Matiné Matiné

Fotomontaje pelín cutre pero socorrido para que entren los ocho. Fotos de Rock Attitude Facezine

Hacía tiempo que no frecuentábamos una sesión vermú. No éramos los únicos, que algún otro entre el distinguido público (mucho músico) también sacó en la conversación a la fresca el tema este de echar de menos los beneficios terapéuticos que nos procura dedicarle una mañana de domingo a la devoción rockera. Frase larga y torcida, pero sí, es así. Hasta los John Dealer & The Coconuts comentaron en voz alta que ellos no acostumbran, que no sabían si sacar la biblia, por aquello de que, tradicionalmente, los domingos por la mañana se va a misa. Por suerte, no la sacaron y, en su lugar, le sacaron brillo a sus instrumentos, se afanaron con otra liturgia, la del rock and roll. Para el sacramento, se les unieron con sus salmos los Eh, Mertxe! y ya así alcanzamos la epifanía. Sin más retorcidas figuras sacras, lo que digo es que echamos el último mediodía de la semana con una buena descarga de música que recarga pilas para enfilar un lunes como otro cualquiera que ya asomaba por lontananza. Con la tontería, te he dicho, y hasta te he puesto en negrita, cuáles fueron las dos bandas, y el género que practican, y solo queda mencionar el recinto, que era el Crazy Horse de Bilbao, a la orilla de una ría que corría, verde y rolliza, sin prisa hacia el mar. Te comento también que esto lo organizaba la gente de Manalishi Management, que espero haberlo escrito bien, y ya está, podemos cambiar de párrafo y contar un poco qué pasó dentro. 

Las guitarras se cruzan, como no debían cruzarse los equipos de protones de los Cazafantasmas, con la primera canción. De hecho, a la tercera del repertorio, ambos guitarristas se yuxtaponen en medio del clímax pero de rodillas, es decir, con más entusiasmo y  fasto aún. Han empezado arrolladores, con dos canciones arrebatadas del último trabajo que grabaron: "Phantoms" y "Snake Charmer". Suenan alto y fuerte y sus canciones cogen aún más vuelo y potencia. Los ojos se van enseguida a un batería que aprovecha al máximo un set bien equipado y, además, como tiene poco con el pie al bombo y los dos brazos a los parches, se permite cantar coros y fraseos con el cuello torcido hacia el costado izquierdo. Las cajas suenan crecidas, los platos los detiene él con la mano, hay músculo y precisión. El tío, bien acompañado por su bajista, lleva las canciones de su banda por los derroteros que le vienen en gana. Cuando llegan a "Zauriak", una canción que atrapa, ya no les hace falta porque han atrapado al público desde la primera con su energía y entrega. Las canciones tienen aristas que cortan y un centro macizo como el núcleo de la tierra que si a estos les mandaran a tocar allí dentro hasta le cambiaban otra vez la rotación. Tienen, además, versatilidad, que a veces le pegan a patrones más pesados y solemnes ("You Die for Your Nation") y de seguido se hacen más ligeros y urgentes ("Psycho"). Y bajan la velocidad que luego estalla parcialmente e incluso se marcan un rock and roll de factura clásica con el que piden que se baile y en el costado dónde estamos a uno le dio un telele muy bien dado y se sacó el rockabilly de piernas y brazos con unos pasos que nos robaron la atención. 

Si ya nos tenían ganados, que no nos duele prenda confesarlo, más aún cuando tienen el detalle de llevarnos de vuelta al Bronka en el bar. Nos pilló desprevenidos, cómo podíamos esperar que una banda de Legazpi nos hiciera regresar al pasado, al pasado más nostálgico, y obligarnos a gritar de nuevo a pleno pulmón el "A toda ostia" de los Parabellum. Casi pudimos vernos de nuevo, como inocentes adolescentes, encerrados en el cuarto, rebobinando la cassette una y otra vez para volver a quemar la pletina. Además, la canción, a su estilo, quedó bien bruñida, convirtiéndose en una versión casi ejemplar. Así es, en nuestra atrevida ignorancia, cómo nos parece que hay que saber aprovecharse del trabajo de otros. Desde el público, se escuchó el entusiasmo recogido en un tímido grito: "¡Aupa Barakaldo!", que se oyó al terminar la canción, y, no, no fuimos nosotros. 

Anuncian que les quedan pocas y que necesitan ayuda para cantar la próxima: "Come on", que el estribillo lo pone fácil con el verbo preposicional. El público se esmera y participa del juego vocal y se deja llevar por el desenfreno escandinavo final, al que no estropean los acoples y que redondean volviendo al euskera para cantar "Bukatu da", como anunciándolo, claro. Hay más, que rematan con una nueva versión, que también clavan. En esta ocasión, viajan más lejos, a los clásicos de finales de los sesenta, y se despiden con el "Fortunate Son" de la Creedence Clearwater Revival. 

Empezaron arriba, subidos a la cima, y no bajaron de la cumbre en todo el bolo. No echamos de menos el wurlitzer que suena en sus discos. Suplieron esos matices con una ejecución arrolladora, como ya he dicho, sonando voluminosos y enérgicos y ofreciendo un repertorio equilibrado y sin mácula. No se les puede considerar una sorpresa, aunque a alguno/a sorprendieron, pero dejaron el pabellón alto, obligando a los de Oion, que venían luego, y a los que advirtieron en la despedida para que fueran calentando, a esforzarse al máximo para completar el bingo. 

No lo he dicho en ningún momento, lo digo ahora aunque no proceda. Todo lo que he dicho antes corresponde a la labor de los John Dealer & The Coconuts. Detrás de ellos, para cerrar la matiné, se subieron al escenario vallado los Eh, Mertxe! que saludaron por dos veces, "egunon, Bilbao", y se arrancaron con material de su nuevo y rutilante disco: "Negociante", incluyendo el parlamento que también va en el disco y que se han aprendido debidamente de memoria, más "Lo sabes bien" y "Qué más da". La cuarta, que, como explicaron con humor negro, habla de la edad a la que deberían haber muerto para hacerse famosos, también es de Lo sabes bien: "27", y ni un pitido al que invitaron a callarse consigue estropearla. En realidad, te lo digo ya, se tocan el disco entero, porque luego caerán las demás. "Jakingo bazenu", por ejemplo, la definen mal, ya que la califican de moñas, que no lo es, pero se entiende. Con ella, cierran bloque. Más tarde, "¡Oh, señora!", también debidamente argumentada, la eligen casi para cerrar el bolo. Lo que eligen bien es el momento en el que incluyen otras dos, porque Ibai, a la voz y la guitarra, se cambia la eléctrica por una acústica, y nos pide que le saquemos chispas al tablado del suelo con nuestros tacones. Cosa que hacemos, y, además, le acompañamos en la lírica, repitiendo los versos de "En la vid", que emociona, y, más aún, cuando muere, que no muere, asociada a la siguiente, su versión de Roy Loney en "Phantom Mover", que la contrasta en ritmo y brío, pero son las dos como almas gemelas, si me permites decirlo. Las dos cosidas forman un par maravilloso. Ella se gira y yo lo digo antes: "Les han quedado así de puta madre." Con una sonrisa, me dice: "Eso te iba a decir". Estas costuras con las que ciñes el vestido de un buen concierto son tan importantes como los complementos que vienen luego, pienso yo, que no sé si lo pienso bien. 

Luego, porque tienen pinta de ser ellos así, auténticos y buena gente, de los que no piden y encima dan las gracias, se acuerdan de aquellos que les han seguido desde el principio, y, de paso, mencionan, de nuevo, a nuestro pueblo. Y es que ellos lo saben, y son agradecidos, que hablamos de un sitio donde siempre se les ha tenido cariño, porque se aprecia lo que hacen, que es rock and roll sin postureo (aunque en todo el bolo no se les muevan ni un ápice las gafas de sol) y con compromiso. Lo dicen cuando se hacen "Perviérteme", bien el hueco que atesora la línea de bajo. Y es que para recalcar que tienen un pasado y que no todo se queda en el aquí y el ahora, también recuperan piezas de antes. Entre otras, "Irresponsable", por ejemplo, o "Relevo", con la que Ibai, creo, termina fuera acercándose a la peña, o una "200 milatara" que suena en el bloque final y se canta con la garganta enrojecida. Ellos piden que no quede hueco entre la "valla maldita" y el respetable y aunque se sigue viendo parqué, la gente se apasiona con mesura que ya se barrunta el final. La armónica de Adrián y el "Wisconsin, Oklahoma, Ohio y Samaniego" que suena a sortilegio y grita Ibai antes de arrancar "A podar" alivia las piernas y se ven caderas agitadas. La canción huele a ropa empapada de patxaran. Te entran ganas de celebrar y celebrar sin mirar para atrás y que las penas se las lleve el viento. Y había tiempo para más. Lo explican: "Eh, Mertxe! nunca hacemos bises, pero el otro día fuimos a ver a Deniz Tek"... y se despiden así, poniéndole la guinda al pastel con Radio Birdman. 


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