Vuelta a la anormalidad: crónica de un directo, en diferido y con retraso, año y pico después del último y, de paso, otro título largo para la colección de títulos largos
Nah, no es lo mismo. Pero, oye, lo tuyo sí que no ha cambiado, julai. Ha pasado una semana y aquí seguimos. Hace exactamente siete días, a esta misma hora, acababan de informarte por whatsapp del atasco en el puente Rontegi. Mira, sin embargo, lo que has tardado tú en contarlo. Saca cuentas. Aquel, de tráfico, lo salvasteis sin problema y llegasteis al concierto. El de tu cabeza, ya ves. Una semana te ha llevado librarte de él. Ha durado más tu atasco mental que uno en la A-8, que ya es triste.
Cierto. Toda la razón. Hace siete días, me iba, por primera vez desde que empezó esto (ya sabes, la pandemia, luego el confinamiento, las olas un poco después, y ahora los encierros perimetrales), de concierto. El primer bolo desde el 7 de marzo de 2020. Más de un año ha pasado, se dice pronto. Un mundo. Este mundo que nos está tocando vivir. Y, al fin, sí, sin mucho entusiasmo, no voy a engañaros, volvimos. Hubo que coger el coche, dejar que te tomaran la temperatura, permanecer todo el rato sentado, y seguir sentado fuera si salías a fumar, pero bolo fue, al fin y al cabo. Por compensar, había que conseguir que algo no cambiara, ¿verdad? Pues ha sido esto, que siete días después, por fin, consigo tener un rato para escribirte, del tirón, una crónica fresca, fresca, como un rodaballo salvaje en la oferta del mes de noviembre de tu hipermercado favorito. Y, de regalo, un pelapatatas ergonómico con mango de fibra de carbono, gritan por megafonía.
En efecto, la cosa estaba atorada. Nos lo dijeron los propios Retumbes por mensajería instantánea. Habían arrancado su furgoneta antes que nosotros (sí, si te lo preguntas, sí, conducen sin antifaz) y lo verificamos sin haber llegado a salir del pueblo. Llegaban ya las colas hasta el juzgado, porque la maravillosa rotonda que llamamos del BEC siempre suele ser un circo esperpéntico cuando ocurren estas cosas. Pero bueno, ahí íbamos, dos coches, uno delante y otro un poco más atrás, camino del Baserri Antzokia de Derio, en comandilla, la cuadrilla de vuelta al sarao. Todo con la intención de ver en directo a los ya mencionados Los Retumbes, que consiguieron, como pudieron, llegar para probar, y a Ian Kay, el actual proyecto musical del ex Missing Souls, Ian Kapoudjian, francés asentado en Barcelona, que venía de actuar en Madrid, y se presentaba en Derio con un trabajo nuevo y una banda subarrendada para la ocasión. Yo, que conducía uno de los dos coches, iba más atento a la música de los Cyanide Pills que al tráfico, y menos aún parecía importarme que no sabía dónde estaba el sitio. Nos las arreglamos y llegamos a tiempo. No para encontrar aparcamiento, eso sí. Tuve que descargar al resto de ocupantes y marcharme un poco más adelante, camino del campo de golf, para aparcar y volver arrastrando los pies y mirando en el móvil las noticias: ¿qué dicen de Navalni?.
Un edificio nuevo, arquitectura vasca del siglo XXI, piedra y madera, con parterres verdes que te pedían no pisar, y dos ambientes diferenciados, como se dice ahora. Por la parte delantera del edificio, mesas y familias de la zona, me imagino, pasando la tarde al abrigo de la distancia en terraza. Para otros, nosotros, digamos, una flecha que indicaba que por ahí se iba al concierto, y un rincón, al final del edificio, donde nos reunimos, enmascarillados y siguiendo el resto del protocolo, los que habíamos ido a ver y oír música. No éramos muchos, pero suficientes, bastantes como para conseguir crear ese ambiente que recordábamos de antes y que casi habíamos olvidado. Había, eso sí, mucha organización, que unos te decían por aquí y otros por allí, pero todos sonreían e intentaban que la cosa fuera fluida, que no era fácil, porque había que atarnos en corto: explícale tú a alguien que para ver rock debe quedarse ahí quieto y si quiere beber una cerveza, levantar la mano y pedirla. Nah, no es lo mismo. Y no es fácil. Pero, oye, funcionó. Se bebió sentado, se bailó sin levantar el culo, y se aplaudió de igual manera. La música sigue siendo música, ¿no? No lo sé. No voy a darte la turra. No me quedan muchas ganas para una reflexión sesuda y argumentada, la verdad. Se fue. Se disfrutó en su medida. Se acabó la vigilia. Enhorabuena a los que se empeñan en hacer cosas. Y ya está. Bebimos refrescos, que había que conducir, y eso nos molió el cerebro. No me pidas mucho más. Que hable de música, me imagino que eso sí que me lo puedes pedir, que ya van cuatro párrafos. Vamos:
A Los Retumbes, que abrieron, allí arriba, se les veía muy pequeños, y mira que son grandes. Retumbaron como retumban ellos y también porque había mucho hueco y probablemente demasiado volumen. Aún así, no desmerecieron ni defraudaron, que ya sabemos lo que dan y eso dieron: punk de pueblo, rock and roll de masa madre, beat cosmopolita, garaje de poco metraje pero buen tallaje. Gesticulantes estuvieron menos, dicharacheros son pero se contuvieron, y volvieron por todo lo alto, que así era el escenario y ya había llovido, para hacernos disfrutar en un concierto que fue corto y al grano. Mucha instrumental, incluida una "Retumbe rock", creo, que es nueva. No fue la única. Otras dos piezas nuevas nos pusieron los dientes largos esperando que saquen nuevo material. También aparecieron, por la parte final del repertorio, esas dos nuevas: "Tú me das dolor", si no me confundo, y una, siguiendo con su afilada retranca, que dedicaron a los que valoran el último disco de C. Tangana, y ganas entraron de poguearla. "Música moderna", creo que se titula, y por ello, bien podría ir en un dossier de autoayuda, acompañando a lo que han hecho ahora Los DelTonos, para que no perdamos la paciencia ni el orgullo los que parece que nos vamos quedando obsoletos, como impresoras matriciales. Pero no todo fue nuevo e instrumental. También se le dedicó a Enrique de Vicente "Alienígenas ancestrales" y antes sonaron "Sin amigos", "SmartPhombie", "Surfing Fuckushima", "Cansado de esperar" o "Eres idiota", que son ya clásicos, labrados en nuestra memoria con roña nostálgica casi, como clásico es verle a Andrés con el culo en pompa agitando el tobillo al aire o el trajín que se trae Ana usando las maracas como baquetas. "Tatuaje de mierda", que aún no han grabado, si no me confundo, y "Gasolineras", todo un drama moderno, también sonaron en un repertorio sin raíces fabriles pero con energía y soltura, que no creo que hubiera una que lo dudara. Ellos, quizás, que son así.
Luego de ese lío que fue encontrar mesa fuera y hueco para poder tomar el aire... sentado, no vaya a ser que nos cansáramos, se volvió dentro, porque el siguiente batería parecía estar llamándonos al orden con baquetazos en los timbales. Empezaban, que volviéramos para dentro, nos decían. Casi no nos dio tiempo a entrar y ya estaban a lo suyo. Ian Kay, en la versión que le llevó a Derio, constó del propio Ian Kay, a las voces y guitarras, más una banda que le acompañaba y que, al parecer, según se comentó, se había formado con músicos de Barcelona. La formaban un bajo serio e imperturbable, concentrado en su mástil, que ocupaba la esquina contraria a la nuestra pero al que se oía de maravilla por todo el local; otro guitarrista, que también tocaría maracas y cencerro, creo; un teclista que tocaba tanto el Krog como la pandereta, bien golpeada contra su pulgar y acompañada de lo que a mí, sedentario en el acto, me parecieron casi ejercicios gimnásticos; y, finalmente, el ya mencionado batería, que mandó parar porque se quemaba la retaguardia. Alguno le reconoció como el batería de Los Retrovisores, y yo lo pongo por escrito aquí para apuntarme el tanto si es cierto, y, si no lo es, tengo como disculpa que con mascarilla no me pongo gafas que se nublan los cristales y, por lo tanto, no distingo un carajo, que en el primer bolo, te lo juro, ni le vi el bigote a Andrés. Se habían reunido todos para mostrar, en Madrid, Derio y Miranda de Ebro, el último ep de Ian Kay, grabado, por cierto, en los famosos estudios Valentine de Los Ángeles, donde ahora graba gente como Nicky Waterhouse o las Coathangers, y antes lo hicieron los Beach Boys o Frankie Avalon. Equipo analógico y vintage, para un trabajo de dos cortes que muestra las cualidades y virtudes del autor, y que ha sacado Discos Antifaz, que teniendo en cuenta quiénes fueron los que tocaron primero, tiene su coña. Hicieron un repertorio largo e intenso, donde cayeron varias versiones que, en nuestra (mi, absolutamente, mi) ignorancia, no supe reconocer. Solo, y porque era fácil buscarla luego, ese "El amor es un bicho" de Los Martinicos que Ian Kapoudjian presentó con sentido del humor, anunciando que iba a ponernos en bandeja la mofa con su acento francés en castellano. A mí, me sonaron bien, alto, vivos, dados a las melodías y los riffs luminosos. Mucho más variados de lo que me había imaginado. Llegué a pensar en Bob Dylan, y, porque se me va la pinza, hasta en Neil Young o Johnny Kaplan. Las referencias más habituales, The Byrds, Kinks, Animals y así, ya os lo sabéis todos, y muchos otros que yo ni conozco porque lo sabéis, sabéis más que yo, y que me voy a permitir resumir así de mal: más cosas británicas que se tocan normalmente con Rickenbacker. No te he dicho nada, lo sé. Te diré que sonó, eso sí, "Little Granadian" porque fue la única que reconocí de primeras ya que era la única que conocía, que en su día la escuché y se me quedó grabada. Sonó todo bien, eléctricos, prolijos, más recogidos a veces, con buen pulso, pegadizos riffs y melodías luminosas, que creo que ya lo he dicho antes y no voy a buscar un sinónimo. No sé qué dirían ellos luego, pero, desde abajo, yo les vi sueltos y cómodos, que el guitarrista, percusionista y bailaor lo demostró, cuando, con una sonrisa, soltura y educación, soltó por el micro: "¿Nos podría traer unas garagardoas?... mesedez, ¿no?"
Tejado a dos aguas con buenas vigas de madera y fuera había merchan, que es lo importante. Dos pequeñas mesas. También hubo ligera tertulia en un paisaje florido y radiante que invitaba al desparrame ocioso y la contemplación disoluta. Que rima con eso, la expresión vulgar enfática que acompañando al sustantivo mierda definió lo que sentimos cuando miramos el reloj. Es el mundo que nos ha tocado vivir. Y menos mal que, para volver, no hubo más atascos. Bueno, ya sabes, lo mío no cuenta.
Ah, por cierto, ya cierro y me despido, pero tenía que decirlo. Fue un placer mirar a la derecha, encontrarte la barra, y ver allí a dos profesionales como la copa d'un pino, pero un pino grande, grande, massive, que dirían los Mucklowe, pinos como esos salvajes que crecen en Estonia. Así de grandes son, y me refiero a Limo y Txifas, que andaban por allí, del pueblo y, de alguna manera, universales. Además, que estuvieran allí fue como un guiño que cerró el círculo que abrí al principio, porque ellos estuvieron, en barra y organizando, aquel último bolo de Nuevo Catecismo Católico y Deadyard con el que dijimos adiós a nuestra feliz vida como adictos a la música en directo. Un año, un mes y 16 días después, fue verles y pensar, ostias tú, ¿no nos habrá pasado como al Antonio Resines y ha sido todo un sueño? Pero no... No, hijo, no.
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