Simplemente, una crónica más (del Azkena 2022)



Poco de Israel Nash, Hiss Golden Messenger, Delirium Tremens, Ilegales, Jerry Cantrell, Emmylou Harris, Daniel Romano’s Outfit, Suzi Quatro, Afghan Whigs o Morgan. Algo más de Robyn Hitchcok & Los del Huevos Band, Joseba Irazoki eta Lagunak, Soziedad Alkoholika, The Offspring, Toy Dolls o La Perra Blanco. Y bastante, tanto que podrían haber entrado, de Oh!Gunquit, Tiburona o Fu Manchu. Pero no. 

He decidido que solo hablaré de aquellas bandas de las que vi un 90% del concierto o el concierto en su totalidad. Es lo que tienen los festivales, que vas de flor en flor, dándote un atracón de polen musical y, en realidad, no acabas de ver nada bien. Todas esas bandas vimos en nuestros tres días de paseo por las campas de Mendizabala. Algunas, las apuntamos en la agenda para la próxima, caso de Oh!Gunquit. Otras, pedían a gritos el dudoso honor de tener un espacio en este resumen, y nunca mejor dicho lo de los gritos en el caso de Soziedad Alkoholika; no tanto, que fueron más delicados, en el de Robyn Hitchock & Los del Huevos Band. Pero no, por reducir, por ser consecuentes, porque miente el que piense o diga que aquí hacemos las cosas bien, por lo que sea, hemos decidido que, por debajo de ese porcentaje, nada.

Si quieres, un día, quedamos en la plaza del Andaluz, echamos una birra, y te cuento si Fu Manchu tocaron “King of the Road” o qué tal Emmylou Harris. Pero, lo dicho, aquí y ahora, solo los elegidos, que, a veces, lo fueron de la manera más caprichosa: 

Así que la cosa se reduce a ocho bandas. Del jueves, nos quedamos con dos, Lord Diabolik y Micky y los colosos. Ambas actuaron en el Trashville, el escenario cubierto, esa carpa que monta un recinto bizarro, con parqué y acristalado, que lo mismo te recuerda a Peaky Blinders que a Abierto hasta el amanecer, que es lo que está, pero, este año, parecía, más bien, el comedor sin aire acondicionado de un restaurante de carretera por el valle del Guadalquivir en plena ola de calor, que hacía más bochorno allí dentro que en esas fraguas, llenas de chispas, tan típicas de Small Heath. El viernes, también lo reducimos todo a dos bolos. En esta ocasión, al aire libre. Hablamos tan solo de Drive-by Truckers y de Social Distortion. Y, por último, el sábado, la lista se multiplica por dos, que tampoco es tanto, porque dos por dos son cuatro. Glosamos lo que hicieron Aida VictoriaRyley WalkerVulk y, por supuesto, Patti Smith

 

LORD DIABOLIK

Era una cita obligada por tres razones: auamba, nos gusta el garaje punk-rock; buluba, después de entrar al recinto y ver espacios tan abiertos y escenarios tan altos, nos dio una agorafobia que te chinas, y la cabra tira para el monte, buscamos la carpa que huele a antro, que es lo que nos mola; balambambú, porque en Tarragona, en el bolo de Los Retumbes, durante el Bule Bule de hace unos años, conocimos a Franky Zwiler, y había que honrarle la visita. No salimos decepcionados, por supuesto. Dúo de batería y guitarra que salen enmascarados como luchadores mexicanos y que permanecen impolutos en sus elegantes trajes, a pesar de que aquello fuera un baño turco en la boca de un volcán. Guitarrazos, gritos alocados, ritmos primitivos, y, por supuesto, todo a gran velocidad y con una buena ración de azuzamiento al público. No podía ser de otra manera, hubo homenaje a Bo Diddley con “Hey Bo Diddley”, y a Los Brincos, haciéndose “Flamenco” en francés, y eso que ellos el castellano lo manejan bien. Momento cumbre, y no fue el único, con “Loco, te patina el coco”, contagioso tema que no es de ellos, pero como si lo fuera. 

MICKY Y LOS COLOSOS DEL RITMO

Pues se podría resumir con dos imágenes. Una, la del cantante desabrochándose la camisa en la que ya no podía haber más lamparones de sudor. Dos, la de una carpa deshidratada donde, aun así, nadie dejaba de botar y vociferar la onomatopeya cuando se tocó el “Sha-la” de Micky y los Tonys. Acompañado de una banda con pedigrí y buen currículo, que convierten las canciones en armas afiladas, Micky, siempre a la cabeza, apuntando al público con su brazo izquierdo, asalvajando la mirada por momentos, se soltó un bolazo fino, directo, auténtico y donde pareció no guardarse ni un gramo de fuerza. Y eso se agradece. Y se agradeció bailando y sin moverse de una primera fila donde el espacio era gomoso y el aire caí a plomo contra el suelo. Igual que Lord Diabolik, también aquí hubo referencia a Rufus Thomas. También se mentó a la Family Spree y, sobre todo, repartieron sonrisas que era con lo que salíamos de allí mientras dábamos bocanadas como un pez fuera del agua cuando buscábamos la salida. 

DRIVE-BY TUCKERS

Pues sí, leídas varias opiniones, sí, yo también esperaba más. Son muchos años escuchado a los norteamericanos, y, a pesar de tan larga carrera, confieso que me decanto más por lo reciente, aunque sea por la complejidad de su nueva narrativa. Me quedé satisfecho. Estos, al ralentí, también son capaces de ganar un grand Prix, que no hay muchos que tengan los bemoles de acabar con una balada, que creo que fue “Angels and Fuselage”, aunque no lo tengo muy claro. Cantaron alguna de nuestras favoritas, como “Hell No, I Ain’t Happy”, “Let There Be Rock” o “Marry Me”, pero tuvieron que sobrevivir a los problemas de sonido, que apagaron a Patterson Hood; cuando se arreglaron, subieron mucho a Mike Cooley; y, por el medio, nos dejaron sin que la trompeta sonara bien, al menos desde donde yo estaba. Pero, aún y con todo, son Cooley y Hood, son Drive-by Truckers.

SOCIAL DISTORTION

Sí, tocaron dos versiones, la primera, el “Wicked Game” de Chris Isaak, que, verás, a nosotros, y esta vez el plural está bien usado, nos gustó porque nos trae muy buenos recuerdos. Para cerrar, se marcaron el “Ring of Fire” y yo me canté el estribillo y ella me acompañó. El resto del repertorio… pues sí, no sonó “Reach for the Sky”. He tenido a bien preguntarle a algún fan fiel y todos dicen que pudo haber sido mejor. Así que supongo que fuimos afortunados. Y es que, aunque Social Distortion siempre haya estado en la discografía de casa, llegamos limpios, sin expectativas ni argumentos para comparar, y disfrutamos del concierto como si fuera un bolazo auténtico, con buen sonido, guitarras cautivadoras, y, sobre todo, canciones macizas que jugaban entre géneros. Solo tarareé el estribillo de “Story of My Life”, pero, para mí, estuvieron en el top del festival. 

AIDA VICTORIA

Por sorpresa, me la encontré allí arriba y ya no me moví hasta que terminó. Entre la raíz de la tradición y el rizoma de lo moderno, toda la banda se mostró poderosa, no solo una cantante con protagonismo, que se enfrenta cara a cara a su guitarrista, se lanza al suelo, se cala la acústica, busca tonalidades distintas en su voz. Fue un descubrimiento. Por mencionar alguna canción que recuerde, aunque, lo confieso, haya tenido que buscar el título en internet, digamos la larga y afilada “Dead Eyes”.

RYLEY WALKER

Otra sorpresa, quizás mayor que la anterior. Fuimos porque no sabíamos dónde ir, y, al final, nos quedamos porque no queríamos ir a otro sitio. Con dos baterías, bajista y guitarrista se separaban en cada esquina del escenario, como si se repelieran, pero nada más lejos de la realidad cuando comenzaban a tocar y ambos instrumentos se enraizaban. Oír la palabra cantautor te podía llevar a equívoco, pero, ya sabía que Walker lo mismo te saca un disco con un batería de jazz que con una banda japonesa de psicodelia cuyo nombre no soy capaz de recordar. Así que todo podía pasar y así fue. No sabías qué iba a ser lo siguiente, incluso, a veces, dentro de la misma canción, que, en ocasiones, eran puras atmósferas volátiles. 

VULK

Pues me acerqué casi por obligación y me quedé hasta el final, al principio, subyugado por su presencia física, luego, atrapado por la energía musical. El continente llama la atención, pero también el contenido. Sacuden, se encabritan, y hacen con las sonoridades más modernas lo que otros hicieron antes con acordes y estructuras más tradicionales. Cantando en euskera, rondando el post-punk, si quieres llamarlo así, a veces con dos guitarras y otras veces solo con una, vencieron al calor y la humedad. Meten mucho bajo y bien alto, lo que siempre nos gusta. Todo lo bueno que habíamos leído, más o menos, se confirmó. 

PATTI SMITH

Hace un par de días, leí crónicas del concierto en Madrid, que ocurrió pocos días después de este en Gasteiz. Los adjetivos y comentarios se repetían casi de manera literal. Me hizo pensar: no fue el de Gasteiz un concierto único, entonces. Quizás ahí reside el arte, porque todos nos fuimos de Mendizabala con la sensación de que habíamos vivido una experiencia única e irrepetible. A ella, se la veía emocionada. Y el público se emocionó aún más. Acompañó un repertorio bien labrado y ayudó el all-star de músicos que la acompañan. Su visceral naturalidad y aparente humildad sobrecogió y encogió el alma de todos, por ser exagerados, los que andábamos por allí. 

Fue un concierto con varios clímax, un sonido rotundo, y una demostración absoluta del valor y trascendencia que puede alcanzar la música popular cuando se enarbola con pulso y criterio. Smith versioneó a Bob Dylan, por dos veces si no me confundo, una para dedicársela a Emmylou Harris, quien, después, se subió a cantar con una arrebatada Smith el esperado y coreado “People Have the Power”. Con ese bis, Smith se marcaba un repóker ganador, ya que las tres anteriores habían sido “Because the Night”, “Pissing in a River” y una “Gloria” que, cómo no, quedó gloriosa. Por el medio, mucha cosa buena, a veces, llevándola al suelo de rodillas para buscar el paroxismo punk; otras veces, de pie y con gesto vocativo, recitando con cuidado las melodías reposadas. 

Se tomó un descanso en el medio, que aprovechó la banda para tocar el “Helter Skelter” de The Beatles, dedicado a Paul McCartney por su cumpleaños, y donde se lució un pluriempleado Tony Shanahan; y un inesperado “I Wanna Be Your Dog”, que sirvió para que las cámaras apuntaran bien a Lenny Kaye, esa máquina que permanecía como si nada a la izquierda de Smith, pero que, si te pones a indagar, entiendes muchas cosas. Entre otras muchas, Kaye, por ejemplo, fue productor y guitarrista en una cosa que a mí me maravilla y que se llama “Ballad of the Skeletons”, poema-canción de Allen Ginsberg, donde también colaboraba el propio McCartney. En Gasteiz, Smith, precisamente, recitó en directo un poema de Ginsberg, que ella ya había grabado antes, el “Footnote to Howl” o “Holy” para los amigos, que se encontraba en su libro Howl. El poema se elevó como ángeles enrabietados y cayó en picado sobre el público como néctar rejuvenecedor, y perdón por jugar a poeta. Se cayó una lágrima, sí, porque allí estaba la poesía, frente a la masa, convirtiendo cada palabra en una punzada de emoción. Y se aplaudió. Se aplaudió con ganas. Whitman murió sin ser el bardo que siempre quiso ser. Y San Francisco y City Lights nos quedan muy lejos, muy lejos. Pero siempre hemos creído en la poesía, en esa poesía. Así que sí, cayó una lágrima, y no en la arena. 

 

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