A última hora, los Negracalavera se unieron a la fiesta. Venía La Excavadora perforando desde Madrid, donde, el día antes, habían estrenado disco y formación. Y esto era en la sala Stage Live de la capital. Sábado. El pasado sábado ya, que casi se ha ido una semana entera. La tarde ya camino de holgar. Llovía y esa zona de Uribitarte se veía más sombría y taciturna de lo que parecen convenir los perfiles egregios de las casas señoriales del ensanche o el vidrio y la piedra más moderna del Bilbao más flamante y renombrado. Relucía la luz en los charcos y alguno que pululaba por allí, más bien oscilaba, vacilaba a sus fantasmas con sortilegios indescifrables. Lanzamos lo que quedaba de cigarro al asfalto húmedo y para dentro.
Dentro, todo negro. La sala se sospecha preparada, con un escenario alto y oscuro, una barra larga y poblada de gente con sed, y, en general, variedad de edades entre los asistentes. El rango era amplio y animaba ver a gente muy joven garbeando por la trinchera. Arriba se veía todo ordenado. Los Negracalavera habían puesto a cada costado sus típicos rayos morenos. No tardaron mucho en aparecer. Levantando watios con cada paso que daban. Dejando claro que esto iba a ir de potencia y vehemencia.
No hubo clímax en su concierto, o así me pareció a mí, aunque tuvieran invitado o a pesar de que guitarrista y bajista terminaran la coda del bolo en terreno del público. No hubo clímax, en general, porque todas sus canciones van rebozadas en brío y alarde, nacen de la misma o parecida intensidad. El cantante tira de esa postura ufana hasta para quitarse la chamarra, que aguanta en el aire sin girarse hasta que se la recoge Berna. Abre cervezas en lata que aparecen como por arte de magia. Agarra la cabeza de uno de sus guitarristas y la sacude como una maraca o se pone alborotador para afirmar a gritos y con adjetivos intensificativos que son los nuevos reyes del rock and roll. Va y viene al frente el bajista y el guitarrista solista se electrifica en los punteos. El batería, a lo suyo, sacude como un brazo hidráulico en un campo de nogales. Vamos, que tienen la pose y el volumen del rock eufórico que algunos sitúan por allí por el mar Báltico, pero también hay ejemplos más cercanos junto a mares menos fríos.
Luego, por supuesto, tienen canciones. Algunas más redondas que otras. Otras más narrativas que algunas. Siempre buscando espacio para el lucimiento de los instrumentos y con querencia por los estribillos que se puedan desgañitar con rabia. Yo no las conozco todas, pero, de entre las que conozco, reconocí, por ejemplo, "Saltar del tren" o "¿Quién sigue al idiota?", que ya estaban en su primer disco, al que sacaron más jugo. Por ejemplo, también sonó una que yo tacharía de clásico, pero no sé si me lo puedo permitir porque apenas les he visto cuatro o cinco veces en directo. Me refiero a "Estrellas", que, por donde nosotros estábamos, se coreó con ganas la frase afilada que repiten hasta cuatro veces, creo, en el coro. De Espérame en el coche, su último trabajo hasta donde yo sé, un epé que sacaron en vinilo de 45 rpm, las tocaron todas. Incluida la última del lote, que era una versión de Obligaciones.
Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, que Iñaki Urbizu "Pela" estaba allí, y que también estuvo cuando esto se grabó originalmente allá por el 99, se subió con ellos para cantar "Lágrimas". El experimento Pelacalavera terminó arriba, pero había más altura, porque se alargó la coda eufórica con una tormenta eléctrica gracias a la atmósfera que crearon los cuatro instrumentistas, incluyendo el paseo por la platea de bajista y guitarrista.
(Y unos minutos después... La Excavadora)
La sala se ha llenado de sombras. La oscuridad está llena de relieve, porque nos hemos ido amontonando en silencio, a la espera. A veces, como ausentes, cruzan, por delante, camareras que no sonríen y que parecen cruzar un río bravío cargadas de abastecimiento en pila que reclaman, me imagino, en la barra. Pero Pela ya está arriba, situado en el centro, como la cesura entre dos hemistiquios. Se ha puesto a cantar sin remedio, medio vuelve, medio se va, siempre apuntándote con el dedo, a ti, a él, a ella. Como me dice al oído la que me acompaña, Pela canta como obligándote a que te des cuenta de que no eres un figurante, que formas parte de esto, tú, él, ella... Ha empezado cantando de amor y odio como solo él sabe hacerlo. La excavación comienza con "Mi novia y yo odiamos a la humanidad", de donde sale, precisamente, el título de su nuevo disco, Todo es para destruir. A un costado están bajista y guitarrista rítmico, en el otro el guitarrista al que me atrevería a llamar solista. No se mueven, pero si pudiéramos atrapar la energía que desprenden, ya te digo yo que se movían hasta las moles de vidrio que visitan los turistas unos metros más allá. Detrás, estrenan batería, que atrapa la atención, sí. Más allá del maquillaje y el volumen corporal, su enorme presencia se debe a la pegada, porque parece pegar exacto donde hay y cuando hay que pegar. El ritmo de sus trapecios, sobre todo cuando le pega al plato de la derecha, es como para estudiarlo en primero de anatomía. Iba a decir, para cerrar, que, en resumen, parecen una máquina bien engrasada que excava y perfora más allá de la corteza.
Se hacen un repertorio que recurre a lo nuevo tanto como a su disco anterior. Canciones recientes como "Habrá pelea" o "Grasa en el taller" suenan frescas pero también tienen un aspecto lozano otras como "La fábrica de gas" o "Kimika" que iban en el anterior. Pela se coloca la mandíbula, con un pie sobre la pantalla, mirando en lontananza como si, de verdad, estuviera escudriñándonos. Abre la guitarra "Mi carrera delictiva". Hay dedicatorias. A los corazones rotos y otra (de amor) para el Gran Bilbao. Es "Ceniza" y tiene bulla. Quizás es pura casualidad o está estudiado, pero mientras puntea le caen al guitarrista de los labios los restos del título.
Hay un intervalo en el que tienen compañía. Sube Juantxo Arakama de Glaukoma a cantarse de seguido "Mala música" y "Quiero ver cómo sufren", dos canciones que, precisamente, parecen apetecibles, digo, que apetece cantarlas, porque prende el estribillo, porque se te quedan prendidas en la cabeza como una letanía durante semanas. Arakama también se explaya e igualmente se luce. Los brazos en alto y los puños prietos translucen que el mensaje cunde. Arrancan otra vez "La Excavadora" y vamos llegando al final aunque "Aún queda un sitio donde huir" y siempre tendremos algún "Futuro". Yo que soy así de tonto entiendo que es un guiño a Motorsex (Niko Vázquez anda por allí al fondo) cuando Pela vocifera sin piedad que abandonemos España. El final se corea y el pogo se enardece hasta alcanzar las filas del medio con la versión de Gatillazo que también cantaron en la planta de Tubacex, porque, por muchos discos que firme y fotos que se saque junto al merchan un Pela predispuesto a la atención, esta gente tiene los pies en el suelo, no parece que sean una de esas estrellas del ruoc que despreciaban los Negracalavera en el bolo anterior. "Esclavos del Siglo XXI" es un cierre perfecto. Por mucho que esperamos, no hubo bis. Eso es para otro tipo de conciertos.
Hubo más canciones que no te he mencionado porque no me entran en la sintaxis, pero que azuzaron el cóccix, sí. Y podría contar esas cosas adyacentes que decoran y que tanto le gustan a Pela. Entre canción y canción, su ración de humor afilado y punzante. Esta vez fue La Sakana, que no sabíamos por dónde anda, y que se le llenaba el escenario de donostiarras, y que si cuando nieva en Bilbao se entera todo cristo porque lo ponemos en Facebook y más historietas de robasetas y meaplayas. Si te quedas en la superficie, simplemente acompañan, pero, en realidad, son cobertura fina para los mandobles irónicos que pega Pela, que revienta así los frascos de formol en los que crecemos hundidos. Es, con otro tono, la misma mirada afilada, ácida, con la que escribe letras de canciones que luego pondera y poliniza sobre el escenario.
Algo así. Yo no sé si es punk o rock. Si se acerca al metal o al kazachok. Lo que sé es que tienen canciones que caen como el escoplo de una draga directo al compás de la conciencia. Tienen ejercicio y pulso recio. La nueva formación funciona y las canciones que acaban de sacar del horno piden paso entre la repostería de antes. Este era solo su segundo bolo del segundo episodio. Si te los encuentras en una zanja, con la pala presta, descruza los brazos por la espalda, deja de asomarte a la obra, y tírate de cabeza, que está abierta para enseñarte qué ostias es eso de la buena música en directo.
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