La noche siempre llega, sí


Digamos que, simplemente, en un par de páginas, Willy Vlautin hace un buen repaso, supongo que parcial pero ilustrativo, de la historia del punk y el rock en la ciudad de Portland, especialmente a finales de los 80 y principios de los 90. Que conste, que eso lo digo yo, no él. Él, como que no quiere la cosa, y sin que parezca tener mayor importancia, describe la casa de un personaje secundario, JJ, que se descubre como un momento climático para entender los dolores y traumas de la protagonista principal, hablando de los posters de bandas que decoran el primer piso y de los que se encuentran en el sótano de la misma casa. 

Arriba, dice Willy Vlautin que JJ tiene carteles de bandas como the Wipers, Dead Moon, Caustic Soda, Napalm Beach, The Jackals y Poison Idea; mientras que en el sótano:

"The walls were painted black and half covered with local band posters and flyers from twenty years ago: Calamity Jane, Pond, Crackerbash, The Maroons, Oblivion Seekers, Vehicle, The Obituaries."

De hecho, JJ no puede ayudar a Lynette y le mandará a casa de Rodney. Cuando, finalmente, Lynette le visita, le pregunta a Rodney que cómo conoció a JJ, y la respuesta es esta: 

"When we were kids my brother was in a band that practiced at JJ's house. I used to stay out there. You know the place?"

Antes de que suceda todo esto, las referencias musicales en la novela han sido mínimas. Tan solo cuando se rememora la relación entre Jack y Lynette, se habla de que ambos iban de conciertos y luego hacían el amor en casa. Es el único momento de dicha absoluta en la historia; pasajero y efímero, en realidad, desolador y lacerante, después. La referencia a la música en directo participa como atrezzo, como un argumento liviano que asienta la firmeza de esa felicidad malgastada.  

Grupos como los Wipers, Poison Idea o, por supuesto, los Dead Moon, favoritos de esta casa, que no sé si es casa o ya lo he dicho antes, pero favoritos son, dejan constancia del valor de la escena de Portland para entender la diversidad y complejidad del movimiento punk, más allá de los centros neurálgicos que fueron Londres y Nueva York. Pero el resto de las bandas en la lista (o en las paredes de la casa de JJ) también regalan un clara testimonio de una escena que se movió del punk al grunge, que coqueteó con el éxito internacional, y que contribuyó a la tradición musical del Noroeste de los Estados Unidos. 

Caustic Soda dejó, por ejemplo, la voz y la capacidad performativa de Regina LaRocca a finales de los 80 y principios de los 90. Los Jackals, en la misma época, aportaron el psychobilly a la escena, además de la figura de Louis Samora, quién tocó en The Rats y Dead Moon y luego formaría The Flapjacks junto a su excompañero en The Jackals, Steve Casmano. Precisamente en The Rats, el grupo de Ted y Toody Cole antes de Dead Moon, tocó la batería Sam Henry, también en Wipers, y batería en los Napalm Beach, otra banda que menciona Vlautin. Para algunos, esta banda que comenzó en Longview, Washington, fue una de las predecesoras del grunge. El grunge también tiene su espacio en la lista, gracias, por ejemplo, a Pond, que llegaron a firmar con Sub Pop. Y el riot grrrl de Calamity Jane, grupo que, seguro que ya conoces la anécdota si te molaban los 90 y te obsesionaba Nirvana, era mencionado en el librillo de Incesticide, porque Kurt Cobain recordaba lo que pasó en Buenos Aires cuando las de Portland abrieron para los de Seattle. The Maroons hacían powerpop y de ahí salieron músicos como John Moen y Mike Clark; los dos han pasado por The Jicks, el grupo que acompaña al exPavement Stephen Malkmus. Y si hablamos de mezclar géneros, obligado es reconocer la combinación de punk, soul y rockabilly que hacían los Oblivion Seekers, una especie de supergrupo con gente de Napalm Beach, The Jackals o Poison Idea. También le ponían vetas blues al punk más rabioso los The Obituaries. Un grupo de corta duración, pero muy famoso en el circuito de bares de Oregón en los 80, gracias en parte a su líder Monica Nelson. Aunque, si alguien es recordado por sus directos, estos son Crackerbash, quienes llegaron a girar por Europa y coquetearon con Sub Pop, y a los que se les relacionaba con la escena hardcore de Washington D.C. Este trío de Portland se separó en 1994, pero dejaron una buena fama detrás. Algunos de sus miembros siguieron en activo, como Scott Fox y Ted Miller que formarían luego la banda instrumental Satan's Pilgrims. 

De los Vehicle, lo siento, pero no sé nada. Y no te creas que de los demás sabía mucho más. Ni que lo que yo te digo aquí sea algo complicado de averiguar, que no hubieras podido encontrar tú en la red. A algunos sí los conocía; a otros, solo de nombre; de muchos, tuve que buscar información, y, como te digo, la encontré fácilmente. 

En una entrevista que coincidió a Eduardo Guillot hace ya algunos años, Vlautin le confesaba:

"La verdad es que no escucho los primeros discos, creo que escribía de manera demasiado dramática. Me hubiera gustado ser una persona más estable y haber tenido a JD para hablar con él. Canté borracho en los tres primeros LPs y me avergüenza bastante. Estaba pasando una mala época y no tenía confianza en mí mismo."

Por supuesto, álbumes como Winnemucca (2002), Thirteen Cities (2007) o You Can't Go Back If There's Nothing To Go Back To (2016) han dibujado la carrera musical de Richmond Fontaine, delineando el universo lírico del Vlautin compositor y la personalidad eléctrica de la banda. Sin embargo, esos tres primeros álbumes de los que parece renegar Vlautin, Safety (1996), Miles From (1997) y Lost Son (1999), esconden, a mi parecer, muy buenas canciones, anticipo de lo que vendría luego, que fue igual de bueno o mejor, porque como suele decir Hendrik Röver, lo mejor siempre está por venir. El tormento en "Harold's Club", la extraña calma en "Novocaine", el delirio controlado de "Pink Turns Blue"... Se veía la vena punk, pero también se entreveían esas historias que tomarían mucho más profundidad y enjundia luego, en los discos posteriores. Algunas de aquellas se recuperarían en Obliteration by Time (2006). Ahí, se encuentra, por ejemplo, "Song for Dead Moon," una canción inmediata, de letra escueta, que describe la imprudencia descarada que a veces acompaña a la experiencia juvenil de la música en directo. Creo que alguna vez le leí a Willy Vlautin contar que Dead Moon era el grupo al que más veces había visto en directo, aunque igual me equivoco.  

De todas formas, en realidad, no quería hablar de música. Todo esto fue era disculpa para hablar de literatura y recomendarte que leyeras la novela de la que, en realidad, que no lo dije antes, te estaba hablando al principio: The Night Always Come, la sexta y última novela de Willy Vlautin. La sexta ya, vaya. La Lynette de esta historia recuerda, de alguna manera, a aquella Allison Johnson en Northline o a la Pauline Hawkins en The Free. En un auténtico tour de force sentimental y físico, que apenas dura unas horas, un par de días, por la ciudad de Portland. La esperanza de Lynette se va desmoronando por el peso del pasado, la angustia del presente y la oscuridad de un futuro del que intenta huir antes de que llegue.

Reconozco que soy incapaz de tener un juicio muy objetivo. Lo he tenido o he intentado tenerlo, y por ahí está publicado en algún otro sitio, pero, en general, puedo tener mis favoritos, pero todo lo que cuenta Willy Vlautin me llega con una naturalidad e impacto que, desgraciadamente, no me pasa con otros autores. Ya sean sus historias orales como The Kill Switch o A Jockey's Christmas, su álbum conceptual The High Country, sus novelas y/o todas sus canciones... siempre consigue que sus personajes se queden entre mi colección de amigos ficticios, esa cuadrilla de personas que no conoceré jamás, pero que, de alguna manera, parece que les conozco de toda la vida. 

Ahora, para terminar, voy a sonar pedante y gilipollas, pero da igual, te lo digo: si no lo puedes leer en inglés, hazlo en castellano. Entonces, al menos, podrás disfrutar de Vida de Motel (2007) y Northline (2008), sus dos primeras novelas, ambas traducidas al castellano y editadas por La otra orilla. 

Esta ha sido mi lectura veraniega. No es la única que he hecho, pero sí la que hice por auténtico placer, con las manos temblándome de expectación cuando pasaba la primera página, leyendo hasta en el ascensor, diciendo que iba al baño aunque no tuviera ganas solo para encerrarme y poder terminar un capítulo. No creo que eso te interesara ni lo que te voy a decir ahora, pero da igual, te lo digo: ahora mismo, ando leyendo otra de Eduardo Halfon. En los últimos meses, he leído unos cuantos libros de este autor guatemalteco que me recomendó una librera. Esta última novela corta la encontré, abandonada, como esperándome, en una librería de cualquier ciudad con puerto y muchos turistas.

Se acerca el final del verano, sí. La noche siempre llega, como dice Willy Vlautin en su última novela. 

Comentarios

nestortxo ha dicho que…
Leyendote a ti dan muchas ganas de leer. Lo apunto