Fiesta en la pollería

Imagen cortesía de Mikel Fer, enviado especial de Rock Attitude Facezine


A los MFC Chicken ya los conoces, ¿no? Llevan una década en esto y si te gustan o tienes curiosidad, ya habrás oído lo del tío que vino del Canadá y cómo montaron una grupo de música en Londres y lo del pollo frito y eso de que hacen la música que escuchaban los Sonics y los Wailers. ¿A que si? Si no, ya te lo he vuelto a decir yo, y pensarás, bien empezamos, todo nuevo y fresco. Fresco y nuevo parecía el sitio: la remozada sala Azkena de Bilbao, que no sé si se estrenaba ese día, pero sí, al menos, era un estreno para el que ahora te lo cuenta. Fuera, por cierto, hacía frío, de vez en cuando llovía, el Cádiz ya había marcado en San Mamés y más chirigotas que te podría contar. Pero dentro se estaba bien, porque ya se nos había olvidado esto, ¿verdad? Calor humano. Empujones sanos. Pisotones que se disculpan. Molestar para pedir en barra. Esa risa nerviosa que te sale cuando te das cuenta de que se te había olvidado lo que era compartir tu espacio vital. Que te abduzca la melena de la chica que tienes delante. No olía a laca. Olía a nuevo, más que a fritanga musical. Y durante un buen rato, el aroma predominante fue, creo, a lo que huele el lubricante que desengrasa caderas: rock and roll, lo llaman, y ayer en el Azkena nos asperjaron, rociaron, vaporizaron lo que quisimos y más. 

Más. Voy a ver si me acuerdo de cómo se contaba esto.  

Empiezo por el final: hubo bis, o bises, ya no me acuerdo. Sigo por el principio: empezaron el concierto con la pegadiza "Always, Always, Always", que estaba en el que ellos mismo presentaron como su último disco, que lo es, Fast Food & Broken Hearts, pero ha pasado tanto tiempo desde el año 2020 y tantas cosas mientras tanto que parece que se necesita ya que no sea el último. Por el medio, muy al principio, reconocí "Goin' Chicken Crazy" y, ya casi al final, su clásica versión del "Lucille" de Little Richard. Si me equivoco, no me sorprendería. Hubo pasos bien bailados en "Waste of Space" y "Hooch Party" y ya no me preguntes más sobre el repertorio. No tomé una sola nota. No me subí al escenario a fotografiar el setlist. No me acuerdo de mucho más. El resto fue bailar, o mover la cabeza, a veces solo para afirmar, o sonreír como agradecido. Todo bien. Hubo una, no sé cuál, en la que cantaban algo como gritando bésame (no como si fuera la última vez), "kiss me!", que me gustó un poquito más que todas las demás, y te preguntarás, ¿ah, sí?, y te dirás:  y a mí que me importa, tío. Así que me excuso y te sigo diciendo que todas las demás, juntas o por separado, corroboraron lo que se suele confiar que te encontrarás cuando ves el nombre de esta banda rotulado en un cartel: rock and roll, algo de surf, twist, garage con g y un espíritu festivo que va caldeando el ambiente hasta que el más sedentario se hace trashumante, y me refiero, de nuevo, a mí mismo, por ejemplo: agarrado de la mano, me llevaron hasta el bancal de la primera fila y no pude más que dejarme llevar y bailar, que, si eres comprensiva, me permitirás que le puede llamar así a lo que yo hago con mi cintura.

Y qué más te puedo contar. Pues que se las saben todas. Que tienen la profesión bien aprendida para que les salga el invento tan perfecto que tú no te pares a pensar si mereció la pena lo que pagaste para entrar o lo que te cobraban cuando te entraba la sed. Les sale el repertorio como a un mago el conejo de la chistera. Si has hecho alguna vez un puzzle de tres mil piezas, que yo no, debe ser la misma sensación al verlo terminado. Terminar el cubo de Rubik en menos de cuatro segundos. Son como  Sócrates en el Corinthians, como Jesús Quintana jugando a los bolos, se saben todos los trucos y dónde tienen que estar en cada momento. Se reparten los turnos para acercarse a la linde del escenario y azuzarte el espíritu con el instrumento que toca: uno tira de pulmón con el saxofón, otro yergue el bajo hacia el techo, el último usa la palanca de trémolo y se abre una puerta secreta. Nada parece exagerado o afectado aunque algo sea atrezzo, porque todo suma para el espectáculo y encumbra lo que tienen entre manos, que es lo importante: buenas canciones de rock and roll. No abusan de los descansos, saben llevar el ritmo; si paran para respirar, respiran rápido, no dan tiempo a que te despistes. Evoy platica pero lo hace como si tuviese un reloj de ajedrez delante para calcular el turno conversacional dramático. Hasta agarra uno de esos pollos de goma y látex que usan de utilería en la comedia clásica y que tan famosos se hicieron entre los YouTubers que los usaban para hacer versiones onomatopéyicas de éxitos actuales del pop, lo pone en el micro, hace el chorra, y, oye, le queda bien. Ni a Georgie Fame, que creo que era él, le quedaba tan bien aquella imitación de un pollo que parecía más bien un pato cuando Billy Wyman & The Rhythm Kings hacían su versión del "Chicken Shack Boogie." Todo encaja y resplandece. 

Ahí salen, cuatro tíos elegantes, con lazos americanos impecables al cuello, todos de blanco y negro, que parecían camuflarse con el fondo elegido para el nuevo escenario del Azkena, a rayas del mismo color, como un enorme código de barras o la barra articulada de una claqueta de cine gigante, yo qué sé. El batería, si se echaba para atrás, se disimulaba mejor que un camaleón abusando de sus cromatóforos. Spencer Evoy se pone en el centro y luce cuando se pone de perfil para echar los hombros hacia atrás y lanzar al aire su saxofón charolado, y, de paso, se le ven mejor las mangas decoradas de su blazer gris, que parecen las de un presumido sargento de caballería del ejército americano durante un baile de gala. Refinado era su bigote de manillar, y se acicaló el tupé con un peine rojo. Si se agachaba para acompañar algún punteo de Dan Criscuolo, miraba al respetable por encima de la montura de sus gafas clubmaster. A su izquierda, el bajista, con chaleco negro y gafas de sol, más sonriente y jubiloso que el de la película, pero con un aspecto parecido al del Mr Wolf que solucionaba problemas. Este que toca el bajo, también debe hacerlo, sin mancharse los creepers con los que se marcaba los pasos de las coreografías, como la que se cascaron durante una "Hooch Party" que sonó muy distinta de como la recordaba, que la tienen grabada desde hace como un lustro, pero, aún así, funcionó igual, agarrándonos por el gaznate con firmeza cuando cantan ese estribillo que resume, y bien resumido, lo que buscan y lo que consiguen en todos sus conciertos: "Let's have a party tonight."

Y la tuvimos. 

Fuera seguía el frío, de vez en cuando llovía, y el Cádiz seguía con la portería a cero. Y más chirigotas que te podría contar, pero me las voy a ahorrar. 

Por cierto, y no es coña ni lo he hecho a propio intento, pero, hoy, ceno pollo. 


Comentarios