Pues esto es lo que se me pasa por la quijotera, sinceramente:
a) Que es una putada escuchar esto así y ahora. Te tiemblan las orejas cuando la música hace vibrar la goma de la mascarilla. Se te caen los auriculares de su sitio mientras buscas a alguien dispuesto a jugársela y profanar el metro y medio de seguridad con un pogo loco que no entienda de medidas de protección básica. Te tienta el bulto este tumulto de canciones que, si se pudieran escuchar en tres dimensiones, se convertiría en un diorama sónico de lo que era aquella vieja experiencia paliativa de la música en directo que tanto echamos de menos. Yo, por lo menos. Menos es nada, pero escuchar el Shell-Shocked! de Las Sombras sin poder arremeter contra todo y contra todos es casi como montar un coro gospel para amenizar las mediatardes de la tropa en una trinchera a la vera del Marne. Y esta última referencia, veremos luego, en la extensión del punto b), a pesar de lo mala que es, tiene sentido cuando hablamos de este disco.
b) Todo lo que sigue:
Dicen que desde 1989, o así, persisten Las Sombras pululando por Barcelona. Algunos, que vivimos más lejos, ni nos enteramos ni si lo hicimos nos acordamos, pero parece que son una de esas bandas que, como los Paniks más al norte, por poner un ejemplo que sí conocemos, le hicieron un dribling perfecto al éxito y ahí siguieron sin importarles el resto. Por algún sitio, no sé si dicho por ellos mismos, he leído una definición que retrata esto: “la banda que acumula más de 30 años sin rumbo.” Fueron trío, cuarteto con teclista, cuarteto con guitarrista solista y ahora son cinco, y después de otro larga duración que sacaron allá por 2016, vuelven con 15 canciones más que salen a la luz en el sello Family Spree Recordings. En la biografía, recomendable e inacabada, creo, que tienen en su página web, se describen, o más bien dicen que les describieron en su día, como “demasiado cutres para ser rock’n’roll, demasiado sixties para ser punks, demasiado garajeros para ser new wave, demasiado lowfi para ser garajeros o demasiado poperos para ser tan ruidosos.” Pues, como potaje, huele sabroso.
El disco del que voy a hablar aquí salió allá por diciembre de 2019, así que no correspondería su glosa aquí y ahora por la vaga determinación de este blog para hablar solo de novedades en año corriente, pero le he hincado el diente y he perdido la noción del tiempo, que quieres que te diga. Solo me queda una pequeña porción de sentido común, lo justo para darle a la descripción y decirte que el disco se ilustra con una imagen icónica de la Primera Guerra Mundial en portada, y con el detalle de un patrón para producir pickelhaubes por el reverso, con lo que uno intuye que esto va de lo bélico, y así es. Pero, de alguna manera, por más que hagan referencia con el título del álbum, por ejemplo, al trastorno por estrés post-traumático de los soldados durante la guerra, por más que utilicen la imagen de soldados británicos intentando evitar el gas mostaza, por más que adapten un famoso poema de Siegfried Sassoon o nos digan los detalles elementales del diseño de un casco prusiano, cuando escuchas el disco, al menos a mí me pasó eso, tienes la sensación de que la guerra es aquí una epopeya metafórica y que hablan, en realidad, de las trincheras por las que nos arrastramos todos los putos días de nuestra vida, librando batallas que no recogen las enciclopedias pero que nos van encorvando día a día. Eso sí, igual que Anna Coleman Ladd le devolvió el rostro a aquellos soldados mutilados por la química, Las Sombras te devuelven las fuerzas con su música, para que saltes a campo abierto, grites con rabia colérica y arremetas contra todos los ejércitos fantasma que nos amenazan. La explicación me ha quedado más larga y sinuosa que el río Somme, pero creo que se entiende lo que quiero decir.
Ya he dicho que son quince temas, pero no he comentado que solo uno, el último, el que da nombre al álbum, sobrepasa los tres minutos y lo hace solo por cuatro segundos. El resto ahí anda, alguna alcanza el medio minuto por los pelos, pero, curiosamente, ninguna se queda corta, que hace falta saber cómo hacer eso. Siempre me propongo no recurrir a nombres de otras bandas para explicar la música que hace la elegida, y esta vez voy a cumplir, así que, volviendo a lo que copiamos antes en la cita de arriba, que ya era suficientemente elocuente, insistimos en la amalgama de géneros que se recogen aquí, siempre bien empaquetado y servido fresco y sin conservantes: punk 77, garaje, powerpop, rock and roll, rock australiano, algo de beat... lo que les convenga con tal de hacer canciones que, al fin y al cabo, quedan macizas como un stahlhelm de acero. Me imagino que algo habrá tenido que ver, en el resultado final, el trabajo de Mike Mariconda en la producción y grabación, acompañado de Marc Tena, así como la incorporación del bregado Martini Tamer al bajo, pasando Jaime Ros a encargarse solo de las voces. En cualquier caso, el trabajo de repujado se nota en todas las canciones, con estructuras bien ceñidas, en las que no sobra nada, con patrones fijos donde encajan perfectamente los intervalos para las exposiciones instrumentales, con buen uso de los contrastes, eficiencia en el empleo de los coros y, sobre todo, impacto en la velocidad, el uso de los estribillos y la capacidad para expresar esa emoción enérgica que siempre le presuponemos al rock and roll más auténtico y directo. Un buen ejemplo sería "Now and Again", la que apenas alcanza 30 segundos de duración, y, sin embargo, le ves la arquitectura ahí, bien construida y condensada, que parece una manifestación musical de la práctica tzantza del pueblo shuar.
El disco se abre con una oda al aguafiestismo, que trepana con una nota de teclado que cae gota a gota sobre tu cabeza. El punk-rock de “Killjoy” contrastará con el powerpop de "She Ain't Crazy" o "Be Bop Mind," sin que ni una ni otra salga afectada en la comparación. “I Don’t Owe You Nothing”, desde la guitarra que la abre hasta el final, tiene todos los elementos para convertirse en un favorito instantáneo: esos redobles marcando la entrada del estribillo, o las estrofas elegantes del final, acompañadas con voz femenina. Este segundo corte lo escuchamos en bucle, aunque, por los gustos mostrados en el archivo de este blog, se podría esperar que nuestras elegidas fueran perlas de punk descarnado como el medio minuto de "Now and Again," o "No Time, No Money, No Brain", que desde el "let's go" que la abre ya te aprieta el gaznate, o una "Chemical Sadness" donde se luce el bajo. Instrumento que también destaca en "Die Alone", un punk más oscuro con rabia en las voces; o en la tensión prolongada de "Fuck this Job". En "Pills!", el bajo permanece con sentido por debajo, apelmazando la emoción, en una canción que roza el indie y aprovecha frases de esas que podrías gritar a pulmón en pleno aquelarre: "Take my money and give me pills". "Bitch and Big Head" suena a rock and roll más pesado. Destacan las guitarras afiladas en "We Don't Care". “Crumps and Lice” es un poema de Siegfried Sassoon, el poeta de la guerra por excelencia junto con su colega Wilfred Owen. Las Sombras cogen su "Suicide in the Trenches", poema que, por cierto, también ha llevado al escenario Pete Doherty, y lo adaptan para que encaje, con sentido, en los versos de su canción, manteniendo el alegato antibelicista. El garaje arrebatado y travieso de "Gonna Scratch Your Car," cerrada con una coda cojonuda, junto con la que da nombre al disco, “Shell-Shocked!”, cierran un disco que reclama subir el volumen, escucharlo en compañía y, sobre todo, trasegarlo con delectación.
Ya lo he dicho antes, pero insisto para terminar: todas las canciones contienen un buen patronaje, estrofas y estribillos bien ceñidos, llevados al sitio perfecto a lomos de una contundente base rítmica y con los pertinentes espacios abiertos para el lucimiento de las guitarras. Parece más sencillo de lo que es cuando el resultado es eficiente y estimulante. Suena fresco, resuelto, inmediato y mantiene puro ese carácter amotinado y ardoroso que siempre le exigimos al rock and roll que se supone puro, sucio y aguerrido. Los coros se usan con frescura y buen pulso, y las letras, sin grandes alardes, mantienen la media y, sobre todo, permiten construir una propuesta común, aunque, tal y como se ha hecho aquí, exijan, y es lo que se debe exigir siempre, en mi opinión, la interpretación personal.
En resumen, que ya es hora de despedir a este juntaletras, se recomienda encarecidamente y hasta se prescribe, aunque no sea uno facultativo de nada, la escucha repetida, casi obsesiva, de este disco. No sé si después de esto seguirán Las Sombras en la penumbra. A mí, ya me han alumbrado el camino con un disco que irradia el fulgor alentador que siempre le he aplaudido al rock and roll.
Posdata: quijotera, al principio, y juntaletras, al final, son guiños que revelan que esta entrada ha sido un impulso extenuado para cumplir con los deseos de los que, precisamente, se verán afectados por tamaña verborrea opinativa. Evidencia:
Comentarios
Gracias por haber escuchado y, en mi opinión, entendido todo. A uno siempre le queda la duda de si valdrá la pena. Tras leer tu reseña esta claro que sí!