Que Fernando Viciconte es un grande, lo saben en Oregón y un poco más lejos, puede que no aquí, en el barrio, pero el que lo descubra por la zona, me atrevo a apostar, acabará por darle la razón a los de Oregón.
Saca disco, sí. Se titula así, que viene al pego con los tiempos que corren: Justicia. Lo acaba de publicar, hoy, ayer, no sé cuándo terminaré de escribir y publicaré, pero ahora, en julio, vamos, que cuando lo leas, el disco estará recién sacado del horno. La cabeza de Viciconte es precisamente lo mismo: un horno. Musical, en este caso, y ahí cuece masa para canciones que, con la levadura de su talento, quedan esponjosas y nutritivas. Y lleva más de 20 años haciéndolo. Desde que en Los Ángeles liderara aquella banda llamada Monkey Paw hasta que se trasladó a Portland e inauguró su carrera musical en el estado de los castores con aquel Season in Hell (1996) este argentino ha ido labrándose una carrera meritoria que le ha llevado, entre otros logros, a que le incluyeran, allá por 2016, en el Salón Musical de la Fama de Oregón, honor que han compartido con él, entre otros, gente como Elliott Smith, Tim Hardin, Dharma Bums, Poison Idea, The Dandy Warhols, Neo Boys, Sleater Kinney, Jimmy Boyer o unos Richmond Fontaine a los que, como veremos luego, le unen lazos creativos. Fernando Viciconte, ahora, tiene su propio sello, Domingo Records, donde sacó hace cuatro años el recomendable Leave the Radio On (2015), que sonaba a The Beatles, The Dream Syndicate, rock and roll, pop, trompetas Mariachi, country, oscuridad, luz, medios tiempos, todo bien prensado para apelmazar canciones como "Burned Out Love", "Save Me" o "The Freak" que, en un visto y no visto, se convirtieron en clásicos confesables de esta casa. El año pasado no nos cuadró el tiempo y no escribimos de su Traitors Table (Fluff & Gravy, 2019), donde seguía la línea del eclecticismo bien entendido, remedado con un compromiso enérgico y sincero: canciones como "Division Lines" o "I Don't Know" desdibujaban la distancia entre lo personal y lo social.
Este nuevo disco, Justicia, emparenta con su segundo disco, Pacoima (1998), que también escribió en castellano, y en el que hablaba del barrio, el barrio de Los Angeles en el que creció cuando su familia se trasladó desde la Argentina. Desde sus primeros discos, Viciconte ya se distinguió por la capacidad para la mezcla y la empatía, moviéndose con facilidad del country al rock and roll, rozando el pop, el garage, el indie, el Tex-Mex y lo que convenga porque lo primero es lo único: la canción y el diálogo que comunica en versos y melodías. Justicia nace de la colaboración con Luther Russell, con quien firma las canciones, y quien además se ha encargado de la producción y del diseño de la portada. Es más, el disco nació hace 20 años, en un viaje de regreso a la Argentina, en el que Russell se unió a Viciconte padre e hijo. Russell cuenta como se aventuró al sur, entre otras cosas, porque, por aquel entonces, estaba obsesionado con el rock argentino de los 70 y abrigaba la esperanza de que aquel viaje fuera una buena oportunidad para hacer acopio de material. Lo fue y fue, además, el germen de este disco que, cuando regresaron, ambos se pusieron a componer en Portland. Ve la luz ahora, 20 años después, pero, porque el tiempo y la vida tienen esas cosas, parece encajar a la perfección en el tiempo presente y en la cronología discográfica de Fernando.
Fernando, a secas, es el nombre artístico de un Fernando Viciconte que reduciéndose el suyo parece dárselo a la banda. Y es que hay trabajo conjunto, por supuesto. Por un lado, el ya mencionado Luther Russell, antes en de The Freewheelers o The Boothless, más recientemente en Those Pretty Wrongs o en solitario, con currículo como productor de los ya mentados Richmond Fontaine o de Noah and the Whale, entre muchos otros, aporta canciones, coros, teclados y percusión. El propio Fernando Viciconte se encarga de la guitarra acústica y eléctrica y de la voz principal. Y junto a ellos, colaboran Freddy Trujillo (Richmond Fontaine) al bajo y coros, Paul Brainard (cualquiera pone aquí la lista completa de las bandas para las que ha colaborado con su pedal steel) y Sean Oldham (Richmond Fontaine, The Delines).
El propio Russell explicaba que les quedó un disco doble, con una canción eje en el medio. Si fueron en busca de Luis Alberto Spinetta, volvieron con el espíritu de El Flaco asimilado y, de regalo, también el aura y la esencia del Dylan de Argentina, un León Gieco al que el mismo Russell menciona para explicar las cuatro primeras canciones del disco. "Canuelas", "Pueblo Argentino", "Fugitivo", "Wl padre, el hijo, y mi nena", junto con los cuatro primeros minutos de "Cielo sin color" tienen ese aire acústico, ese sabor a tierra y a pasajes evocados que recuerda a Gieco, mientras que, desde que estalla la electricidad en medio de "Cielo sin color" hasta que se cierra el disco con la canción que da título al disco, "Justicia", el resto de la colección, "Animal", "Nuevo amigo", "Lejos" y "Rata" te arrebatan con energía electrificada y rabia en verso. Dos caras de una misma moneda, en un disco donde el dinero se entierra, para desenterrar valores de cuño más humano.
"Canuelas" son dos minutos de energía acústica, con batería dinámica, y gritos arraigados en la greda; "Pueblo Argentino" se sustenta escueta en el verbo, con raíz en la emoción; "Fugitivo" retiene la batería con pálpito y la voz desgarrada se acompaña de una guitarra de blues; "El padre, el hijo, y mi nena", habla lo mismo de la pérdida que del desarraigo que de cualquier dolor con el que descubrimos el reverso del amor. En todas ellas, los tiempos se demoran, las emociones se trasiegan, la voz de Viciconte atrapa fantasmas en reflexión que intentan desvelar los misterios del tiempo, la culpa, la esperanza y la familia. Todo confluye en la canción que hace de gozne, una "Cielo sin color" que se alarga hasta los ocho minutos y medio, bien estructurada con pliegues de voces e instrumentación narrativa. Poética, atmosférica, evocadora, a los cuatro minutos y medio procede al cambio brusco, siguiendo un desarrollo argumental que recuerda a las ambiciones estructurales de sus vecinos de The Decemberists. En lo musical, puede que por ahí esté Pescado Rabioso, incluso, por aquí, recordará al Jairo Zavala de DePedro, pero, sobre todo, suena a historia que crece en las notas, que se hunde en los tempos, que reluce en los intervalos. A partir de ahí, parece que entramos en otro hemisferio. "Animal" revuelve la energía con otro harnero, el vuelo de las líneas se hace más punzante, las líneas se arrastran hasta detonar el estribillo. Odio, rabia, violencia, capas de lectura que en el estilo melódico recuerdan a nuestros Pomeray, al rock and roll más vigoroso y cutáneo; "Nuevo amigo", el tema pegadizo con el que animaban al pre-order, es una canción expresiva y afilada, que se acerca al rock más indie, juega con la paradoja y el contraste, mientras se disfruta de la riqueza en el uso del símil; una joya, en definitiva, que deja líneas para grabar en la memoria: "necesito un amigo como el pulmón cigarrillos, a vos nunca te quiero ver"; "Lejos" es tentación y "Rata", puro punk rock acelerado, grito y alivio, patrón eficiente con acelerón final; "Justicia", finalmente, en casi seis minutos, cuando parece que desfallece, acelera hacia la rabia infinita, y cuando parece que va a terminar, estamos solo a la mitad, y un largo caminar por un llano instrumental, con voces fantasmagóricas, termina en un doo-wop celestial, acompañado de piano para cerrar el disco entero.
Podría seguir, pero no voy a convencer con más palabras. Quizás con esto:
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