A estas alturas, hablar de The Mountain Goats y de John Darnielle a la ligera y sin dedicarle tiempo y espacio puede ser hasta contraproducente, sobre todo, para el que firme lo escrito. Te pones en evidencia, casi, sin haberle dado a la primera tecla. Desde principios de los 90, acompañado de The Bright Mountain Choir hasta la época de Merge Records, pasando por aquel año clave de 2002 con All Hail West Texas y Tallahassee o por el trabajo en común con John Vanderslice, Darnielle lleva años currándose una carrera singular y llena de grandes aciertos. A lo tonto, casi dos decenas de álbumes, más una larga lista de músicos que se han sumado, en algún momento, al proyecto y cosas tan extraordinarias y personales como publicar un disco inspirado por el juego de rol Dragones y mazmorras o escribir una canción con una historia alternativa para el último Jedi. Y, en gran parte de ese recorrido, Darnielle ha exaltado el sonido lo-fi. Siempre ha sido difícil seguirle la pista a The Mountain Goats y, más aún, si te interesas por todo lo que haga un hiperactivo John Darnielle, también, por ejemplo, escritor. Hace unos años su Wolf in White Van ya llamó la atención nacional e internacional, y la historia de Sean y su juego de rol se coló en la memoria de muchos. Pero, a lo que vamos, no todo está en el pasado. Ahora, The Mountain Goats saca su decimonoveno disco, si no me he confundido contando con los dedos, y Getting Into Knives (2020) es una nueva vuelta de tuerca a un sonido que nunca ha aceptado ataduras de ningún tipo. Sofisticados, con letras de calado lírico y narrativo, ampliando su complejidad instrumental y aprovechando la química entre los actuales acompañantes de Darnielle, han reunido, en este nuevo álbum, trece canciones que se mueven entre el pop orquestado de aroma más europeo y el indie revoltoso y cautivador de la América suburbana, que no significa nada o poca cosa pero suena bien, sin dejar, eso sí, de resaltar el talento de Darnielle para el fraseo y las melodías. Más de una gema. Aunque, alguna, engastada en la empuñadura de una daga.
“Corsican Mastiff Stride,” la primera, te aviso, es una de esas canciones que, si te convence, te vence, y acabarás, como yo, escuchándola en bucle. Darnielle sabe escribir esas melodías que te enganchan por el cuello y van cincelándose ahí, dentro, en los pliegues. Dicen que son raras, que ese staccato a estacazos lo es, pero qué quieres, la estructura es ABABCB, más sencillo no puede ser, y sin embargo, tiene una magia que destila más magia aún. Las letras, para mí, son escapismo trascendental con referencias oceánicas que navegan libremente sobre un ritmo cautivador.
“Get Famous,” la siguiente, vira hacia el sarcasmo, donde Darnielle se mueve con un talento elocuente, en gran parte, por su forma de crear inflexiones que revuelvan las frases con una acidez muy expresiva. La segunda estrofa sería el ejemplo: "Cold grey world, all these obedient sheep / they act like they know but they are all sound sleep." No será la última vez que use la segunda persona del plural ni que recurra al piano o a los instrumentos de viento. Y siempre lo hará con otros objetivos, con una tonalidad distinta. Su referencia a Wesley Willis, el cantautor de Chicago que muchos deberíamos haber conocido antes y mejor, deja entrever toda la mordacidad trascendental de esta canción, con un ataque a la sociedad más complaciente y huera, que coincide con lo que cantará luego en “The Great Gold Sheep,” abierta con una misteriosa introducción de casi cuarenta segundos. En la línea de "Get Famous", pero con un lenguaje poético distinto y un tono quizás más solemne.
Como arranque, esas dos primeras forman un arranque perfecto, pero, la tercera, con un aroma que obliga a hablar de Belle and Sebastian, destaca por la capacidad de Darnielle para desarrollar personajes y escenas, algunas hasta en movimiento, repletas de emoción y profundidad. Como para estudiarla en clases de literatura. Ese eje del vestido que va descubriendo la historia de una mujer que comienza una ardua búsqueda por recuperarse a sí misma mientras desayuna en un Burger King en el que suena el "I Don't Want Miss a Thing" de Aerosmith. Y en momentos así, lo que hacemos y vivimos desprende el sentido, cualquiera que tenga, si es que lo tiene, de lo que hacemos y vivimos. La capacidad narrativa de Darnielle también se ve en otras canciones, pero sin acercarse al realismo, escorándose a la fantasía sci-fi de serie B, como en "Rat Queen", que no parece tener nada que ver con el cómic de Kurtis Wiebe, pero el drama de los teclados esconde una historia con hedor de pulp y alcantarilla que, por supuesto, puede esconder otra relectura. Como ocurre con la que da título al álbum y que en la lista va la última, una "Getting into Knives" que, en principio, habla de una venganza que se alarga desde hace treinta años, pero si rechazas esa lectura con humor, desde la primera frase, "I hit the cul-de-sac on the spiritual path", encuentras pistas para entender esto como una reflexión personal, casi psicoanalítica, sobre las reconstrucciones personales más desastrosas que hasta el más simple de nosotros habrá tenido el infortunio de experimentar. Entre Neil Hannon y David-Yvar Herman Dune sin alejarse nunca de Stuart Murdoch. O, al menos, más o menos, así lo escucho yo.
Y si con esto, aunque no fuera, lo juro, mi objetivo, no he podido convencerte de acercarte y escuchar y leer estas canciones, poco más puedo hacer, pero hay más: “As Many Candles as Possible” contiene un riff de guitarra machacón y tozudo que ayuda a mantener una tensión latente durante toda la canción. “Tidal Wave,” por el contrario, se te escapa entre las manos. Suena a The Postal Service pero huele a mar. Compleja, hipnótica e interminable, las armonías de piano te elevan sobre el oleaje. "Pez Dorado" es verano, uno repleto de imágenes que obtienen multiples reflejos. “The Last Place I Saw You Alive” es leve y sobrecogedora. "Bell Swamp Connection," un paisaje evocador con un trasfondo repleto de una crítica elástica. Ese "get out" del estribillo que retumba como un grito infinito en el valle de la canción y en el abismo de la conciencia. Te subes a una piedra en un bosque de pinos y te pones a contarlo en una canción, consiguiendo, con un verso, poco menos que resumir una novela de Annie Proulx. La naturaleza también se utiliza con sustancia y repercusión en la fantasía animal de "Wolf Count," donde, probablemente, me pierda alguna referencia. Y "Harbor Me," finalmente, apetece leerla como una canción de amor, o algo así, de extraña belleza, eso sí, que no cae en los recursos manidos. Pero igual no es así. A mí me ha gustado escucharla en la línea de lo que hicieron los Arab Strap en "There Is No Ending" pero... a lo Darnielle...
Y yo que sé. No puedo decirte más. No sé qué más decirte. No sé ni tan siquiera lo que quiero decirte. Hay una forma de escuchar música que consigue que cuando te asomas a la ventana los paisajes cambian, que cuando te miras en el espejo, tu reflejo muda. Es un espejismo, pero lo que dura, perdura como un eco por el resto de los tiempos y, a veces, cuando te quedas sin gasolina, cuando te encuentras en un cruce de caminos, cuando el mundo se presenta empuñando una daga y poniéndotela en el cuello, vuelves a esos sitios que no existen, a esos recuerdos que quizás no fueron. Luego te lo cuento de otra manera, pero, no sé, ha sido escuchar todo esto y pensar en eso, y las canciones que revuelven por dentro así, sí que merecen que escribas sin saber qué más decir, ni tan siquiera, qué es lo que quieres decir.
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