El viernes pasado llegaron a Barakaldo los catalanes Againsters, que ya traerían en la mochila algo de ropa sucia tras unos días de gira por el norte de la península. Les acompañaban los guipuzcoanos Discípulos de Dionisos, quienes estrenaban gira de presentación de su último disco, ¡Apolo debe morir!, que bastantes ganas de vivir reparten ya ellos, aunque nos tenían en ayunas desde hace más de una docena de años.
Los primeros apenas llevan unas pocas temporadas juntos, pero el currículo de sus componentes por separado obliga a tener paciencia y sentarte para recorrerlo si lo quieres rememorar entero. Casi te pierdes por el camino, lo mismo, si te empeñas en buscarle el inicio a la bacanal de los Discípulos de Dionisos.
Eso se notó de la misma manera en ambas bandas. Se notó la experiencia, el cuajo y que conocen el oficio. Y, al mismo tiempo, ambas bandas tuvieron otra cosa en común: sonaron frescos, enérgicos e inmediatos.
Así que alguien, cualquiera, y con buen criterio, podría decirme, vociferarme, algo así: deja ya de hablar de años, currículos y chorradas varias, y, si es a lo que has venido, cuenta ya lo que quieras del bolo y calla. Ese alguien podría ser mi conciencia, que también es cualquiera.
Va en dos partes, una para cada banda.
Againsters
Pues, aunque fuera por encima, como para hacer los deberes, durante el día, entre tarea y tarea del curro, con los cascos embutidos, para que nadie se enterara y me acusara con el dedo, me repasé sus dos ítems en la discografía, un epé de 2020 y su primer larga duración, publicado a principios de 2022. Se me tronchaba la cabeza, a veces, y algún compañero me miraba con sospecha. Cuando llegué al Cuervo, que está a la vuelta del Mendigo Aretoa, donde tocaban, y que es como un zaguán antes de entrar, ya lo sabrás, entre cigarro y cerveza, alguien, que sabía aún menos que yo sobre ellos, me preguntó: "¿y los otros, qué hacen?" Y, a pesar de la investigación matinal, solo supe contestar: "No sé, algo así como los Capaces." Igual lo dije solo porque pregunta y contestación rimaban, qué se yo.
Escaquearme en el trabajo para escuchar a los Againsters me sirvió para que, durante el concierto, me sonaran algunas canciones. Por ejemplo, al principio, tocaron "Tea and Plum Pie" o la pegadiza "Super Sticky Boy." Por la mitad, también reconocí "Banana Split to Go", pero es que la palabra clave lo hace demasiado fácil. Por ahí, sonó "So Clean", que mola, y mucho, con esos ululatos en el estribillo, el prólogo de la guitarra, las ganas de bailar con el ritmo, que se les notaba a ellos, en los pies, que se les iban. Creo que para el final dejaron las versiones, que tienen dos muy bien traídas a su terreno, de The Boys y True Sounds of Liberty, por ejemplo.
En general, si quieres que te los describa, te diré que son un cuarteto de rock and roll en su progresión más extensa, porque los límites los ensanchan del punk al hardcore, sin temerle a ningún guion. Tocan alto, rápido y fuerte. Sonaron extremadamente limpios y compactos. La energía que desprenden no se pierde en decoraciones, porque las canciones son un todo que empacan muy bien entre el espinazo rítmico, sólido y recto, la guitarra que afila los perfiles y una voz equilibrada, con capacidad para los matices y el arrebato. Vamos, que convencieron.
Discípulos de Dionisos
Según terminaron, y me di la vuelta para enfilar al baño, las tres personas con las que me crucé hicieron el mismo comentario pero con argumentos distintos: hablaron de las que no habían tocado. Con una sonrisa en la boca, eso sí, y yo dije, en los tres casos, que sí con la cabeza, y copiándoles la sonrisa. Qué más da, pensaba, en realidad, si fueron muchas más las que sí tocaron. En cualquier caso, tiene que molar, ¿no? Tener inventario como para permitirte dejar fuera muchas que la peña está deseando que toques.
Entre las que tocaron, hubo muchas del nuevo, que para eso lo presentaban, y que fueron intercalando por todo el repertorio, tocando, por ejemplo, "Alijo" al principio, "Odio a los chavales", "Mi novia es fascista" o "Romance digital", por el medio, y "La mujer del Dr Soler" o "Gibson SG" en el tramo final. Y sonaron a la altura de los clásicos. De la maqueta del 94, también hubo representación, y del resto de su discografía, lo mismo. En la hecatombe de cierre, flambearon clásicos como "Vagina eléctrica" y "Patatas bravas". No íbamos por la mitad, y ya hubo un clímax con "La Hora de Ron Jeremy". "Vidas Cruzadas", la de Ginger Lynnn, "Latigo rojo de cuero", "Coca Ardiendo", "Cuarto oscuro", "Soldados del orgasmo"... He perdido el orden y el concilio, me faltan muchas más, pero ya puedes ver que fue surtido y curtido, tupido y supino el repaso que le pegaron a treinta años de carrera, con sus intervalos entre disco y disco, pero, chico, qué más da, que si no tocaron esa o aquella, si tocaron todas estas.
Allí aparecieron, relajados, como quien entra al cuarto de estar de su casa, con el bajista recién llegado de la playa, en bermudas, hablando entre ellos y "hola, Barakaldo" y bronca al canto por el gasto público en electricidad de la localidad fabril o algo así, todo esto para abrir, para empezar. Se cargan las cinchas al cuello, que probablemente sean los que cargan la cartuchera más abajo en la cintura a este lado del Mississiurola y se lanzan a degüello. Tienen la selección ordenada en tramos, no se dejan un gramo de fuerza, vamos, que no se me ocurre ninguna otra palabra con sentido que termine en -amos, Tori, para cerrar la frase, pero que ya no para la cosa hasta el final, eso quería decir.
Invitan a Irene a salir, cuando cantan "La Hora de Ron Jeremy" y ahí que se sube la batera-camarera-currante-tía de puta madre que le coge el micro al bajista y disfruta como una niña. Para entonces, lo que ocurre abajo ya no lo controla nadie. Javi Rubio, y se está convirtiendo en una peligrosa tradición, acaba manteado y se le pasea por encima de las cabezas del público como si fuera una ofrenda a Dionisos, por supuesto. Otra chica acaba igual y luego la abandonan en el escenario, donde estos cuatro siguen tocando, ajenos a los cuellos que se tensan, los puños que se elevan, los empujones que se repiten al otro lado del escenario. Y aún estábamos por la mitad. Con "Ginger" alguien sube a aparentar un orgasmo, bien aparentado, volviéndole a robar el micrófono a un bajista resignado, que se apea y ya se queda abajo y termina la canción junto al público, en la puerta del reservado. Más peña que se eleva y se sostiene en el aire. Y así seguirá la cosa en la primera fila, cuando se acerca el final y tocan "Gibson SG" y cada vez que dice lo del cuerpo de caoba, el cantante soba el de la suya. Así de epidérmico es todo, que parece que trasladan lo que cantan al escenario. Menos mal que no metieron la del bukkake.
Y, tate, hemos llegado al final. Otra noche en pareja, con dos bandas bien avenidas, en la vicaría del Mendigo. Que no pare la fiesta, que le dure la melopea a los dioses.
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