Hace más de treinta años, tengo leído que decían: "Queremos hacer letras igual de violentas que las músicas y sonar a grupo de antes de los Pistols más que a los de después". Y a fe, pardiez, que lo hacían. La Perrera. Fauces rabiosas ensambladas en la portada. La Maketa 1989. De 1989. Re-editada, en 2023, por Ttan Ttakun. Entre los colmillos, seis incisivos: "Te mataré", "La hora del suicidio", "Esta vida apesta", "No me importa", "Busca y destruye" y "Carne de perro", que creo que no lo he puesto en orden. Ahora, en vinilo, siempre corrosivos, vamos a usar nosotros los molares para deglutirlo al gusto.
No sé si hay debate con esta costumbre que, en realidad, no es nueva. Yo la abrazo. En el último año, hemos recuperado discos perdidos de los Paniks y ahora este de La Perrera. Habrá habido más, sin duda, que nosotros nos hemos empadronado en la ciudad de la inopia. Podría hacerte, eso sí, otra lista extensa de peticiones nostálgicas, pero tampoco es cuestión de abusar. Sin embargo, yo lo abrazo, repito. Nunca fui mitómano y guardar cosas que no fueran libros se me dio fatal, así que cientos de cassettes y maketas y bootlegs y directos piratas, hasta programas de la radio grabados con los que intentábamos sacarnos la licenciatura en punk y rock and roll local, se fueron perdiendo por cajones, cajas y agujeros negros que ni el propio Albert Einstein podría describir en sus ecuaciones. Y no es que ahora vayamos a coleccionar los discos con más cuidado, porque ahora son modernos y hasta cool y hasta dicen que una buena inversión, pero a mí me sirven de disculpa para volver a la raíz, descubrir lo que había allí y seguir mirando para adelante. Con este, lo mismo. Sin caer en la añoranza bucólica, que tampoco creo que sea el mejor de los espíritus, recuperar a La Perrera siempre es una oportunidad irrechazable.
De La Perrera seguro que, como mínimo, sabes lo justo, lo que recordamos todas: Buenavista, luego NCC y Señor No, el punk y el rock and roll en su versión más expansiva y atávica. Lo grabaron, se lee, en Errenteria, en un barrio con nombre asfixiante, de la mano de Paco Flores. Venía acompañado de la estética de la época, y la inspiración del hazlo tú mismo, con textos de Daniel F. Marco Mortaja, camisetas de Motorhead, MC5 y los Ramones, lo mismo en castellano que en inglés. Eso también queda en el vinilo.
"Te mataré", con la armónica de Josean Bengoetxea, abre la fiesta y ya trae ese aire de locura descontrolada y vesania guitarrera, con su puente para coger impulso y terminar arriba. Coros en distintos niveles, punteos en emboscada, y la base rítmica apisonando la AP-8. La voz parece, a veces, desangrarse, esparcirse, desprenderse (se nota que sé lo que quiero decir pero no sé cómo decirlo. O al revés). No hay un momento de descanso en todo el disco. No hay ni un solo rincón vacío. Hay una versión de los Stooges que descomponen y adaptan, haciéndola suya y terminándola en disolución. Yo me quedo con la "La hora del suicidio" donde el desquicio encuentra su ritmo y las muelas chirrían y las guitarras entran como una lámina de acero corta el nervio. Lo que decían en la cita embadurna "No me importa", y no importa que parezca Detroit, un bar del extremo sur de Grant Park donde ponen new wave, la Donostia de extrarradio que no entiende de helados y paseos por la Concha, o cualquier tugurio de barrio donde la instrumental "Carne de perro" podría haber servido de intro y de outro de un día como cualquier otro.
Seis ostias pegadas de frente, con la mano abierta, que escuchadas ahora, sinceramente, invitan a mirar hacia adelante más que hacia atrás.
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