He empezado por el título. Nunca lo hago. Pero hoy he empezado por el título: fácil, predecible y sin gracia, pero título al fin y al cabo. Luego he seguido con la foto, que siempre lo dejo para el final. Fueron dos bandas y solo pongo foto de una, lo que es una falta de respeto para la que carece de representación, y me excuso. Si ya soy malo escribiendo, con las instantáneas ni te cuento. Me da una pereza del copón sacar el aparato del bolsillo y apuntar. Y mira que esta vez estaba en primera fila o muy cerca y hubo veces que miraba para arriba y pensaba, "¡foto!", pero mis manos seguían congeladas. Nada, que no hay manera de que saque y enfoque. Le tengo como alergia al gesto, lo siento. Y no solo en los conciertos: sigo prefiriendo ver el atardecer, qué mono, antes que fotografiarlo. Esta que cuelgo es la que me mandaron por WhatsApp y ya está. Me la mandó, por cierto, Jon Bustinza, uno de los dos guitarristas que hay en Monotonos. Toda la banda al completo presenció ambos bolos. No fueron los únicos músicos presentes, eso también es cierto, que vimos por allí a muchos otros artistas locales, con y sin parangón. Hubo también, y con esto termino una introducción demasiado larga e innecesaria, mucha gente de la margen izquierda, que entre peña de Baraka (muchos), de Sestao y de Portu, teníamos preferencia a la hora de reivindicar protagonismo. Técnicamente, en ningún momento abandonamos la margen izquierda, ¿verdad?, porque a la izquierda del Nervión está la Nave 9, a donde habían trasladado un bolo que tenía que haber ocurrido ese mismo día en la misma orilla pero más al norte, en el Mendigo Aretoa, cuyo final no hemos contado aquí porque aún nos dura la resaca y nos duele la vida, pero que, aunque sea tarde, acabaremos haciéndolo. Los protagonistas, por supuesto, fueron quienes tenían que serlo, no nosotros: Chulería, joder!, primero; Víctimas Club, después. Los dos nombres rotulados en el cartel. Lo cuento ahora, no sin antes excusarme de nuevo por una introducción que suena a exabrupto con la longitud de un eructo del pizzero Tim Janus.
Chulería, joder! yo lo escribo así, porque así lo he visto en el Instagram que tienen, que yo no tengo, pero he fisgado para ilustrarme. Así lo dejo, con coma, tilde y exclamación. Lo importante: son cofia de la raíz del Matadero, y eso marca y curte y cunde en directo. Iratxe Pérez, frontwoman (dejadme, por favor, que use el anglicismo) de la banda, lo dejó claro cuando se presentó así: "Somos los Chulería, joder! y venimos del Matadero", que es eso, casi una República Independiente, el ente que mantiene vivo el punk en la zona jarrillera y más allá. Barre Ikara es un ejemplo, por ejemplo, que vienen del mismo pueblo, y comparten bajista con esta banda, Alda, que también está en Huracán Rose. La ya mencionada Iratxe, a las voces, ha estado recientemente con las Moonshakers y aún echamos de menos, tengo que decirlo aunque no venga a cuento, a los Desorden. La última vez que la vimos en un escenario también estaba su bajista porque subió para cantarse a coro con Alme el "Detrás de ti" del último disco de Huracán Rose. En la otra esquina del escenario, estaba el guitarrista, también a los coros, Antxon, creo que se llama, y creo que toca la batería en 112, banda punk de Arrasate. Y, finalmente, en la parte trasera, atizándole muy seria a los parches, Myriam, también en los TurboFuckers, con los que, justo el día antes, había estrenado disco en el Kutxa Beltza. ¿Qué quiere decir esto? Que acaban de empezar, pero como si no lo hubieran hecho. No sé cuánto tiempo llevan en esta formación, probablemente más tiempo del que creo, pero aún no se les conoce discografía ni repertorio, que yo sepa. Yo, al menos, no conozco títulos y no he encontrado manera de enterarme de qué tocaron ni en qué orden, pero nunca tienes la sensación de estar frente a una banda nueva, tierna, inexperta. Más bien, al contrario: desde el primer acorde les rebosa el oficio y el pulso. De hecho, no le han dado fuste ni a la primera sucesión de acordes, y a Iratxe, su cantante, ya le ha dado el primer telele, que parece la Roy Sullivan del rock and roll, transformando las corrientes eléctricas en coreografías de punk-rock. No ha alcanzado el primer estribillo y ya se ha quedado sin dos piezas de ropa. Nos llamará pollaviejas justo cuando cantan su versión del "Unidos" de Parálisis Permanente y antes ya nos echó en cara que nos asustara la luz que entraba por los ventanales: "¡dales caña, sí!", grita uno que está delante de mí y al que no le veo la coronilla porque tiene una buena mata de pelo no como yo que la escondo debajo de una gorra ridícula. En una canción, desenchufa el micro. En otra, baja abajo casi porque le tira la inercia. Luego, levanta el pie de micro y lo retira del medio. Pero es capaz de bailar, azuzar, saltar, oscilar, vibrar, trepidar, dar patadas al aire y agitarse la cabellera sin tan siquiera rozar el vaso de kalimotxo que dejó justo donde debía estar reposado el pie de micro, vamos, en el medio. Magia. Pero todos estos detalles serían insustanciales, ayuda de plástico para que uno haga crónicas sin entender de música, si no fuera porque solo añaden a lo bueno que ya tiene sin todo eso: voz con rabia, nervio y matices, capacidad para mudar las letras en dardos y caricias, presencia para convertir el proyecto en algo sólido y con personalidad. Se pegaba en el pecho, como para aplacarse. Se revolvió la voz, tirándose de la garganta para atragantarla, como hace Ximun de Lukiek. Los cuatro juntos se mueven por el vértice del punk sin miedo al vértigo con otros géneros, cantando en euskera lo mismo que en castellano, a veces quebrando el ritmo desde el primer aliento, otras veces jugando con los medios hasta explotar el globo. En una, anunciaron título, creo... "Infernura zoaz"... y el bajista se dio la vuelta y dijo bien claro: "Ala, al puto infierno". Pues se estuvo en la gloria.
Luego venían Víctimas Club.
Yo por mí lo dejaba ahí.
No tengo competencia para ponerlo en orden, para no arruinarlo. De hecho, han pasado unos días, y quedan las brasas calientes. Cuando hay una ausencia en la rutina, me vienen, como un fogonazo:
- Recuerdo el dedo pulgar del teclista. Decía todo el rato que no con la cabeza pero es siempre que sí.
- Recuerdo los calcetines amarillos de Lenoir. No porque fueran amarillos. Los recuerdo porque parecían ráfagas refulgentes. Seguías la estela con la mirada, como si el baile de sus pies dibujara la invocación, el misterio condensado en una armonía.
- Recuerdo la sonrisa pícara de Osoron, como levanta y baja el pie del pedal, igual que yo cuando meto una marcha.
- Recuerdo una lengua emparedada entre dos hileras de dientes. Al fondo, el batería arremete, nadie está pendiente de él, porque él parece estar pendientes de todos. Recuerdo cómo le veo subir a pulso, con los ojos cerrados, el nervio pausado de "Farsantes contra Farsantes".
- Recuerdo la mirada penetrante del Pela, a dos pulgadas de la nuestra. Que parece que ve algo, tierra en el horizonte, las puertas de Tannhäuser, no sé. Tú te giras y miras también, pero no ves nada; a otro como tú, mirando el dedo en lugar de mirar a la luna. Apunta y repica: "es nuestro espacio común". Y lo es.
- Recuerdo todo como si estuviera borroso, como cuando te agarras a la memoria porque es tierna y porosa y por ella se filtra algo que buscas para que no se pierda. No sé lo que quiero decir.
- Recuerdo que lo hablábamos luego, que todos salimos como andando esponjoso, un palmo sobre el suelo, y luego caes despacio, pisas de nuevo la baldosa fría, y te das cuenta de que ya tenías antes ese dolor de muelas, pero durante una hora se esfumó, te cortaron la encía, y ese riff final, y ese manojo de maracas, te engatusan, te hipnotizan, te elevan y querrías volver a estar ahí mañana mismo (algunos lo estuvieron).
- Recuerdo las manos en el bolsillo, cerrar los ojos y mirar a ningún sitio, mientras imitaba al teclista en su movimiento de cuello y de mi garganta sale, pausada pero hirviente, esa pregunta hiriente que me escalda el pecho: "¿Cuánto tiempo llevamos así?" Las letras de Pela surgen de repente, por sorpresa cogen el significado que tú no creías que tuvieran. Probablemente, ni él lo sepa.
- Recuerdo que hicieron una de Sumisión City Blues: "Mundo mejor", pero esto no lo recuerdo, solo lo pongo disfrazado de recuerdo para que parezca que sé lo que hago. Se tocaron su disco. Tocaron otras nuevas que ya algunos vamos aprendiéndonoslas (lo he escrito bien, creo).
- Por lo mismo recuerdo que hubo pocos chistes y se acordaron del Mendigo.
- Lo último que recuerdo: que nos quedamos allí dentro hasta que el ciclista barrió la terraza, ellos se fueron en la furgoneta, nos bebimos la cerveza de trago antes de que saliera el último metro hacia el norte de la margen izquierda, hacia nuestro espacio común.
En serio, y con la objetividad reposada y magisterial del que no confía en sí mismo: pocas bandas mejores que ellos puedes encontrar ahora mismo ahí fuera. Y fuera es un lugar frío, muy amplio, que no entiende de fronteras ni de géneros. Pocas. Te costará encontrarlas más que lo que les costó a los americanos encontrar la bomba de hidrógeno aquella en Palomares. Ellos son la bomba nuclear: porque suenan distintos sin enajenarse; porque le han borrado los bordes a los géneros para que los cantos muerdan; porque son la conjunción de los astros en su demostración musical, cinco talentos individuales que no conocen el ego y se comprometen con equilibrio para que todo permanezca armonizado y contundente. A sus canciones me remito. Te hacen bailar aunque no quieras; aunque no sepas siquiera que puedes bailarlas. Y bailas rabia, y bailas asco, y bailas euforia. No hay salida ni puta falta que hace: ¡tienes que hacerte del Club, joder!
Comentarios