Diez años no son nada

 


Ey, no me importa, piensa lo que quieras. No sé hacerlo de otra manera. Va primero la digresión y luego ya lo explicamos: creo que se llaman Pomeray por Cody Pomeray, y, si no es así, me da igual. Neal Cassady, Dean Moriarty, Cody Pomeray. Es todo lo mismo. Si no sabes lo que es, mira a ver, porque igual ya es tarde. Esto conviene descubrirlo a cierta edad, la verdad. Por ejemplo, yo lo leí cuando tenía dieciocho o diecinueve años. Y pasó lo que tenía que pasar. No tenía a nadie con quien hablar de libros, por supuesto, pero sí logré convencer a un amigo mío para que emuláramos lo que no le podía contar. Aprovechamos que su hermano mayor se había ido a la mili y le cogimos el coche que había dejado aparcado junto a las oficinas de Altos Hornos. Íbamos a hacer lo mismo que los personajes, pero a nuestra manera, pasando del jazz, por supuesto, y poniendo a los Clash a tope en el equipo. La idea era ir de Barakaldo a Logroño, o puede que hasta Burgos, quién sabe si hasta Madrid, por pedir. Conducir por carreteras secundarias, trasnochar en bares de mala reputación, pasar las resacas junto a las riberas de los ríos. Me río. No llegamos a salir del pueblo. El coche nos dejó tirados en la vega de Beurko. Probablemente, estuviera averiado antes incluso de arrancarlo. Pero moló. Fue nuestro On the Road. Así de patético. Muchos años más tarde visité Salt Lake City y me subieron a lo alto de un edificio desde el que se veía toda la ciudad, la cordillera del Wasatch de fondo. "Manda huevos", murmuré, pensando que Cody Pomeray nació en algún lugar no muy lejos de allí. 

Entre estos dos recuerdos, un día, cualquiera, qué más da, vi en concierto a los Pomeray, que no tienen nada que ver ni con Neal ni con Dean ni tan siquiera con Cody. Ni falta que les hace. En aquella primera oscuridad, su música se filtró por la piel, se instaló en mis entrañas, y los muy jodidos me dejaron inoculada su enfermedad de por vida. Desde entonces, no hay mes que Pomeray no me susurre canciones al oído. Son buenos, los jodidos. Igual para disfrutar el libro como a los veinte no te da tiempo. Pero estos son capaces de atraparte tengas la edad que tengas. 

Pomeray nació hace como 10 años, en esa ciudad que aún seguimos llamando Bilbao. Antes usaban apellido, ya que, para su primer disco, se llamaron Pomeray y los Aparcabicis del Espacio. Allí ya andaban Asier a la guitarra y la voz, Gontzal a la otra guitarra, Joseba al bajo y Lander a la batería, con su pluriempleado hermano Iñigo Dhurmo participando en las grabaciones. Se autoprodujeron aquel primer EP homónimo y sideral y, después, decidieron ir al registro a cambiarse un nombre que tenía sentido para aquella primera grabación pero, al parecer, no tanto para lo que estaba por venir. Se quedaron en Pomeray a secas, y siguieron facturando ese rock and roll elegante y trepidante, con actitud y arquitecturas complejas, que ya dejaron entrever en sus primeras canciones. El siguiente trabajo llegaría dos años después, con el nombre de XXIII y en formato largo, grabando nueve temas en los estudios Silver Sound de Martín Cápsula. Tres años más tarde aparecería Raro, su último trabajo hasta ahora, grabado en Koba Estudioak y, de nuevo, autoproducido. Antes de eso, durante un año, se marcaron un eléctrico homenaje en directo al disco Inercia de Lagartija Nick. 

Pues después de todo eso y antes de lo mucho que está por llegar, se han puesto a celebrar por todo lo alto su décimo cumpleaños. Y como son así, íntegros y a su puta bola, sin mancharse ni postularse, han decidido celebrarlo de manera original, regalándonos unas sesiones que ellos mismos grabaron en su local de ensayo. Lo llaman Sesiones Distópicas y lo están compartiendo gratuitamente cada dos martes en su página de Facebook. La primera fue el 29 de septiembre, si no me confundo, estrenándose con "Luminosa", de su segundo álbum, XXIII. Después llegaron "Al tiempo" e "Inadaptado", de su último álbum, Raro. La próxima tendrá lugar el martes que viene. 

Aquí, no sé muy bien por qué, pero apetecía participar. Y, ya lo siento, solo se me ha ocurrido que,  como son diez, elegiré mis diez canciones preferidas de los Pomeray y las compartiré aquí. Ya ves. No es un gran regalo, pero dicen que eso no es lo importante, ¿no? No vamos a ser muy coherentes, eso sí, porque, te lo digo ya, lo mismo que he elegido estas diez, podría haber elegido diez distintas. Eso sí, nos hemos limitado a sus tres trabajos grabados para hacer la selección y no hemos mirado hasta hoy, con la lista ya hecha, para ver si coincidían con lo que llevaban incluyendo en sus Sesiones Distópicas.  Fieles a nuestro estilo caprichoso y deslavazado, no diremos gran cosa de las canciones elegidas y la perspectiva será voluble. Eso sí: lo vamos a hacer en formato moderno, que nos cuesta mucho, reduciendo los caracteres al mínimo para no cansar y, además, lo haremos en dos entregas. Primero estas cinco, y el viernes que viene, si nos acordamos, las otras cinco.  

Para terminar, por supuesto, zorionak, Pomeray!, y, al contrario que la digresión, que siempre la encontramos, la objetividad y la neutralidad no la buscamos ni a tientas, así que me da igual que se nos vea el plumero. Como le dijo Old Bull Lee a su esposa Jane: "son buenos muchachos, debajo de esas camisetas tan negras, tienen unos corazones muy coloridos". Sí, claro, por supuesto, me lo he inventado. William S. Burroughs no hubiera dicho eso ni jarto grifa, y de jartarse, él sabía mucho. Pero es cierto.


(Por cierto, el orden de las canciones no tiene ningún significado. Va, las cinco primeras:)


Meteoro (en Pomeray y los Aparcabicis del Espacio)

 

Se llamaban por entonces Pomeray y los Aparcabicis del Espacio, y publicaron su primer trabajo, que incluía una historia, ilustrada en el cómic que lo acompañaba. El disco se abría con estos 56 minutos de recitado circense, acompañado con el clarinete de Willy Kalambres y el ukelele que tocaba Jasi Pomeray. Lo grabaron en su local de ensayo, igual que las Sesiones Distópicas ahora. Extraterrestres, bandas de rock abducidas y naves espaciales para presentar una creatividad que no dejaría de crecer a partir de entonces. No llega al minuto, quizás no tenga nada de especial, pero, de alguna manera, ilustra su capacidad para refinar sus trabajos y la falta de recelo a la hora de abrazar cualquier posibilidad musical con tal de contar lo que quieren contar.


    

 


Anita Luna I (en Pomeray y los Aparcabicis del Espacio)


Cuatro minutos para dibujar uno de esos personajes elusivos que, sin embargo, parece que puedes tocar y ver. Un arranque a lo Pearl Jam, que fascina y abisma la canción desde el principio. Esa tensión ondulante que consiguen mantener durante toda la canción. Una canción de estructura compleja, porque a ellos no les sirve eso de estrofa, estrofa y luego estribillo. Los interludios instrumentales contribuyen a la narrativa. Escucha cómo el bajo y los platos relatan la tensión, cómo las guitarras disponen la tonalidad. Qué pasa del minuto 2:26 hasta el 2:49. Veintitrés segundos en los que el rock and roll se hace polvo, el fondo íntimo de agua y ficción que define a Anita Luna. despieza y se difumina para entrar en la galaxia de Anita y vivir en una mente de agua y ficción





 

Supernova (en Pomeray y los Aparcabicis del Espacio)

 

Las guitarras con el delay y la batería amputando el ritmo. "La libertad, a la vuelta de la esquina está, no existe prisión sin cadenas. Dame tu mano y salgamos txuskaus, aquí se acabaron mis penas." La forma de cantarlo, ese fraseo magnético. Es, probablemente, una representación distópica con fondo reivindicativo, en busca de la libertad y con referencias a la clase obrera. Quedando atesorados todos sus argumentos: capas y pliegues de estructura en las canciones pero con fluidez, la voz y los instrumentos como recurso narrativo: el diálogo de las cuerdas, el uso de los coros, los intervalos instrumentales. Si alguien dice "txuskau", es imposible no acordarse de esta canción, claro.  

 





Bilbao XXIII (en XXIII)

 

La electricidad que tiene la canción desde el primer segundo te recorre el cuerpo sin posibilidad de huída. Incluso cuando te tientan con frenazos. Consiguen moverse entre la oscuridad y luz, entre la nostalgia y el arrojo, entre la rabia y el abandono. La letra se acerca a la poética más figurativa, eligiendo palabras exactas que invitan a la interpretación. Hay que bucear hasta el fondo del Nervión y hasta la raíz de sus canciones para descubrir el misterio.

            



Zu eta Ni (en XXIII)

El poeta de lo imposible, con letra escasa pero hilada, palabras que se clavan como el hinque en el barro, investiga la intimidad sin repeler otras lecturas más amplias. Tiene la canción cierta textura de punk australiano. Juegan con los huecos y las distancias. La estancia vacía hasta que tú la llenas.


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