Cabecera: Vamos a hacer el agosto con la nostalgia más impúdica. Salimos huyendo tan rápido de la rutina que nos trajimos solo de depósito el disco duro del portátil. Así que nos vamos a pasar el verano escuchando música que podríamos llamar antigua, subjetiva y objetivamente. Y en un ejercicio de reciclaje patético, vamos a mantener el chiringuito abierto hablando brevemente (nunca más de 30 líneas) de discos que en su día machacamos y que hacía mucho tiempo que no oíamos. Se nos verán las vergüenzas, pero a quién le importa en esta época de verbenas y barbacoas, ¿no? De etiqueta aglutinadora, un chiste malo marca de la casa pero refrescante: Tinto de Fiasco!!
La historia de Chávez Ravine, según la recuerdo yo, tal y como la leí o me la contaron, es así: Chávez Ravine era una barriada de emigrantes mexicanos muy cercana al centro de una Los Ángeles emergente que crecía como urbe, a lo ancho y a lo alto. Hablamos de los años 50. Cuentan que había un proyecto urbanístico a cargo de Richard Neutra para revitalizar la zona y crear vivienda pública, pero lo cierto es que era un terreno goloso, tanto para el progreso como para la codicia. Al mismo tiempo, el ayuntamiento de Los Ángeles buscaba publicidad para su crecimiento. Una de las maneras de lograrlo que siempre ambicionaron fue a través del deporte. Los Lakers no abandonarían Minnesota hasta 1960. Así que, a finales de los cincuenta, Norris Poulson, el alcalde, encontró otra oportunidad antes, cuando le llegaron rumores de que Walter O'Malley, el dueño de los Dodgers de Brooklyn, andaba cabreado porque Ebbet's Field se les había quedado pequeño y viejo y no le daban una solución en Nueva York. Cuentan que Poulson montó a O'Malley en un helicóptero y sobrevolaron toda la zona metropolitana de Los Ángeles con la promesa de que si se traía al equipo a la costa Oeste allá donde apuntara su dedo la ciudad le construiría el estadio más moderno de la Liga. O'Malley apuntó a la quebrada donde vivían aquellas trescientas familias emigrantes y selló el final de Chávez Ravine. La última familia en ser desalojada sería la familia Arechiga. Entrarían las máquinas. Tiempo después, el estadio de los Dodgers se levantaría junto/en al barranco. Hasta que se tomó la decisión, la polémica fue pública y acalorada, entre los que miraban a la tierra asentada y los que adivinaban el futuro de hormigón. Ronald Reagan comenzó, de alguna manera, su carrera política aquí. Se puso, por supuesto, del lado del progreso y del béisbol. Su gran argumento fue invocar al deporte como una expresión de patriotismo y llamar "baseball haters" a los que no opinaban como él.
Yo así lo recuerdo, pero puede que cometa fallos y hasta que sea imparcial y poco objetivo. Si te interesa, busca fuentes, lee tú mismo. El disco de Ry Cooder te cuenta muchas cosas. Las fotografías de Don Normark, que no comparto aquí, también.
Además de todo eso, lo que me gusta de este disco es la asunción sosegada pero contundente de que las raíces son retorcidas y profundas, de que este país de ellos viene del tamal y de la vihuela, que las fronteras no consiguen detener ni retener los nexos unidos. Y me gusta la música, la mezcla. Ry Cooder reunió a un grupo maravilloso de músicos anglos y chicanos. Se pasa del corrido al ukelele del hawaiano Bla Pahinui. Ry Cooder participa y orquesta una reunión de músicos que enriquece y complica la historia de la música de su país, donde Lalo Guerrero cantando "Barrio Viejo" puede convertirse en una alternativa al himno nacional, si se me permite exagerar.
Pero no elijo esa. En realidad, podría elegir cualquiera, pero, porque refleja muy bien lo que he contado antes, elijo esta "3rd Base Dodger Stadium", un medio tiempo templado pero repleto de imágenes y emoción, donde alguien que ahora trabaja en el estadio puede apuntar con la mano y señalar donde creció, dónde vivió su familia, recordar a los suyos siendo felices. La voz de Bla Pahinui no te suelta hasta el final.
Y yo creo que he sobrepasado las treinta líneas que prometí no superar, así que pido perdón y copio y pego el vídeo.
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