Víctimas Club o Víctimas Clab, colectivo o individual, esto no es un castigo, es un boccato de cardinal. La e que sé que va al final la quité para que rimara, pero todo me salió así, del tirón, mientras veía la televisión, sentado en el sofá, y pensaba en cómo escribir sobre esto y estos. Alguien había dicho antes Disney Plus y en la caja tonta repitieron Disney Plas. Y, plas, guantazo en toda la jeta que se me cayó la magdalena, Proust. Y entonces me vino lo de Club-Clab y de ahí hasta el final.
Luego, se me pasó, sí, gracias por preguntar. Pero fue a peor: aburrido, volví a maquinar y se me ocurrió lo que sigue. Pero, bueno, espera, mejor, como haría Washington Irving, uso una narración enmarcada, y en lugar de decir que lo que viene es mío directamente, os digo que lo leí en un viejo pergamino que me encontré en una abadía perdida en Aquitania o en un monasterio abandonado en Palencia, o en una cija en la montaña, con restos de vellón de latxa donde un pastor a cobijo usó estos versos manuscritos para envolverse el bocadillo. Así, la culpa de lo que suena imposible no será mía, porque la historia es de otro, y no pensaréis que estoy tarumba, y puedo así contaros el enredo completo mientras sigo bebiendo lugumba a morro:
Dice la leyenda que Urbizu, Baleztena, Zubiaga, Postigo y Marín fueron expulsados del Club de los Poetas Muertos cuando abrieron fuego contra un tío que andaba recitando poemas de Alfred Tennyson. O igual eran de Benjamín Prado, que es peor. Eran solo balas de fogueo, pero el bardo mancillado se hizo la víctima y los cinco jóvenes irredentos fueron expulsados de la Welton Academy. No te preocupes, no les importó mucho, porque nunca se vieron muy guapos con aquellos suéteres rojos. Además, no hay mal que por bien no venga, lo mejor de todo fue que después de aquello decidieron formar su propio club y abandonaron la poesía y se dedicaron a la fanfarria. Ahora, cuentan los que dicen haberles visto, vagan como almas pendencieras, armados de instrumentos y con ganas de hacerle la vida imposible, apareciéndose en el medio de sus inspiraciones líricas, a todos esos poetas que le escriben serventesios a la muerte y al amor. Y, como capitán, han nombrado a Joseba B. Lenoir, que si lo lees mal en francés, rima un peu. O igual, no.
Venga, sí, en serio, que ya no veo nada dentro de este zarzal en el que me he metido. Iñaki Urbizu "Pela", Joseba B. Lenoir y David Marín ya estaban ahí, aquel día en que los despedimos en el Mendigo Aretoa de Barakaldo. Junto con Anti y Penike formaban aquella banda que aún añoramos y que se llamaba, sí, sé que lo sabes, lo recuerdas, Sumisión City Blues, con la espalda rota, al pie de la escalera. Cuando se separaron, al parecer, según han contado, Pela y Joseba querían seguir haciendo cosas y camelaron a David para que siguiera tocando los timbales. También han contado que tenían clara una cosa, y es que querían que en la banda hubiera un piano. Buscando, se toparon con Julen Postigo. Solo nos queda uno, el bajo, y al carro se subió Jon Zubiaga, alias Osoron, al que puede que recuerden por su trabajo anterior en proyectos como Gatillazo (gracias por la frase, Troy McClure), y si eres un puto friki como yo, igual hasta te pasa que ese apodo con tantas oes te recuerda al sonoro nombre de aquel deportista keniata que respondía como Ondoro Osoro y, otras veces, como Osoro Ondoro. Todo, superondo, Bilbondo, osendo, que decía el otro, en lo más hondo del pozo debería tener yo la cabeza metida ya. El caso es que, sí, Pela, Baleztena, Zubiaga, Postigo y Marín, eso es así, se pusieron a ensayar juntos, debutaron en directo durante la pandemia, y ahora, justo al ras de terminar el año que ya hemos despedido, nos han regalado un disco que no podía pasar por alto, por supuesto.
Lo ha grabado y mezclado el propio Joseba B. Lenoir en Gakobeltz Hit Faktoria, allí en Durana. Además de las labores de técnico, Lenoir ha producido el disco artísticamente y, según sus propios compañeros, la producción se ha notado. Luego, lo ha masterizado Jonan Ordorika en Mamia Mastering, que no está en Durana sino en Azkarate. La cubierta es cosa de un pluriempleado Joseba Baleztena, al que ya hemos combinado nombres, artístico y censal, varias veces, y lo edita Kaset Ekoizpenak, que por hacer la gira por Euskadi más completa, en esta ocasión, está en Algorta, y no en Durana ni en Azkarate.
¿Y qué es lo que hay dentro? Pues a mí me ha parecido oír esto, que igual me quedo solo en el eco:
Punk y rock, en dirección al pop, y todo lo que queda en el medio y se escapa por entre los márgenes, que es mucho y es lo que vale. Cierta oscuridad latente que se traslada en la instrumentación, con disonancias llenas de significado que encajan con las letras, a veces elusivas, otras veces tan concretas que parecen apuntar con el dedo, porque ese es estilo del Pela al escribir que te cuenta las cosas sin que haga nada por ponértelo fácil. El piano, claro, es lo primero que sorprende: que no va por ahí repuntando líneas o decorando molduras, no, es más bien la cumbrera del tejado, la viga maestra, que va siempre en el centro de la canción, pulsando el nervio. "Farsantes contra farsantes", en mi opinión, se sustenta en una emoción inquietante que repleta un bajo envolvente como pasará luego en "Cortando Encía", donde tiene la energía recogida en sus cuatro cuerdas. Ésta es la última del lote y de lo más destacado del mismo, y no la podrán radiar mucho que dura más de diez minutos. Con Terry Edwards dándole viento a la canción, tiene una tensión creciente, jadeante, donde resalta la percusión y los contrastes en el ritmo, porque parece que andas caminando sobre concertina, que no descansas hasta esos cuatro minutos finales donde crean un cosmos preciosista que impresiona y te quedas como levitando, intentando trasegar todo lo que has ido tragando antes. "El profesional" le sigue la estela en temática pero el tajo atraviesa recto hasta el tendón. Cuerdas sobre esa tragedia dramática que dibuja el piano. Un ritmo imparable que precinta una letra explícita y volvemos al deleite de las imágenes poderosas, escabrosas, tan instigadoras de Iñaki Urbizu: el pan se moja en la escupidera, la cuchilla saja la encía, te arrancan como a una gran postilla. "Pandemia Revisited" y "Somos tu nueva normalidad" podrían usarse en el juicio como prueba de que no solo tienen los pies plantados en el suelo, sino que se los embarran sin miedo. Dos palabras resuenan en ambas canciones, la primera es precisamente "palabra" y la segunda el verbo declinado "confía" que no se fía de tu recepción y se repite con miga y confitura. Los teclados multiplicados dilatan una canción que parece implosionar con calma. La sexta es "Número 6", instrumental que nace del vacío y de repente surge una voz que en un monólogo apresurado presenta una escena violenta y desasosegante. Ellos mismos han dicho que "Mamashima" es la más pop y el estribillo se te pega al paladar. Puede que te parezca que "¿Cuánto tiempo llevamos así?" es la más usual, ordinaria en una historia que puede que interpretes con más facilidad, pero la rima, las preguntas al vuelo, la manera de cantar de Pela, la llenan de pliegues y matices. Y para cumplir con mi oído equivocado y subjetivo, me queda la que quizás represente mejor esa toxicidad, con esa turbia agitación que trepana el ritmo, ese canallismo surrealista, esa épica de barrio y serrín, colillas y gargajos en el suelo del bar que ellos mismos han confesado buscar: "Cristo nacido en Judizmendi y muerto en Lazkao."
Lo he escrito todo del tirón y la señora se quedó con el bolso y su esposo me partió los dientes de una coz. Después de dicho todo esto, yo me quedo como el furtivo que se rinde ante el destino, abandonado en un bosque húmedo, desnudo, recuperando la respiración sobre el rocío de una pesadilla. Vamos, que estoy desinflado. Con ganas de decir adiós para volver al disco y darle al play y que el fuzz y la discordia, el piano y la fatalidad, la voz que llevo dentro y los ritmos que me horadan, todos y todas a la vez consigan reponerme una vez más. Vamos, que vuelvo de cabeza a la metáfora.
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