Sentados ya en primera fila aparece el de mantenimiento y, con desidia, coloca más sillas de plástico a nuestro lado, cerrando el pasillo por el que se movía la gente, entre el chiringuito y las hileras, que ya estaban casi ocupadas en su totalidad cuando llegamos. Alguien detrás de nosotros le saluda con un comentario que necesitaría contexto para entenderlo del todo: "¡Que no se electrocuten los muchachos hoy, eh!" Le oye, pero no le escucha, así que le dice qué con la cabeza y el otro lo repite y a la segunda se ríe con desgana. Le contesta: "Hoy hay que bailar". A lo que el contertulio que tengo detrás le contesta con una risa nerviosa. Y el encargado insiste: "No querían ni poner las sillas." Entonces, de improvisto, aparece una señora por el flanco, vestido florido, con mascarilla, entrada en años, que intenta agarrar una de las sillas de la recién estrenada barrera de plástico: "Señora, estas sillas son para ponerlas ahí." "¿Cómo?" "Que las sillas son ahí" "¿El qué?" "Que deje las sillas, señora, tiene ahí más sitio". Y ella se vuelve sin convencerse y el hombre de mantenimiento cruza por el medio, serio y sin pisar los cables.
Son los martes del Basoco en Castro Urdiales. La playa de Ostende se extiende con pereza en un costado, y el paseo se resiste a terminar el día, dándole dirección a gente que camina sin prisa, perdiendo la vista entre las rocas y los niños que corren por las losas de piedra. Aún es julio, pero ya es verano, ese verano de bermudas, torsos desnudos y la toalla sobre el hombro.
El Centro Musical Ángel García Basoco, con sus esquinas de piedra dorada y las molduras de adobe rojo, acoge un nuevo concierto estival y aparecemos por allí, en familia, tras un largo día de vacaciones fuera de nuestra zona de confort. Mi hija pone las manos cruzadas sobre el regazo y espera formal a que empiece todo, mientras parece dibujar con la mirada las siluetas de los instrumentos, abandonados a su suerte sobre el suelo de la plaza. No hay escenario. No hay ambiente aparente de rock and roll. Incluso para el rock and roll, la media de edad es alta. El público parece fiel, no tanto a la banda, pero sí al ciclo musical. La banda, por cierto, son Micky & The Buzz, bilbaínos de largo currículo y granado pedigrí que, unos días después, estrenarán el Bilbao Blues Festival en casa, con buenas críticas y una ristra de plásticas fotografías.
Arrancan con instrumental y ya hay palmas. Guitarrista y el saxofonista se baten en duelo y ya van sembrando el aroma a swing y rockabilly que se esperaba de ellos. Me fijo en que al contrabajista se le ha salido la goma de la punta de la pica. Sale Micky Paiano de dentro, con una sonrisa y ganas de zapateo, y encadenan una más antes de pararse a saludar. El bajista se da cuenta de lo de la goma cuando la vocalista anda presentándonos al grupo y pide que le esperen: "Pues eso, somos Micky & The Buzz y rompemos cosas," el humor cercano ya aparece desde el principio.
El concierto bate al desconcierto. Quiero decir con esto que irán de menos a más hasta conseguir, aunque sea por la mínima, que rompa el agua a hervir. No será por no intentarlo. Buen sonido en un espacio tan abierto y una colección redonda de canciones, versiones de clásicos y no tan clásicos del rock and roll y su propio material, el que reunieron el año pasado en su primer ep, el de la portada pugilística. No será por no intentarlo. El saxofonista se recorrerá toda la primera fila como si quisiera chocarnos la mano con la campana de su instrumento. Se acompasará muy bien con el guitarrista en coreografías bien traídas. No será por no intentarlo. Micky Paiano pedirá que bailemos, suplicará que bailemos, nos dirá que no tenemos por qué estar sentados, sonreirá todo el rato, nos invitará a la diversión, convocará a las mujeres, se acercará a los más jóvenes, bailará ella misma, cantará con el pecho ensanchado, incluso se acercará a acariciar a un perro que la rechazará. Todo empatía y cercanía y ganas de involucrar. No será por no intentarlo. Y, al final, parcialmente, lo conseguirán, y saldrá una pareja a bailar con estilo, y un tío con camiseta de Chuck Berry y lata de Estrella Galicia en la mano, y varias mujeres de distintas generaciones la rodearán cuando cante el "Tintarella de Luna". Incluso, habrá gritos y silbidos para pedir el bis. Incluso, se oirán conversaciones satisfechas luego. Incluso, resonó por la rada el comentario folclórico de alguien en la platea que no pudo contenerse y dejó salir toda su alegría con un sincero: "¡Vaya máquina! ¡'Amos ahí!" Es decir, al final, la música triunfó, por encima de las sillas, más allá de las expectativas, sin que importara la edad ni ningún otro matiz. Porque cuando hay raíz y compases que arrebaten las caderas, nada de eso importa.
Por el medio, Micky & The Buzz hacen lo que hacen siempre y siempre, dicen, lo hacen bien: rock and roll del clásico, un repaso a la historia de la música popular moderna, pero con personalidad y un tamiz particular. Buenos músicos, un gran chorro de voz, buenrollismo del que no parece impostado y melodías para el baile y para agotar la agonía del vivir. No tengo yo la cultura que tienen ellos como para reconocer todas las canciones que toman prestadas de otros, pero sí reconocí a Wanda Jackson, que es quizás lo más fácil, y a la que creo que recurrieron dos veces, con el "Fujiyama Mama" y con la popular "Funnel of Love". Creo que cuando Micky Paiano se acercó a saludar al perro, estaban tocando el "Voodoo Voodoo" de LaVern Baker. De Stray Cats, aunque creo que no es exactamente de ellos, adaptaron el "Wasn't that Good", y de los Collins Kids, que lo sé porque alguien me pasó los videos del YouTube, el "Whistle Bait", donde hacen las coreografías y ella representa con gestos la energía de la canción. Insistía en que bailara la gente y alguno al fondo le decía que subiera ella y Micky Paiano se disculpaba diciendo que no le llegaba el cable. Ahí salió el fan de Chuck Berry aunque la que estaban tocando, si no me equivoco, era el "Justine" de Don & Dewey. Y, sí, momento cumbre con la contagiosa "Tintarella di Luna", de Mina Mazzini, "son le ragazze che prendeno il sol" y todas bailaron a su alrededor, aunque la luna aún no había aparecido en el cielo cántabro.
Además de todo esto, tocaron las tres que reunieron el año pasado en un ep que, como la propia Micky Paiano explicó, no pudieron presentar adecuadamente por lo que todos ya sabemos, y ahora se han puesto a hacerlo. La primera que compartieron fue "Strong Woman", que sonó rotunda y convincente, y que cerró la cantante con un alegato feminista a modo de coda apropiada. Después, preguntó si alguien adivinaba de dónde venía ella y al que lo acertó, le reprochó que no valía, que él la conocía, pero todo venía a cuento porque iban a cantar en italiano otra que también está en el single: "Una fetta de limone". Para la última, buscaron la conspiración del público y subieron la velocidad, "Coffee to Go" no desentona entre todas las joyas de otros tiempos que tienen en su repertorio.
No volví a ver al hombre de mantenimiento. Mi hija se mantuvo siempre tiesa en la silla. Cansada, después de un día largo y movido, no le subió el baile por las piernas, aunque dio palmas y abría bien los ojos cuando sonaba alto el contrabajo. En un momento dado, Micky Paiano dijo que ya no sabía si tenía frío o calor. Son las cosas del Basoco y de la ensenada de Urdiales, que el viento trae aroma a resaca, la diversidad se apodera del ambiente: los colores resucitan, las chanclas zapataean, huele a protección solar; un transeúnte que vuelve a casa con la barra de pan se para y saca fotos, las señoras salen a bailar aunque tarde, la pareja de jubilados que se marcha antes se despide de la cantante con un gesto que dice lo siento, pero perdemos el autobús, el ciclista que fuma se jarta de grabar videos, los niños se sientan en cuclillas, sus madres les hacen retratos, los veteranos se animan, las veteranas se arriman, todos, como dijo la propia Micky Paiano que hace ella, perdemos nuestra timidez y nos dejamos llevar por la música, ya sea con el culo en la silla o con las pantorrillas al brinco.
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