En resumen, punk del rápido y fuerte. Ejercicio de calentamiento para lo que venía luego, unos GBH que no se hicieron de rogar. Tenían ganas de empezar, que ellos también habían estirado ya. Se subieron al escenario con el cuchillo afilado y en la boca y de la misma se tiraron a la yugular. A la altura de la tercera canción, ya habían soltado "Sick Boy", la ropa nos apestaba a hardcore punk y a alguno le dolía el esternocleidomastoideo que no veas.
Sí, el comienzo fue fulgurante. Jock Blyth a lo suyo en una esquina, la base rítmica hurgando el compás y Colin Abrahall ahí, en el medio, sometiendo su territorio: una mano al pie, otra en el micrófono, con su bota sobre las varillas de la base, mirando hacia el infinito del techo, que parece que está clavando un estandarte después de descubrir territorio inhóspito tras una larga expedición, o, mejor, te imaginas que está pisando bien fuerte la pala para que hunda bien en la tierra mientras cava una fosa para meter tu cadáver después de que te hayas rebanado tu propio cuello: "Slit Your Own Throat". Y es que seguía con la chamarra puesta cuando los platillos anuncian lo que viene y es esa canción de hardcore de quilates, sin depurar. Gran parte del repertorio viaja a 1982, porque se repasan casi entero el City Baby Attacked by Rats, de cuando aún se llamaban Charged G.B.H. Todas suenan como un rodillo con púas, afiladas y punzantes como antes, como siempre. "Maniac" hierve. El hardcore medra por todo el ambiente. Yo me quedo con "Heavy Discipline". La guitarra de Jock Blyth me engatusa y luego recibo el guantazo punk con más placer. Al terminarla, por fin Abrahall se desprende de su chupa de cuero.
No todo es un viaje tan largo. También se repasan el más reciente, el disco que sacaron en 2017. Recuperan unas cuantas, como “I Never Asked for Any of This”, con esa facilidad para deglutir palabras en los estribillos, "Fifty What?", "Momentum" o "Liquid Paradise (The Epic)", larga intro marca de la casa y con una mano en el rock and roll. Todas estas, Colin Abrahall las presenta. Aunque sea breve, algo dice antes de cantarlas, como demostrando cariño y preocupación, como cuando vas con alguien que se preocupa y te presenta a los demás para que no te sientas desplazado. Quizás lo hace porque no lo hace con "Boston Babies" o con la pareja de baile que forman, en el tramo final, "City Baby Attacked by Rats" y "City Baby's Revenge". Porque estas no lo necesitan, tienen arraigo, peso, todo el mundo en la fiesta las conoce. Y es que Abrahall emana esa especie de empatía desprendida. Se preocupa por las canciones y por todos los que estamos allí. Dos, tres veces pregunta: "Is everybody ok?" Y cuando se despide lanza besos. Se le ve ágil, serenamente feliz. Salta para tocar el techo, mira de reojo a su bajista y le sonríe. No abandona su reino en el centro, no se aleja de su cetro, pero no le hace falta hacerlo.
Yo, que tomo notas, apunto que seguro que entra en el examen “No Survivors”. Es la que más me ha gustado de todo este curso avanzado en hardcore punk: la guitarra brillante y el bombo vibrante. También, por supuesto, ese cierre elegante con su versión del “Bomber” de Motörhead. Aprovechan para repartir agradecimientos, que cierran gira y hay que hacer recuento y cuento más gente sobre el escenario porque vuelve a subirse Unai Santacoloma, quien esta vez agarra el bajo. Monje, por detrás, se apunta a los coros.
No echo ni un último trago. Me doy la vuelta, le doy un abrazo al de la puerta, que entre lo del sábado y lo del domingo da para una entrada que le tenga de protagonista a él solo, y salgo de allí antes de que lo haga el resto de la gente que abarrota una sala petada. Se colgó el cartel de no hay entradas, aunque no daba la sensación. Por si acaso, yo corro, que es domingo, se ha terminado el curso avanzado en hardcore punk, y tengo ganas de llegar a casa para empezar a estudiar.
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