Fiasco Review!! Alice Reed de Red Coffin & The Black Nails


 

Lo mejor de esto es la resaca. Los huecos porosos y con eco en tu cabeza. Los espacios que quedan abiertos, en tinieblas, como callejones oscuros que, por alguna razón visceral, sabes que vas a recorrer en medio de la oscuridad hasta que consigas encontrarte de morros con la propia Alice Reed... o con su fantasma. Llámalo preguntas, si quieres. Las que levantan estas canciones. Son solo dos canciones. La historia queda pendiente. Queda pendiente en las dos que han compartido y también en las que presientes que faltan. Los huecos porosos y con eco en tu cabeza... y en la de Uncle Matt. 

Si quieres escribir sobre ellas, como yo ahora, vas y buscas, y, encima, encuentras más misterio, ninguna respuesta fría y concluyente. Sí, sabes que detrás de esto está Victor García Álvarez, de Black Toska, al que acompañan el guitarrista de la misma banda, Diego Fernández de la Hoz, y el bajista Sergio Felipe, mientras que Manuel V Delia ha añadido percusión y se ha encargado de todo lo que hace falta para poder grabarlo y que nosotros conozcamos a Alice Reed. Pero, si vas al bandcamp, y buscas en el espacio donde debería ir la biografía de Red Coffin & The Black Nails, que no lo había dicho hasta ahora pero así se llama la banda que ha grabado Alice Reed, te encuentras lo que sigue:

I'm nobody!, who are you?

Are you nobody too?

Then there's a pair of us -- don't tell!

They'd banish us, you know


How dreary to be somebody!

How public, like a frog

To tell your name the livelong day

To an admiring bog


Sí, es Emily Dickinson. Un poema que habla de distinguir entre ellos y uno mismo, que reclama el nosotros y la complicidad sin dejar de abandonarse a la extrañeza, a la cualidad de foráneo. Los marginados se aman y se arropan.  

Así que, con todas esas preguntas y huecos, en medio de esa resaca, yo prefiero imaginarme que estas canciones las escribió la propia Alice. En una hoja de estraza que arrastra el viento hasta el callejón donde se esconde de la vida que le amenaza. Con el tizne roñoso de sus propias manos, escribe sobre el papel una historia que evoca a aquella Filadelfia de 1873, cuando el pánico se transformó en hambruna, o al Bowery de Lionel Rogosin. Alice, una Renée Néré sin cabaret, la Maggie de Stephen Crane con un pasado más turbio aún, se apellida Reed. Junco. Los juncos son endebles, se doblan pero siguen en pie. Roque Dalton hablaba de "el junco responsable que el huracán penetra", aunque quizás yo lo esté sacando de contexto y aprovechándome. Los juncos son la yerba de Whitman ejerciendo resistencia contra el agua ponzoñosa. Me acuerdo de aquel poema de William Carlos Williams:

I stopped the car / to let the children down / where the streets end / in the sun / at the marsh edge / and the reeds begin. 

Entro en estas dos canciones así. Aparco el coche, me bajo, y escucho a los juncos que, como decía Poe: "... whisper to the night / A name -- her name -- / And all my soul is a delight / a swoon of shame." Y su nombre es Alice, que se dobla pero sigue en pie, a la que penetra un huracán pero, en medio del dolor y la tragedia, sigue en pie, sigue cantando como lo hacía William Blake en "Reeds of Innocences:" "so I sung the same again." 

Alice, ¿quién coño es Alice, Smokie? ¿Qué pasó en aquel restaurante, Arlo? Cuéntame más, joder, Red Coffin. 

Por ahora, lo que nos cuentan está en esas dos canciones que ya hemos mencionado: "A Murder Ballad to Alice Reed" y "The Early Years of Alice Reed". La primera son tres minutos y treinta y nueve segundos hipnóticos, con una especie de nota pedal que horada como si fueran pasos interminables, cuerdas que parecen quebrarse o estrangular y una voz cavernosa que parece salir del mismo pozo en el que se hunde la historia. La balada reconstruye una historia de dolor y violencia y la voz no rehuye el juicio moral. La segunda sigue reptando por los mismos rincones húmedos. La voz se eriza y alimenta una atmósfera febril que martillea continuamente desde el fondo. 

Lo mejor de todo, repito, es que te quedas con ganas de más y, aunque no lo haya, Alice ya ha quedado ahí. La música es, a menudo, epidérmica y narrativa, afilada y tangible. Y, los personajes de ficción, en alguna otra ocasión, barrenan esa línea inconsistente entre los dominios de la realidad y la imaginación. Arranco el coche, montan los niños, las calles comienza, la noche crece, y en el límite de los pantanos, los juncos siguen de pie y cantando. 

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