Las impresionantes imágenes que nos han llegado este fin de semana desde Burgos y Madrid parecen confirmar lo que vivimos nosotros el anterior en Logroño. Porco Bravo y Eh, Mertxe! compartían, entonces, el escenario de La Fundición y si no lo he contado antes es porque no he podido y punto. Me apunto el fallo y lo cuento ahora, sin los prolegómenos y epílogos de los que tanto abuso, yendo al grano y al pogo que solo faltaría que, además de tarde, también llegáramos a hartaros.
Empiezo por el final: se petó el sonido. Acabamos todos gritando a pleno pulmón, mientras a Manu le mantenían en vilo, Kapi, Gelo y Asier se habían quedado mudos y con los brazos caídos, y solo el bombo de Óscar, quien se marcaría un redoble final para terminar, retumbaba en la sala. La luz volvió, igual que habían vuelto, hora y media antes, los chicos a la ciudad, y aquel fundido en negro, haciendo el juego con el nombre de la sala, más que como un jarro de agua fría, cayó al huevo para marcarme una rápida metáfora, nada difícil de interpretar, de lo que pasó allí y sigue pasando ahora por allá. Te lo pongo en plata y a la caca si te esperabas que fuera a ser objetivo y profesional: los Porco están de vuelta y están de gira y están en forma, y sus directos prometen arremeter contra todo y contra todos. No te digo más: hubo heridos, sangre, mucho pogo y a nadie se le vio quejarse. Al contrario.
Antes de que pasara esto, subieron al escenario los Eh, Mertxe! y la primera fila estuvo igual de bulliciosa y atareada. Si esto fuera una crónica futbolística, usaría esa expresión típica de los periodistas deportivos, y te diría que fueron de menos a más. Se les vio algo atascados al principio, pero se fueron soltando de manera natural y sin esfuerzo aparente, para despedirse con gratitud teatral y lo que parecía un gesto satisfecho en sus caras. Alrededor mío, las de los que tenía a la vera parecían coincidir en satisfacción y gozo. Todos aplaudíamos y pedíamos más aunque sabíamos que no iba a poder ser, y eso que se pidió el "beste bat" incluso antes de que terminaran.
Arrancaron con intro y luego "Raíz de asfalto", si no me confundo, porque puedo confundirme, que luego, por ejemplo, tocaron "Relevo", donde se te mete el bajo por debajo de la piel, y si no es por Jon Bustinza, que lo tenía de apuntador al lado, no sé poner el título. Y es que el Calles perdidas, que se lo tocaron entero o casi, lo escuchamos en su día, pero un día muy lejano, y me apunto en el debe no haber vuelto antes. También sonaron, que recuerde, "Perviérteme", redonda y de cierre; "A podar", con armónica para la ocasión; "200 milatara", en euskera. Todas ellas en el álbum mencionado. Por supuesto, se fueron más lejos en el tiempo para recuperar canciones como "Irresponsable," "A correr" o "Eh, Mertxe!" No te van a descubrir nada nuevo. Suenan a Rock&Roll del de siempre, de estribillos con coros que te aprendes de memoria, energía liberada, punteos bien puestos, base rítmica de raíz sólida y para qué quieres más. Además, la música, a menudo, más que oírla, buscamos transpirarla, y con estos sudarás a gusto. Sin conocerles, desde abajo, se les ve como sin maquillaje ni disfraces. Me explico: que parecen lo que serán en el local de ensayo y a pie de calle y eso mola. Y mola mucho más si eso pasa en el Rock&Roll, así, con mayúsculas y todo pegao. Insisto, lo digo sin conocerlos, pero me lo habría apostado sin dudarlo, porque alguna pista dejaron, como cuando cantaron a pelo una canción de barro en las botas y manos laceradas que curtía el alma como cuando lo hacía El Cabrero con Reincidentes o porque, como comentamos en peticomité el ya mencionado Bustinza y un servidor, nos hizo sonreír que fuera, en la calle, escucháramos como uno de ellos le decía a otro: "oye, habrá que ir yendo a cambiarse y todo eso" y el otro asentía. Luego, cuando salieron al escenario, estaban igual que cuando lo dijeron, sin haberse cambiado nada.
Lo primero que hace el tío es aparecer como si fuera Max Rockatansky, con una chupa ideal para vivir en una Australia distópica, se sube al bombo y se lanza al público sin avisar. Cuando me giro veo los dos pies estirados y tiesos de un tío al que no le dio tiempo ni a girarse. Lo primero que pienso es: "Ya está, se lo ha cargao", pero, no, ayudan a levantarse al herido que de un respingo se lanza a por el escenario, y lo segundo que pienso es: "Ya está, se ha montao". Pero ni por el forro. El afectado lo que hace es abrazar a Manu y de la misma a botar, que ya no parará en todo el bolo. Pues: "Ya está, se te ha avisao". Eso es lo hay y lo que hubo. Luego vino uno sangrando de la nariz; a otro le dolía la espalda; juraría que a otro con barba se le pusieron los ojos en blanco; a una la cogí a vuelo porque la habían trasladado hasta nosotros de un empujón cariñoso y etecé etecé. Es la experiencia completa de un bolo de los Porco Bravo. En un momento dado, el propio Manu se acercó hasta nuestro rincón, nos recogió en un abrazo colectivo a modo de piña deportiva, y, entre risas, se confesó preocupado por sus testículos. Por supuesto, salió de allí como Abraracúrcix sobre la tabla de surf que nos alegró verla maqueada y bien polita. Así subido se perdió en el infinito de la Fundición, que Asier y Gelo oteaban el horizonte desde el escenario y luego compartían una mirada traviesa como preguntándose si volverían a verlo. Y volvería y volvería a tirarse. Se cargó el registro de pladur, clavó el pie de micro contra el techo, abrevó a la peña con Jack Daniels y finalmente se petó el equipo, nos fundimos en negro, como ya he dicho, y el susodicho acabó surfeando sobre un piélago de petróleo. No, no hubo grapas ni bengalas. Ni puta falta que hacen. Sí voló la cabeza y se hondeó la bandera. Pero, sobre todo, lo que hubo es música, que era lo que necesitábamos. Canciones que sonaron como si estuvieran tocadas en las frecuencias solfeggio porque, y no te exageró, se nos limpió el alma, nos depuraron por dentro, y eso no te lo cobran con la entrada.
Vale, me pongo serio y aburrido como corresponde y, sí, sí, te lo digo. Sonaron todas estas y más: "Se quema", "Lasciva", "No sé", "Brindaremos juntos", "No te puedes marchar", "¡Somos, fuimos y seremos!", "Al despertar", "La piara", "Motel", "Nunca pasa nada", "El Cazador", "Corre", "Lemmy", "Eléctrica actitud", "Últimamente", "De cristal". Es decir, se basaron sobre todo en su último disco pero también recurrieron a La Piara, Porco Bravo y más atrás. Lo hicieron con la contundencia que siempre se espera de ellos: bien curtidos en las partes vocales, con coros terminantes y estribillos con rejones; una base rítmica que apisona, desde el bombo atronador hasta ese nuevo bajista que añade a sus líneas una mirada poseída; y una larga y efectiva colección de punteos y progresiones en las guitarras, tanto a izquierda como a derecha, que siempre se ejecutan con la debida presencia, acercándose al vacío para acompañar con el gesto y presentando la digitación como parte del espectáculo. Un espectáculo que es somático y orgánico, que se siente, se huele, se sufre en las costillas y te obliga a dejarte la garganta. Muchas veces hablamos de actitud, a veces de manera manida y sin contenido, pero la de ellos es eléctrica y tan manifiesta que te la comes a bocanadas y, si te descuidas, lo que te comes es una buena guantada de punk-rock sin pasteurizar ni ostias.
Puede que con este nuevo repertorio haya momentos de cierta solemnidad, en la que el ritmo es más bajo y reposado. Algunas canciones vienen con peso, porque ser sincero y testificar conlleva lastre, y ya me imaginaba que no tenía que ser fácil trasladarlo al directo, donde, a veces, se exige más frivolidad y ligereza. Pero estos no se cortan ni con cristales. Son "De cristal" y no iban a dejar de decir las cosas que grabaron de cara a cara y a pleno pulmón. En este nuevo directo, se nota ese tajo en el vientre y que salpique al de adelante. Y se agradece. Porque el Rock&Roll no es todo entraña y encía, también se necesita corazón y muela picada. Cuando salen en una conversación y alguien te habla de estos tíos, siempre sale lo humano tanto o más que lo musical. Parece que te hablan de una experiencia más que de un concierto. Y, en los tiempos que corren, creo que eso se agradece aún más.
Más te podría contar, supongo, pero para qué. Bueno, sí, una última anécdota que sirva de cierre y, además, en un doble tirabuzón, explique el extraño título que elegí al principio. Una señora desorientada, con una bolsa de plástico en la mano, apareció cuando recién salíamos al fresco de Logroño, aún poniéndonos la chamarra después de esmaltarnos a gusto en la fundición y, muy seria, nos preguntó: "¿qué había hoy aquí?" Yo me encendía un cigarro, pero Isa, mucho más sociable, sonriente y diligente, le explicó atentamente lo qué. Pero la siguiente pregunta sí que la descolocó: "¿Y cómo ha estado?" Encogiéndose de hombros, parecía querer decirle "¿Y qué le respondo, señora?"
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