Curso avanzado en hardcore punk


 
Domingo sin misa y de regalo un curso avanzado de hardcore punk. Nueva visita en menos de veinticuatro horas al Mendigo Aretoa, para ver en directo a los GBH, que también volvían a Barakaldo, y a Matarte sería poco, que abrían velada. Velada que empezaba pronto y puntual. Tanto que alguno llegó y se sorprendió de que se había perdido a los primeros y ya habían empezado los segundos. En la barra, había uno que entró con el bolo de GBH empezado y cada dos por tres daba un salto y aunque no le oían les pedía a gritos "Sick Boy". Me daba pena romperle el corazón y decirle que ya la habían cantado, en el primer tramo, así que dejé que la ilusión se le desvaneciera poco a poco. Si hubiera querido hacerle daño, que no quería, por supuesto, le habría dicho que, encima, la tocaron dos veces, porque Colin (Abrahall) y Jock (Blyth) se subieron al escenario con los teloneros para hacerla una primera vez. Si lo estás leyendo ahora, tío, ya lo siento, quise ahorrarte el disgusto, pero contarlo tenía que contarlo. Un abrazo, estés dónde estés, fueras quién fueses. 

Con ese curioso nombre, Matarte sería poco, que casi da palo preguntarles cómo y por qué, se pusieron de pie sobre el escenario, a excepción del batería, al que no le hacía falta levantarse para azotar los parches. El cantante salió con la cerveza en la mano y se cantó un par de ellas sin soltarla. El batería se animaba a sí mismo: "por lo menos terminamos todos a la vez". Los otros dos sonreían. En resumen, tenían tablas, desparpajo, se les veía cómodos y parecía que tenían claro lo que habían venido a hacer. No sé qué decían de una pizarra. Para empezar, cantaron una tan efímera como en casa del pobre, que poco dura la alegría. "Temazo", dijo con sorna, creo (o igual no), el cantante. Un cantante que no era un cantante cualquiera. Uno me dio con el codo y me preguntó al oído: "¿quién es éste?" Y tenía cara de estar diciéndome: "¿Quién es éste que sé yo que le conozco de algo?" No me dio tiempo a decirle nada, porque otro que estaba a su otro costado le contestó por mí: "Monje, tío, el de Larsen". Larsen y vean, porque sí, era él, y los demás también tienen currículo como para convertir a la banda en un supergrupo, que se dice. 

Cantaron en inglés y en castellano y hablaron de todo un poco, desde de dispositivos dentados para confección textil hasta de si les gustaban o no los Misfits. Recuerdo que cayó "Treblinka", que era de los K.G.B. si no me confundo, y lo reconocí por ese "predestinados a morir" que tanto le gustaba repetir a un borracho de mi barrio cuando aparecía la municipal por el horizonte de la avenida. Arriba, muy arriba, sonó "Amor frenopático", de Commando 9mm, claro. Se subió para tocarla con ellos Unai Santacoloma, de RadioCrimen, pluriempleado del día. También había otros invitados, pero no me importa reconocerte mi ignorancia (o mi miopía) y no sé decirte quiénes fueron. Lo que sí reconocí desde atrás fue la voz de Olivas, de Putakaska, quien ya había cogido el micrófono cuando Monje lo abandonó en el suelo al cantar "Me gusta ser una zorra" de Las Vulpess. Con esta, no es el único que colabora, porque el mismo batería de Matarte sería poco, al que ha substituido uno de los invitados, toma el relevo de Olivas y canta el trozo de canción que no hace Monje.

En resumen, punk del rápido y fuerte. Ejercicio de calentamiento para lo que venía luego, unos GBH que no se hicieron de rogar. Tenían ganas de empezar, que ellos también habían estirado ya. Se subieron al escenario con el cuchillo afilado y en la boca y de la misma se tiraron a la yugular. A la altura de la tercera canción, ya habían soltado "Sick Boy", la ropa nos apestaba a hardcore punk y a alguno le dolía el esternocleidomastoideo que no veas. 

Sí, el comienzo fue fulgurante. Jock Blyth a lo suyo en una esquina, la base rítmica hurgando el compás y Colin Abrahall ahí, en el medio, sometiendo su territorio: una mano al pie, otra en el micrófono, con su bota sobre las varillas de la base, mirando hacia el infinito del techo, que parece que está clavando un estandarte después de descubrir territorio inhóspito tras una larga expedición, o, mejor, te imaginas que está pisando bien fuerte la pala para que hunda bien en la tierra mientras cava una fosa para meter tu cadáver después de que te hayas rebanado tu propio cuello: "Slit Your Own Throat". Y es que seguía con la chamarra puesta cuando los platillos anuncian lo que viene y es esa canción de hardcore de quilates, sin depurar. Gran parte del repertorio viaja a 1982, porque se repasan casi entero el City Baby Attacked by Rats, de cuando aún se llamaban Charged G.B.H. Todas suenan como un rodillo con púas, afiladas y punzantes como antes, como siempre. "Maniac" hierve. El hardcore medra por todo el ambiente. Yo me quedo con "Heavy Discipline". La guitarra de Jock Blyth me engatusa y luego recibo el guantazo punk con más placer. Al terminarla, por fin Abrahall se desprende de su chupa de cuero. 

No todo es un viaje tan largo. También se repasan el más reciente, el disco que sacaron en 2017. Recuperan unas cuantas, como “I Never Asked for Any of This”, con esa facilidad para deglutir palabras en los estribillos, "Fifty What?", "Momentum" o "Liquid Paradise (The Epic)", larga intro marca de la casa y con una mano en el rock and roll. Todas estas, Colin Abrahall las presenta. Aunque sea breve, algo dice antes de cantarlas, como demostrando cariño y preocupación, como cuando vas con alguien que se preocupa y te presenta a los demás para que no te sientas desplazado. Quizás lo hace porque no lo hace con "Boston Babies" o con la pareja de baile que forman, en el tramo final, "City Baby Attacked by Rats" y "City Baby's Revenge". Porque estas no lo necesitan, tienen arraigo, peso, todo el mundo en la fiesta las conoce. Y es que Abrahall emana esa especie de empatía desprendida. Se preocupa por las canciones y por todos los que estamos allí. Dos, tres veces pregunta: "Is everybody ok?" Y cuando se despide lanza besos. Se le ve ágil, serenamente feliz. Salta para tocar el techo, mira de reojo a su bajista y le sonríe. No abandona su reino en el centro, no se aleja de su cetro, pero no le hace falta hacerlo. 

Yo, que tomo notas, apunto que seguro que entra en el examen “No Survivors”. Es la que más me ha gustado de todo este curso avanzado en hardcore punk: la guitarra brillante y el bombo vibrante. También, por supuesto, ese cierre elegante con su versión del “Bomber” de Motörhead. Aprovechan para repartir agradecimientos, que cierran gira y hay que hacer recuento y cuento más gente sobre el escenario porque vuelve a subirse Unai Santacoloma, quien esta vez agarra el bajo. Monje, por detrás, se apunta a los coros. 

No echo ni un último trago. Me doy la vuelta, le doy un abrazo al de la puerta, que entre lo del sábado y lo del domingo da para una entrada que le tenga de protagonista a él solo, y salgo de allí antes de que lo haga el resto de la gente que abarrota una sala petada. Se colgó el cartel de no hay entradas, aunque no daba la sensación. Por si acaso, yo corro, que es domingo, se ha terminado el curso avanzado en hardcore punk, y tengo ganas de llegar a casa para empezar a estudiar. 


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