Un tubo es un objeto cilíndrico, hueco y alargado, que está abierto por uno o los dos extremos. La palabra tendrá más acepciones, me imagino. En la imaginación de cada uno, en nuestro subconsciente más reprimido, los objetos adquieren significados distintos, más personales e íntimos. Vete tú a saber lo que puede inspirar la imagen de un tubo en la cabeza de cada uno.
Para mí, y para muchos que conozco y otros tantos con los que no he tenido el gusto, esa palabra tiene un significado muy concreto. Eso sí, el artículo gramatical pasa de indeterminado a determinado, porque Tubo solo hay uno, así que se convierte en El Tubo, con la "t" bien grande. Y esta es la representación que, para nosotros, manifiesta ese sustantivo, que no es el del objeto cilíndrico: unos 50 metros cuadrados de lonja en el número 6 de la calle Encartaciones en Barakaldo, Bizkaia.
Digo más: un local de hostelería que se encuentra atrapado por el estrecho paso embaldosado que deja la boca de entrada a un parking privado y la comunidad de viviendas del portal número 6 de la calle Encartaciones. En los bajos de ese edificio, se encuentra El Tubo, negocio con licencia de pub, sin más ventilación que la doble puerta de entrada, situado en un recodo arrinconado del centro del municipio, pero con acceso amplio a uno de los costados urbanizados del Parque de Los Hermanos, el mismo parque (aunque ya no es el mismo) donde, muchos años antes, hubo un colegio y, algunos más tarde, Josu Distorsión, subido a un camión, en la zona que llamaban El Frenopático, contribuyó a la crónica histórica del punk en la ciudad. Ese mismo parque al que ahora cantan Los Retumbes cuando se ponen punkis y folclóricos.
Un mapa cultural para llegar hasta el lugar
Si quieres llegar hasta esta esquina que puede pasar desapercibida en tus paseos por la anteiglesia de San Vicente de Barakaldo, lo puedes hacer a través del mismo parque, por la senda hormigonada y en pendiente que parte de la antigua Avenida de la Argentina, hoy de la Libertad. Antes de que se peatonalizara esta vía y pasara a formar parte de la zona urbanizada del parque, era una calle, estrecha, con tráfico, creo que arbolada, que pasaba junto a una explanada donde se jugaba al baloncesto y la trasera del edificio del IFAS, e iba a morir en Juan de Garay. Yo me acuerdo. Era pequeño, pero me acuerdo. Creo que jugando al baloncesto ahí, con mi hermano, pateé por primera vez una chuta. Ese edificio, precisamente, el del IFAS, se derribó allá por abril de 2011, liberando 1.500 metros cuadrados de terreno que dieron salida y luz al parque.
Por ahí, puedes llegar a El Tubo. Pero no es la única manera. Si vienes de Juntas Generales, llegarás al doblar la esquina de la manzana. Para ello, antes tienes que atravesar la estrecha calle de San Valentín de Berriotxoa. En esa calle, en 1992, se desalojó el local que ocupaban varios grupos sociales, en lo que, según se cuenta, acabó siendo la espita que dio lugar a la creación de la Coordinadora de Colectivos Populares Berriotxoa, actual Plataforma contra la Exclusión Social y por los Derechos Sociales Berri-Otxoak, un movimiento social con 28 años de historia, evidencia viva de lo que ha sido el activismo social y el asociacionismo popular en esta ciudad.
Hay más maneras de llegar a El Tubo: puedes subir desde el histórico matadero municipal, ahora convertido en la Escuela Oficial de Idiomas, en su momento el primer edificio ocupado de la ciudad (en abril de 2018 se cumplieron 30 años de aquel momento). Si eliges este camino, pasarás antes por donde estuvo otro bar histórico, El Padura, hoy transformado en frutería, y al doblar la esquina de Juan de Garay para coger Encartaciones, donde ahora no hay nada, antes estaba la sede de Zirika Irratia, la radio libre que puso la banda sonora de los años 80.
Si lo prefieres, tienes una última opción. Puedes bajar por las escaleras del Eguzki hasta la calle San Antolín y cruzar por el atajo urbanizado que permite el paso desde esa calle hasta la de Encartaciones. Pasarás, no hay otro remedio, por el bar que le da nombre a las escaleras, otro rincón histórico de las últimas décadas del siglo pasado que aún sigue en pie. Y, aunque no lo sepas, porque ya no existe, treparás una tapia histórica, la que antes recorría el callejón de San Antolín y cercaba el matadero: una memoria en pintura sobre pared de las reivindicaciones políticas, sociales y culturales que marcaron a una generación. Es más: si la pared estuviera aún en pie, seguro que seguían allí las huellas de muchos que estuvieron contra ella, cortesía de aquella cosa que se inventó José Barrionuevo y que llamaron Zona Especial Norte o Plan ZEN.
Por cualquiera de esos caminos, llegarás a los 50 metros cuadrados arrinconados junto al portal número 6 de la calle Encartaciones, lo que llamamos El Tubo, como hemos visto. Un pub más en la oferta de ocio nocturno de Barakaldo, la segunda localidad más poblada de Bizkaia, con 100.881 vecinos en 2019. Cualquiera de sus vecinos actuales, si entra a El Tubo y luego quiere seguir de ronda, fácilmente puede subir por la plaza que cierra el parque, pasar junto al quiosco de prensa hacia el norte y llegar por la calle Francisco Gómez al Panorama Pub, otro bar sin el que no se entendería la historia musical de la ciudad; igual que deberías haber conocido El Mellid, uno de los últimos refugios para la música en directo que quedaron en los 90, situado un par de manzanas al oeste desde El Tubo; si vas hacia el noreste y cruzas el Parque de Los Hermanos, en nada alcanzas la calle El Ahorro y el barrio de Bagatza: allí, en pocos metros, están el Aterpe, el Basterra, el Carpe Diem, el Metropol y el Haroin Iru, más bares donde escuchar buena música y entrar en contacto con el mundo subterráneo de esta ciudad. Esto es territorio Porco Bravo. Desde allí, bajas por La Felicidad y llegas al Mendigo Aretoa y, al torcer la esquina, al bar El Cuervo, y, un poco más adelante, frente al número 26 de la calle Juan de Garay, te encuentras con el callejón que da a los locales donde ensayan Los Retumbes. En la otra acera, un poco más arriba, donde ahora hay un negocio de suplementos alimenticios, antes estuvo el Bar Alaska, allá donde debutaran los ya mencionados Porco Bravo y donde muchos descubrimos la música. Pasando por la esquina del Masaru, que siempre será la esquina del Masaru aunque el bar ya no exista, llegas a Juntas Generales, justo donde antes, si cruzas la carretera, estuvo el Tarifa, cuyo dueño fue uno de los impulsores de conciertos en la calle Juan de Garay y de donde salió la famosa tabla de surf que usan en sus conciertos (por tercera vez nombrados en un solo párrafo) Porco Bravo; después, giras a la izquierda, entras en San Valentín de Berriotxoa, y, antes de que te des cuenta, ya estás de vuelta en El Tubo. Cierras el círculo, y vuelta a empezar.
Así que, en resumen, sí, en el catastro, son simplemente 50 metros cuadrados en el centro del pueblo, junto al edificio del CIS, detrás del Frontón Municipal, frente a la Escuela de Idiomas. Lo buscas en google maps y ahí está, sin más. Sin embargo, al mismo tiempo, sin poder evitar la historia y lo que somos y hemos sido, y por eso he hecho todo este recorrido geográfico por Barakaldo, esos 50 metros cuadrados, de alguna manera, están en el centro neurálgico de la cultura y la historia social de esta ciudad, en el preciso lugar donde, durante muchos años, estuvo el corazón que la mantuvo viva y dinámica. Aún lo está, si me permites decirlo, por mucho que los latidos ya no se oigan tan fuertes.
El Tubo y uno que estuvo
Hace unos días, pasé por allí. A mi hija le gusta columpiarse en el Parque de Los Hermanos. A mí me gusta llevarla: es como volver a casa, al patio de casa, más bien. Además, siempre es una buena disculpa para acercarse a Long Play, la última tienda de discos de la ciudad. Como decía, hace unos días, estábamos allí. No era un día cualquiera, por cierto. Era 16 de julio, Virgen del Carmen. Cualquier otro año, hubiera sido distinto. Ella trepaba, brincaba, corría y se reía, mientras sus padres se derretían bajo el sol. Yo sobrevivía con los brazos cruzados, una sonrisa forzada, y ganas de arrancar. Arrancamos, convenciéndola de todas las cosas que le faltaban por hacer en casa de su abuela. Mi madre aún vive en Juan de Garay, a pocos metros de La Riojana, otro lugar de alcurnia en el rock barakaldés; a pocos más de El Cuervo, que se ve desde su ventana; en la misma acera donde estuvo el Bar Alaska. Íbamos a comer con ella y, para llegar, casi por inercia, cogimos la dirección de El Tubo. Al pasar por allí, me quedé mirando la puerta cerrada del bar, las paredes peladas, normalmente empapeladas con carteles de conciertos. No se oía música. Nadie reía o discutía, ni dentro ni fuera. Podía ver, aunque no estuviera, la G.A.C. de Patxi aparcada en la calle, junto a la valla. Podía oír cómo chirriaba la puerta y salía José Club con las mangas de su chupa de cuero arremangadas, sacudiendo contra la palma de su mano el taco de fotocopias que hacen las veces de entradas cuando hay bolo y es necesario controlar el aforo. Todo ocurrió en un instante. Mi hija me tiró del brazo, su madre me miró con resignación comprensiva, y volví a la realidad. Fue suficiente para que decidiera escribir esto.
La idea original era evitar lo sentimental, aunque escurrirá por ahí, porque somos así, y no se puede evitar ser lo que uno es, pero, sí, no quería escribir una de esas cartas abiertas, nostálgicas y algo plañideras, que proliferaron en prensa durante la cuarentena. Aunque, por cierto, alegró ver que, en uno de esos periódicos, le dedicaban una al Panorama Pub. No, no quería hacerles un homenaje, aunque fuera sentido. Lo que quería era contarles, decirles, recordarles, que no se nos olvide lo que tenemos, porque siempre dijimos que no lo sabríamos hasta que lo perdiéramos, y aún no lo hemos perdido, pero si algún día lo hacemos, ninguno más cerca que este mismo de hoy. Así que pensé que teníamos que recordarlo, que debíamos repetir el nombre como si estuviéramos invocando a los dioses paganos, que no se nos olvidara que El Tubo siguen ahí, en el centro neurálgico de nuestro tiempo y de nuestro espacio, con la única diferencia de que está cerrado, que no es poco, lo sé. En definitiva, quería situarles, medirles y que nos diéramos cuenta de que 50 metros cuadrados pueden ser mucho más que eso.
Y lo tenía fácil. No tenía más que usar los datos, que no lo son todo, y puntualizaremos luego, pero, en este caso, son bastante significativos. Si por algo se reconoce a El Tubo es por su labor en la promoción de la música punk-rock, sobre todo, de la música en directo, con mucha más diversidad de estilos de lo que parece. Un club musical, con afinidad por los sonidos distorsionados, una ética de trabajo cercana al concepto HUM, HTM o DIY (llámalo como quieras), que ha alcanzado un reconocimiento destacable como reducto de la cultura alternativa y de la música en vivo más alejada de lo comercial. Los datos, voy: a la brava, sin controlar las matemáticas, teniendo en cuenta que repiten grupos, que algunos tocaron compartiendo escenario, que no tenemos todos los datos, que si la abuela fuma y bla bla bla, en los quince años de historia de esta segunda gerencia (época en la que nos vamos a fijar en esta entrada), pero podríamos contemplar igualmente los treinta en general que lleva regentado el local como pub, ha habido más de 600 conciertos. Poco más que añadir, señoría.
Una breve historia sin anécdotas ni sucedidos
A finales de los años 80, El Tubo no existía y, en su lugar, la finca hacía las veces de almacén de albañilería. Antes incluso de eso, Comercial Bilbao, empresa dedicada al frío industrial y comercial, utilizó ese local para su negocio. Al término de la década, se convertiría, durante un par de años, en una sala de juegos y, ya en los 90, se convertiría en pub, con el nombre de El Tubo y regentado por Alberto Alonso. Eran años de cambio en Barakaldo. Se entraba en una nueva década y parecía que estrenábamos una época histórica. Astilleros Euskalduna había cerrado en 1988. El plan industrial de Altos Hornos de Bizkaia concluía en 1990, después de haber destruido más de cuatro mil puestos de trabajo. El último horno se apagaría en 1996. En 1994, se inauguraba el Max Center (la mayor zona de ocio y restauración de Bizkaia) en el barrio de Kareaga y en 1996 se inauguraba el Metro de Bilbao, aunque habría que esperar otros seis años para que llegara a Barakaldo. El mundo se sobresaltaba con la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética, España celebraba su supuesta modernidad en el 92 y, en nuestra tierra, la reconversión industrial llegaba a su etapa final. Barakaldo se encontraba en pleno cambio social, cultural y económico, un cambio que parecía haber borrado por completo la continuidad con la anterior generación de los años 80. En este contexto, se inaugura El Tubo. En la música, los años 90 son la época dorada del compact disc y se pasa con facilidad del grunge al britpop, sufriendo, en el camino, la coreografía de “La Macarena” de Los del Río y el “Saturday Night” (o sarerinai) de la danesa Whigfield. En casa, el Búnker, icónico recinto bajo el quiosco de la música del Parque de San Vicente desapareció, pasto de las llamas, en 1988. Como local de ensayo para bandas se convirtió en el epicentro del movimiento punk en Barakaldo. El cambio brusco en los 90, como explica Gotzon Hermosilla en su libro Barakaldo Revienta: Historia Secreta del Punk-Rock en Barakaldo (1979-2010), dejaba a Barakaldo huérfano de actividad musical y con pocas posibilidades de directo, y, ahí, aquel primer El Tubo colaboró, aunque fuera puntualmente, junto a El Mellid y alguna otra excepción salvadora, para sostener la oferta: “y conciertos esporádicos en pubs como El Tubo y el C-Mento” (61).
Así nace esta primera época de El Tubo. Sería injusto y, de hecho, imposible, resumir todos esos años en unas pocas líneas. Estos primeros lustros bajo la gestión de Alberto Alonso reclaman una atención más profunda. Es necesario recuperar aquellos años y registrarlos con la debida contextualización y análisis: de lo local siempre se llega a lo global, no al revés. En aquellos primeros años, se pasó de servir en copas de balón a popularizar aquel combinado diabólico con referencia a las gónadas masculinas. Hubo años mejores y peores, pero, durante tres lustros, aquel primer El Tubo de Alberto Alonso se mantuvo fiel a una cuidada propuesta musical y de ocio. Se pinchó, todos los días del año, a The Smiths, y dependiendo de quién tenía turno en la barra o de la hora del sábado en la que entrabas, podías escuchar desde The Charlatans a MC5, pasando por Kula Shaker o, si la situación lo requería, hasta cosas como Alejandra Guzmán. La música era diversa, pero había una querencia específica por la música británica con mejor pedigrí. En aquella primera gerencia del local, también se programó música en directo. Como brevísimo resumen, podríamos evocar conciertos de bandas locales como Planeta Bastardo, Sismic, Txozas o Superglue, que actuaron en El Tubo en aquella primera época.
Esta primera andadura de El Tubo como negocio de hostelería alcanzaría hasta el último día del año 2005. Alberto Alonso y sus camareros (durante un tiempo, uno de ellos, Santi Rangel, junto al mismo Alberto Alonso, formaron el dueto de pinchadiscos Victoria Secret DJs) ilustraron, de alguna manera, el crecimiento musical y el disfrute ocioso de varias generaciones. Hasta que llegó aquella última noche del año 2005 y, al día siguiente, la gestión y administración del bar pasó a manos de otras dos personas: David Andrés y Patxi López tomaban el relevo con una idea de negocio muy concreta y con un cambio notable con respecto a lo que había sido El Tubo en los quince años anteriores.
Una de las pretensiones originales de la nueva administración, desde aquel enero de 2006 en el que se embarcaron en este proyecto, siempre fue programar música en directo. El primer bolo organizado por la nueva gerencia de El Tubo tuvo lugar en octubre de 2006, con la actuación de Karpenters, Psycko-Txîcken y Tubular Killer, todos ellos proyectos de Álvaro Brutus, artista local, con reconocimiento más allá del término municipal, dicen que por su aportación al noise y la música más vanguardista. De hecho, aquel primer concierto estrena una tradición de El Tubo, ya que las bandas siempre quieren volver a subir a un escenario que, por lo general, consideran especial y único. Muchas bandas han repetido, pero Brutus sería el mejor ejemplo. Aunque haya sido con una buena ristra de proyectos diferentes (Lapidaciôn Läser, L'Ensemble, Opus Glory Ignominia, Al Karpenter…) es, sin duda, la persona que más veces ha actuado en El Tubo.
Desde aquel inaugural concierto de octubre de 2006 hasta marzo de este año corriente, la programación de música en directo de El Tubo ha tenido sus épocas de vacas flacas y otras donde los bóvidos eran lozanos y hermosos, pero siempre se ha mantenido insistente en su intención de contribuir a la música local, con una predisposición casi tozuda por renunciar a las modas y a los beneficios capitalistas más socorridos, fiel a una visión del negocio muy concreta, con una idea particular de la cultura alternativa y, sobre todo, sin perder nunca la fe en la música: “Musika bidea da” (la música es el camino) se puede leer en un recorte que decora el bar. Con esta manera de trabajar, desde 2007 a 2009, dentro de esta segunda andadura de El Tubo, se programaron conciertos a un ritmo menor, pero, en 2008, actuaron 58 grupos. De 2009 a 2014, solo programaron en Fiestas de El Carmen (capítulo aparte), excepto algún caso puntual, y, a partir de octubre de 2014 y hasta 2019, por su escenario pasaron una media de 80 bandas al año. En el de 2019, se estableció un nuevo récord, y hasta 113 grupos actuaron en directo en El Tubo. En 2020, iban algo más de 20 cuando todo se acabó y la pandemia nos cambió la vida.
Antes y después de Raust!
La historia musical de El Tubo se define por ley. La clasificación es mía, pero, de alguna manera, viene impuesta por la administración municipal. Digamos que se pueden distinguir dos épocas muy claras y ambas las marca no tanto la normativa que rige la celebración de actos culturales en recintos de hostelería, sino la aplicación de la misma. Hasta octubre de 2014 llegaría lo que yo llamo la primera etapa, con una línea desigual, donde destaca por lo bueno el año de 2008 y, por lo malo, el lustro negro entre 2009 y 2014. A partir de octubre de 2014, por lógica, vivimos la segunda, más equilibrada y progresiva. Entre ambas, hay una línea de unión que se mantiene constante, una semana de julio, la que coincide en el calendario con las fiestas del Carmen, donde todo el año anterior no afecta a la programación. Me voy a explicar con más detalle, sí.
En 2007, se montan algunos conciertos, pocos en el año en curso, pero se empiezan con las primeras galas veraniegas durante las fiestas patronales de la ciudad. En el 2008, la programación se consolida y la ilusión se acelera: tocan 58 grupos en esos 50 metros cuadrados. Grupos como Lex Makoto (Madrid), Radio Aktiva (Bilbao), Punkats (Zamora), Los Tremendos (Madrid), Acapulco Gold Diggers (Gasteiz), The Fago Cowboys (Mieres), Motocross (Benidorm), Fallen (Portugalete) o los locales Fogoneitors, Brand New Sinclairs, Spandau Bullet y Los Roñas convencen a David y Patxi de que se puede hacer y El Tubo puede convertirse en lo que siempre quisieron que fuera... Y eso que llegan las primeras advertencias, como en aquel concierto de los Tiparrakers (Bilbao) en el que hizo acto de presencia la autoridad municipal justo en el instante más preciso. El riesgo no había desaparecido. La normativa municipal seguía escrita y decretada y el local carecía de la licencia precisa como café-teatro. A principios de 2009, en medio de un concierto de Los Vibradores en el que se celebraba un aniversario más de la nueva gerencia, la Policía Municipal hace su última y definitiva aparición. Detienen el concierto con un ultimátum que pone fin a esta época inicial. Durante cinco años y medio, el lustro oscuro, solo programan en las fiestas del Carmen, cuando la permisividad del ayuntamiento facilita que haya conciertos. Eso sí, como suele decir David, lo hacen a fuego.
Sin embargo, la situación da un giro inesperado y definitivo, al menos hasta ahora, en torno a octubre de 2014. Ante la insistencia de algunos hosteleros y gracias a la mayor empatía con la realidad del sector y de la actividad musical por parte de las personas que, entonces, se encargaban de la concejalía de cultura, se consiguen avances imprevistos que vuelven a llenar de esperanza a los aficionados a la música. No se cambia la normativa, pero se expresa la voluntad de ayudar. Se permitirá llevar a cabo conciertos en locales sin licencia de café-teatro, siempre que se cumplan unos requisitos técnicos de insonorización, se observe un horario fijo (hay que terminar antes de las 22 horas), se controle el aforo y no haya denuncia vecinal de por medio. Tras el habitual oasis de fiestas en julio, el bar El Tubo, en esta nueva situación, no tarda en aprovechar las circunstancias y comienza a extender su programación. Empieza lo que yo llamo la segunda etapa, la de los bóvidos lozanos y hermosos. Si antes de los Cármenes de 2014, los conciertos fueron puntuales y sin continuidad (con la excepción de 2008), a partir de julio de ese año, la oferta crece hasta algo más de la docena de bandas, con grupos llegando desde Gran Bretaña (Satans Mineons), Madrid (Eterno trastorno) o Castellón (Furious People), además de material local (Baketazo, Lomoken Hoboken, The Longboards...) y bandas de rincones cercanos (Los Plomos, Viva Bazooka, Dingos & Flamingos...) La apuesta es un éxito: el público responde y la concordia vecinal no pone en riesgo la continuidad. La tendencia se mantiene al alza y El Tubo coge una velocidad de crucero que ya no abandonará. Son los buenos años (2014-2019) y lo han sido como quien dice hasta ayer.
En esos años, tocan en El Tubo, a grosso modo, unas 450 bandas, aunque algunas están contadas tantas veces como actúan, por supuesto. Llegan de todas las zonas de Euskal Herria: de los tres territorios históricos y de Nafarroa. Llegan de muchos puntos de la península también: Castilla y León, Andalucía, Comunidad Valenciana, Madrid, La Rioja, Islas Baleares, Cantabria, Galicia, Islas Canarias, Catalunya, Aragón, Asturias, Castilla La Mancha.... Además, no falta el producto internacional y las bandas viajan hasta Barakaldo desde lugares remotos como Suecia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Estados Unidos, Suiza, México, Corea del Sur, Portugal o Rusia. Por el angosto escenario de El Tubo, pasan bandas de punk, rock and roll, oi!, metal y sus sonidos más extremos, hardcore, hard-rock, punk-pop, stoner, folk, garage, country-rock... y todas las etiquetas que te puedas imaginar, a veces en programas dobles, en horario de vermú o en el habitual de ocho a diez, siempre gratis y, en ocasiones, con el aforo completo y más gente fuera que dentro. Los conciertos tienen lugar habitualmente en viernes, pero también en sábado, domingo e incluso algún día entre semana. Se hace cantera con bandas jóvenes y se recupera a veteranos de la zona para establecer lazos generacionales; las bandas locales entran en contacto con bandas de más lejos, de la provincia y estatales: se comparte equipo, contactos, medios, escenarios… El público, como siempre ha ocurrido en Barakaldo, participa de la escena como si fuera suya, como si no hubiera distancias entre tarima y platea. Con la costumbre adquirida, en esos años que podríamos llamar de bonanza, por El Tubo pasan una media de 80 grupos por temporada, como ya mencioné. En el último, el quinto, el de 2019, se marca un nuevo récord: 113 bandas actúan en directo allí dentro. La cantidad ya queda claramente ilustrada con esos números. Es más complicado quedarnos con una selección para mostrar la calidad, porque el criterio, no podría ser de otra manera, será subjetivo, pero vamos a intentarlo con unos pocos, en un listado torpe y mediatizado, sin duda, por la experiencia del que escribe, que se perdió el doble o el triple de los que vio. Por destacar, diremos que, en esos años, se estrenan en El Tubo proyectos como los de Negracalavera, Los Cosméticos o Campamento Rumano; se peta el aforo con bolos de Sudor, Juana Chicharro o Yakuzas; bandas con recorrido como Lupers, Kinki Boys o Pomeray confirman lo que todos sabíamos; otras emergentes como Detroit, Eh Mertxe! o Desorden sorprenden al respetable; y consiguen triunfar en su propia ciudad bandas como Los Retumbes, Sweaty Lovers o Chulería. La lista sería infinita: Nester Donutts, Exfan, Ohmnicidas, Los Nitxos, Black Boys on Moped, Dead Sequoia, King Kong Blues, Le Reparateur, Los Plomos, Huracan Rose, Inarrestabili, The Dealers, Shöck, TurboFuckers, The Inductions, Ídolos del Extrarradio, Capitán Entresijos, Vietcong 68, Koska, Cavaliere, Las Sexpeares, Anti-Idols,Flying Ladies, Penadas por la ley, Los Pirris, Haggish, Terral, Audiencia Nacional, Escobar, Rotten Mind, Revolta Permanent, James Room & Weird Antiqua…
2020 comienza con el mismo ritmo. La media llevaba camino de perpetuarse: desde enero de 2020 hasta el 7 de marzo, habían actuado 22 bandas, algunas llegadas desde Rusia o Alemania. Ese mismo mes de marzo, estaban anunciados los conciertos de Forajidos (Bilbao), La Virgen (Benidorm), Yunta (Bilbao), Cogotazo (Madrid), El Gobierno (Madrid) y Eztandap (Amorebieta). Ninguno llega a realizarse. En los meses anteriores, habían regresado viejos conocidos como Capitán Entresijos desde Madrid, acompañados por Tzetze; o Gog y las Hienas Telepáticas, desde Galicia, acompañados por Trompas de Farlopio; visitaron El Tubo bandas internacionales como los rusos de Byonoise Generator y los alemanes Crackmeier (en realidad, estos no llegaron a actuar, el coronavirus ya hacía estragos); además de otros grupos como In Grävito (Iruña), Mind Trap (Donostia), Red Iron Squad y Nukore (Gasteiz), The Fox 196 (Terrassa), Melasopla (León), Kanter (Zumaia) o el ex Soul Gestapo Aitor Ochoa & Mad Mule, quien llegó desde Cantabria (bueno, no lo hizo; desgraciadamente, este también tuvo que suspenderse). El resto de bandas provenía de distintos puntos de Bizkaia. De hecho, fue una banda vizcaína la que cerró la programación: el sábado 7 de marzo de 2020, Raust!, sin saberlo, clausuraba la música en directo en El Tubo. Unas horas después, Nuevo Catecismo Católico y Deadyard sellarían, en el Mendigo Aretoa, el comienzo de lo que para muchos fue una larga sequía de música en vivo. A las 00:00 horas del domingo 15 de marzo daría inicio una cuarentena nacional, principal medida del estado de alarma que se declaró el 14 de marzo a causa del creciente número de casos de COVID-19 durante la pandemia. El Tubo abrió por última vez el jueves 12 de marzo. Al día siguiente, lo anunciaban por redes sociales con su habitual estilo: "... vista la situación hoy ya pasamos de abrir.toda la semana ha sido ruinosa y hoy va a ser la ruina al cuadrado...asi pues, cuidense!Road to ruin.ondo izan."
Después de Raust!, estoy convencido (o, más bien, quiero estarlo), habrá más.
El silencio y la penumbra
Desde entonces, esos 50 metros cuadrados han permanecido clausurados. El estado de alarma se prolongó hasta en seis ocasiones, siempre por periodos de dos semanas. El 28 de abril, el gobierno español presentó el Plan de desconfinamiento de España, lo que coloquialmente hemos llamado la desescalada. Divido en tres fases y en una nueva normalidad como resultado final, en mayo comenzó el proceso y el 11 de ese mes Euskadi pasó a la fase 1. El 25 de mayo, llega la fase 2. Y el 8 de junio, la fase 3. El 21 de junio termina el estado de alarma y se da comienzo a la nueva normalidad. La hostelería se va incorporando poco a poco a ella. El Tubo no lo hace.
Dentro, en la oscuridad de esa lonja abandonada, uno puede imaginarse como permanecen sin moverse las aspas de los ventiladores, hacia donde tantas veces alzamos la vista mientras movíamos el cuello al son de la música, apretados entre otros asistentes, sin miedo a ningún virus, dejándonos contagiar por los acordes. Las dos barras de luz que decoraban la esquina del escenario, como dos cejas fruncidas, estarán apagadas. Nadie mira fumar a Tom Waits en uno de los tres grandes pósteres icónicos del bar. Este, por cierto, sin que nadie se diera cuenta, fue, en su día, sustraído con alevosía y, por Reyes, llevado de vuelta, con envoltorio de regalo y dedicatoria. Las cosas que tiene El Tubo. En la penumbra, siguen los otros dos, con los Clash y Paul Weller abandonados en el interior. Allí seguirán las baldas torcidas, con las botellas de bourbon haciendo equilibrio. Todos esos discos y maquetas pegados con celo sobre el naranja descascarillado: el póster de los Spermbirds puede que ya se haya convertido en papiro. El Vaskizol ya estará añejo.
La música ya no suena dentro. Nadie se sube a la tarima. La instaló la misma persona que, en la pared del fondo, dibujó una batería que parecía el código de barras del bar. Fue también la autora del mosaico colorido y circular, con el nombre del club en el centro, que decora el tabique de la entrada. Nines Pastrana, batería de Ciudad Rayada, banda que debutaría en El Tubo, terminó su obra. Falleció el pasado 2 de julio de 2020, dejando un hueco tan inmenso en el corazón de mucha gente del pueblo que se puede oír el eco si aprovechas el silencio de la noche. El último mensaje de El Tubo en redes sociales fue para despedirla: detrás de la verja cerrada también permanece eso, los hechos que hemos dejado marcados ahí dentro, la huella de las personas que trasforman los espacios vacíos en lugares repletos. Los metros cuadrados se convierten en algo más que eso.
El oro que relucía
Antes de que viéramos llegar esta situación catastrófica, no parecía exagerado hablar de una época dorada para la música en directo en Barakaldo. Con la vuelta a la programación regular en el Mendigo Aretoa, gracias al eterno emprendedor Javi Romero, dueño del bar El Cuervo, sumado a la semana mágica de fiestas patronales que comenzó a conocerse como el FestiBar, junto con algunas programaciones puntuales, y la labor de algunas comisiones de fiestas en los barrios, con el Rock'n'Tegi de Rontegi como ejemplo (más que nada porque es el que mejor conocemos), Barakaldo había recuperado cierto ascendente en la oferta musical de la provincia. Desde los 90 hasta el cambio de siglo y más allá, se vivió un proceso continuo de lesión y deterioro en lo que se refería al rock and roll y el emprendimiento alternativo: el ocio nocturno viró, con todo su derecho, en busca de otros intereses más beneficiosos; las normativas ponían trabas para la propuesta privada; la llegada del metro diversificaba la oferta y facilitaba la movilidad; y las políticas públicas primaban la cultura más derrochadora y pomposa, con los festivales como marca definitoria. Sin embargo, Barakaldo parecía haber resistido y volvía a relucir con determinación. En noviembre de 2019, El Tubo recibía el premio Koska al mejor garito de Bizkaia. Ese año, vimos desfilar por el club, entre ese centenar de bandas mencionadas antes, récord máximo de programación, a bandas con reputación e impacto como Ídolos del Extrarradio, Los Cosméticos, Lupers, Kompadres Muertos, Juana Chicharro, Black Boys on Moped o Campamento Rumano. Llegaron bandas de prácticamente toda la península, más otras que viajaron desde Francia, México, Corea del Sur, Alemania, Rusia o Portugal. A pocos metros de allí, en el Mendigo Aretoa, en ese magnífico año de 2019, recién ventilado pero que ya parece tan lejano, tuvimos la oportunidad de ver en directo a bandas como Sumisión City Blues, Los Wavy Gravies, Discípulos de Dionisos, William Folkners, Screamers & Sinners, Kamikazes, Suzio 13, Imperial Jade, Deadyard, Crim, The Riff Truckers, Escuela de Odio, Bullet Proof Lovers, Delest, Giuda (Italia), Not Scientists (Francia), Warrior Soul (USA), Suicide Generation(UK), Labretta Suede & Motel 6 (USA), Excluded (México), Les Lullies (Francia) o GBH (UK). Como para no llamarlo época dorada. El metro, que despobló la ciudad y ahuyentó las aglomeraciones que se daban en las calles Zaballa, Juan de Garay o en la confluencia de La Felicidad y Quevedo en los 90, por unos meses, sirvió para lo contrario, y la gente de la capital cogía la línea 2 en dirección a Kabieces, y no para ir a la discoteca de moda, si no para asistir a un concierto de rock and roll. Alguno hasta se perdía, pero ya sabían que Barakaldo volvía a existir.
Quedaba y queda mucho por hacer y mejorar. Pero se hará. Estoy convencido (o, más bien, quiero estarlo).
Carmen y sus fiestas
Hasta entonces, a lo sumo, el humo solo se veía de lejos una vez al año, en julio, durante las fiestas patronales de El Carmen. Lo dijimos antes, podíamos dividir la historia musical de El Tubo en dos periodos, antes y después de octubre de 2014, pero siempre quedaba una línea constante que hilaba las dos: esa costura era el pespunte del pañuelo de fiestas. Durante Los Cármenes, al menos por una semana a mediados de julio, la laxitud del consistorio municipal con la normativa vigente permitía organizar conciertos. No podía, por lo tanto, escribir esta entrada sin dedicarle un hueco definido a esta programación estival en las fiestas del pueblo.
El progreso, visto desde ahora, ha sido paulatino pero constante. En El Tubo, se empezó programando 3 conciertos en julio de 2007 y se terminó con 16 en la edición de 2019. La consolidación del concepto llamado FestiBar también se dio de manera progresiva. Comenzó como un comentario perdido en el infinito de internet y, en estos últimos años, ha llegado a convertirse en algo establecido, en una costumbre colectiva que no se hubiera hecho realidad sin la participación de los bares, facezines, blogs, bandas y personas individuales que colaboraron desinteresadamente. Pero el FestiBar, como lo entendemos ahora (una especie de festival alternativo, urbano, itinerante y autogestionado, que, en realidad, no lo es pero existe, y que hace las delicias de los aficionados a la música y provoca una sensación de comunidad y de actividad dinámica en la ciudad) no es nuevo. Antes de que alguien acuñara el término, los bares ya llevaban tiempo programando en fiestas y había habido antecedentes, como descubre Gotzon Hermosilla en el libro antes mencionado: “El mes de julio del 2008 también debe ser inscrito con letras de oro en la historia del punk rock barakaldés. En las fiestas del Carmen de ese año la comunidad punk de Barakaldo quiso recuperar el espíritu que las fiestas habían tenido 20 años atrás, y en bares como el Mellid, El Tubo o el Cuervo se organizaron gran número de conciertos, tanto de bandas locales como de fuera de Barakaldo, sincronizando horarios y calendario para ofertar una programación completa y variada” (90).
La participación de El Tubo durante las fiestas patronales comienza mucho antes de que se hable por primera vez del FestiBar. En 2007, se estrenan con la programación de los conciertos en julio, organizando los bolos de Ladys Ramone, Los Paniks y Psyckö-Txîcken. En 2008, el año que mencionaba Hermosilla en su libro, El Tubo programa los conciertos de Los Paniks, nuevamente, Los Idiotas, Sintonics, Porco Bravo (camuflados tras el nombre de Wild Txerri), Nasti de Plasti, Los Men Tío, The Howl, Jose & Crowes, Motorsex, Hijxs Taradxs, Zombi Party y Karpenters. Mucho producto local que también se reivindica en la edición de 2009, cuando, al escenario de El Tubo, se suben Bazuka’l Bakala, Hysteria (que se suspendió), Latigazos, Sintonics, Chivo, Josean Krau, Southern Lights y Fogoneitors. Como curiosidad, el de Latigazos sería el primer concierto en horario matutino en la historia de El Tubo, inaugurando el concepto de sesión vermú que se repetirá, a partir de entonces, en muchas ocasiones. En 2010, el número crece y en el cartel de fiestas aparecen los nombres de doce bandas: Seven Black Roses, Josean Krau, Opus Glory Ignominia, The Ad-Hoc Invaders, Bazukal' Bakala, Southern Lights, Dirty Birdies, Putakaska, Jürgen Division, Latigazos, Odio Visceral y, de nuevo, los bilbaínos Nasti de Plasti, que, si no son la banda que más veces ha tocado en El Tubo, poco les faltará. En 2011, además de los locales Southern Lights, Winter Wake, El Lobo de Armañón o los Karpenters, llegan desde otras localidades de la provincia grupos como Los Putos, Mi dulce Geisha, Maha, Chivo o Tiparrakers, más los Jürgen Division que repiten desde León. En los años que siguen, la programación de fiestas crece y, poco a poco, comienzan a llegar más bandas desde fuera de la provincia. En 2012, por ejemplo, no solo tocan bandas del pueblo como Opus Glory Ignominia o Deskuadre, o de otras partes de Bizkaia como J.A.N., The Hustlers, Dessertracks o, una vez más, Nasti de Plasti. Crece la presencia de grupos de fuera, llegando The Sulfatorsdesde Medina, Alcotán y Leather Boys desde Asturias, Todos Menos Uno desde Villarcayo, Punko!UK desde Benidorm y los gallegos de Thee Blind Crowes. La tendencia seguirá en los próximos años, aunque, en 2013, la oferta incluye a una sola banda de fuera del territorio histórico, los Derringers que llegan desde Villarcayo. Eso sí, el resto de bandas, todas vizcaínas, llegarán desde diferentes puntos de la provincia: 4 Tragos, Los Calavera, Toni Metralla y los Antibalas, Brand New Sinclairs, Los Vibradores, 28 eskupitajos de semen, El Mal Pan, Miopía, The Erasers, Represión, Bugatti y Lapidaciôn Läser. En 2014, vuelven los Nasti de Plasti desde Bilbao, y de la misma ciudad llegan bandas como The Wizards, Los Vibradores y Boogie Riders, mientras que desde Durangaldea vienen los Kilauea, de Zornotza, Barbiturikos y la representación local corre a cargo de 2lería, Ciudad Rayada, The Crow Farm, Ases y Ochos, HCH, Deskuadre y La Agonía del Congrio. De más lejos, llegarán ese año los granadinos Sniper Alleyy los burgaleses Husein Johnson y Downtown Brigade. En 2015, Kalvos de Garrafon, Yakuzas y Los Andolini llegan desde Aranda de Duero, Madrid y Logroño. Desde otros puntos de Bizkaia, lo harán los Faltons, Medula, Distrito Suicida, The Stators, Primeros Auxilios, Cheel Ghar y The Hammerkillers. Mientras que la representación barakaldesa se reduce a tres bandas, Las Sexpeares, Brand New Sinclairs y Mamma Down, casi tantas como las que llegan desde Gasteiz: La Doggy Party y Los Nitxos, uno de los grandes triunfadores de aquella edición. En 2016, sobre Bajo Axpe, Señor Verde, Chivo, The Ribbons, Nalga, Jardín Infierno, Magnético Grupo Robot y The Crow Farmrecae la responsabilidad de representar a la provincia vizcaína, mientras que Gran Tío llegan desde León, Paralitikos, de Santander y Los Pirris, desde La Rioja. En 2017, la representación de fuera crece exponencialmente: Copycats(Granada), Macarrones (Madrid), Downtown Brigade (Medina), Cristo Mutante (Medina) y Superfortress (Almería) llegarán desde puntos dispares de la península, mientras que la calidad y diversidad de los grupos de la provincia le pondrá el contrapunto a la oferta nacional, con bandas como Pomeray (Bilbao), Ossirys (Barakaldo), Última Generación (Portugalete), Huts (Trapagaran), R’n’R Express (Lekeitio), Sermonds (Elorrio), Shöck (Bilbao) y el cierre de la edición a cargo del glam-rock de los TurboFuckers (Bilbao). En 2018, hay hasta representación internacional, con la llegada en sesión vermú de los franceses Guttercats y los alemanes Los Mierda, mientras que de fuera de Euskadi se acercan hasta El Tubo grupos como L.D.H. (Merindades) o Esguinze de Frenillo (León). Los habituales Chivo, Motorastola, Wreck Totem y Pomeray, que repiten de manera consecutiva, representarán a la capital de provincia, mientras que por el pueblo actuarán Los Retumbes, Indrid y The Longboards. Desorden promocionarán el sonido Matadero y la nueva generación de punk-rock de Portugalete, en un trasvase, el de Portu-Baraka, que también se convertirá en santo y seña de El Tubo. Acabamos, por supuesto, con la última edición celebrada, la de 2019, ya que este año las fiestas patronales se suspendieron por la situación devenida tras la crisis sanitaria mundial. El año pasado, la oferta festiva de El Tubo reflejó el crecimiento en calidad y número que ya se había ido viendo paulatinamente en la programación de años anteriores. Los veteranos La Agonía del Congrio, más dos duetos relativamente nuevos y en boga, Sweaty Lovers y Los Retumbes, ejercieron de representantes locales. El resto de las bandas llegó desde más lejos. Algunos, no mucho, como Uger y Negracalavera, que lo hicieron desde Bilbao; Huts, que venían de Trapagaran, o Cäctus, desde Bermeo, tampoco tuvieron mucho trayecto. Pero, a otros, como a los donostiarras Young Kids o a Eh Mertxe!, de Oion, les llevaría unos cuantos kilómetros más llegar a Barakaldo. Desde León, se acercaron Explosivah y Mamba Negra; y, desde Logroño, Ohmnicidas, quienes dieron un concierto que aún se recuerda, salpicando sangre. Más lejos queda Granada, desde donde llegaron Charnado y Uralita y Los Fibroesqueletos y, aún más, no hace falta que te lo explique, Corea del Sur, desde donde arribaron a El Tubo dos bandas, My Man Mike y Octopoulpe, que dejaron a más de uno con la boca abierta.
En resumen, desde 2007 hasta 2019, durante trece largos veranos, El Tubo ha programado a más de 150 bandas que han llegado desde Alemania, Francia, Corea del Sur, La Rioja, Castilla y León, Andalucía, Comunidad de Madrid, Galicia, Comunidad Valenciana, Asturias y, por supuesto, de toda Euskal Herria. Con ello, y con el esfuerzo y compromiso de otros bares, no hay que olvidarlo, alguno de ellos desgraciadamente desaparecido, se consiguió que, durante al menos una semana, se creara un movimiento cultural alternativo en las calles del pueblo, más allá del centro habitual de las fiestas, y sin desmerecer otras propuestas y actividades. Nunca vi a Jolín entrar a El Tubo, pero tuvo que haber oído el eco de la música desde la Herriko Plaza, seguro. Ver a la peña moverse con prisa de un bar a otro, los corrillos que se hacían en sus puertas, a la fresca... era una bendición. La colección de visitas que recibió este blog al publicar un resumen anticipado de los horarios y lugares en los que cada día se podía asistir a los conciertos de lo que ya se llamaba el FestiBar dejaba testimonio de la acogida que tuvo, pero no del buen rollo que hubo. Eso, te lo digo yo.
Si lo dice Klasson…
En abril de 2016, actuó en El Tubo, en formato acústico, Stevie Klasson, guitarrista, entre otros, de Johnny Thunders, Diamond Dogs o Hanoi Rock. Cuando se subió al escenario, dijo que aquellas paredes olían a rock and roll. Klasson sabe de lo que habla. En su libro Rock’N’Roll Tales from a Crooked Highway, publicado el mismo año de su concierto en El Tubo, decía: "He tocado en los escenarios más legendarios: el Ritz en Nueva York, el Marquee en Londres, Hacienda en Manchester o por todos los garitos de Sunset Strip en Hollywood. He tocado en bodas de aristócratas y en la fiesta de cumpleaños de un conocido presidente de una agrupación motera. He tocado en el Círculo Polar con la banda de blues de Big Walker o con Alison Gordy en varios locales mafiosos del Caribe" (la traducción es mía y solo mía la responsabilidad de la misma). También tocó en El Tubo y dijo que aquellas paredes apestaban a rock. Si lo dice Klasson…
En una entrevista en este mismo blog, hace ya años, David Andrés, alias “Kalbo”, batería de Tiparrakers y Putakaska, antes en Fetish Kafe, Themenciales o Fogoneitors, y uno de los dos apandadores, como les llamamos en alguna crónica, que regentan El Tubo desde enero de 2006, defendía la programación musical del club de esta manera: "… los grupos no empiezan tocando directamente en el Antzoki, en la Santana, o en el BEC. Ahí está la esencia de todo: en los bares". Cierto, los bares son esenciales.
Las calles son esenciales. La música es esencial. Somos seres sociales y socializamos brindando y bailando. La ciencia avanza, pero siempre le acompaña la cultura. El Tubo es algo más que cincuenta metros cuadrados; algo más que 600 conciertos. Sus dueños, sus camareros, sus porteros y sus clientes. El arte también se encuentra en sus paredes grafiteadas, en el humor de sus anécdotas, en los carteles de Kepa Lupo Sol, Jorge Fernández “Zebu” o Nuri Draka, en las amistades que se hicieron y se rompieron dentro, los proyectos que se barruntaron, los que se terminaron, los que nunca se llegaron a hacer. El Tubo es memoria, es una parte importante de la vida de gente corriente que ha hecho música, o la ha consumido, que ha conseguido convertirla en algo orgánico, que respiramos, que ayuda a que nos bombee la sangre: la banda sonora de nuestras vidas de película. Película de serie B, puede, pero B de Tubo, la misma letra que Nines hizo larguísima en su maravilloso mosaico porque, igual sin saberlo, estaba apuntando alto, dejando testimonio de un deseo que compartimos todos: tanto ella como El Tubo, inmortales y eternos.
En Barakaldo, 30 de julio de 2020
Ha habido peña que ha echado un cable para llevar a cabo esta entrada. A todos ellos, gracias, en especial a Manu, David e Isa, por invertir más tiempo sin recibir nada a cambio. Ninguno de ellos es responsable del resultado final y quedan exentos de culpa alguna. Solo yo me atribuyo errores y malentendidos y pido disculpas a todos aquellos que se hayan podido ver afectados. Eso sí, no voy a cubrir gastos de oculista o consultas psicológicas si te costó dioptrías o el riego llegar hasta el final. Cada uno es ya mayor para saber parar antes del hundimiento. Por cierto, aunque no te lo creas, queda mucho que contar. Mucho. Y merece la pena.
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