Creo que una vez hice una crónica de un concierto de música clásica. Por qué estaba yo en Kosiçe, Eslovaquia, da igual, y cómo acabé en aquel teatro, también. Vine y lo conté. Otra vez, me até de pies y manos para no publicar lo que escribí sobre el bolo verbenero de las fiestas del barrio. Lo tenía todo analizado, desde el cartel que lo anunciaba hasta el bis con el que se despidió el artista después de no sé cuántas horas de karaoke y Roland Sound Canvas a tope. Nunca lo publiqué.
¿Y sesiones djs? Pues no lo había hecho hasta ayer.
¿Y por qué ahora?
Pues, no lo sé. Por ir pillando ritmo, creo, por entrenamiento. Porque aún escasean los conciertos pero no remiten las ganas... Y porque estuvo bien.
Creo que he visto a Richie Hawtin en concierto, fíjate tú, pero no me acuerdo de nada. Y a los belgas aquellos de Soulwax, que cambiaban de nombre cuando pinchaban. A esos, dos veces, too many. Y ya está. No, hombre, más, coño: djs a punta pala. No en la línea de los que llenan el WiZink Center o como se diga, no David Guetta o Steve Aoki estampando tartas en la jeta de la peña, ni tan siquiera el rollo Kiko Rivera en fiestas de Requejo, pero sí de otra manera, con otros que te animan la noche haciéndote bailar porque pinchan buena música de rock and roll, garaje, punk, R&B, lo que sea que, en realidad, estabas buscando con ganas. Sí, de eso sí.
Solo tengo tres reglas a la hora de escribir en este blog, creo: 1) que me la sople todo lo suficiente como para que no me tome muy en serio a mí mismo; 2) que si no me gusta, intento no escribir; 3) si no te has enterado, si no has estado atento, si no lo has visto todo o casi todo y bien, cállate; para inventarse cosas, ya hay otros momentos. Por la aplicación de la regla 3), generalmente, nunca se me había ocurrido escribir sobre las sesiones de los djs o pinchas o como quieras o quieran llamarse.
Pero, esta vez, presté atención. Puede que porque estaba sentando y enmascarado y lo sedentario y maniatado del asunto me permitió fijarme. El que pinchaba, además, es de la cuadrilla y, de vez en cuando, se giraba y parecía decirte qué con la barbilla. A lo que yo, indefectiblemente, contestaba con los dedos de la mano, bien poniendo el pulgar hacia arriba, bien estirando índice y meñique.
Así que no lo había hecho hasta ayer, pero lo hago hoy.
En el metro, camino de la capital, Andi, el dj, Dj Andi Sinclair, y lo pongo ya en negrita (y, por si acaso, justo antes, ya lo ves, te colgué el cartel), me iba explicando las cosas: que llevaba unos cien singles en su maleta de aluminio maqueada con una buena colección de pegatinas, y por qué prefería pinchar con ellos. Yo, por mi parte, aprovechaba y le contaba que justo ese día había terminado de ver el documental de Netflix What We Started, y le hablaba de Carl Cox y de Martin Garrix como le podía haber hablado de la teoría de cuerdas bosónicas de 26 dimensiones porque ni él ni yo entendemos mucho de eso y poco también es el interés. Pero ya fue casualidad. Y así íbamos los cuatro a la capital, cargando con música en gramos de cloruro de polivinilo, como quien compra vino a granel o se pasea curioso por el puesto de flores de El Arenal. Sin más.
La pinchada era en el Shelter, en Bilbao. Bilbao es colindante, ya lo sabes. Hacía como año y medio que no bajaba en Unamuno, que es como hacerlo en la boca del Gargantúa. No recordaba la última vez que me metí tan dentro de las entrañas del Casco Viejo, al fondo del fondo del Botxo. Han sido tiempos muy raros y el barrio se había hecho universo y el universo, barrio. Subir por Iturribide fue casi como salir de Valladolid para ir a vivir en Moncloa, ya me entiendes. El Shelter, al parecer, es un nuevo garito que no lo es. El local es viejo, genuino, de toda la vida, que se dice, pero tiene nuevo dueño que le ha dado una vuelta. Decorado con colores que a nosotros nos recordaban al pueblo, con aire rústico y antiaéreo, se pincha rock and roll, hay futbolín, las mesas son amplias, y tienes que tener cuidado con los peldaños y escalones. No sé qué más decirte. Que está justo en la parte más estrecha, en el lugar ideal para que los indios emboscaran al Séptimo de Caballería, en el desfiladero de Iturribide.
Me imagino que, en algún momento de nuestras vidas, todos los que vivíamos en el extrarradio, hemos acabado en Bilbao buscando nuevas emociones. Ya fuera en metro o en tren de cercanías, que era la alegría de vivir, todos emigrábamos a la ciudad para abandonar un poco nuestra zona de confort. Cuando nosotros lo hacíamos, sí o sí, Iturribide era nuestro territorio adoptado. Alguna hazaña ridícula y patéticamente nostálgica, ya solté el viernes, antes y después de la pinchada: kinitos en Las Palmeras y la primera en el Metal Attack. Después Las Ruedas y donde fuera. Compraba maquetas, en uno cuyo nombre no recuerdo. Eran los tiempos de Newhell Citizens en el Evasión, joder. Cuando Eneko tuvo el Roadhouse, nos pasamos toda la Semana Grande allí dentro. Llamábamos al Zerua, el bar de Juicio Final, cuando aún había bolos en la plaza del Gas y terminabas allí. Empezábamos, a veces, en el Muga, que no está en Iturribide, qué más daba, y subíamos para luego empezar a bajar, poco a poco. Pero, sobre todo, había uno. Uno que era el puto templo: el Kubil. Horas allí parado, bebiendo lento para que durara, apoyado contra la pared, pegando la oreja para aprender... y no solo de música. La última vez que fui me sentí desamparado, digamos que viejo. Lo encontramos cerrado. Veníamos del Umore Ona, que cerraría poco después.
Años después, fumando en la puerta del Shelter, la calle parece distinta y, al mismo tiempo, la misma. También entonces había tribus urbanas. Aquellas las entendía. Pero ahora... Primero, no me esperaba encontrar tanta gente. Y tan joven. Segundo, hay claves y códigos que no entiendo. Veo subir y bajar a chavales y chavalas con el pelo de colores, rizado y rojo, con flequillo y verde metalizado, rapado o largo, oxigenado, sucio, con gorros de mucha ala y con gorras de béisbol, pasa uno que hasta lleva puesto, lo juro, un velo de funeral. Coloridas vestimentas y otros de negro abisal. Algunos me recuerdan a Yung Beef o a la imagen que yo tengo de Yung Beef, de La Zowi o de cualquiera de los de la Errotxapea. Creo que hay emos, health goths, otakus y me imagino que también los que siguen simplemente el normcore. Yo qué sé. Perdido por completo, pero muy interesado. Tiro el cigarrillo para entrar dentro cuando veo que sube con prisa y metiéndose puñados de jumpers de una bolsa grande que lleva en la mano un chaval con el pelo teñido de rubio, pequeños lazos de colores por toda su cabellera, los labios pintados, falda de tul y unas all-star igual que las mías como calzado. Se le marcan unos gemelos trabajados bajo unas medias de rejilla. Me gusta. Pero me meto dentro.
Dentro, unos beben Moretti, otros 18/70 y a mí me toca Hop House, pero todos cerveza. En una mesa reservada, en nuestra pequeña esfera particular, esperamos a que llegue la del cumpleaños, que llega, y luego llegan más. Y empieza la música seleccionada, cincelada en surcos, al volumen justo y con la gente en sus puestos, sin salirse del tiesto. Nos contuvimos tanto como poco nos redimimos. Y como fuimos nos vinimos para el barrio. Eso sí, en taxi, que ya no había metro y, ya que salimos por Unamuno, pasamos por su casa natal en la calle Ronda, camino de la parada. Circulo cerrado. Aunque fuera efímero y escaso, con un poco más de peso ya volvimos, que la dicha y el gozo engordan pero qué saludable sobrepeso.
Pues eso, que no sé cómo se hace esto, pero vamos con ello.
Dj Andi Sinclair abrió y cerró su sesión con el "Rumble" de Link Wray, que es como avisarte de lo que va a haber y repetirte, al final, la advertencia: ya te lo dije. Es como hacer estiramientos antes y relajar los músculos después, al final del ejercicio. No fue la única instrumental del lote, porque, por nombrar otra, también sonó el "Comanche" de The Revels. Y tampoco fue este el único momento que los neófitos y arrimados podríamos haber relacionado fácilmente con Quentin Tarantino y sus bandas sonoras porque el pincha eligió más tarde a George Baker Selection. El "Little Green Bag" levantó a más de una de la mesa, y eso que alguna había elegido a posta unas zapatillas que deslizan para que no le diera por bailar. Una vez conocí a un tío en La Haya que bebía los chupitos con pajita. En serio. Y te preguntarás, ¿a qué viene eso? Pues en un local de la ciudad, en medio de una fiesta retro o algo así, sonó "Un passatempo" de la italiana Nada, que es una versión de esta canción y el holandés me contó que su madre o su tía o una de sus abuelas fueron groupies del George Baker y aprovechó para contarme lo del título, lo de green bag por greenback y que así se quedó, pero, atentos, que está también en la wikipedia o por ahí, así que me temo que lo de aquel tío fue más un invento que algo cercano a la realidad. También me dijo que había visto cincuenta veces en directo a los Golden Earring, pero no me creo nada. A la mañana siguiente quedamos todos para ir paseando hasta el Vredespaleis y no se presentó. Estaría desayunando mientras escuchaba en bucle "Radar Love", no sé. Me centro: Rythm & Blues hubo a saco. Se pasó al garaje. Medway, mucho, por supuesto, no era difícil adivinarlo. Punk, claro. Del 77, Oi! y mucho más. En la plancha, a la brasa, se cocinaron desde eso que llamamos clásicos, como Johnny Kidd & The Pirates, Thee Headcoats, Milkshakes... hasta bandas más recientes como los Shadracks, quienes creo que sacarán nuevo álbum en 2021, o unas The Felines, a quienes no conocía, y que me apunté en la cocotera y se me olvidó y ahora que me lo recordaron, lo dejo aquí por escrito para que no se me vuelva a olvidar. El "Come on Baby" de Al's Untouchables, garaje sin mácula desde un sitio tan emocionante como Cedar Rapids, Iowa, la misma ciudad, ahí es nada, donde nacieron Ashton Kutcher y Elijah Wood, volvió loco a la representación rocker de la fiesta. Yo me quedé más con el punk, en sus diferentes versiones. Además de un "No More Heroes" de The Stranglers que engatusó a la cumpleañera, también sonaron The Sex Pistols, Sham69, The Adverts, Zelators o el new wave de unos Spizzenergie que no reconocí hasta que, a la mañana siguiente, el mismo pincha me mandó por WhatsApp la portada del "Where's Captain Kirk?" Vamos a ver, no lo reconocí porque no lo reconocí, ya está. Pero tengo que decir, y así hago un chiste fácil, que yo me acordaba de ellos como Athletico Spizz 80. Creo que leí que esta banda se cambiaba de nombre prácticamente cada año. En plena adolescencia, nos apuntamos al campeonato interno del instituto. Yo propuse que nos llamáramos así, porque se lo oí decir a un tío de voltereta en el Trinquete. Por supuesto, no me hicieron ni puto caso. Ya no recuerdo el nombre que eligieron pero, probablemente, alguna de esas chorradas tan de moda en aquella época, ya sabes, Notxingan Flores, Minabo de Kiev, Maccabi de Levantar, Esfínter de Milán o algo así. Sí, también sonaron The Undertones, que fue de lo poco que pillé a la primera y sin pensarlo y que me llevó a tocarme las pantorrillas de manera rítmica, lo más parecido a un pogo que podía y que pude hacer, por poder, y por pudor, porque ya no es que baile fatal, es que imagínate cómo de peor puedes obrarlo cuando todos los demás alrededor están ansiando hacerlo.
En fin. Y en resumidas cuentas. Sin entender, sin saber cómo hacer una crónica de una sesión de pinchadiscos o de dj o como se llame o quieras llamarlo, eso fue lo que hicimos el viernes en el Shelter de Bilbao. Yo te digo que fue una buena pinchada, de esas que te permiten lo mismo oír y disfrutar que bailar (más bien, en este caso, querer bailar) y desinhibirte. Buen ritmo, sin picos, siempre manteniendo un nivel alto, rechazando peticiones, sin perder la concentración ni el pulso de la aguja y sobrellevando problemas técnicos menores: la descomposición pulverizante de las almohadillas de unos cascos. Parecía que los rayos-C que brillaban en las puertas de Tannhauser acabaron rebotando y desintegrando los cascos Sennheiser. A Roy Batty le hubiera gustado la pinchada, digo yo, pero no estuvo. Aún andaba atacando naves en llamas más allá de Orión. Tú también tenías que haber estado en el Shelter, si me permites que te lo diga. Pero bueno, para la próxima, ¿verdad?
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