Algo incluso mejor que retumbar



Ya, tío, por un momento, hasta yo me lo he creído. Pero, no, esta vez tampoco ha habido suerte. Otra vez, aunque sea tarde, casi una semana más tarde, venimos aquí a estropear un concierto y contártelo. No podía dejar de hacerlo. He estado a punto de hacerlo. Pero no podía hacerlo. Venga, no le demos más vueltas. 

 

21 de mayo de 2022, Mendigo Aretoa. La fecha y el día estaban reservados desde meses antes. La ocasión se expuso en carteles y en repetidos anuncios en redes. Tocaba presentar en directo el nuevo disco de la banda local Los Retumbes, su Colección de canciones de mierda, que salió a la calle un mes antes de la mano de Family Spree Recordings. Porque era una oportunidad que no se podía dejar escapar, se buscó buena compañía que hiciera la velada incluso más amena y divertida, y desde Galicia llegó un one-man band u hombre orquesta, Captain Trasho, que completó el cartel y se compenetró perfectamente con los primeros, llegando los tres a cerrar el bolo en formato power trío. Pero, por supuesto, seguiremos un orden cronológico y eso lo dejaremos para el final.

 

En pantalón corto, zapatillas deportivas y con la cabeza encapuchada, el primero en subirse al escenario, como ya he dicho, fue el Captain Trasho, quien se sentó detrás de su percusión tuneada, agarró la Burns con la zurda y ya no se levantó en todo el repertorio porque, para qué, los que no nos sentamos fuimos nosotros, encandilados por su colección de originales y versiones, todas bien traídas, cantadas desde la entraña, tocadas con ese espíritu primitivo que te deja disfrutar de la raíz de la música. En sus manos, el oficio se hace artesanía y las canciones parecen herramientas de sílex bien afiladas, de esas que se encuentran los arqueólogos en los yacimientos prehistóricos. 

 

Así sonaron sus originales, las que recogió y publicó este mismo año en un ep que se recomienda conseguir, el Beware of. Captain Trasho las tocó todas, desde la instrumental “Trasho Theme” hasta la pegadiza “Searchin’ for Fun”, que era lo que estábamos haciendo todos allí dentro, pero en castellano. Arrancó “I Can Do” con un bucólico “Venga, allá va” y también sonaron “Didn’t Like It” y “Bring You Down”. Hizo suyas las versiones, incluso las que no tocó, porque, con un humor que sonó tan suyo, nos asustó haciéndonos creer que se iba a marcar el “Cadillac Solitario” de Loquillo y los Trogloditas, pero fue solo un amago y lo que vino luego fue una descarnada y abrasiva, adjetivos que nos gustan mucho a los/las plumillas, lo sé, “Hong Kong, Mississippi” de Bo Diddley, el triunfador de la noche en lo que se trata de ver tu trabajo adaptado por otros. Estuvo bien el chiste, y nos reímos, que no fue la única ocasión, porque el tío se mostró natural y cercano a pesar de ir con el rostro cubierto, y detuvo el concierto para colocar el relleno de su bombo, de donde colgaba una mano desmochada de atrezo, o lo mandó todo a tomar por culo e improvisó cuando se le cayeron las hojas con las letras de las canciones porque setlist no tenía, que se lo olvidó en Lugo, y ni falta que le hacía.

 

Triunfó con su versión de The Kids, y la melodía de “Do You Wanna Know” aún resonaba en la cabeza de alguna al día siguiente. Cayeron también los Cramps y una que quizás no nos podíamos haber esperado, pero que le quedó ni que pintiparada, que es otra palabra que no sé si le gusta a los/las plumillas pero a mí sí, el “Let’s Lynch the Landlord” de los Dead Kennedys. 

 

Todo quedó puro como ese aguardiente tan típico de su tierra, pero no el etiquetado que se embala y se importa, sino el blanco y casero que se destila en la aldea y que cuando sacas el corcho de la botella de cristal sin etiquetas ni milongas, es solo olerlo y la sangre se te pone como un infierno en un sermón puritano. Así nos quedamos después del bolo, inflamados ya por dentro, con ganas de más, con menos penas y tristezas en el paladar. 

 

Fumar, beber, el rollo de siempre en el interín, y vuelta a la primera fila que ya estaba arriba el dúo enmascarado, ansiosos por mantener el ambiente que ya había caldeado el de Lugo que hubo alguno y alguna que no distinguió lo de antes de lo de más tarde de la excitación que llevaba ya en las venas. Enmascarados, elegantes, armados hasta los dientes con sus instrumentos musicales, saludaron brevemente y se arrancaron por instrumentales, bien rehogadas por esos clásicos de su repertorio que hacen la labor de zapa y te van preparando para lo que vendrá luego: “Soy un animal”, “Smartphombie” o “Surfing Fukushima”. Cuando llegamos a “Tatuaje de mierda”, ya teníamos todos las gargantas y las piernas bien engrasadas, la conciencia en barbecho, el hecho, señor juez, es que no me acuerdo de nada. Y es que había pasado mucho tiempo y estábamos “Cansado de esperar” porque todos los allí presentes sabemos que “Retumbar es mejor…” y los puntos suspensivos son como los capítulos en una novela de Elige tu propia aventura El Rayuela de Cortázar, que sí, no solo de pulp, no va por ti, Jarvis, vive uno.

 
Llegó una cumbre con la costumbre de preguntarse por el destino recaudatorio de “Las camisetas de Los Ramones”, un nuevo hit que en realidad es una antigua hazaña, bien cosida a una de sus mejores letanías, el “Eres idiota” que se cantó, desde el suelo, con ganas. Ya no había manera de parar el karaoke ni en las instrumentales: “Alienígenas ancenstrales”, “A retumba abierta” y otra gloria que quedó bien alta y entonada, “La música moderna.” Sorna con “Reguetonero” y el público de la derecha haciendo un coro que en el corte no existe cuando tocan “Nuevo orden mundial,” donde la sonrisa de Andrés le quitó importancia a la falta de coordinación final. Pero es que “Tú me das dolor” y me gusta porque “Me creo tus mentiras” y es que esto es el “Retumbe rock”. Ya íbamos cuesta abajo y cuando caíamos por el acantilado era imposible no reírse a carcajadas mientras bailábamos “Cuñado” y nos estampábamos contra el agua fría del mar bravío en “Gasolineras”. Tirabuzón final con “Revuelta blanca” y aún podíamos respirar. 

 

Lo he hilado todo así, como las cuentas de un rosario, porque aquello fue el de la aurora, que yo lo viví así. Tan pronto empezó como terminó y por el medio levitamos, evitamos la realidad, fuimos felices en nuestra inconsciencia como solo conseguimos sentirnos cuando nos arrulla esta música primitiva que toca algo en nuestro interior y qué bendición es poder vivirlo más que venir luego a contarlo. Los Retumbes se lucen siempre, pero el sábado pasado más si cabe, porque estaban en casa, tenían ganas de contarnos cómo viven ellos la música, y la viven desde tan adentro que se dejan las entrañas más que las huellas digitales cuando tocan. Eso se perspira, se baila, se disfruta y si buscabas que te contara otra cosa, no puedo hacerlo. 

 

Y sí, no terminó ahí la cosa, porque, como he dicho, tocaban en casa, y la gente lo exigía, y necesitábamos que nos dieran nuestra droga. Así que, para el final, estos dos apandadores dejaron sus dos canciones de hierro y lluvia que tanto nos azuzan, y se cascaron seguidas los himnos de nuestra infancia tardía: “El Parque de los Hermanos” y “Montañas de Lindano”, para que después, este verano, cuando estés en el chiringuito y suene el pachangueo, te acuerdes de este momento y se te ponga una sonrisa pillina.

 

Era un día especial, lo he dicho al principio, lo anunciaron ellos, que Andrés se subió a presentar a Captain Trasho y lo dejó bien claro, y no se podía terminar sin una sorpresa que llegó, como también he adelantado antes, en formato trío, uniendo fuerzas desde Lugo a Barakaldo, que la conjunción vascogalaica nunca falla, chuletón a feira para terminar, con okra y ricas salsas del Mississippi para acompañar. Con el Captain Trasho en el medio y de pie, Andrés en un costado y Ana en el otro, armada de maracas y baquetas, se arrancaron a homenajear a Bo Diddley, primero con una “Cadillac” que cantó con ganas y buena actitud Andi, y después con el “You Can’t Judge a Book by Its Cover” donde, a las voces, le tocó turno a Ana. 

 

Y, ahora sí, se terminó el espectáculo. Y yo debería terminar aquí, que es lo que he intentado desde que empecé. De hecho, si quieres saberlo, ha habido dos razones principales para que no escribiera antes esta crónica. Una, que la vida no da más de sí, y si esto lo haces por amor al arte, pues primero va la obligación. Y dos, que no quería acabar poniéndome moñas e intenso, que sabía que acabaría haciéndolo. Pero es lo que tiene involucrarte más de lo que debes. Así que aquí sí que voy a intentar ser breve: lo mejor de la música, como lo mejor de la vida, es la gente que te encuentras por el camino, con los que cenas mientras hablas de Ricardo Hevia, con los que desayunas al día siguiente y te fundes en un abrazo sentido cuando te despides, o los que tienes cada finde alrededor, y venden todo el merchan con una sonrisa, guardan la puerta mejor que Cerbero y cargan con el backline hasta el local de ensayo sin dejar de vacilar y reírse ni un momento. Y es que el sábado pasado, más que una celebración de la música rock de raíces, que lo fue, fue, en realidad, y sé que no te importa pero tenía que dejarlo por escrito, una exaltación de la amistad, la fugaz y la de todos los días, que hay que trabajarla y merece la pena. Hubo tanto amor como punk rock y ya dije que no quería sonar moñas ni intenso y prometí que iba a ser breve, así que paro aquí: muchas gracias a todos por demostrar que la felicidad es eso y que la tenemos más cerca de lo que nos creemos. Eso es lo único que es mejor que retumbar. A mamarla. 




Posdata: Hay muchas fotos por ahí y muy buenas. Vídeos también. Algunos de ellos preferiría que ni existieran. Todos buenos y que pueden darte prueba de lo que fue esto mejor que lo que yo te he contado. Pero cojo esta del ensayo porque la saqué yo y así no tengo que pedir permiso ni molestar a nadie. No es la mejor, pero están los tres, aunque se les vea la cara, que no es lo suyo, así que los hemos hecho dibujo. 

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