Las rutas afectivas

Sin fotos del concierto, cuelgo el póster tal y como lo encuentro en internet



En una nueva gira por Europa de The Delines, la banda de Portland hizo, en esta ocasión, parada y fonda en Bilbao. No era la primera vez, pero nos habían esquivado últimamente, quedándose por latitudes más norteñas, donde tienen una sólida base de aficionados, tan numerosa como fiel. 

 

La propia Amy Boone, cantante de la banda, recordó que ya habían estado antes en Bilbao. Cada vez, eso sí, de una manera distinta: con sillas, sin sillas; en el Antxiki, en el Antzoki… A Boone, llegaron a ruborizarla con los aplausos pausados y tiernas exclamaciones que le dedicaron cuando emergió de la oscuridad del escenario con una pequeña linterna en la mano. Buscaba con prudencia los peldaños del escenario. Abajo, agradecía la emoción e intentaba explicarse mientras alguien le hacía gestos para preguntarle que qué había sido de su bastón. Ella sonrió nerviosa. 

 

Por la esquina contraria, poco después, también bajó Willy Vlautin. Con la cabeza gacha y con prisa. De la misma, volvió a subir, arropado por las miradas y los mismos gritos tímidos del respetable que se reunía a la vera del escenario. Poco después, empezó el bolo. 

 

Así de tranquila estaba la cosa, que el Antzokia parecía un teatro más que nunca. Poca gente, que luego fue ampliándose, más bien expandiéndose por la platea. Salieron primero los cuatro instrumentistas y arrancaron sin voces, con una instrumental corta y ya con la trompeta de Cory Gray ganando protagonismo. Se trataba de “Lynette’s Lament”, que estaba en su último disco, The Sea Adrift

 

Si Lynette es la protagonista del último libro de Willy Vlautin, The Night Always Come, es algo que quizás solo nos podemos imaginar. Durante este bolo, oímos las historias (pequeñas viñetas, como si escudriñáramos sus vidas por un momento a través de una estrecha rendija en la puerta) de Lorraine, Maureen, Eileen, Lilly, Erwin, Carol, Holly, Andy o Earl. E iremos de viaje por sitios muy concretos, mayormente a lo largo de la Costa Oeste y el interior de los estados más occidentales. De esa habitación de hotel 615 en el Imperial a la calle Montague que se mencionará en la última canción del repertorio. Y todas esas historias parecerán tan reales como un dolor de muelas, como una derrota cotidiana, como una ausencia real. Acompañadas de música, ahondarán en los dolores y pasiones que esconden. 

 

Cuando terminan esta primera, Willy Vlautin susurra en el micrófono que gracias (en castellano) y ya ha aparecido Amy Boone, con su paso lento y cuidadoso, llevando en una mano un vaso de cristal y en la otra una botella térmica. Sonríe, se sitúa, y arranca “The Imperial”, que también daba nombre a su disco The Imperial. Las historias de habitaciones en hoteles tienen que terminar en cinco. Son completamente distintas, pero la de León Benavente era la 315 y aquí es la 615. 

 

Los juegos de voces, con más protagonismo para la de Willy Vlautin, triunfan en “Don’t Miss Your Bus Lorraine”, mientras la trompeta reluce y bruñe. Los teclados y vientos de Cory Gray son uno de los secretos que atesoran estas canciones. Igual que lo es la cercanía, en la aspereza y en la ternura, que desprende todo el espectáculo: no solo cuando cantan, también cuando interactúan. Amy Boone lleva el peso en esos intervalos. Habla de vino y comida. Pide que no le hagamos mucho caso cuando se confunde al repasar la discografía de la banda. Se lo toma con humor. El repertorio sigue instalado en la habitación 615 con “He Don’t Burn for Me”. Tampoco se mueven de los interiores con la inquietante y poderosa “That Old Haunted Place”, donde mencionan Felony Flats, que nos lleva de vuelta al Lost Son de Richmond Fontaine, y a la chica con el póster de los Minutemen y el torero de plástico en “A Girl in a House in Felony Flats”.

 

Para la siguiente, Willy Vlautin explica que es nueva y que espera que nos guste. Tocan “Maureen Gone Missing”. Y parece que gusta, como todo lo nuevo que tocan, que luego caerá otra, y recibirán aplausos cuando Boone explica que están preparando algo en Portland. Yo pienso que promete, porque se intuye un aire nuevo, que parece que ya se dejaba ver en esos duetos que acaban de publicar y de los que luego, también, dejarán una pequeña muestra. 

 

Boone también cuenta más cosas. Como que prometió aprender algo de euskera para la próxima vez que viniera. Con la ayuda del público, da las gracias en nuestro idioma. Más seria, confiesa que es consciente de la indiosincracia de la región y que, de hecho, es un lugar que le emociona: “It speaks to my heart”, creo que dice, y añade que puede hablar también en nombre de los hombres que la acompañan. Si hubiera querido, Willy Vlautin podría haberlo corroborado. Si le preguntas, seguro que te cuenta, si le apetece, cómo su madre, de pequeño, les llevaba a él y a su hermano a restaurantes vascos en el Oeste norteamericano. O podría contarte, seguramente, cómo uno de sus escritores favoritos es Robert Laxalt, padre de la literatura vasco-americana, que es algo que existe, y uno de los escritores más celebrados en el Oeste americano, aún un tanto desconocido aquí a pesar de que hace tiempo le regalaron un tambor de oro en Donostia-San Sebastián. Por cierto, que este año se cumplen y se celebran cien años de su nacimiento.

 

Volvemos al concierto y vuelven a The Sea Adrit con la doliente “Surfers in Twilight”, muy aplaudida, y yo recuerdo la historia, la escena, y me tiemblan las piernas. Todo su set puede depender de un pulgar. Una cuerda sostiene toda la emoción de la canción. El pulso de Sean Oldham en los platos es fundamental. Las teclas que se deslizan como fantasmas inquietos. Siguen con la que ya se ha convertido en un clásico, y esas voces en los coros funcionan como el eco de la conciencia: “Holly the Hustle”, que estaba en The Imperial. Willy Vlautin se quita la chaqueta y se arremanga una sola manga de su camisa.

 

“My Blood Bleeds the Darkest Blue” es la representante de The Lost Duets y una de las triunfadoras de la noche. Willy Vlautin pide voz a la mesa, mientras Amy Boone habla de Valencia. Vlautin la presenta como una canción de amor y todo en ella reverbera con emoción: el bombo, la trompeta, las voces compartidas. La electricidad se hace pasión y el final encumbra toda la experiencia. Otro final, este más delicado pero con la misma eficiencia, termina “Roll Back My Life” (The Imperial). Ahora sí, viajan en el tiempo hasta el comienzo de The Delines, y en el espacio hasta aquella avenida, para visitar de nuevo Colfax, y recuperar otro clásico, esta vez, el “The Oil Rigs at Night”, que Amy Boone dedica a alguien que ha venido desde Portland.


Para compensar, quizás, la penúltima es nueva, “Left Hook like Frazier”. El boxeo estaba en Don't Skip Out on Me, aquella novela de Willy Vlautin que nos regaló a Horace Hopper. Tienen razón cuando dicen que viene con más “groove”. Con la última vuelven a su último disco, The Sea Adrift, y se despiden con “Drowning in Plain Sight”. Boone aprovecha para presentar a la banda. A su batería le llamará “silverfox”, y aunque dice que sabe cómo traducir fox al castellano, no encuentra traducción para esta expresión, que, si no me confundo, es un halago para Sean Oldham, ya que se suele utilizar para hablar de una persona madura a la que encuentras atractiva. Más en serio, dice que es el genio detrás del espectáculo y el sentido común de la banda. También se extiende para presentarnos al bajista. Nos habíamos dado cuenta de que no era Freddy Trujillo, quien si había estado antes en Bilbao, también con Richmond Fontaine. Se trata de David Little, bajista británico que suele acompañar a Pete Bruntnell y Small Town Jones. Willy Vlautin coge turno al final para presentar a Amy Boone, quien antes le ha agradecido la oportunidad que le brinda de cantar las historias de esos personajes. Ahora, él dice que ella es la razón de que la banda exista: “The Great Amy Boone!” Aplausos. 

 

Así llega un parón que se queda en un suspiro porque no se hacen de rogar. Amy se fue la primera diciendo adiós con la mano y ellos apenas abandonan el escenario para volver ya. Amy Boone da las gracias una vez más a la audiencia y habla de lo bonita que es la experiencia de viajar y conocer gente nueva en distintos puntos del mundo, justo antes de que arranquen bis con “Waiting on the Blue” (The Imperial) y a veces es imposible no darse cuenta del silencio que envuelve la actuación, que puedes oír los pasos de la gente que se mueve, sobre todo porque se quedan pegados a un suelo grasiento. “Little Earl” viene luego y hay gente que baila. Terminan con “Let’s Be Us Again”, también en The Imperial, el disco más visitado en este repertorio. Se despiden todos juntos sobre el escenario. 

 

Fuera, la noche es calurosa. El ruido se arremolina entre las sombras imponentes de los plátanos en Jardines de Albia. De alguna manera, parece que, entre la gente, anónima, podría aparecer, de repente, Lynette, o Maureen, o Little Earl y su hermano que se desangraba en el asiento de atrás. Porque no están encerrados en aquellos lugares, ni siquiera en esas canciones. Cada noche, en cada bolo, de alguna manera, vuelan y se eternizan. 

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