y no sé qué explican de un parche porque no me entero. Otro rock and roll bien traído al escenario, sin los vientos y teclados que la elevan en la grabación, es "Tarde de perros". Pablo Cuevas nos lo cuenta: "Se nos ha calentao el pico, vamos a por otra." Los Fusiles miran. Miran al público, al suelo, luego al infinito, que es el fondo del bar. Pablo Cuevas parece que, tal que mira, habla con alguien y guiña un ojo, frunce el ceño, tiene gestos diminutos que engalanan lo que va contando. Van llegando a cierto clímax con "Pasen" pero antes piden ayuda y se suben a la tarima unos cuantos Runaway Lovers y de nuevo el capo de la discográfica de ambas bandas quien, hasta entonces, estaba dándolo todo en la primera fila. No hay descanso, aunque lo habrá algún día, y digo esto porque creo que el cantante de Los Fusiles cierra el prólogo de "Victoriosa", otra que triunfa, mentando esa frase conocida de los cartujos, que cantan mientras van cavando la que será su tumba y dicen aquello de "morir tenemos, ya lo sabemos" y si morimos que sea de un golpe de calor aquí dentro y que la temperatura sea culpa de ellos que la suben cuando enganchan "¿Quién le escribe al coronel?" (que terminan con el puño en alto y gritando "Avanti popolo alla riscossa") con "Pasacalle en la ciudad", celebrada, entre el público, por todo lo alto. Ni esperan a que se lo pidamos. Arrancan bis con viaje al pasado, como para dejar rematado también el futuro que les queda por delante: "Díselo". Tienen la pócima del rock and roll, los tíos. Saben, además, usarla para crear canciones que se mueven entre la épica y la rutina, con la arquitectura bien cimentada y esos brillos luego que las convierten casi en himnos, pero himnos de verdad, de calle y estribillo, de los que berreas con el puño en alto, sin pensar en exaltaciones gloriosas. 

Y paro aquí, aunque con un pequeño epílogo. Fue nuestro estreno en la sala Rocket. Cohetes podemos tirar ya, sabiendo que alguien se atreve a iniciar una de estas aventuras. Últimamente, la cosa tiende más hacia las persianas que se bajan que a las que suben. Tendrán cosas que mejorar, me imagino, pero, por ahora, hicieron su función con eficacia: la sala es cómoda para disfrutar del directo y el sonido no desmejora el espectáculo. 

Entre cohetes, fugitivos y armas de fuego parece que estábamos haciendo una crónica de guerra, más bien. Menos mal que, al menos, despegan, huyen y disparan sólo rock and roll. 

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