La encía del rock


Ahí seguían colgando los globos. Los peldaños quietos. Hacía mucho tiempo, pero nada ha cambiado. Nos pusimos en una esquina, sobre la bionda y, al poco, nació un murmullo, seguido de unos pocos silbidos, y los Tiparrakers aparecieron en silencio, merodeando, instalándose. Nosotros también cogimos hueco en primera fila. 

Arrancan con "Triángulo, cuadrado, rombo" y el cantante se sienta delante, sobre el monitor. La electricidad de los Tipa enseguida se tamiza, se destila por la sangre, la exudas. Con la segunda, "Don Nadie", Jon Ander ya pierde el micro y lame la cabeza de Xenén, su guitarrista, mientras, en primera fila, ya hay algo de pogo, empujones con cariño, puños y alaridos, el calor del rock que va subiéndonos por las pantorrillas. Dice Jon Ander que hace mucho que no salen a buscarla como anticipo de "Buscando acción", pero la semana pasada tampoco fue una "Noche trankila" y las dos seguidas, con Jero y David poniendo los cimientos, Jon Ander el nervio y Xenén la trapatiesta, acaban por encender los ánimos. Dan las gracias al Club por invitarles y sin parar siguen con la geografía del punk-rock, desde Australia hasta Buenavista. Reparten nuevas provisiones como "Cardíaco" y "Anestesia", y el flujo sanguíneo de siempre con "No comprendo" o la veterana "La puerta", donde le da a Jon Ander por el parkour y se sube ágilmente a una de las peanas, luego baja, agarra un pedal para llamar por teléfono y todo pasa como concordado con la copla que entona. Volverá al monitor y al suelo, con una mano sobre el bombo, como pidiendo que le auxilien de un ahogo. Cuando se mueve, a veces, me recuerda a John Bender. Si no sabes quién es, vuelve al instituto. O a los ochenta. Te cuentan historias en "Relato tenebroso", larga, narrativa, expresiva, bien locutada. Xenén rompe cuerda. El cambio es rápido, aunque Jon Ander nos había buscado ocupación mientras tanto: "cogeros a vuestra pareja y echaros un bailecito, no seáis tímidos". "Su eco", "Salvaje": "venga chavales, vamos acabando". Llega el final en tresdé, el triple tirabuzón, el punk-rock en bucle, que apuñala con la afilada distorsión de la guitarra: "Demoledor", "Enemigos todos" y el "Over the Top" que ya no es de Motörhead. 

Era la primera noche en el Kafe Antzokia para los Tiparrakers. El público no dejó de crecer desde que empezaron, contando, desde el principio, con los fieles vernáculos que se mueven para acompañar. Al principio, se les veía reducidos, con mucho espacio alrededor. Al final, agigantaron su tamaño y sometieron el terreno. 

Foto de Rock Attitude Facezine. Toma del Antzokia por las tropas del Comandante Tiparraker.


Cuando salen, ya han empezado, aunque enlatado, pero ese soliloquio surrealista que estamos oyendo, que antes lo ha anticipado un collage musical, es la voz de Osoron, bajista de la banda, recitando el pasaje de "Número 6", una de las canciones en El castigo es colectivo, el primer disco de Víctimas Club, de quienes estamos hablando en esta frase tan larga que ya procede terminar. Pela aparece como es, ahí encima, mirada que enmudece, apuntando con el dedo al público, que te sube un latigazo por la espalda si coincide por tu costado; largo, fino, como un árbol de pita que nunca se dobla, ocupando tanto espacio que el escenario parece reducirse de golpe. Golpes le da a un racimo de maracas que enarbola como si fuera la cola de una serpiente de cascabel, un reclamo para seres humanos con ansias por dejarse dominar por el misterio de la música. Y te dejas hipnotizar, qué vas a hacer. Más si pronto suena ese sortilegio al que titularon "Cristo nacido en Judizmendi, muerto cerca de Lazkao" y luego "Somos tu nueva normalidad". 

El druida de nuestra izquierda, Joseba B. Lenoir,  tiene problemas con su sonajero chamánico, pero da igual. Embelesados quedamos cuando abandonan un poco el punk pero no la actitud y se acercan al pop irreverente con "¿Cuanto tiempo llevamos así?" Pela nos recuerda que a la vuelta está Sabin Etxea antes de lanzarse a cantar "Farsantes contra Farsantes". En el público, la ceremonia se festeja sin encender velas, pero con sacrificios humanos, que Javi Rubio vuelve a volar como parte del ritual. Después de algunos consejos de alaveses, suena "Pandemia Revisited" y Pela se confunde con el repertorio anunciando una nueva aunque luego suena "Mamashima" y los empujones se tornan movimientos dulces de cuello y cadera. 

Sí, apriétate el cinturón que despegamos, esto no ha terminado ni terminará con este concierto, porque estrenan canciones nuevas que ya ponen los dientes largos. Una creo que se titula Humillante speed, y Pela le dice, en general, a alguien que somos todos y todas: "¿Tú lo has probado? Yo, no". Le dedican otra nueva a las chicas que siguen yendo a conciertos a pesar de ser madres y la que está a mi lado esboza una sonrisa humilde pero satisfecha. Ni ella levanta la mano cuando Pela pregunta que si hay madres aquí. En un Antzokia que, para entonces, ya tiene una buena entrada de varias centenas, en su lugar, levantan las manos otr(o)s a los que Pela espeta: "tú tienes mucho pelo en el ombligo". En una de estas nuevas, por cierto, demostrando la versatilidad de la banda, Osoron y Lenoir intercambian instrumentos y los teclados suenan más afilados y punzantes, hasta oigo que alguien comenta que se acercan a Black Flag. 

Y se escucha que viene, se intuye como un rumor, una ola que crece con promesa. Mikel Tuca Raca me mira frotándose las manos y de la sonrisa le sale un "se viene temón". Empieza el final interminable de "Cortando encía". Vuelven las maracas, Lenoir y Pela se amanceban con el público al final de los peldaños, la guitarra se silba, se baila, se ruega que no termine nunca. Ese momento se mantiene en bucle, el tinnitus de la conciencia, durante horas de memoria placentera, mucho después de que haya terminado este encantamiento subversivo. 

No van a pagar por salir en los periódicos para que tú te enteres. Tendrás que estar atento y seguirles la pista, buscarles las huellas que dejan por los callejones más oscuros del punk-rock alternativo, pero aquí tienes a una de las mejores bandas, en directo y en estudio, de estos lares y de los lares del más allá. Componen y ejecutan con piel y víscera, con palabras que atraviesan tabiques, sin licencias ni concesiones. Una base rítmica lubricada, los teclados con más dinámica que una segunda guitarra, un frontman que rebosa los versos de significancia y un guitarrista sin ansias de protagonismo que, sin embargo, es capaz de convertir el fondo más oscuro en un paisaje multicolor, y al revés. Los halagos se la traerán al pairo. El Cairo quedaría cerca hasta andando si nos piden ir hasta allí para seguirlos. Víctimas Club es el club.  

Foto de Rock Attitude Facezine. El divino sanedrín del ruoc. 

Como colofón, que lo estoy convirtiendo en tradición, un exabrupto y para casa: déjate de mandangas y portadas, de campañas y plataformas, la buena música, la música que emociona y exige, que cuando lo intentas, contesta y responde, esa música, para llegar a ella, hay que llenarse las uñas de mierda, lacerarse las rodillas, buscar a hurtadillas, regresar al esfuerzo y la prospección. Al final de la escapada, descubres a Víctimas Club y Tiparrakers, y la expedición en la selva habrá merecido tanto la pena que echarás de menos la fronda, tanto o más que el machete para troncharla. 

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