... y decían que iba a llover. Pienso, mientras guiño un ojo mirando al cielo y me quito la chamarra. La cuelgo del asa de mi mochila de pingüino y vuelvo al mago. Con sombrero de copa. La gente quiere vivir. Es mucho tiempo el que llevamos con esto. La gente tiene ganas de vivir. Los niños, más. Así que no hay fiestas en el barrio, pero han hecho algo parecido. Ayer hubo bolo en la Plaza del Ojo, pero el segundo se suspendió. Por la lluvia. Había gente con pañuelos rojos al cuello, cuadrillas con camisetas tornasoladas y serigrafías de nombres curiosos y festivos, camareros que no daban para más, policía municipal de paseo pero sin muchas ganas, charangas animando las calles... Nos invitaron al catering; nos bebimos el lúpulo y la malta bajo los toldos de las terrazas; nos fuimos pronto porque no había fiestas en el barrio, aunque hicieron algo parecido. Y ahora aquí me tienes. Antes fueron los castillos hinchables y las colas interminables para jugar al twister con sus amigas. Ahora, seguimos con el plan viendo al mago hacer trucos y chistes fáciles. Los niños están sentados a la sombra, en sillas plegables, con sus mascarillas inquietas, con sus gestos hiperactivos. Mi hija entre ellos. Los padres, de pie, en el tendido de sol. De vez en cuando, me busca y me dice hola con la mano. Todo el rato, yo la sigo con la vista, aunque sea de reojo, automatizado. Al mago no le hago caso, pero a ella le gusta. La veo agitar las manos como si fuera a echarse a volar, sinónimo de excitación. Se ha cambiado ya tres veces de sitio. Sus amigas se han ido. La mitad del público se fue. Son casi las dos y media y retumban las tripas. Rozando la tragedia de la desesperación, azuzado por el calor, desisto por completo y me dejo llevar. Aprovecho que la veo bien y saco el iPod, me pongo los cascos, me apoyo contra la pared donde siguen clavadas las canastas de minibasket y hace años, muchos años, alguien pintó dos coloridos dinosaurios. Le doy al play.
No me preguntes cómo pero es instantáneo: el ritmo efusivo de verbo, vino y rosas en "Victoriosa" seduce aún más al sol. Calienta con ganas. La rima lo aplaca, me anima, me fijo en mi hija que se balancea sobre la silla mientras mira como el mago acaba de perder el siete de bastos. Un niño que le ayuda sonríe. Yo empiezo a mover el pie con alegría. Voy tomando notas mentales, que se extravían pero alguna permanece: pienso que son canciones redondas. Todo va en fila india como una hilera de procesionarias; como el mar y sus resacas; como el obrero con pala y hormigón. El ritmo siempre liso, sin quebrantos ni perjuicios; las partes vocales e instrumentales calzan; las canciones por el surco con los versos como azadas. Es imposible no escucharlas enteras. En "Primero izquierdo" son casi seis minutos y medio de distintas tonalidades y humores, contrastes complejos que encaja como si escribieran con un nivel de burbuja. Y justo entonces el mago enlaza el truco de la cuerda que cortó en varios trozos pero no se rompe con un chiste que hace que los niños se rían y el final es tan espléndido como el de todas o casi todas las canciones de este disco, pienso, te lo creas o no, porque a veces es con vientos, otros con la electricidad de las seis cuerdas, pero todas o casi todas las cierran con una coda sublime que ensambla y hablamos de violas, flautas, saxofones, piano, lap-steel y guitarra flamenca. Las tuercas del mecanismo, todas, van participando perfectamente para que funcione. Todo eso lo pienso, y hoy lo recuerdo mágicamente, como ese siete de bastos que no aparece. "Pasen" casi me obliga a botar, pero llega mi hija con sed y busco en la mochila de pingüino y cuando le digo "toma" lo repito que parece que estoy cantando la canción. Me mira, se extraña, se ríe, me mata, y vuelve brincando a la platea. Pero no me quedo solo: Lola, el de la chaqueta, la victoriosa, el padre despechao, la floristera pregonera, la chica de ojos claros, el teleoperador y su cliente... nadie miente en este disco. Todo ese costumbrismo lo veo yo aquí mismo, acompañado por posibles protagonistas de mil canciones potenciales: el padre que bosteza, la madre que teclea ausente en el móvil, la que a escondidas se saca la braga de entre las nalgas, el que lleva una camiseta de los Iron Maiden y un balón de Lady Bug debajo de la axila, la que saca fotos a su hija porque el mago la eligió de ayudante, una ha cogido una silla y se sienta junto a la pintura desconchada de los dinosaurios, un abuelo inquieto ha empezado a buscarle fallas a las columnas del aterpe y aquí seguimos todos vivos en el patio del colegio, "alternando sin motivo," porque no podemos ni sabemos hacerlo mejor. Alargo las vocales en "El olvidao" mientras miro hacia arriba y ruego por las nubes que cubran el sol. Con "María Dolores", doy gracias por tener una pared sobre la que posar un pie, porque pondría los dos a brincar, se me van, no sé si es cumbia o soleá, pero se me van. Gracias, también, por la mascarilla, que me deja cantar y tararear sin que nadie me vea, porque empiezo a pensar si me ven, si estoy dando la nota, y miro alrededor y nadie me mira, lo que me alivia, así que repito, a escondidas, una frase que me ha parecido una maravilla y no querría olvidar: "con el pensamiento, no te miento, pero yo llegué a pecar". Lo que dijeron al principio: verbo, vino y rosas. Y la guitarra una vez más va caminando sobre el ritmo firme de la base rítmica y todo se desliza como la vida cuesta abajo, un domingo de fiestas, al sol de septiembre, viendo la magia en la inocencia de los rapaces. Y con "Pasacalles en la ciudad" casi lo pierdo; las ganas me entran de ponerme a botar, pero me sostengo y convengo hacerlo todo ficción, vuelvo a mirar alrededor y a todos los convierto en personajes de un videoclip donde bailamos como podemos y nos cogemos de la mano y todos sonríen y nadie lleva barbijo, que el mago hizo un hechizo y, "que no se diga que no se va a intentar", la coreografía hace justicia a una canción contagiosa que se pega en los tendones y en cualquier articulación. Con "La Reclamación" ya no aguanto, pero me contengo, me pongo de pie y pulso el seis para pedir auxilio. En los "lalalas" de "Tu sueño," me doy cuenta de que el mago da por terminada la función, lanza besos al respetable y se despide con acento vizcaíno. No llego a la flauta porque mi hija viene corriendo para decirme que si he visto lo que ha hecho y le digo que sí porque ya no es momento de sueños y volvemos a la realidad.
- ¿Era el siete de bastos al final?
Dice que sí con la cabeza mientras sonríe.
No me tomes en serio: ¿quién en su sano juicio escucha un disco mientras vigila a su hija que atiende al espectáculo del mago Winston Copeland en el patio de un colegio público? Pues yo. Por la ventana abierta de la cocina me llega el sonido de la percusión y las flautas de tres agujeros del pasacalles, porque fuera no hay fiestas en el barrio, pero sigue habiendo algo parecido. Si tú estás leyendo esto hoy, domingo, quiero imaginarme que o bien te gusta la aventura o te quedaste sin levadura o estás de resaca y el Málaga no juega hasta las cuatro. ¿Quién escucha un disco en la función de un mago? ¿Quién viene luego y te lo cuenta aquí y así? Pues el padre que se puso los cascos, que se apoya en la pared y de reojo mira al mago y a su hija disfrutando. Qué se le va a hacer: rock and roll, Gabinete Caligari, Los Enemigos, Sevilla, todas esas cosas ya te las han contado o te las contarán en otras reseñas, de las buenas, de las que escuchan los discos bien, sentados, sin buscar la magia fuera. Por arruinarlo un poco más, eso sí, déjame que antes de que vuelva a los castillos hinchables te lo repita: canciones redondas, letras logradas, rock and roll del de siempre con una raíz muy exclusiva. Los Fusiles, que creo que no lo había dicho hasta ahora, han grabado y compartido con todos este disco, Victoriosa, que ilusiona y prende mejor que cualquier truco de magia.
Sin revisar, sin rechistar, que no son fiestas pero algo parecido, le doy a publicar y me piro, escapismo, sin decir abracadabra.
Comentarios